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Bitácora de viaje XXV

                                              

                  LA PRIMERA OBLIGACIÓN DE LA IGUALDAD, ES LA EQUIDAD.

                                                              Víctor Hugo

   El estadio estaba a reventar; se celebraba uno de los encuentros más esperados de la temporada. El clásico regional que definiría un galardón.  Desde luego, los precios de las entradas se encarecieron de manera descomunal desde que se anunció el partido.  En las calles de la ciudad, desde la avenida principal, hasta las vías más humildes, se extrañaba la razón por la que habían sido creadas.  Solo se movían las hojas de los árboles con alguna ráfaga de aire aquí y allá. Al acercarnos a las casas, el asunto cambiaba; la estridencia de la narración radiofónica y televisiva comprobaba que la fiesta era dentro de las casas, los talleres, los restaurantes. Quienes no habían obtenido boleto, se invitaban a casa de la familia y los compadres o aprovechaban el dos por uno de los bares y comederos locales para no perderse el espectáculo. Los medios masivos son, a veces, más socialmente unificadores que cualquier domingo de iglesia.  Pero, en cuestión de sociedades, también ocurre que no todos alcanzan a ser distinguidos con el privilegio de la asistencia presencial al estadio o de una casa con televisión, o bien, el chance de entrar a un establecimiento porque “nada más se puede ver con consumo de alimentos y bebidas”.  ¡Bueno! Hasta el dueño de la única tienda de electrodomésticos en la zona, cerró la cortina para irse a casa haciendo imposible el “vitrinazo”;  última oportunidad para quien no tiene recursos.

   Pepe, Rosita y Hugo estaban en esta situación. Ni boletos, ni radio (mucho menos tele), ni siquiera para tres refrescos en la lonchería. Papá y  Mamá habían salido a vender artesanías al pueblo vecino.  Los tres, sin nada mejor que hacer, rodeaban el estadio bardeado casi en su totalidad salvo por un pequeño hueco rellenado con  una barda a medio colocar de apenas metro y medio de alto; era la parte más vulnerable del edificio y custodiada por un guardia de seguridad que seguro estaba en el bar mirando el encuentro confiado de que nadie notaría su ausencia; vamos, sus jefes estaban adentro interesados en otras cosas.  Los tres hermanitos decidieron echar un vistazo. En la calle de enfrente, don Fortunato tomaba el aire y mordisqueaba una paleta para aplacar el calor. Era el dueño de la tienda de abarrotes y por lo visto, era también fuera de este mundo, ya que no gustaba ni de ver ni de practicar deportes. Miraba con curiosidad al trío. Era de esas personas que reparaban en lo irreparable. Sonrió, entró a su negocio y apareció con tres huacales de madera mismos que colocó cerca de los críos. Cuando fue descubierto, hizo un gesto de complicidad y volvió a cruzar la calle colocándose nuevamente en su portal, expectante.

   Pepe, adolescente, larguirucho, alcanzaba perfectamente a asomar la cabeza por encima de la barda que dominaba buena parte del campo de juego; Rosita y mucho menos el pequeñín Hugo, no habían llegado todavía a esa cita con la genética. Vamos, el más chico ni siquiera subiéndose a un huacal hubiera podido salvar el obstáculo. Mínimo lapso de confusión; todo estaba muy claro: una caja para cada quién y que se las apañaran como pudieran, ¿no es cierto?  La ley del más apto, le permitiría a Pepe mayor espacio, a Rosita, por lo menos, extender el cuello. Pero Huguito… ¿Qué? 

   Terminó el tiempo reglamentario. Un gran partido. Los hinchas del equipo ganador, a festejar al bar; los del perdedor, también a echar unos tragos, a olvidar y soñar con una futura victoria.  El guardia de seguridad, salía de la taberna satisfecho de afición, cacahuates y cervezas seguro de que nadie habría advertido su ausencia a la comisión asignada para ese domingo. En efecto, la pequeña barda lucía vacía, sin oportunistas. No es que le hubiera importado mucho.  En la vida, hay excepciones y pecadillos veniales; pequeñas justicias sociales, pensaba.  Pepe, Rosita y el pequeño Hugo, habían salido pitando luego de que el árbitro marcara el final, no sin antes tomar los huacales, cruzar la avenida y dejarlos, acomodados, eso sí, a los pies de don Fortunato que mantenía esa mirada pícara y en la mano, tres bolsitas con caramelos de anís. No hubo necesidad de agradecer.

   Don Fortunato despachó al último cliente de su tienda. Fue un buen domingo para las ventas porque muchos aficionados, acalorados, morían por un refresco y alguna compra de último momento para llevar a casa.  Cerró la cortina de metal por dentro; el ruido hacía eco en la calle silenciosa y ya obscura. Apagó las luces y casi tropieza con tres huacales. Sonrió. Mañana los ordenaría. Abrió una puerta al fondo de los refrigeradores, bajó con cuidado las empinadas escaleras y tecleó un código de seguridad en la puerta de metal cuya voluminosa cerradura cedió con un clic. Entró. La puerta de hoja gruesa, cerró automáticamente.  Don Fortunato se sentó frente a un iluminado panel de control repleto de comandos digitales. El  teclado virtual apareció frente a sus ojos. Sus dedos, extrañamente largos para esa constitución robusta, teclearon.

   SUJETOS DE INVESTIGACIÓN T1, T2, T3.

   FECHA SIDERAL: Y25/SIGMA/TAU

   VECINDARIO: SISTEMA SOLAR PLANETARIO, PARTE FINAL INTERNA GALAXIA ESPIRAL.

   INVESTIGACIÓN TIPO: EXPERIMENTO SOCIAL

   CONCLUSIONES FINALES AL EXPERIMENTO LLAMADO “TRES CAJAS”: BASADO EN LOS RESULTADOS OBTENIDOS EN ESTE ECOSISTEMA, CONSIDERANDO LAS VARIABLES Y FACILITANDO ELEMENTOS PARA RESPUESTAS CONDUCTUALES, ESTE INVESTIGADOR CONCLUYE QUE LOS HOMÍNIDOS HABITANTES DE ESTE TERCER PLANETA, DESDE ÉPOCAS TEMPRANAS EN SU DESARROLLO FÍSICO Y COGNITIVO, SON CAPACES DE RECONOCER LA DIFERENCIA ENTRE LOS CONCEPTOS DE IGUALDAD Y EQUIDAD; LOS DOS MAYORES ACORDARON CEDER UNA SEGUNDA CAJA AL TERCERO DE MENOR TAMAÑO.

   RECOMENDACIÓN : SEGUIR OBSERVANDO. HAY DATOS PARA CONFIAR EN UN BUEN PRONÓSTICO EVOLUTIVO A MEDIANO PLAZO.  FIN DEL COMUNICADO.

   Don Fortunato firmó su reporte y lo envió desde el ordenador cuántico. Descansó permitiendo recuperar sus facciones reales del mimetizador corporal y acarició sus adoloridas antenas.  Había sido una buena jornada para un sociólogo externo. Sí les dije que don Fortunato era de otro mundo, ¿cierto?

          Iñaki Manero.

Iñaki Manero
  • Bitácora de viaje
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