¿Cada cuánto tiempo cambiamos aquellos bienes que ya no nos sirven, o al menos que creemos que ya no nos sirven? Pensemos en un teléfono celular, un auto, una computadora, todas estas cosas están programadas para tener una vida útil, para empezar a fallar cada cierto tiempo y entonces buscar un reemplazo para ellas.
A eso, los expertos lo han llamado obsolescencia programada, es decir, que desde la construcción se “programa” una vida útil a un producto o servicio, y se sabe que en algún momento, debido a los cambios tecnológicos, dejará de funcionar y de ser compatible.
Esto ha dado pie a que cada vez más nuestra mente piense en un consumismo de corto plazo, en tener productos de usar y tirar, y en estar en un proceso de compra y de renovación continua, que tiene sus impactos en otros temas como la generación de residuos, por ejemplo.
Y a veces pareciera que cuando hablamos de turismo no dejamos de pensar en este corto plazo, en desarrollar servicios, empresas e incluso destinos con una visión de “usar y tirar”, y pensar que si nos acabamos el recurso, si los servicios públicos dejan de funcionar, si el destino es inseguro o ya no se vuelve rentable porque los precios han bajado, podemos entonces tirarlo y “comprar” o irnos a uno nuevo.
Pero nada más alejado de la realidad, principalmente porque en el proceso de desarrollo de los destinos turísticos hay una vinculación directa e irrenunciable con dos elementos que siempre tendrán consideraciones a largo plazo: los ecosistemas y la comunidad local, ya sea originaria o de nueva creación.
Por ello, si bien es cierto que es importante la creación en nuevos destinos y el impulso a ellos a través de programas como Pueblos Mágicos u otras inversiones, también es cierto que debemos trabajar en la consolidación de los ya existentes, que, finalmente, soportan la actividad económica no solo de sus regiones sino del país, y cuyo mayor activo son los recursos naturales.
Y en ese sentido es importante trabajar a nivel destino, de lo contrario las cosas no funcionan; pensemos por ejemplo en Cancún, un destino turístico que llegará a sus primeros 50 años en cualquier momento, y por ello será importante una renovación general del mismo en varios sentidos.
Si vemos la geografía actual de la zona hotelera, ha habido algunos cambios, renovaciones y modificaciones importantes pero individuales con el paso del tiempo, que permiten a los propietarios de empresas ofrecer una visita “más fresca” al paraíso, lo cual es muy bueno.
Sin embargo, si ese paraíso no se renueva por completo, las inversiones quedarán siendo oasis en medio de una infraestructura y un ecosistema devastado, y eso no es conveniente para nadie.
De ahí la necesidad de pensar en que un destino turístico no debe quedar obsoleto, no solo en sus inversiones individuales sino en las colectivas: sus playas, manglares, arrecifes, su infraestructura eléctrica, de abasto de agua y de tratamiento, sus programas de manejo de residuos, los espacios públicos, su interacción con la sociedad.
El principal destino del país no puede quedarse obsoleto, y aunque las inversiones ya están moviéndose a otros sitios, es momento de replantear el futuro de este lugar que ha dado tanto a todos, quienes vivimos y quienes no vivimos en él.
*Director general de Sustentur, con más de 15 años de experiencia en el diseño de estrategias de turismo sustentable para destinos, empresas y organizaciones en México y Latinoamérica.