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Bitácora de Viaje XVI

                                                      

           NO SE DEBE CONFUNDIR LA VERDAD CON LA OPINIÓN DE LA MAYORÍA  

                                                               Jean Cocteau

   En 2014 recibí una llamada del entonces editor de la prestigiada revista Rolling Stone; una publicación que inicia con el nacimiento del gran movimiento contracultural de 1967. Para quien no la conozca o la haya oído mencionar sin ni siquiera hojearla, es muy fácil concluir que por el nombre (referencia obligada a la canción de Dylan y a esa latosa banda londinense), debe tratarse de una revista que aborde temas musicales sobre todo de interés anglosajón. Nada más lejos de la realidad; la revista pretende ser una reivindicación multigeneracional a la necesidad de estar correctamente informado, siendo la música un aspecto del caleidoscopio y no necesariamente un eje central. Hecha la aclaración, como dicen los clásicos, razón de más para haberme sentido sumamente honrado al recibir la invitación para participar en el siguiente número, intentando explicar un trágico galimatías embarrado de corrupción y encubrimiento llamado Ayotzinapa. ¿Sabía en qué me estaba metiendo? No lo recuerdo. El caso es que le entré a la encomienda.

   Ocho años después, le sigo entrando. Porque así como los médicos tienen un acuerdo con la vida, los comunicadores lo tenemos con lo más cercano a una descripción de las cosas y sus causas, número uno, y número dos, a una reflexión personal e informada que se le pueda ofrecer a quienes nos hacen el honor de escucharnos, vernos, leernos. Lo que sucedió en Iguala, Guerrero esa noche del 26 de septiembre de 2014 y madrugada del 27, marcó un antes y un después al derecho público a la transparencia y la información; desgraciadamente, a pesar de los discursos, las promesas, fotos y reflectores, poco hay de nuevo para completar las piezas del rompecabezas y también rompecarreras políticas y rompevidas en libertad. Y por lo visto, pinta para ser un caso al que se le agregan, de cuando en cuando,  varios incendios que confunden – ¿intencionalmente? – el acceso a la verdad. 

   Como si leyéramos la sinopsis de una película para decidir si vamos o no al cine un  sábado flojo, la historia podría por encima y en una de tantas variantes, ir como sigue…

   Varios estudiantes de la escuela normal rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, secuestran camiones y exigen ser llevados a la ciudad de Iguala con la intención de seguir su camino rumbo a la Ciudad de México, presuntamente para unirse a la protesta en la conmemoración del 2 de octubre de 1968. Ya en Iguala, deciden ir a boicotear un acto de la esposa del presidente municipal, José Luis Abarca. Son perseguidos por policías municipales; algunos logran escapar, otros son golpeados y arrestados; se dice que uno muere y otro más es llevado al hospital, en donde se recuperaría más tarde.  Corte a…  la confusión, la desinformación y el juego de quién cuenta mejor una mentira para salvar el pellejo político.  Se presume que la policía de Iguala los entrega a sus colegas de Cocula, quienes a su vez, los turnan a miembros del grupo del crimen organizado denominado Guerreros Unidos, rivales acérrimos de los Rojos, con quienes pelean el cultivo y trasiego de la heroína hacia la capital de la República y más allá, tal vez hasta la ciudad de Chicago, en los Estados Unidos.  Es en este microuniverso cuando las cosas comienzan a rodearse de una niebla tóxica, fétida, a donde no pasa la luz. Arranca el baile de las mentiras, porque sería la última vez, luego de esta detención en que se vería a la mayoría de los 43 que oficialmente fueron detenidos por la “ley”.  En caída libre, la suerte de los estudiantes se pierde en la bruma y aquí entran de lleno las “verdades a modo”.  Una línea más o menos lógica relata que los delincuentes los ejecutaron, confundiéndolos con los rivales o presumiendo que entre los jóvenes había infiltrados del grupo antagónico; posteriormente, sus cuerpos  ocultados, quemados, desmembrados, quizás deshechos en ácido… Ante la falta de una eficiente, aseada y profesional verdad jurídica, a la hora de escribir este texto, agosto de 2022, tenemos dos “verdades históricas”.  La primera, producto de las conclusiones a las que llegó la entonces Procuraduría General de la República en el gobierno anterior y por la cual, hoy está iniciando proceso penal su responsable en el momento de los hechos.  Hoy, para evitar que el Ejecutivo meta las manos en la persecución de delincuentes, de Procuraduría pasa a Fiscalía y teóricamente tiene la autonomía que le faltaba a su antepasada.  El resultado: nada valioso. Mucha forma, poco fondo. La verdad histórica presentada recientemente por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, matiza, pero no aclara lo más importante: ¿En dónde están los 41 estudiantes que faltan? Y sí, deja más preguntas que respuestas aclaradas.

   Para no escribir notas a pie de página, dije 41 porque hasta ahora, la nueva verdad histórica no ha desmentido los hallazgos de algunos restos óseos que la Universidad de Innsbruck, en Austria, certificaron como pertenecientes a dos de los desaparecidos.  Ambas conclusiones, la de la administración pasada y la actual (luego de cuatro años de gobierno y de prometer que ahora sí se llegaría hasta el fondo), coinciden en que los muchachos fueron asesinados y sus restos esparcidos. ¿Cuál novedad? O como dicen por ahí, ¿de qué sabor quieren su atole hoy? 

   “Crimen de Estado”, sentencia Alejandro Encinas, subsecretario de Gobernación. Sí, el mismo que, cuando diputado, escondió a un hombre, Julio César Godoy,  acusado de narcotráfico, en su oficina de San Lázaro hasta que pudo jurar como diputado federal y gozar de fuero para posteriormente, luego que la Procuraduría pidiera su desafuero,  desaparecer.  Pero la palabra Estado (así, con mayúscula), tiene mucho margen de movimiento. Puede ser cualquiera de las instituciones que regulan la vida de una sociedad en un territorio soberano: policía, salud, ejército, gobierno…   ¿Son todos o hacemos excepciones a modo?  En la siguiente bitácora, le seguimos entrando porque el diablo, efectivamente, está en los detalles, o tal vez se nos olvidó ponerlo en la lista de presuntos culpables. El 2024 está más cerca cada vez.

               Iñaki Manero.

Iñaki Manero
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