La primera vez que tuve la oportunidad de visitar China, ya hace más de 10 años, en 2002, lo hice por seguirle la corriente a mi amigo Rafael Obregón que me invitó a una excursión que organizaban Guayo y Dora Elia con un grupo de amigos de Cancún. Ahí tuvimos nuestra primera experiencia en un país del que ya se decía mucho pero se sabía poco. Muchas cosas me sorprendieron de los chinos y de lo que estaba ocurriendo en esa nación.
En ese entonces contaba más bicicletas en Beijing que personas; mas grúas levantando muros que edificios; más personas por metro cuadrado que hormigas en el Amazonas; más kilómetros de murallas que periódicos en Quintana Roo y más guerreros de barro enterrados que ambientalistas en Cancún. Sí, todo era en masa en el país más poblado del planeta.
Pero de todo eso, lo que más me asombró fue la respuesta de nuestra guía, una china muy agradable de 45 kilos que hablaba perfecto español, cuando recorriendo la plaza de Tian’ anmen le pregunté específicamente dónde había tenido lugar la masacre de estudiantes el 4 de junio de 1989 en esa plaza. Su respuesta, con una mezcla de asombro e indignación, fue que no existió tal masacre, y que todo eso eran inventos de los países del Occidente y de la prensa americana para desprestigiar a su gobierno. En otras palabras, cuentos chinos de los americanos. A mi mente vinieron dos opciones, o esta china verdaderamente se cree todo lo que su gobierno le dice o simplemente su actuación hace lucir a Meryl Streep como una amateur de telenovela venezolana.
La imagen de ese hombre con camisa blanca y pantalón negro, parado en medio de cuatro tanques de guerra en fila india y moviéndose hacia su derecha cuando el tanque lo hacía a su izquierda y de nuevo moviéndose a su izquierda cuando el tanque lo hacía a su derecha, con el simple objetivo de obstruirle el paso a ese máquina de guerra que pretendía evadirlo, esa imagen que vimos en la televisión en 1989 era el reflejo de la valentía de un hombre, un estudiante, que desafiaba un régimen. Nadie sabe dónde está ese hombre hoy en día. Nadie supo dónde terminó ese hombre que avergonzó y humilló al ejército más numeroso del planeta. Nadie lo ha vuelto a ver. Pero todos recordamos la imagen de ese estudiante cuyo valor será algún día reconocido en su tierra como hoy lo es en Occidente.
Y me viene a la mente este suceso porque después del 4 de junio de 1989 muchas cosas cambiaron en China. A partir de ese día nadie se ha vuelto a manifestar obstruyendo alguna vía pública en ese país, cuya economía mantuvo un crecimiento de dos dígitos en la última década del milenio anterior y la primera de este milenio.
Mientras tanto, en este país que tanto amamos vemos cómo un grupo de maestros, aquellos a los que confiaremos la educación de las siguientes generaciones, secuestran nuestra ciudad capital y con la mayor de las desvergüenzas toman el Congreso, el Senado, el Zócalo de la capital y obstaculizan las arterias más importantes, sin importar el perjuicio que esto le ocasiona a millones de ciudadanos que también tienen el derecho de libre tránsito que la Constitución nos otorga.
La ventaja de ser chino es que al tener los ojos tan pequeños no ven ni siquiera cuando un tanque de guerra está a punto de aplastarlos. Eso me hace pensar que muchos gobernantes en este país también son chinos. Y también china su madre.
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