Con un acelerado crecimiento, a veces desmedido y sin planeación, en particular en varias zonas del denominado pueblo de apoyo, encontramos hoy un destino con una vasta oferta en la industria sin chimeneas, con infraestructura de primer nivel, servicios turísticos que satisfacen las necesidades de los visitantes y cada vez más rutas aéreas que traen a turistas de todas partes del mundo, es decir, un destino con una importante conectividad, con un aeropuerto catalogado como el segundo con mayor tráfico del territorio y el que atiende a más pasajeros internacionales en todo el país.
Contamos, pues, con una exitosa marca mundial que genera una significativa derrama económica para el país; no podemos perder de vista que México captó el año pasado 19 mil 570 millones de dólares por concepto de divisas turísticas y 34.9 millones de turistas internacionales, de los cuales el Caribe mexicano aportó 19 millones. Además, tras la caída de Turquía, México subió a la posición ocho en el ranking de los principales países receptores de turistas.
Sin embargo, también hemos sido testigos del crecimiento de esta ciudad, desde el centro hasta sus zonas aledañas, sobre las que se han edificado una considerable cantidad de desarrollos habitacionales, muchos de ellos aún sin municipalizar, y peor aún colonias populares que nacieron de la irregularidad, lo que dio como resultado un crecimiento desordenado.
Con esta inercia, encontramos cada vez más plazas comerciales, más gasolineras, más bancos, más tiendas de autoservicio, centros de consumo, pero al mismo tiempo comenzamos a vivir un colapso en vialidades principales y horas pico con tráfico vehicular al que definitivamente no estamos acostumbrados, lo que demanda un urgente proyecto de movilidad.
Es ante este panorama, pues desafortunadamente no hubo ocasión o intención para conformar otro, en el que el tema de la sustentabilidad toma sentido, pues bajo la premisa de mantener un equilibrio entre el desarrollo y el entorno natural, social y económico, hay organismos internacionales, como es el caso de EarthChek, cuyo fundador, Stewart Moore, ocupa nuestra portada, que brindan mecanismos y dan acceso a planes, programas y acciones que pueden llevar a los destinos, a las empresas, a los gobiernos y a todos aquellos que desean un cambio de rumbo a cumplir el objetivo de procurar bienestar no solo a los visitantes, al entorno, sino a la comunidad en su conjunto.
Si bien es cierto que se hacen esfuerzos en el tema de sostenibilidad y los hoteles, parques, empresas, campos del golf buscan las acreditaciones para lograr un desarrollo sustentable tratando de implementar no solo un “a b c” de cómo debe hacerse, sino además una cultura bien establecida para lograr los objetivos, no podemos dejar de voltear a ver lo que sucede en la ciudad, en las casas de los camaristas, meseros, garroteros, bell boys, hostes, taxistas, personas de mantenimiento, cantineros, etc., que son quienes hacen posible el éxito de la industria sin chimeneas -principal motor económico del estado y el país-; en contraste, después de su día a día, al regresar a sus casas no cuentan con los servicios que deberían ser elementales para su bienestar.
La ciudad arrastra problemas que por años no han podido ser resueltos, uno de ellos, hablando de sustentabilidad, es la falta de drenaje en muchas zonas, que han generado el surgimiento de fosas sépticas mal habilitadas, lo que a su vez provoca contaminación en los mantos freáticos; la falta de inversión en materia de infraestructura sigue latente y no lo podemos perder de vista. El municipio experimenta un acelerado y desordenado crecimiento tanto en la infraestructura turística como en la urbana, que ha provocado vulnerabilidad en nuestro entorno y pudiera generar, a su vez, una crisis ambiental y hasta social a mediano o largo plazo.
¿Pudiera ser que en algunos casos se ha privilegiado el desarrollo económico en detrimento del ambiental? Otra pregunta también sería, ¿estamos a tiempo de cambiar las cosas? ¿Qué factura habremos de pagar?