En Quintana Roo no ha dejado de llover, y por tanto, de inundarse poblaciones que han sufrido las consecuencias económicas de la pandemia hace muchas semanas. Tampoco, en Quintana Roo, el gobernador ha dejado de empaparse para visitar estas comunidades, para intentar llevarles apoyo de alimentación y, sobre todo, la esperanza de recuperar ingresos.
Porque junto con las ayudas para damnificados por las lluvias, viene el anuncio de los primeros visitantes para un Sur que desde hace muchos años ha sido víctima de mal tiempo y mal empleo.
El lunes 22 de junio, el sur del estado entró en el semáforo que ha diseñado el gobernador Carlos Joaquín, en color naranja, con apertura de restaurantes y hoteles con cupo limitado. Se comenzó a regresar a una normalidad que no ha podido, siquiera, imaginarse en los tres meses de pérdidas y encierro que han despojado de casi todo a la mayoría de quintanarroenses que viven del turismo.
De esa actividad que en el centro del país no se entiende como esencial.
Al gobernador lo hemos visto informando qué sucedía, qué opciones había, cada día; con lo que ha logrado una comunicación de excelencia, sin intermediarios, sin estorbos dirían muchos. También lo vimos supervisando la capacidad hospitalaria, que como en el resto del país era lo que sigue de insuficiente, en toda la entidad.
Es, ha sido, un gobernador que trabaja. Que ha padecido la pandemia de salud, y también la económica, una crisis mayor a si un huracán hubiese devastado Quintana Roo.
¿Es mucho o es poco? Ha sido suficiente.
Y la gente lo ha entendido, su imagen se ha fortalecido enormidades. Y la virulencia de sus enemigos políticos también. En mal momento, porque lo que importa es encontrar una manera para que los habitantes del estado puedan llevar pan a sus mesas. Es el peor momento para atacarlo, para intentar armarle problemas, para actuar contra una persona que necesita de la unidad política para presentar sus razones ante el gobierno federal, para hacer entender al resto del país los problemas, gravísimos, del estado.
Cada día le buscan tres pies al gato, mientras que se transita, con miedo, con precaución, a la vida productiva. Ninguno, ninguna senadora, gana nada con lanzarse a lo bruto contra Carlos Joaquín. No es momento, ni en lo político ni en lo ético.
Entrar al color naranja es, definitivo, el principio de un larguísimo camino para recuperarse, es un esfuerzo que merece que si no ayudan, no estorben…