Muchos de nuestros sueños parecen al principio imposibles, luego pueden parecer improbables, y luego, cuando nos comprometemos finalmente, se vuelven inevitables”.
Christopher Reeve
Ningún radar creado por el ser humano pudo anticipar el ingreso a la atmósfera terrestre de ese bólido; sus sistemas estaban diseñados para ser indetectables por cualquier tecnología inferior a la que lo envió. Y el destino de la cápsula estaba programado cuidadosamente para llegar hasta donde tuvo que hacerlo. Un padre y una madre desesperados, pertenecientes a la élite científica de su mundo, deciden jugarse el todo por el todo. El planeta moribundo era sacudido por violentos terremotos producidos por los cambios en la composición y magnitud de Rao, el impresionante sol rojo que iluminaba y daba vida a ese sector. Los del comité nunca quisieron escuchar y como casi siempre, a la ceguera de la burocracia, sigue el desastre. Querer hacer experimentos con su estrella para hacerla más eficiente, es el pecado que cientos de millones de seres estaban a punto de pagar con sus vidas y el fin de la cultura más prometedora y rica de aquella galaxia en espiral. Pero el fin tardó algún tiempo en términos orgánicos, por lo que se creyó que el proyecto había resultado todo un éxito. Sin saberlo, los metabolismos de toda vida habían sido sometidos a profundos cambios a nivel celular. En el momento del desastre último, que llegó rápido, no hubo tiempo para preparar embarcaciones suficientes y desalojar a la población. Únicamente, antes del destello, un pequeño vehículo pudo escapar de la intensa radiación, del tremendo tirón gravitacional de Rao y ser, por poco margen, más rápido que la onda de choque que condenó a la nada a lo que hasta hace unos instantes había sido el orgulloso Kriptón.
Si el inicio de esta historia no te parece remotamente conocida (confieso que agregué algunos extra de mi cosecha, porque, me encanta el oficio de crear universos paralelos), a lo mejor no has estado en la Tierra desde 1938 hasta la fecha o acaso has estado desconectado de la cultura popular por algún voto monacal. Se trata del personaje que apareció por primera vez en el número uno de la revista de historietas Action Comics, fechada en abril de ese mismo 1938; concebida y dibujada por un par de veinteañeros judíos en Cleveland, Ohio: el norteamericano Jerry Siegel y el canadiense Joe Shuster. Curioso que crearan, en su forma final, a un ser con súper poderes y alto sentido moral enviado por su padre al mundo para salvarlo. Sí, la analogía cristiana es asombrosa. Pero, coincidencia o no, no se trata de hacer análisis religioso; con el puro aspecto psicológico/sociológico/antropológico tenemos para dar y regalar sobre un fenómeno de masas que para algunos pseudointelectuales, es una pérdida de tiempo y únicamente sirve en analfabetas funcionales y débiles mentales. Como dicen en mi pueblo, “eso sí enchila”. Vayamos por el principio. Y mientras tanto, en Metrópolis…
Nunca lo he negado, ni lo negaré. ¿Por qué cuesta tanto trabajo aceptar que una persona adulta (entrando a la liga del adulto mayor) que trabaja, paga impuestos, es padre de familia, tiene pareja, bebe un mezcal de vez en cuando y ya tiene que cuidar su colesterol, triglicéridos y próstata, sigue leyendo revistas de historietas como si fuera un crío de diez (o hasta menos)? Hay gente a la que le provoca más pena que lo cachen con Kalimán, Spiderman o Chanoc que viendo pornografía. “Quesque porque es de escuincles”, dirían. Resumiendo, me encanta desempolvar esas viejas portadas, esos dibujos dignos de una exposición, el entintado, las letras con todo e interjecciones onomatopéyicas y sumergirme en la historia en donde los buenos ganan y el malo tiene un final horrible. Si es evasión de la realidad, por un rato, y para las tragedias que tengo que comunicar todos los días en las noticias, esa dimensión de bolsillo de escasas 32 páginas, se convierte en tiempo muy bien invertido para proteger mi saludo mental. Además de reconectarme con el niño despeinado de gafas y jeans desgastados, ¿qué tiene de relevante para explicar nuestros vacíos inconscientes seguir la historia del huérfano espacial en ropa interior y su club de la testosterona? Mucho. Un poco de contexto, como piden ahora los chavos (y qué bueno que lo hacen)…
En 1938, soplaban vientos de guerra desde Europa a pesar de que Estados Unidos públicamente no tenía intención de participar otra vez en ningún conflicto doméstico o ajeno. Judíos migraban desde el viejo continente por montones escapando del antisemitismo hacia un país que no la tenía fácil; estaba a punto de cumplir una década de la peor depresión económica en su joven historia. La gente estaba nerviosa, decepcionada, necesitada. Los campos no producían más que polvo y la moral apenas sobrevivía gracias a entretenimientos como el cine, su barata golosina las palomitas de maíz, el béisbol, la radio, que unía a la familia llegada la noche y la lectura, en la mayoría de los casos, de novelas baratas de misterio, fantasía y algo parecido a la ciencia ficción hechas de pulpa de corteza de árbol (de ahí el título de Pulp Fiction para la película de Tarantino). La prohibición había terminado cinco años atrás; Eliot Ness regresaba a casa y tanto pobres como ricos, ocultaban sus depresiones con el brebaje que se ajustaba a su presupuesto. Las mafias ya no traficaban alcohol, desde luego; ahora, como buenos empresarios que eran, son y serán, fieles a no poner todos los huevos en la misma canasta, trasegaban la heroína, marihuana, regenteaban casas de apuestas de todo tipo y esa forma de moderna esclavitud conocida en nuestros días como trata de personas en su modalidad de prostitución; los maridos sin empleo, aburridos, golpeaban constantemente a sus parejas en un brutal desahogo de frustración; la policía no paraba de extorsionar al ciudadano para cumplir con el porcentaje del capo local. Sodoma y Gomorra, la Gran Babilonia. Sí; la Biblia está repleta de alegorías y metáforas que describen la vulnerabilidad del espíritu humano cuando el hambre y la necesidad defenestran los valores que distinguen sociedades sanas. Parecía la corrosión de esa pujante Unión Americana surgida apenas siglo y medio y que había decidido en un solo año, el fin de la Primera Guerra Mundial. La situación pintaba desesperada, hasta que… ¡Arriba en el cielo! ¡Es un pájaro! ¡Es un avión!…
Esta historia continuará en: El regreso de los arquetipos o Jung se pone capa y ropa ajustada. No le cambien, amiguitos, porque Supermán no llega solo.
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