Obviamente, para ella, comerciante consumada, ese precio podría ser mejor o peor, dependiendo de que ella lo pagara o lo recibiera, o sea, de la posición que ocupara en la negociación respectiva.
Con esta singular anécdota familiar -que disculparán mis lectores- y esa ingeniosa respuesta, pretendo dar paso a algunas reflexiones sobre la inminente renegociación con los Estados Unidos de América del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y especialmente sobre lo que, a mi parecer, podría ser parte de la posición (nosotros comprando o vendiendo, diría la abuela) que debemos mantener y de la que puede depender lo que obtengamos finalmente.
Me motivó a tratar el tema la reciente publicación por parte del gobierno estadounidense de un documento en el que se resumen los principales objetivos que buscan en esta negociación. Sin dejar de ser un tanto imprecisos en algunos aspectos, nuestros vecinos ya dejan ver que buscan eliminar el déficit comercial con sus países socios como un elemento crucial. No abundan en el cómo lograrlo, pero ya que lo apunten genera preocupación.
En cuanto a productos industriales, se plantea preservar la apertura, sin agregar aranceles o barreras adicionales, mientras que en lo que hace al sector agrícola y agroindustrial buscarían eliminar cuotas y barreras técnicas para ampliar el acceso a productos norteamericanos en nuestro país.
En relación a las reglas de origen, se actualizarán y precisarán criterios para determinar de dónde viene cada producto y hacer más estricta la verificación y certificación (rastreo) para evitar contrabando técnico. Igualmente se busca eliminar medidas sanitarias y fitosanitarias, así como elevar el examen científico de las mismas y aumentar la transparencia y automatización en los procesos aduanales. En materia laboral plantea mejorar las condiciones de trabajo, incluyendo la libertad de asociación y negociación colectiva, eliminación del trabajo obligatorio e infantil y cumplimiento de leyes laborales básicas internacionales.
En aspectos monetarios se propone un mecanismo para evitar la manipulación del tipo de cambio para prevenir un ajuste en la balanza de pagos y ventajas competitivas en el comercio, mientras que, en lo que hace a la corrupción, pretende criminalizar actores corruptos gubernamentales. Finalmente (y muy preocupante), en lo que hace a la solución de controversias busca eliminar el capítulo 19, dejando mayor discrecionalidad para que Estados Unidos pueda aplicar unilateralmente sus leyes internas de antidumping, subvaluación y salvaguardas.
No nos lo dicen todo, ciertamente, pero sí lo suficiente para que, ante lo que esto nos significa en materia económica, nos preparemos a sentarnos en esas mesas de negociación con una postura digna e inteligente y sin dejar de tener listo un plan B, para la eventualidad, ya señalada por el secretario de Economía al Senado, de que el vecino pudiera abandonar dicho acuerdo.
Creo firmemente que esa postura debe partir de la exigencia de una visión integral de la problemática que vivimos cotidianamente como vecinos. Esto no sería nuevo. Ya en su momento, en la negociación inicial de este acuerdo comercial, nosotros accedimos a revisar paralelamente temas como los derechos humanos y la profundización y perfeccionamiento de nuestra democracia.
Ahora nos toca demandar que en temas como la política de migración se considere la importancia actual de la presencia hispana en aquel país, así como los dramas que se derivan del comercio clandestino de personas, que nos lleva a constatar casos como el recientemente difundido en que varios inmigrantes murieron dentro de un tráiler norteamericano, conducido por un chofer de esa misma nacionalidad.
No dejo de ser optimista de lo que podemos obtener de esta negociación, siempre y cuando nos despojemos, como lo hicimos en 1994 y los años anteriores, de cualquier complejo de inferioridad y seamos capaces de hablar de tú a tú, para hacer entender a los gringos que la seguridad en sus fronteras depende finalmente de la estabilidad socioeconómica de sus vecinos.