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Bitácora de viaje XXXII

“AMANDAAAAAAA…    ¡CIÉÉÉRRALEEEEE!”

– NIÑO OCHENTERO PASADO DE PESO.

 

Este grito de batalla sonaba en los ochenta. Con el menor de edad exigiendo que un adulto tuviera consciencia evitando que decenas de litros se fueran al drenaje y antes, en los setenta, una voz institucional sentenciaba: “Gota a gota, el agua se agota”. Advertencias aquí y allá han existido. Don Pedro Ferriz Santacruz nos recomendaba cantar canciones más cortas en la ducha. Los años ochenta, para nostálgicos como su servidor, se aprecian cercanos, no muy lejos y cada quien sus relativismos, pero ya con una población de 67 millones de habitantes, los científicos sin sesgo político, esos sufridos genios que tienen que hacer milagros con tubos de ensayo parchados y un presupuesto que más bien parece limosna, ya nos pintaban un panorama al cual se le ha dado la vuelta cada vez que “bajamos” la palanca de la taza del baño.  Lo ignoramos, lo negamos, lo ninguneamos. Porque nadie quiere pensar que está en las posibilidades futuras el abrir la llave del agua y obtener a cambio del sonido cantarino del flujo inodoro, incoloro e insípido (como nos enseñaron en la primaria que debería ser el agua), un silencio (que es la mitad de la definición de música) o cuando mucho, una discordante aspiración acuosa, un prólogo de una ominosa realidad.

Aunque, en este mundo de apariencias y distintas realidades, hay personas que ya viven con la idea de que las tuberías que circulan y reptan por los interiores de sus paredes, son invisibles adornos o refugio y santuario para toda una jungla de lo más pequeño. En resumen: llevan años sin recibir una sola gota en casa y tal vez su vecino de colonia obtiene ese flujo ámbar que más bien debería pertenecer a un laboratorio. La sopa primitiva de Oparin, pues. Ellos, viviendo en ciudades consideradas las más grandes del mundo, no alcanzan a recibir los privilegios que una familia de la sierra de Guerrero, por ejemplo, tampoco soñaría con tener. Son parte de los 15 millones de mexicanos (cifras oficiales) que no cuentan con servicio de entubado, alcantarillado y agua potable.  El aspirante a puesto público de ocasión llega un día, se toma la foto, hace promesas, da un discurso y… ¡se va! Como dice el tango, para no volver, ni siquiera, como dice otro, con la frente marchita.  Lograron su voto y nada más. Saben que ofrecer el servicio es imposible. Saben que no hay recursos; y al decir recursos, me refiero a naturales, porque los económicos están muy bien invertidos en campaña.  Y es que…  volviendo a la primaria y desplegando el mapa de la República Mexicana o Estados Unidos Mexicanos, nos encontramos con un destructor de mitos oficiales…

México, geográficamente, se encuentra en una excepcional zona llamada de transición entre las llanuras del norte del continente, y los pulmones selváticos del ecuador (no el país; si no, sería con mayúscula. Otra de primaria).  Esta situación nos regala versatilidad de climas como hermosas estampas invernales en Chihuahua o las ganas de tomarse un mojito para mitigar el calor mientras nos idiotizamos con los tonos de azul del mar cancunense. Ni qué decir del eje volcánico, los bosques de niebla en donde canta el fantasmagórico quetzal o sierras interminables en oriente, occidente y sur. Y desierto. Sí, mucho desierto. No tan desierto, porque alberga un frágil pero insustituible equilibrio entre flora y fauna que lo hace muy especial, pero desierto, al fin. Aridoamérica; esta zona recorre cerca de las dos partes del territorio porque viene desde Estados Unidos y termina cerca del centro sur de México. Sí, México, con todo y sus selvas por donde alegremente correrá el capricho maya, es un país árido. Para que entendamos, con muy poca dotación de agua, sobre todo en donde se ensancha el alguna vez llamado “cuerno de la abundancia”. El resto es la mesoamérica que por abundancia, aquí sí, de agua y clima distinto, brindó las posibilidades de las grandes culturas distintas a los grupos nómadas del norte. La fundamental diferencia: el agua. Y cada año, esa realidad negada por los más necios o más criminales, será agudizada por el cambio climático. En el 81.94 por ciento del territorio sufriremos por sequía buena parte del 2023. En estos momentos de febrero, ya está sucediendo y todavía no llegamos a, como dicen en mi pueblo, lo mero bueno del estiaje, según datos de la Comisión Nacional del Agua. Nada más pa´que se animen a entrarle al club de las canciones más cortas al bañarse, el 35.66 por ciento del país se encuentra anormalmente seco; 33.90 por ciento, con sequía moderada; 11.57 con sequía severa; 0.81, sequía extrema. Sinaloa con el 100 por ciento de todos sus municipios con algún grado de sequía y lo mismo para Nayarit y Durango. La península de Yucatán, sin ríos superficiales, históricamente, la mayor fuente de abastecimiento de agua son los cenotes, producto, dicen geólogos del trancazo sideral en Chicxulub, hace 65 millones de años; de acuerdo con Conagua, Yucatán junto con Tabasco, Campeche y Veracruz no entran, por el momento, en esta categoría de preocupación. Y si así fuera, el secretario de Gobernación, cómo no, ya tiene todo arreglado: Mandamos desde Tabasco agua para toda la República. Faltaba más. (Espacio para risas grabadas).

Regresando al mundo real, el Valle de México y el de Toluca no están mejor, y la prospectiva con números duros escapa cualquier arrebato patriotero, de esos que ocurren por lo general a las siete de la mañana desde Palacio Nacional. Las presas del sistema Cutzamala (El Bosque, Villa Victoria y Valle de Bravo, que abastecen una importante zona del Estado de México y de Ciudad de México, llevan un récord de 52 días casi sin gota de lluvia. El Organismo de Cuenca de Aguas del Valle de México seguro es opositor enemigo de la transformación del país, porque nos advierte que… “El Sistema Cutzamala cuenta con 411.8 millones de metros cúbicos de agua disponibles, equivalentes al 52.6 por ciento de almacenamiento, cifra que lo coloca en la peor crisis de la historia.” (En este espacio sí entrecomillamos lo que no es de nuestra autoría). No se enojen, somos parte del problema; no busquemos culpables cuando hemos sido cómplices.  Efectivamente, las administraciones han permitido que los cerros hayan sido devastados de vegetación que permite el que la lluvia complete su ciclo (como también aprendimos en la primaria) y se recarguen los mantos subterráneos que han abastecido con sus pozos, la castigada Ciudad de México y otras ciudades y pueblos del país. Pero…

¿Hay solución? Sí, desde luego. Depende de todos. Los simples mortales, María y Juan de a pie, todos los días. A pesar de que “los de arriba”, quienes toman decisiones supuestamente representando nuestras necesidades, estén ahora con la mente en el año electoral.  En nuestro día a día. Comenzando por hacerle caso al niño ochentero pasado de peso, al locutor institucional y a don Pedro Ferriz Santacruz. Dejemos abierta, y no cerremos, esa sí, la llave de las ideas, que fluyan. Y en otro espacio, las vertemos en un pozo de iniciativas sin restricciones y de libre acceso.

Iñaki Manero.

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Iñaki Manero
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