Esa madrugada, los miembros de la familia real fueron despertados para pedirles que bajaran al sótano a refugiarse, pues una supuesta revuelta ponía en peligro su seguridad. La realidad es que, esa noche del 16 de julio, se había enviado un telegrama a Moscú que informaba a Lenin de la decisión de acabar con los prisioneros. Levantaron a la familia y a los sirvientes de sus camas, a la una y media de la madrugada, y Yurovsky, el encargado de la casa, les hizo creer que los enfrentamientos entre las fuerzas bolcheviques y las contrarrevolucionarias amenazaban la ciudad y que, por su propia seguridad, debían de bajar al sótano.
La familia completa y los cuatro sirvientes que les quedaban bajaron al sótano, en una habitación de tres por cuatro metros de la ‘casa del propósito especial’, como era referida entre los bolcheviques. Ahí, Yurovsky les leyó una declaración: “La Dirección General del Soviet Regional, satisfaciendo la voluntad de la revolución, ha decretado que el antiguo zar Nicolás Romanov, culpable de incontables crímenes contra el pueblo, debe ser fusilado”. Posteriormente, toda la familia y sus cuatro sirvientes fueron masacrados sin piedad ni misericordia, dando fin así a una de las más largas dinastías europeas.
Nicolás Romanov y la zarina Alejandra nunca se dieron cuenta de lo impopulares que eran. Vivían en otro mundo, en su propio mundo. Ese fue uno de sus más grandes errores, vivir en el engaño y no querer salir de ahí. Sucesor del zar Alejandro III, Nicolás asume el trono desde 1894 y los 23 años de reinado fueron de grandes desaciertos y tragedias personales y familiares.
Y mientras los bolcheviques hacían su revolución, en otro lado del mundo los mexicanos también hacían la suya. Al tiempo que Nicolás Romanov abdicaba en 1917, en Mexico se aprobaba una Constitución socialista y avanzada para su época, que pretendía establecer las bases para el desarrollo de una sociedad más justa y equitativa, que venía desgastada y desangrada de más de un siglo de guerras internas, desde el inicio de la lucha de independencia en 1810.
A 100 años de este trágico desenlace en donde culpables e inocentes fueron víctimas de la soberbia, el engaño y la traición, en un mismo mes de julio pero del año 2018, vemos la caída de otra dinastía, la de un partido que controlara la política mexicana por cerca de 90 años y cometiera muchos de los mismos desaciertos que provocaron la caída de los Romanov.
El PRI vivió en el engaño y no quiso salir de ahí. Quiso hacernos vivir en un engaño y que no saliéramos de ahí. Nunca quiso aceptar su enorme impopularidad, que solo hacía más que crecer y crecer, tratando de mantenernos en una mentira de que la modernización de Mexico y la aparente paz vivida se debía a sus gobiernos. Y al igual que los Romanov, finalmente cayeron.
Los siguientes 100 años después de la revolución bolchevique y la caída de la dinastía Romanov han sido de grandes cambios para Rusia, pasando por dictaduras como las de Lenin, Stalin, Kruschev y, ahora, la de Putin. De una manera similar, Mexico ha vivido una transición de cacicazgos, pasando por Huerta, Obregón, Alemán, Echeverría y Salinas.
Pero todo tiene su fin, y lo que a los Romanov les llevó 300 años al PRI le llevó 90. Bueno, hablo de instituciones y de dinastías, porque algunas otras cosas no tienen fin, solo evolucionan.
Y Rusia celebra el inicio de su revolución y la caída de la dinastía Romanov 100 años después con la organización de un gran evento, el Mundial de Futbol. Mexico también tendrá el suyo en ocho años, en 2026. Bueno, serán solo 97 años de la fundación del PRI para entonces.
Y es que no hay mal que dure cien años, ni México que aguante.
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