Bitácora de Viaje XXVII

por NellyG

                                         

        LA VERDAD ES LO QUE ES, Y SIGUE SIENDO VERDAD AUNQUE SE PIENSE AL

              REVÉS.

                    – Antonio Machado.

   “Te informo que el nutrido contingente se dirige hacia la plancha del Zócalo en donde se prepara el mitin; elementos de la policía capitalina nada más están vigilando la marcha luego de que encapuchados hicieran destrozos y saquearan tiendas de conveniencia a su paso acompañando al grueso de los manifestantes que avanzan gritando consignas de manera pacífica. Volvemos contigo al estudio…”

   No importa cuándo leas esta narración del colega reportero; con sus matices, puede ser en cualquiera de las fechas señaladas como propias para este tipo de muestras de rechazo, condena, exigencia. Amparado desde luego por la Constitución, aunque siempre en constante choque con la garantía de libre tránsito que el mismo compendio de leyes señala. Al momento de escribir estas ideas, se lleva a cabo en Ciudad de México la conmemoración (para algunos será festejo, créanme, de que los hay, los hay), de la matanza de Iguala, Guerrero en su edición número ocho. Los protagonistas tienen ligeros cambios en el elenco: padres de los manifestantes desaparecidos y sus eternos líderes, simpatizantes de corazón como agrupaciones que buscan por los suelos del territorio nacional convertido en espantosa fosa común y desde luego, oportunistas que desde el principio han lucrado con la desgracia y que desde luego les importa un rábano lo que le haya pasado a los estudiantes. Desde el sexenio anterior, esta especie de miserable rémora, se mueve con promesas, reflectores y petición de votos con lo de siempre:  “esclarecer los hechos hasta sus últimas consecuencias, caiga quien caiga” y variaciones sobre el mismo tema.  El desfile se completa con curiosos, periodistas que van a informar y otros que van a aplaudir contando en sus crónicas lo bien organizado que estuvo y lo humanista del gobierno que les permite inundar las calles y avenidas con sus reclamos. Finalmente, salvo que alguien más se me vaya de la memoria, los más bajos en la pirámide: grupos violentos pagados por intereses y agendas secretas con el propósito de desvirtuar marchas de origen pacíficas como las feministas del ocho de marzo. Nadie los detiene, nadie los hace responder, con la ley en la mano, por la colección de delitos perpetrados a su paso y nadie lo hará.  El fantasma del 68 y ahora el espectro de Ayotzinapa, traen una losa muy pesada que podría ser, a la postre, la lápida de muchas carreras políticas. 

   La marcha concluyó hace unos instantes con un “¡Venceremos!” luego del mitin en la Plaza de la Constitución. Cada quien de regreso, sudorosos, extasiados. Ya volverán.  Algunos estuvieron presentes la semana pasada en el ataque al Campo Militar número 1, en Paseo de la Reforma. Ese Campo Militar que si pudiera hablar (tal vez lo haga) contaría, por lo menos, una historia como para quitar el sueño; de cómo estudiantes universitarios fueron llevados ahí, torturados y algunos asesinados y desaparecidos en 1968 por órdenes de autoridades que hoy, para mayor espanto, son ídolos de políticos en el poder del presente, alumnos de lo más rancio y podrido del pasado. De ese capítulo de la serie Me Dueles México que nadie hoy menciona desde Palacio Nacional intitulado “La Guerra Sucia”; cuando se perseguía guerrilleros en la sierra de Guerrero para mantener la paz priísta. Los atrapamos, los torturamos y los desaparecemos.  Se acabó y todos seguimos tranquilos.  Muchos de esos guerrilleros, recordando a Lucio Cabañas, salieron de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa.  Depende de qué lado estés de la narrativa, algunos les llamarán “luchadores sociales” y otros “viles delincuentes terroristas”. Hay algo de cierto en cualquiera de las dos expresiones.  Desde quienes denuncian las desapariciones de compañeros con filiación de extrema izquierda por parte de un sistema que se dice amigo de esa visión social, pero cuyas acciones más bien pertenecen a las paranoias stalinistas o devaneos fascistas, hasta los saqueadores de camiones repartidores de refrescos, papitas y pastelitos o secuestradores de vehículos de pasajeros con todo y chofer para transportarse en sus andanzas gansteriles disfrazados de auténticos luchadores sociales. Si se me permite la hipótesis – y a estas alturas de la demencia nacional todo puede caber -,  ¿sería muy descabellado presumir que exactamente eso es lo que pretenden quienes aprovechan la confusión para clasificar los movimientos estudiantiles pasados, presentes y futuros y sacar la mejor parte? El crimen organizado, lo sabemos, es ingrediente importante. ¿De qué magnitud? Hay una neblina que impide ver con la razón reposada.  Funcionarios de tres niveles de gobierno y en general, servidores del Estado (sí, Estado incluye ejército, marina, ahora guardia nacional, etcétera) involucrados en la detención, desaparición y muy probablemente homicidio. ¿Hasta dónde topan?  Un rompecabezas programado para desorganizarse justo cuando están por insertarse las últimas piezas y comenzar de nuevo.

   Han aparecido nuevos datos y a regañadientes de quienes quieren mantener el caos informativo.  Una filtración a la prensa que pone en entredicho la nueva “verdad histórica” que en esencia, no varía mucho de la anterior.  Es como ver una nueva versión de un clásico del cine que no ofrece mucho para hacerla atractiva. Nada novedoso. Las mismas mentiras, la misma olla con otros grillos mientras se siguen vendiendo como “diferentes”.  Cuatro años para pintar la misma fachada, que ayer era verde, de guinda, pero sigue siendo fachada. “Peña Nieto nos mintió, ahora que no se burlen de nosotros”. Palabras que escucho de los oradores al concluir la parte conmemoración, parte circo de este año.  Jalemos nuestra silla y esperemos cuál será el sabor del atole que nos querrán servir el año entrante. Mientras esperamos, el genial cínico Jacinto Benavente sentencia: “La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande”.  

   Iñaki Manero.

Iñaki Manero
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