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Bitácora de Viaje XXIV

La mejor manera de mantener la palabra, es no darla.

– Napoleón Bonaparte

 

Todos mienten. Dice el doctor Gregory House en la segunda fila. ¿Es la mentira inherente al ser humano?, retaría Voltaire, sentado en platea. ¿Gracias al engaño hemos armado una sociedad cohesionada? Se levantaría Desmond Morris para hacer escuchar su voz desde gayola.  Y si de repente alguien pone en la mesa de discusión el papel de las cosas no comprobables científicamente, digamos, religiones, pues…  por favor no me echen a andar.  Aunque, se parará indignada la señora con suéter amarillo visible a metros de distancia, “no confundamos mentiras con fe”. Y diría Dan Brown, llegando tarde y quitándose el grueso abrigo, que se trata más bien de la aceptación de lo que nos imaginamos que es verdad, aquello que es indemostrable.  ¡Yo lo escribí antes que cualquiera de ustedes naciera! – Vociferó el anónimo maestro de la ley judaica – ¡La fe es la garantía de lo que se espera, de lo que no se ve! Nuestra señora de amarillo inmediatamente certificaría lo anterior blandiendo su Biblia abierta en Hebreos 11:1. Solo, en un rincón, con su toga y su calvicie incipiente, el exprocurador romano Poncio Pilatos murmuraría entre dientes antes de dejar la sala discretamente, ¿qué es la verdad?

Dejemos nuestro auditorio cósmico y a su confundido maestro de ceremonias a quien ya se le salió de control la sesión. Retomemos ideas que angustian. Preguntas que millones han pensado, pero no exteriorizado por el miedo ancestral al dios vengativo, celoso, rencoroso. ¿Y si todo fuera mentira? ¿Y si todo lo que nos han enseñado los viernes, sábados o domingos en mezquitas, sinagogas o iglesias, fuera falso?  Peor aún: ¿Y si todo lo inventaron nada más para vivir del cuento a nuestras costillas?  Hablando de costillas…  ¿De dónde sacaron que se rellenó una costilla del primer hombre para crear a la (depende el texto) primera o segunda mujer? ¿Estamos ante uno de los más antiguos ejemplos literarios de control machista por medio de la fe?  Sería la duda de una militante feminista quien por cierto también acudió al evento.  Sí, la religión. Tiene una definición que personalmente me encanta y que no a todos satisface, pero me quedaría sin problemas con ella: religare, ligar, unir fuertemente. ¿Con quién? Podría inferirse de botepronto que con una fuerza creadora, cortes celestiales, ángeles, santos y todas las mitologías alrededor.  Pero no necesariamente. En la etimología no aparece Dios (con mayúscula o minúscula). Lo escribo con mayúscula porque tenemos un pacto bilateral de no agresión que, huelga decir, pocas veces respeto. Pero ha sido paciente.  Ligar, pues de manera fuerte entre quien lanza la oferta y quien o quienes se dejan seducir por el contenido de lo que sea: paraíso en el Cielo o en la Tierra, justicia para todos o… gasolina a diez pesos litro.

Es correcto; la política es cuestión de fe. Muy ligada a la mercadotecnia y la publicidad; nada más que en términos prácticos, se le llama propaganda que no está nada lejos del concepto de proselitismo religioso.  Hay quienes le venden arena al beduino y hay quienes ofertaban (¿ya no?) indulgencias plenarias.  Hay quienes venden el sueño de acabar con la corrupción, la delincuencia, la inequidad social y económica nada más llegar al poder.  Defecto de la democracia, dirían los cínicos. Es difícil transitar o trascender de un esquema despótico, teocrático, totalitario, absolutista, a la inconcebible de primera instancia, posibilidad de tener en tus manos las riendas de tu vida.  Tener la capacidad de decidir que ya no quieres el fatalismo de “así ha sido y así será”.  Y justamente esta ha sido la realidad de nuestra  América Latina.  Jefes tribales, incas, huey tlatoani, reyezuelos locales. Toda una fauna política gobernando a la llegada de los europeos que venían de sistemas similares: Reyes por la Gracia de Dios. La única diferencia está en el descubrimiento de tecnologías más eficientes para llegar, dominar e imponer más rápido en el nombre de ese dios y el rey elegido por derecho divino.  Si los mexicas hubieran tenido bestias de carga más grandes y fuertes que un venado, habrían utilizado el conocimiento de la rueda (por increíble que parezca, este invento universal se usaba para la elaboración de juguetes) para llegar más lejos con sus guerras floridas, posteriores sacrificios con degustación incluida y el concepto de la divinidad del tlatoani en turno.  Dejar de  romantizar esa sociedad y darle su dimensión real como seres humanos con pasiones y ambiciones, nos ayuda un poco a comprender que se trata de una naturaleza social de nuestra especie y no como hechos aislados victimizando al perdedor y lucrando políticamente, como ha sido desde hace siglos, con la idealización del pasado.  Un paseo rápido por la historia de México es más que suficiente para darnos cuenta que desde las épocas precolombinas hasta la caída del PRI en el 2000, no estamos acostumbrados intelectualmente a decidir por nosotros mismos, por triste que esto parezca.  Emperadores, Altezas Serenísimas, aventureros europeos, revoluciones que únicamente hacen cambiar de patrón y no de situación, dictaduras de partido. Hemos normalizado el fraude electoral y el ungido por el dedo del señor presidente como “el tapado”; hoy, “corcholatas”.  Justo cuando el poder ejercido por el voto popular  y teniendo uno de los sistemas electorales más caros del mundo para garantizar el derecho de elegir libremente va tomando consistencia como chocolate espumoso, algo surgido de las nieblas pretéritas, polvos de aquellos lodos instalados en el inconsciente cultural, vuelve a hacer clic.  Y por supuesto, la miopía histórica para seguir rindiendo culto a un ego. El fanatismo en cualquiera de sus presentaciones, religiosas, políticas, económicas, sociales, nos devuelve al casillero de la involución en donde seguiremos tristeando. Y lo más triste, pensando que siempre será la culpa del otro, del de atrás, del adversario.

Mientras tanto en el auditorio, que se ha convertido en una jungla de frases, dichos, máximas, condenas y salmos y el maestro de ceremonias ha decidido exiliarse en el camerino a tomar mezcal,  hay un asiento vacío con una nota firmada, dejada por cierta dama vestida de manera muy particular:

“¿Qué humor puede ser más raro, que el que falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro?”

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana.

Iñaki Manero.

 

Iñaki Manero
  • Bitácora de viaje
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