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Bitácora de Viaje LV 

 

 

   “América está abierta para recibir no sólo al extranjero opulento y respetable, sino también a los oprimidos y perseguidos de todas las naciones y religiones”.  

                                                                  -George Washington- 

 

 

Hace unos doscientos mil años salimos caminando (en dos patas) desde África cruzando un mundo que ya comenzaba a ser un poco incómodo a pesar de que nuestra tez muy morena nos ayudaba a sobrellevar las andanadas de ese sol despiadado. Habíamos aprendido a fabricar extensiones de los brazos y la postura erguida (hay quienes dicen que uno de los abuelos más, más antiguos, se cayó de un árbol y comenzó a explorar; para entonces, su pelvis había cambiado la postura y le permitía mirar por encima del pasto crecido a diferencia de otros primos lejanos. Desde entonces, no hemos parado).

¿Qué nos hace echar para delante? La mayoría es por necesidad cuando se agotan los suministros que la Madre Tierra provee. Somos grandes depredadores y la consecuencia a nuestros actos no es algo que nos quite el sueño. Como especie, somos cortoplacistas. Acabamos con algo y a lo que sigue. Sólo nos quedamos quietos cuando descubrimos que llegamos a donde las cosas son engañosamente inagotables, hasta que se agotan. Por eso caminamos y caminamos hacia el norte, hacia el oeste, hacia el este hasta topar con el mar y nos juramos que ni siquiera esa gran extensión de agua repleta de variedades nos impediría en algún momento seguir por ahí. El clima nunca nos detuvo; muy al contrario, revolucionó el ingenio para lograr dominarlo, conquistar el sofoco de la bola de fuego en el cielo o el sueño de la muerte cuando el manto blanco cubría todo. Llegábamos, conquistábamos y seguíamos adelante. A veces conquistábamos, nos quedábamos y buscamos más. Cuando descubrimos la agricultura en tierra fértil y la dominamos, permanecimos, pero siempre buscamos más. Somos migrantes.

Y no paramos hasta que llegamos a una tierra prometida de donde mana leche y miel. Sobre todo, cuando venimos huyendo del hambre, el frío, la pobreza, la falta de oportunidades, el imperio de la maldad y la inequidad. ¿Tal vez olvidé decir que tenemos la capacidad de soñar, de romantizar e idealizar? De repente, lo que podrían parecer defectos, se convierten en virtudes; se tornan en resiliencia. Muy pocos son los que despiertan una mañana y dejan familia, tierra, muertos, ilusiones, amigos y sueños rumbo a lo desconocido o a lo tristemente conocido. Luego de siglos de Polo, Cortés, Pizarro, Magallanes, Cook, Amundsen, los linderos, los límites quedaron más que establecidos. Así mismo las posesiones, las marcas geográficas y las advertencias. De aquí hacia adentro, es mío. Si quieres venir, avisa; si entras sin permiso, me veré en la penosa necesidad de…

Hasta el país más amigable del mundo tiene reglas del juego impuestas por una lógica social, económica e incluso de salud pública. Necesitamos vivir ordenados y censados.  Lejos quedaron aquellos siglos – oh, dioses – en que lo único que tenías que hacer era matar al otro y quedarte con lo suyo. Hemos complicado los procesos con molestas leyes migratorias, pasaportes y si se torna molesto o peligroso el visitante, visas engorrosas, detenciones, deportaciones, fichajes. Tuvimos que ponerle reglas al juego. ¿Vienes a visitarnos y a dejar tu dinero? Bien. Nos inventamos el turismo y lo profesionalizamos para que tu visita resulte agradable y nos dejes tu dinero, que será utilizado en – esperamos – mejoras para nosotros y para los que son como nosotros y que viven dentro de las mismas fronteras a veces físicas, a veces imaginarias, pero bien delimitadas. ¿Quieres vivir con nosotros? Mmmm… déjame ver. Haz tu solicitud y entrégala en nuestra representación del lugar en donde moras. No nos llames, nosotros te llamamos. Somos hijos del caos. No podemos parar de movernos. Por las buenas o por las malas. Sé por buena fuente y me han contado que en tu casa se vive mejor que en la mía. También sé que todavía hay lugar. Anda, déjame entrar, me portaré bien, sé trabajar duro y te ayudaré a que tu casa se haga más grande y más bonita. Ponme a prueba. Quiero ser de tu familia. ¿Cómo que no aplico? Pues entraré cuando no me veas. Por la noche, de madrugada, cuando te distraigas. Tu casa está llena de gente que viene de otros lados; yo nada más llegaría a confirmarlo.

Y por supuesto, no, no es así de sencillo el diálogo. La realidad es más compleja. Está llena de siglos de persecución, sufrimiento, hambre, enfermedades, políticos corruptos, regímenes represores, crimen incontrolable, cosechas destruidas, cambios en el clima, abandono.  Nos aferramos a esa Tierra Prometida aunque sepamos que es una linda historia para beber cerca de la fogata. Allá es posible que encontremos horrores peores que aquellos de los que pretendemos escapar. Pero somos caminantes irredentos y debemos seguir. Somos migrantes del destino.

Y antes de que mi editor me imponga aranceles por extenderme en el relato, seguimos a la próxima, porque esto no se detiene. Jamás.

 

Iñaki Manero.

 

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