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De cuando en cuando sucede y hasta se torna necesario quedarnos con un palmo de narices al darnos cuenta que lo que dábamos por un hecho en realidad era una completa sucesión de errores o de posverdades, malas informaciones, teléfonos descompuestos… Así la frase con la que abrimos este espacio y que puede ser considerada como un buen ejemplo de consecuencialismo. Una acción puede ser correcta cuando el bien que genera a uno mismo o a los demás, supera en la balanza los males que podría acarrear.
En nuestro espacio radiofónico de las mañanas, comentamos el agrado que algunos sectores de la sociedad tienen por la interpretación de la máxima. ¿Es verdaderamente justificable lesionar, lastimar, dañar, vulnerar, engañar, defraudar para alcanzar una meta que garantice estabilidad social, económica, política? ¿Se puede alcanzar la felicidad comunal aún sabiendo que para lograrle dejaste una corona de miserias? El precio por un bien mayor, dirían políticos.
Y es justo al reflexionar en ocurrencias como “nos cayó como anillo al dedo”, cuando lo anterior adquiere más relevancia que la que quisiéramos admitir. Al momento de escribir estas líneas, México está a punto de llegar, cifras oficiales, a los 200 mil muertos por la pandemia. Se rebasó y con mucho la expectativa catastrófica de los 60 mil augurada por el subsecretario de Salud.
En vísperas de la Semana Santa, los días que le dan certidumbre a la existencia del catolicismo y de otras iglesias de inspiración cristiana, creyentes, ateos, agnósticos e indecisos, reaccionan a un extraño ADN que los impulsa de manera a veces irreflexiva a tomar carretera y lanzarse, según sus posibilidades y en ocasiones, a pesar de ellas, a cualquier agujero lo suficientemente grande como para llenarlo de agua y hacer fiesta. Playas, balnearios tierra adentro, albercas públicas o privadas. Todo vale para este ritual carnavalesco.
Sin hacer juicios de valor, cada quien sus creencias y la manera en que las manifiesta. Ante la insistencia del mantra universal “quédate en casa”, se impone la urgencia por sacudirnos la depresión del encierro prolongado mientras desconectamos el instinto de supervivencia. Y poniéndonos en el lugar de quienes tienen que tomar decisiones que tengan impacto en la vida de millones, la dicotomía entre prohibir el desplazamiento y observar cómo se desploma el pilar económico del turismo o arriesgarse a permitir un éxodo carretero y aeroportuario confiando en el buen comportamiento de una sociedad que no se ha caracterizado precisamente por eso, se antoja un callejón sin salida en donde, hagas lo que hagas, quedarás como el cohetero del pueblo: si detona, lo hace muy fuerte y si no, también fallaste. Se ha optado por el segundo camino, el de la indulgencia vacacional sin restricciones, porque “no somos un gobierno represor”. Honestamente no veo por qué permitir la existencia de leyes. Finalmente, todo se reducirá a no cumplirlas para mantener contento al “pueblo bueno”. El daño está hecho. No puedes exigirle al ciudadano falsamente empoderado que se ponga el cubrebocas para entrar al comercio o al restaurante, porque inmediatamente invocará el argumento “trespesino” (neologismo cortesía de mis amigos callejeros) de que estamos en un país libre, son sus derechos, el presidente no lo usa, etcétera. ¿Cuánto daño nos ha hecho la absurda ocurrencia plagiada del 68 francés “prohibido prohibir” que tanto le festejan al jefe del Ejecutivo? Por cierto, tampoco la inventó René Casados. ¿Miles, decenas de miles de muertos, hospitales saturados para mediados de abril? Y entonces… un par de meses antes de las elecciones en las que el partido en el poder y sus aliados se juegan la mayoría en el Congreso, aparecerán millones de vacunas y a una velocidad pasmosa, en logística inédita, se inmunizará a una mayoría suficiente como para romper la cadena de contagio para finales del verano. No es para escandalizar a nadie; se hace en todo el mundo. Los programas sociales, las iniciativas más populacheras y los apoyos de pan y circo despiertan del letargo en vísperas del gran derby político. También despertarán las millones de vacunas, no importa su procedencia y las promesas que se tengan que cumplir a otros países para obtenerlas “a préstamo”.
¿Valió la pena? El contar mil veces y en mil foros que ya domamos la pandemia y que la luz al final del túnel ya está cerca. Que los ingresos hospitalarios han bajado, que todo está muy bien y que gracias a nosotros, estás saliendo adelante. ¿Qué son 200 mil muertos y contando ante la futura felicidad de 126 millones que seguirán gozando de las bondades de nuestras decisiones? El mismo Maquiavelo escribió El Príncipe como un compendio de recomendaciones a Lorenzo de Médici para unificar la península itálica y sin embargo, a pesar de sugerir el poder estabilizador de la mano dura para restablecer la paz, nunca llegó a la osadía de afirmar lo que durante siglos se le ha atribuido. De vivir, voltearía indignado por la calumnia. No; El Fin Justifica los Medios no es del él. Quizás alguien quiso hacer un gran resumen de El Príncipe; quizás fue el mismo Napoleón quien hizo la anotación luego de su lectura o Blaise Pascal difundió la fake news sobre la supuesta autoría. O fue alguien con la suficiente falta de escrúpulos quien regó la pólvora sabiendo que no faltarían aquellos que hicieran un medio de vida y sobrevivencia el eternizarse en el poder a costa del dolor de, total, unos cuantos. Por cierto, hay todavía una recompensa de algunos miles de florines para quien identifique al autor. Seguro saldrán muchos candidatos.
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