Revista Latitud 21

El maestro de la excelencia

Recuerdo vivamente esa noche de invierno cuando asistí hace más de 20 años al Autódromo de los Hermanos Rodriguez, en la ciudad de Mexico, a escuchar una conferencia de un personaje muy admirado por mí y seguramente también por las más de 35 mil personas que abarrotaban el sitio favorito de los amantes del automovilismo en el país. Una semana antes se había presentado en el mismo escenario Madonna, pero esa noche escuchaba en su lugar a un hombre de complexión delgada y de no más de 1.70 de estatura, que hablaba y motivaba con una fuerza y convicción que a todos nos tuvo absortos. A la salida, compre varios de sus libros, los cuales llegarían a tener una influencia determinante en mi formación personal y profesional por muchas razones.

La vida me dio la enorme oportunidad, pocas años después, de encontrármelo en Cancún cuando asistió a una conferencia y me lo presentó  un gran amigo en común, Oscar Cadena, lo que fue el inicio de una relación personal de cariño y admiración, solo comparable a la tuve por mi padre don Ernesto.

Recientemente, hace apenas algunos meses, sentado en un restaurante de comida peruana en la ciudad de México, le decía a ese hombre “… Miguel Ángel, no tengo idea de a cuántas personas les has tocado el corazón y  cambiado la vida, seguramente han de ser muchas más de lo que imaginas, pero lo que sé es lo que has influido en mi persona y las consecuencias virales que dicha influencia han tenido, a su vez, en más personas por mi conducto.”

Y es que, haber conocido a Miguel Ángel Cornejo influyó en uno de los momentos más importantes de mi vida, con una orientación hacia la realización de mis sueños, sin temor, con coraje y ambición, buscando la excelencia día a día en cada uno de mis actos. Hoy me atrevería a afirmar que mucho de lo que soy se lo debo a Miguel Ángel, a su palabra, su consejo, su ejemplo. La pasión que caracterizaba su hablar y su hacer, influyó sustancialmente en mi carácter emprendedor y apasionado como nadie en mi vida.

Y en esa última ocasión que pude compartir con Miguel Ángel un banquete de enseñanzas, de sueños, de ilusiones, de planes, de logros y frustraciones, en la que como un padre, como el maestro que era, se tomaba el tiempo para escucharme con paciencia y aconsejarme con rigor. En esa última ocasión pude expresarle mi cariño y mi admiración. Ese día, sin saber que sería la última vez que lo escucharía, me dijo “…. mi querido Lalo personas  como tú son ángeles enviados por el Señor para cambiar el mundo y yo, habré cumplido la misión más grande e importante si tú consigues también la que él te ha asignado”. Miguel Ángel, llevaba en el nombre lo que fue para mí y para miles de mexicanos y latinoamericanos que necesitábamos de alguien que nos enseñara a creer en nuestros sueños y a buscar la manera de realizarlos. Alguien como él es imposible que nos abandone, habrá de vivir en nuestra mente y en nuestro espíritu para siempre. En cada uno de mis logros como ser humano, Miguel Ángel, verás reflejada esa semilla de excelencia que sembraste en mi corazón. Gracias por haber sido mi maestro y por haberme hecho parte de tu vida. Siempre te recordaré y sé que donde estás, sigues siendo orgullo de nuestro gran maestro, Jesús.

 

 

 

 

 

Eduardo Albor
  • Carta del Presidente
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