Mi primer trabajo fue en el gobierno de un estado de la República y, tanto ahí como en posteriores cargos en la administración federal, siempre en contacto con emprendedores de todo tamaño de empresas, pude constatar lo determinante que son, para bien o para mal, los gobiernos locales, ya sean municipales o estatales, especialmente en lo que hace al desarrollo económico, que, a mi modo de ver, merece hoy la mayor atención. Sigo convencido de que en tanto no seamos capaces de generar suficientes empleos formales, bien remunerados y permanentes no habremos de solucionar muchos otros problemas, como son la violencia o el crimen organizado. Mientras no hagamos una realidad la igualdad de oportunidades, no seremos capaces de generar convivencia armónica y paz social.
Y en este orden de ideas, creo que para conseguirlo los funcionarios tendrán que, como dicen ahora los chavos, “cambiarse el chip y ponerse las pilas”, entendiendo en primer término que si algo se modificó radicalmente en los últimos lustros es la forma en que se produce, se crea valor y se compite. El mundo de hoy es uno donde el conocimiento y la innovación juegan un papel que antes no tenían. Un mundo en donde el Internet de las cosas o la economía compartida, por citar solo dos ejemplos, lo cambiaron todo, dando paso a un mundo en donde puede ser más importante en un par de años una startup financiada a través de un proceso de crowfunding que una empresa familiar con décadas de existir.
Recientemente participé en un seminario de innovación, auspiciado por Amplify (www.amplifyinnovation.com), la empresa consultora en innovación que dirige ahora Óscar, mi hijo, en Latinoamérica. Ahí, Ralph J. Rettler, presidente mundial de la firma, nos mostró las principales tendencias en el tema y nos dejó pensando alrededor de la complejidad del reto de innovar sistemáticamente. Del reto y la oportunidad que esto encierra. En este sentido, Quirino Ordaz, Omar Fayad, Carlos Joaquín, Alejandro Murat, Miguel Ángel Yunes, Martín Orozco, Alejandro Tello, Francisco García, José Antonio Gali o Marco A. Mena están obligados a innovar constantemente, creando más valor en sus territorios. Solo así evitarán que dentro de seis años se viva nuevamente el desencanto que reina con la mayoría de sus antecesores, que tantas esperanzas generaron.
El modelo de un distrito de innovación es una alternativa para atraer actividad económica a una entidad. Estos distritos son regiones altamente conectadas que ofrecen incentivos a la instalación de empresas e individuos capacitados que desempeñan actividades en un sector. Los distritos de innovación combinan un conjunto de startups e incubadoras. Las incubadoras delegan parte del riesgo de innovar sobre las startups a cambio de financiamiento e infraestructura. Para que este vínculo ocurra es necesaria una red de innovadores.
Una experiencia icónica en la creación de distritos de innovación es San Francisco. La instalación de Twitter, Dropbox y Zynga en San Francisco llevó a que compañías afines de servicios digitales se instalen en la ciudad. La actividad innovadora se instaló antes de la acción gubernamental. Luego de la instalación de las empresas, el gobierno de la ciudad reaccionó. La ciudad propone entonces ahora el fomento de festivales de tecnología y emprendimiento.
Podríamos seguir con páginas completas de ejemplos sobre la nueva forma de hacer las cosas, en el preludio de esta cuarta revolución industrial, pero mi intención es solo dejar flotando en el ambiente el cuestionamiento acerca de la forma en que los nuevos gobernantes están obligados a ver su papel en el desarrollo de sus estados. ¿Están en sintonía con los casos que cito líneas arriba? ¿Conocen estos términos y tendencias? ¿Están dispuestos a pensar y a ver las cosas de diferente manera? Si las respuestas a esto son negativas, me temo que entonces no ha llegado aún la hora de los estados de la República.