Bitácora de viaje XXXVII

por NellyG

 

 

ERA INVISIBLE Y ME ESTABA EMPEZANDO A DAR CUENTA DE LAS EXTRAORDINARIAS VENTAJAS QUE OFRECÍA SERLO. EMPEZABAN A RONDARME POR LA CABEZA TODAS LAS COSAS MARAVILLOSAS QUE PODÍA REALIZAR CON ABSOLUTA IMPUNIDAD.

– EL HOMBRE INVISIBLE, H.G. WELLS.

 

Recuerdo haber leído este clásico de la ciencia ficción a los 9 o 10 años.  Wells lo había publicado mucho tiempo atrás (1897), además de otras joyas de la especie,  como La Guerra de los Mundos y La Máquina del Tiempo. Junto con Verne y antes que éste Poe y antes que éste Cyrano de Bergerac, son los padres del género de anticipación o Ciencia Ficción, hoy título muy manoseado por quienes pretenden vendernos ese nombre ya contaminado con la fantasía y todas sus variantes (no me quejo, hay historias muy disfrutables como algunas que se presentan en cómics y en el universo de Star Wars). Por ser anticipación, ¿tenían estos escritores poderes especiales de adivinación como los viejos profetas bíblicos? Cierto, el viaje en el tiempo no es una realidad (que sepamos) o la invisibilidad, pero para allá vamos, según los prospectistas; también está la tan discutida y temida inteligencia artificial planteada por Asimov con sus robots positrónicos. La respuesta es no.  Lo que estos escritores tenían y tienen es un admirable sentido común para darse cuenta de lo que les rodea y en qué se puede convertir en el futuro inmediato o lejano. Porque la ciencia ficción no se trata nada más de tecnología, cohetes y alienígenas. No únicamente las ciencias físicas y biológicas; la psicología, sociología, política, antropología, derecho, teorías de la comunicación, son campo muy fértil para desarrollar ficción basada en la ciencia.  El género, para los escritores (quienes por fuerza deben tener conocimientos teóricos  y prácticos más que avanzados, (muchos de ellos tienen hasta doctorados, como Carl Sagan, recordemos su inmejorable Contacto de 1985), es una forma de comprobar hipótesis de trabajo y seguir elaborando en la teoría de una forma novelada y entretenida.  Si a la postre resulta comprobada, es ciencia y si no… es ficción.  O puede esperar todavía unos años en el cajón, como por ejemplo la teleportación de Star Trek; hay cierta factibilidad científica pero todavía no sabemos cómo regresar al capitán Picard al Enterprise sin que las moléculas de su cuerpo ocupen un lugar por otro.

Regreso al punto de partida con nuestro Hombre Invisible. ¿Quién no ha imaginado no ser visto y poder estar, con las precauciones necesarias en lugares y conversaciones prohibidas indetectable?  Seguro alguna vez, por mucho que la decencia nos cancele, la posibilidad perversa pasó por la mente. Algunos habrán ido más lejos considerando esta facultad como una manera de burlar las leyes y obtener beneficios no imaginados. O al revés, usarlos en bien de la ley y la justicia, como Sue Storm de Los Cuatro Fantásticos o los personajes de las series setenteras El Hombre Invisible y El Hombre Géminis (¿alguien recuerda el reloj que lo hacía desaparecer?).  Me quiero detener en un ejemplo clave sobre el prurito de actuar sin límite y cómo la ciencia ficción puede aplicarse en las ciencias sociales.

 

Nombrada casi igual que el original de Wells (To see the Invisible Man), en 1963 (recomiendo la adaptación que Dimensión Desconocida hizo para la televisión en 1985), se trata de un cuento corto del escritor norteamericano Robert Silverberg situado en un futuro en donde la dinámica del castigo corporal a la comisión de delitos ha cambiado radicalmente. Los sentenciados van libres por el país llevando una marca en la frente que todo el mundo debe identificar. Esta marca prohibe cualquier comunicación verbal o no verbal con el estigmatizado; éste podrá ira a donde quiera y entrar a cualquier lado pero será socialmente invisible para cualquiera salvo para drones que siguen de cerca el comportamiento de la comunidad en especial de los “marcados” durante el tiempo que dure la sentencia. Silverberg explora de manera profunda el proceso de alienación que experimenta el “invisible” cuando le es arrancado uno de los mayores bienes de nuestra especie: la socialización. Bien decían los abuelos que el desprecio mata más que el puñal envenenado.

Pero también invisibilizamos por decisión y no por coerción o mandato oficial. Moralmente nos sentimos ofendidos por la pobreza, la desigualdad, el maltrato, la prepotencia de las autoridades o su inacción y echamos mano del pensamiento mágico de que “si no lo vemos, no existe”.  Lo del gatito de Schröedinger es teórico, no nos vayamos con la finta.  La corrupción y el poder absoluto que corrompe absolutamente, como dijera Lord Acton, funciona como el manto de invisibilidad de Harry Potter. Permite, al contrario del cuento de Silverberg, que quien se arropa con él pueda torcer la ley a sus anchas sintiéndose invulnerable; pisar a los demás, estacionarse en lugar para personas con discapacidad, extorsionar comerciantes, matar perritos a balazos, fusilar a familias enteras o mentir descaradamente ante millones a pesar de que la falacia es más endeble que un mazapán. Cuanto más largo el manto, mayor percepción de invulnerabilidad, mayores monstruosidades, arbitrariedades y atrocidades.

SPOILER ALERT:

A pesar de ser un clásico escrito a finales del siglo XIX, habrá quienes tengan el deseo de leer la novela de Wells, así que si no quieren que se las estropee (ninguna de las versiones cinematográficas le hacen justicia, mejor lean), pueden dejar el texto aquí y les agradezco, como siempre y para siempre,  la atención a esta Bitácora.  Dicho lo anterior…

Griffin, el misterioso, resentido y acomplejado científico que descubrió la fórmula para conseguir la invisibilidad nos deja una lección que no hemos aprendido y tristemente seguiremos cometiendo los mismos errores: el poder no es para todos. La sensación de impunidad tiene un costo y una consecuencia y como sucede en las reacciones químicas, en las ciencias sociales también se llega a un punto crítico de tolerancia…

“- ¡Cúbranle la cara! – gritó un hombre-. ¡Por el amor de Dios, cúbranle esa cara! Alguien trajo una sábana de los Jolly Cricketers y después de haberle cubierto, le introdujeron en la casa. Y allí fue donde, sobre una sucia cama, en un dormitorio mal iluminado, rodeado por un grupo de campesinos ignorantes y excitados, capturado y herido, traicionado y sin inspirar compasión alguna, Griffin, el primero de todos los hombres que logró hacerse invisible, Griffin, el físico de más talento que el mundo ha conocido, terminó en infinito desastre su extraña y terrible carrera. “

– Herbert George Wells.

 

Iñaki Manero.

 

Iñaki Manero
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