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Bitácora de Viaje XX

UNA PRENSA LIBRE PUEDE SER BUENA O MALA, PERO SIN LIBERTAD, LA PRENSA NUNCA SERÁ OTRA COSA QUE MALA.

                                                              – Albert Camus

   El emisario regresó a punto del colapso, bañado en sudor, pálido; apenas su cansado cuerpo logró hincar la rodilla y mantener el equilibrio. Un prodigio de la resistencia humana, tomando en cuenta que llevaba tres noches sin dormir y había reventado igual número de caballos para ofrecer su información lo más rápido posible.  El tiempo apremiaba y se necesitaban datos preciosos y precisos que podrían hacer la diferencia entre el desastre y la permanencia del imperio.  Con la cabeza gacha, jaló aire un par de veces hasta que sus extenuados pulmones regresaran a una capacidad óptima para permitir el habla.  

-¿Y bien? – Preguntó el primer ministro. La cabeza del mensajero apuntaba hacia el suelo, pero de algún modo sentía la mirada del brazo derecho del monarca taladrándole el alma. Con esos ojos pequeños, porcinos, pozos negros, un abismo que prometía crueldad.  ¿De qué modo podrías ser el más cercano a Su Majestad sin haber perdido desde hace mucho cualquier apego por la vida ajena por cuidar la propia?

   – Mi señor…- La voz era débil, pastosa, insegura. – Las naves ya están en la costa. Varios han desembarcado… Las noticias no son buenas…

   – ¿Cuántos? ¡Habla! – Esta vez intervino el bajo profundo del emperador, que se había mantenido silente, obscurecido en la parte profunda del pasillo real, adonde no llegaba la breve luz de invierno que se colaba por el ventanal, sentado sobre el trono de roble y elevado más de un metro por la tarima. Nadie al nivel del monarca que solía dedicar un tiempo cada mañana a los asuntos que él consideraba importantes.

   – Alteza, perdón que sea el portavoz de tan ma…

   – Al punto, perro, que no tenemos tiempo que perder. Se te hizo una pregunta.- Bramó el ministro.

   –  Miles… Tal vez cientos de miles, mi señor. Nunca había visto un ejército de ese tamaño. – El resoplido que se escuchó del lóbrego espacio vital del rey, bien pudo haber pertenecido a un dragón agonizante. No era para menos; entre el dolor de gota que le enloquecía y la confirmación de sus peores temores sobre la sospecha de invasión que planeaba su hermano, ya no era ni la sombra de sus días de gloria. Con un gesto de su mano, dio por finalizada la entrevista con el mensajero. De rebote, el primer ministro con esa misma mirada le indicó a los dos tiesos guardias que esperaban pacientemente, atestiguando la escena. Como accionados por un resorte, tomaron al cansado noticiero de los brazos para sacarlo a rastras de la sala del trono.

   – Pero, pero…  ¿A dónde me llevan? – Preguntó angustiado.

   – ¿Acaso no lo sabes? –  Respondió uno de los soldados casi con un murmullo mientras se alejaban lo antes posible. – Vas al calabozo y tal vez mañana tus carnes serán picoteadas por los cuervos en el cadalso del patio.

   – ¿Por qué? ¿Qué hice de malo? – Su adrenalina producto del miedo casi podía olerse.

   – Porque has de saber, muchacho – dijo el más experimentado de los guardias – que Su Majestad solo espera buenas noticias de sus mensajeros. Al emperador, ni en pensamiento se le puede contrariar. ¿Por qué crees que el bufón real ha permanecido tanto tiempo a su servicio sin perder la cabeza? Qué lástima que nadie te instruyó antes de tomar el trabajo. Con suerte y solo te darán una paliza en público o te descoyunten, pero como están las cosas… – Los gritos, juran algunos cronistas, se pudieron escuchar rebotando por un buen rato en los muros de palacio.

   LA EMISIÓN DE LAS IDEAS POR LA PRENSA DEBE SER TAN LIBRE COMO ES LIBRE EN EL HOMBRE LA FACULTAD DE PENSAR.

     – Benito Juárez.

                                                   Iñaki Manero.

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Iñaki Manero
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