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Bitácora de viaje XLV

La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular.

EDMOND THIAUDIE

 

Lunes:

 

– ¡Es neta! La mano momificada que está en el parque La Bombilla es la de Álvaro Obregón.

– ¿Quién era ese wey? – Pregunta Quintanar, siempre risueño.

– No manches. Presidente de México, de los que ganaron la Revolución. Lo mataron cuando andaba de candidato para ser “preciso” nuevamente.  Ahí mismo, en el restaurante en donde está ahora el parque. Así se llamaba el lugar.

– ¿Ahí se lo echaron? – Duda Colorado mientras se atraganta con su sándwich de chorizo.

– ¡Sí! Lo mató un cuate que se llamaba Toral.  Se acercó haciendo la piña de que lo iba a retratar y de repente, ¡Madres! Le suelta de balazos…

Al otro lunes…

– Que sí, la de Neeeegraaaa, negra consentidaaaaaaaa, negra de mi vidaaaaaa la escribió Joaquín Pardavé, el del Baisano Jalil.

– ¿De dónde sacas tanta tontería? ¿Cómo crees? – Apuñala verbalmente el Gordo Cerro.

– También compuso la de Varita de Nardo, que siempre te cantamos.

– Ora, menso; el que se lleva, se aguanta…

Y al siguiente lunes…

– No, los tiburones sí duermen; eso lo descubrió un chavo en una cueva, en Holbox, Quintana Roo.

– Vete mucho hasta por allá, Manero. Lo estás inventando. – Muge el buen Chori Melgar. – El tiburcio se duerme y se muere, se va hasta el fondo. Lo dijo “Jaks Custó”.

–  Sí, pero los de Holbox encontraron la forma de ponerse a la entrada de la cueva por donde entra corriente hacia sus branquias para respirar mientras se echan una jeta.

– Ay, ya no ma…

Durante una buena temporada, en mis primeros años de secundaria, cada lunes le llegaba a mis cuates de la escuela con algún dato nuevo. Me daba pena decir no la fuente, sino la circunstancia en que lo había obtenido. Hoy ya no. La edad te obsequia con cierta cínica autoridad. En el otoño de tu vida, quedan pocos inconfesables; lo que hiciste, lo hiciste y sobreviviste a la experiencia. La noche para mí era una alegoría pintada por Hieronymus Bosch repleta de espantosos surrealismos o bien, un mirar por todos lados en la obscuridad, la porción del infierno de Miguel Ángel. Claro, todo aquello era alimentado con esa insana afición por mirar en la tele Galería Nocturna o cualquier película de terror que echaran en pantalla. ¿Cómo paliar la sensación de vulnerabilidad penumbral? La Radio. Solía colocar la grabadora AM/FM que me regaló mi padre debajo de la almohada y sintonizar cualquier estación hasta encontrar una voz humana; tan sólo alguien que me hiciera sentir arropado entre tanta obscuridad. Sí, ya sé que me leo muy dramático, pero, ¿qué quieren? A los trece-catorce años uno debe aprovechar el momento de ser intenso. Varios años después pagaría el favor a todos esos héroes desconocidos con mi propia emisión de radio nocturna.

Regresando a lo que mis cuates de la prepa tenían que soportar en mis peroratas de lunes, los domingos por la noche, no había más que buscar. A partir de las diez aparecía desde 1937 el programa que unía a México. Decía el terrible Bosley García que unía a México porque en el momento en que comenzaba, todo el país, o apagaba la radio y hacía algo distinto como dormir o ponían un elepé o caset hasta las once en que terminaba lo que consideraban como una tortura sonorizada. Beg to differ, diría el clásico, aunque tomando en cuenta que soy irredento defensor de causas perdidas, casi siempre le encuentro algo entretenido a cualquier tipo de libro, emisión televisiva, cinematográfica o radiofónica considerada por la crítica y el respetable – a veces ni tanto – público conocedor, como “basura”, “inmundicia”, “mamotreto infumable”, etcétera. No soy buen parámetro. Únicamente tal vez para los tacos al pastor, los cuales tienen su origen en Ciudad de México –aunque hay quien dice que en Puebla –  inspirados por los migrantes libaneses y su shawarma.

¿Ven? No lo puedo evitar.  Es como una compulsión. Por cierto, tanto lo de la asquerosa mano de Obregón, la Negra Consentida de Pardavé, los tiburones durmientes de Holbox como la paternidad – o maternidad – de los tacos al pastor, lo aprendí en el mismo sitio. Y ese origen lleva casi 87 años siendo el blanco del ninguneo en México.  ¿Habrá algún lugar en el infierno de la muerte civil para mí si digo que fui asiduo radioescucha de la Hora Nacional?

Ahora que el programa ha salido del olvido conversacional porque alguien descubrió luego de casi un siglo que la octogenaria emisión también tenía un uso proselitista, me animo a salir de ese closet radiofónico. ¿Qué prueba más contundente contra quienes critican el contenido del semanario que el que nadie –hasta ahora– haya levantado la voz porque desde Gobernación tiren línea ideológica sobre los contenidos del programa?  Sí, los tiempos electorales suelen ser muy curiosos. Le ponemos atención a lo que antes era invisible, casi casi una leyenda urbana.

Por cierto, ¿ya les dije que Pancho Villa era abstemio y su gran debilidad era cruzar la frontera y beber malteadas de fresa en las fuentes de soda gringas?

Iñaki Manero.

 

Iñaki Manero
  • Bitácora de viaje
  • Comunicador
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