El pasado 1 de julio, la voz del pueblo fue la voz de Dios.
No sorprendió el resultado, al menos a mí, pero sí sorprendió el marcador, incluyéndome a mí.
Con un padrón electoral de 89 millones de mexicanos, 10 millones más que los registrados en 2012, 63% salió ese domingo a expresar su voluntad, lo que no se veía desde las elecciones en el año 2000, cuando Vicente Fox se elegía presidente. Finalmente, con más de 30 millones de votos, que representaban más de 53% de los votantes de ese día, Andrés Manuel López Obrador fue elegido por una mayoría como el futuro presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Mucho se ha escrito de estas elecciones y muy poco puedo aportar en tan poco espacio y que sea novedoso. Las reglas son las reglas. Le gusten a quien le gusten. Y el candidato ganador salió victorioso con las reglas con las que todos jugaron. Le disguste a quien le disguste.
Y considero que las reglas no van a cambiar, pero sí algunas otras circunstancias tienen que cambiar.
La voz del pueblo se impuso y se seguirá imponiendo.
El día de las elecciones es, posiblemente, el único día en el que todos contamos por igual. Sin importar cuánto tienes, cuánto aportas, cuánto sumas o cuánto restes. Sin importar la edad, ni el género ni la especie, los votos se cuentan por igual y así seguirá siendo.
¿Cuál es nuestra lección más importante de esta elección entonces? ¿Cuál es el principal aprendizaje que debemos de cosechar de nuestro sistema democrático? Yo diría que precisamente eso debe de ser nuestra principal lección, que el sistema no habrá de cambiar y que, al momento de elegir a nuestros gobernantes, todos somos iguales en las urnas y los votos se seguirán contando por cabeza.
Pero, ¿en verdad no hay manera de influir en los resultados de las elecciones en una democracia tan básica como la mexicana? Por supuesto que sí. Al menos yo creo que sí.
Hay tres formas en las que podemos influir, y son: (1) educando a nuestro personal y a nuestros hijos en su responsabilidad cívica para analizar de una manera responsable y más profunda las opciones que tenemos, con los mismos elementos con los que nosotros contamos y con sensatez y cordura por encima de sensaciones y de emociones, (2) ser más participativos, no solo en la elección pero principalmente en la selección de los candidatos y (3) ser más exigentes y menos condescendientes con nuestras autoridades, para lo que tendremos que poder plantar cara sin deberla ni temerla.
Sí, la voz del pueblo es la voz de Dios y Andrés Manuel López Obrador nos enseñó a muchos de nosotros que también podemos ser la voz del pueblo y hablar por el pueblo, como él lo hizo y muchos de sus candidatos. Para ello, necesitamos entender al pueblo y ser parte del pueblo. Para muchos esta es la parte más difícil, pero o lo hacemos nosotros o alguien más lo hará por nosotros. Veamos.
PD. Feliz cumpleaños a mi adorada mujercita. Recuerda que la vida empieza a los 50.
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