Revista Latitud 21

¡Cuidado! Mucho cuidado en la autopista Mérida-Cancún

Por Elda María Peón Molina

Salimos de casa alrededor de las 3:20 p.m. hora de Cancún, del lunes 10 de abril (ayer). Para las 3:44 ya estábamos tomando la autopista de cuota, un poco tarde para mi gusto y con la amenaza de viajar con el sol poniente sobre nuestros rostros. Sacando cuentas, deberíamos entrar a Mérida, por muy tarde hacia las 7:20, hora Mérida, a donde llegaríamos vía Tizimín y Motul. Decidimos no volver a conducir en la obscuridad de la autopista desde que hace unos diez meses montamos una enorme piedra que se encontraba a media carretera, que dañó el mofle y nos pegó un gran susto.

El recibo de la caseta de El Tintal (foto) marca 15:19:39, porque, según me enteré funcionan con horario de la Ciudad de México. Dos o tres kilómetros más delante de la caseta sentí un fuerte sacudón doble, como cuanto las dos llantas pasan por un bache profundo. -Fue un bache -me dijo Miguel, mi esposo -No lo vi. El típico “traca traca” nos hizo caer en la cuenta de que una llanta no había resistido el supuesto bache. En ese tramo la autopista cuenta con un solo carril dividido en dos. Del lado del conductor circulaban una gran cantidad de camiones y detrás de nosotros venían muchos vehículos. Dadas las circunstancias, no podíamos parar porque habríamos causado una enorme carambola y no había acotamiento vial a nuestra derecha.

El Áltima siguió rodando a lo largo de tres kilómetros, hasta que, en el kilómetro 235 + 600 divisamos una entrada de camiones de la construcción del Tren Maya y pudimos salir de la autopista. Las dos llantas derechas estaban en el suelo. Serían las 4:25, hora Quintana Roo.

Los trabajadores de la futura subestación del tren fueron enormemente amables con nosotros, par de más que claros representantes de la tercera edad, pero no había mucho qué hacer. Llevábamos una llanta de refacción y el coche cargado. Para echarle más agua al caldo, la señal de Internet no era buena en mi teléfono. Uno de los ingenieros de la subestación nos ayudó a enviar mensajes. Nos dirigíamos a Mérida porque Miguel tenía agendado un estudio médico hoy, martes 11 de abril a las 12:00 i.m. para el cual era necesario ayuno de 4 horas, ni más ni menos. Todo estaba planeado. Desayunaría a las 7:30 a.m. y lo tomaríamos con calma. Yo tenía una lista larga de pendientes, que sigo teniendo y de la calma ni hablar.

La autopista tiene seguro. El daño lo había causado la autopista. Ellos eran los responsables. Esto soñaba yo. Me comuniqué al numero 800 del ticket. Después de dos llamadas ellos me comunicaron con quienes me debían prestar el servicio y que era la caseta que habíamos pasado recientemente. Expliqué mi situación. Me dijeron que me enviarían a alguien. Unos 15 minutos después llegó una camioneta blanca de la cual descendió Elí Esaú de Kantunilkín, brigadista de auxilio vial de la caseta, comentando con aire triunfal que había revisado el tramo recorrido por nosotros y no había encontrado ningún bache y que, para que el seguro aplicara, necesitábamos tener evidencia y no la había. Que podíamos recorrer con él el tramo para mostrarle dónde había sucedido (como si tuviéramos memoria fotográfica). Subí a la alta cabina de la pick up y me dirigí de vuelta a la caseta con el descubridor de planicies perfectas.

Dentro de mi plan con maña, aproveché ir al baño. No sabía cuánto tiempo permaneceríamos en la selva. De regreso, con una panorámica esplendorosa, tampoco yo llegué a divisar bache alguno pero de pronto fijé la vista en un par de lo que se me figuraron clavos gigantes clavados del lado derecho de la carretera. Le pedí que retornara para que yo le tomara fotos y mi conductor insistía en que esos no podían haber ponchado la llanta porque la banda de metal que bordea la autopista se hubiera llevado parte del costado del automóvil. En esa discusión estábamos cuando aparecieron, cual soldaditos de plomo enfilados para la guerra, una larga fila de pedazos de cabilla de fierro de unos diez centímetros de alto clavados en el pavimento, bordeando la autopista a lo largo de 40 pasos míos (por lo menos 32 metros). Al final de la fila había uno de esos fantasmas mal colocado y uno mas que yacía sobre el pavimento. ¡Eureka! Pero resulta que no soy Arquímedes. Por supuesto que no habíamos pasado sobre las cabillas. Estas habían roto la pared de las llantas. Era claro. Accedió Elí a que se llamara al ajustador de Quálitas, que es la aseguradora de la carretera. Me llamó la encargada de la caseta y me dijo que vendría el ajustador pero que yo llamara también al ajustador de mi seguro. Yo no entendía por qué. -Es un consejo, Señora, -me comentó. Unas horas más tarde caí en la cuenta que sabía bien su cuento la dama en cuestión.

La primera persona a quien había yo llamado fue mi cuñado David, y él fue el primero en llegar. No sé qué habríamos hecho sin él. Traía dos llantas y alguien más para ayudar a cambiarlas, pero no pudieron más que hacernos compañía, ya que se nos indicó que nada se podía tocar hasta que llegara el ajustador. Finalmente me avisó mi ajustador de GNP que ya venía en camino con la grúa. Un rato después me avisaron que también ya venía, desde Playa del Carmen. el ajustador de Quálitas. Entre ellos deberían llegar a un acuerdo, o eso pensé yo.

-Señora -me dijo GNP- No quieren aceptar que porque los de la caseta reportaron que su explicación no cuadra. Le propongo ir a la caseta a ver qué podemos arreglar. El Áltima ya estaba sobre la grúa. Mi cuñado nos ayudó a cambiar todo el equipaje a su coche. Las dos llantas que trajo se metieron a la cajuela del acarreado. Así nos despedimos de Don Rafael Núñez Díaz, velador de subestación que estuvo todo el tiempo pendiente de nosotros, y nos dirigimos a la caseta. Se hizo esperar la encargada y por fin salió para no dar su brazo a torcer. Con el alboroto llegaron unos cinco o seis elementos de la Guardia Nacional, quienes nos dieron la razón en cuanto les enseñé las fotografías, comentando el peligro que los mentados fierros significan para los conductores. No hubo poder humano que hiciera cambiar de parecer a la encargada, quien nunca había visto físicamente el lugar de los hechos. La Guardia Nacional me ofreció llevarse el coche al corralón e interponer una denuncia ante el ministerio público. ¡Sin coche uno o dos meses! Ni pensarlo.

El Áltima colorado entró al resguardo de las grúas hacia las 11:30 p.m. Llegamos a casa a la medianoche para desempacar el coche de mi cuñado, en el cual habíamos viajado desde el kilómetro 235 + 600 de vuelta a casa, de donde habíamos salido casi nueve horas antes.

Toda la mañana de hoy la pasó Miguel en el taller. Si tenemos suerte, en diez días tendremos el diagnóstico y el presupuesto para decidir si pagamos el deducible al seguro o si reparamos el coche por nuestra cuenta.

Lectores queridos, tengan cuidado con las piedras, los camiones, las curvas, las desviaciones, los clavos, los fantasmas y todos los demás peligros de la Autopista Mérida – Cancún, pero tengan más cuidado con la gente que maneja la autopista. El cinismo y la deshonestidad ilimitados representa un verdadero peligro.

 

 

Nota: adjunto fotografías de los fierros de la carretera, personal de la Autopista y Guardia Nacional, llantas y recibo de caseta.

Cancún, Quintana Roo, abril 11 de 2023

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