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Revista Latitud 21
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Eduardo Albor

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El año más importante

por Latitud21 Redacción 2 enero, 2017

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de cenar con un gran amigo mío en la ciudad de Atlanta. Un hombre que admiro por su espiritualidad y sabiduría, por su sencillez y su complejidad. Y en esa cena hablamos mucho y de muchas cosas, celebramos éxitos y logros de un año que agoniza, recordamos momentos de antaño que nos unen y compartimos frases y experiencias propias. Entre todo lo que hablamos, Neill Faucett me dijo una frase que se me quedó grabada como un tatuaje en la frente: “Eduardo, la gente que más amamos en ocasiones es a la que menos vemos”. En ese momento materialicé el efecto de esta frase y lo que me representaba, especialmente cuando apenas un par de meses antes habíamos vivido en mi familia la pérdida de una persona muy amada y querida por todos nosotros, don Mario Domínguez, padre de mi esposa y abuelo de mis hijas.

Don Mario fue un hombre que conocí por más de 30 años. Muchas cosas son las que aprendí de él: su amor por la vida, su dedicación por su familia, su conocimiento en la historia y su pasión por los deportes. Pero la más grande de todas las enseñanzas me la dio al final de su vida, y es el vivir con intensidad hasta el último momento, pues éste puede llegar en cualquier momento.

Más allá del dolor de la pérdida del ser amado, un evento como este irremediablemente te lleva a la reflexión. Nada te hace valorar la vida más que la muerte. Nada te hace valorar más la presencia del ser amado que su propia ausencia. Qué ironías.

Es por eso que cuando Neill me dice: “Eduardo, la gente que más amamos en ocasiones es a la que menos vemos”, realizo la importancia de buscar a todas esas personas que tanto amamos y decirles lo importante que son para nosotros.

Y es que siendo precisamente Latitud 21 una revista para emprendedores, los invito a emprender muchas iniciativas que impacten, no solo en sus negocios, aún más importante, en sus vidas y en la de quienes les rodean. Estas son algunas sugerencias: 1. Sonríe más y enójate menos. 2. Piensa siempre en positivo, es una cuestión de actitud. 3. Ocúpate más del momento y preocúpate menos del pasado y del futuro. 4. Disfruta a los presentes más de lo que extrañas a los ausentes. 5. Habla más y textea menos. 6. Dile a la gente lo importante que son para ti y demuéstraselos prestándoles atención por sobre las redes sociales. 7. Sé generoso con tu familia y con tu comunidad. 8. Sé agradecido con la vida y con Él, que te da todo, pero también con el que te quita algo, pues de ambos aprendes siempre, 9. Respeta las opiniones y sé tolerante, tanto como esperas que la gente respete las tuyas y te tolere.10. Ama incondicionalmente, pues es la mejor manera de poder realizar todo lo anterior.

Pudiéramos decir que el año que inicia, 2017, no es un año especial. No hay elecciones en los Estados Unidos de América ni tampoco habrá elecciones federales en México. No hay Mundial de Futbol ni Olimpiadas, más sin embargo a nosotros nos corresponde hacer del año que inicia un año muy especial, en nuestras relaciones con los seres más especiales. Al final, esto es lo que hará del 2017 uno de los mejores años de nuestra vida, se los aseguro. Enhorabuena y Feliz Año Nuevo.

Vox Populi, Vox Dei

por Latitud21 Redacción 1 diciembre, 2016

El 2016 no es un año como cualquier otro. Es un año bisiesto con 366 días que termina con tres grandes lecciones de democracia.

La primera, el jueves 23 de junio, cuando después de muchos meses de campaña en el Reino Unido se votara en referéndum su permanencia o su salida de la Comunidad Europea, de la que habían sido parte desde 1973. Se esperaba una votación muy cerrada en la que se jugaba el futuro de Inglaterra, después de más de 40 años de ser parte del bloque económico europeo. El coloquialmente llamado Brexit implicaría un parteaguas para Europa y el mundo entero, pues no solo representaba la posible salida de uno de sus más importantes miembros, también un posible precedente que pudiera servir de ejemplo a los movimientos nacionalistas en otros países. Las encuestas de salida arrojaban un muy apretado resultado a favor de permanecer, pero el resultado al final de ese día nos dijo lo contrario. Un 51.9% de la votación pedía la salida Vs. un 48.1% que pedía la permanencia. La voz del pueblo se impuso, a pesar de las voces de grandes personajes que pedían la reelección en el voto. Es el precio de la democracia. Un solo voto puede hacer la diferencia, sin distinción si ese voto es de un hombre o una mujer, de un joven o de un anciano, de un catedrático o de un vagabundo. Los votos son cuantitativos y no cualitativos. Así es la democracia y así nos lo demostró una nación con monarquía. Ríos de tinta siguen escribiendo sobre las consecuencias de esa salida de la comunidad europea, pero la gran triunfadora sin lugar a dudas fue la democracia, la voz del pueblo se hizo escuchar.

Meses después el mundo vivía un segundo ejercicio de democracia en este año del otro lado del mundo, en Colombia, que ofrecía la posibilidad de terminar con la guerra de guerrillas más antigua. El 2 de octubre el pueblo de Colombia tenía la posibilidad de hacer escuchar su voz y votar la aceptación o el rechazo a un tratado de paz, firmado días antes por el gobierno de Colombia con las FARC y que supuestamente daría fin a un conflicto armado iniciado en 1964. Parecía más que obvio que la paz ganaría. Dos generaciones en Colombia llevaban viviendo una era de guerrilla por uno de los grupos terroristas más sangrientos del mundo y por primera vez se presentaba una opción cierta de paz. Al final de ese domingo Colombia daba a conocer al mundo que el NO se imponía sobre el SI. Con una votación muy cerrada y por demás sorpresiva, el 50.2% votaba por rechazar el acuerdo de paz firmado con las FARC, por considerarlo injusto e inapropiado, contra el 49.7% de la gente que votaba por el SI. El gran ganador: el pueblo, que hacía escuchar su voz para marcarle el rumbo a su gobierno que finalmente respetó la voluntad del pueblo y, en días recientes, acaba de firmar un nuevo acuerdo de paz con las mismas FARC pero en condiciones mucho más justas y adecuadas que las anteriores.

Por último, el reality show con mayor rating en la historia de los medios masivos llegaba a su fin después de muchos meses, el martes 8 de noviembre. Ese día se votaba en los Estados Unidos de América la elección de su futuro presidente entre dos candidatos: Donald Trump y Hillary Clinton. El resultado dio como triunfador, contra todos los pronósticos y esperanzas, a un ganador Donald Trump, con un total de 306 votos electorales contra los 232 para la candidata Clinton. 56.9% de los votos electorales para el candidato Trump y 43.1% para la candidata Clinton. El gran perdedor de esta elección fue, sin duda, el pueblo. Un total de 64,200,000 ciudadanos norteamericanos votaron por la candidata Clinton y 62,200,000 por el candidato Trump. Más de dos millones de votos a favor de la candidata Clinton. En Inglaterra y en Colombia, como en cualquier nación del mundo democrático, la candidata Clinton hubiera ganado por así decidirlo el pueblo. No en los Estados Unidos. El ganador fue Trump y el perdedor, el pueblo. El 50.8% de los votos para la candidata Clinton contra el 49.2% del candidato Trump. Debemos de reconocer que los autores de este reality show cerraron con un final inesperado, que exhibe las deficiencias de un sistema que se ostenta de ser el defensor de la democracia en el mundo. La voz del pueblo calló. No se escuchó. Y no es culpa del señor Trump. Él no puso las reglas. Él participó en un juego cuyas reglas tienen más de 200 años de antigüedad, por lo que su victoria es inapelable e indiscutible. Pero estoy seguro que si los padres de esa gran nación: Benjamín Franklin, John Adams, George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton, John Jay y James Madison pudieran reescribir las reglas en 2016, en un mundo muy diferente al de hace 200 años, donde la tecnología permite  a los millones de votantes expresar con certeza y oportunidad su voto, pedirían un referéndum para votar una modificación a un sistema por demás arcaico. Y nos recordarían que el espíritu de su Constitución fue el de dar al pueblo la supremacía del poder. “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América. “  VOX POPULI, VOX DEI.

 

Un circo sin animales

por Latitud21 Redacción 1 noviembre, 2016

Escuchaba en las noticias un reportaje que hablaba de la posibilidad que tendrá la generación de los millennials de vivir 100 años, con los adelantos en la ciencia médica y la información que tenemos respecto a los cuidados personales y la salud. Alguien me decía que ahora se escucha de mucha más gente muriendo de cáncer y con Alzheimer que antaño, y eso es cierto. En la Edad Media nadie moría de cáncer porque la mayoría de las personas moría joven, antes de los 50, y los que morían de cáncer se responsabilizaba a otro tipo de enfermedad. Nadie padecía de Alzheimer por morir en edad joven, y los que llegaban a esa edad con Alzheimer se consideraba que padecían de enajenación mental.

Los avances en la medicina actualmente son, sin lugar a duda, uno de los mayores privilegios de vivir en esta época, y lo que nos llevará a un reto aún mayor que el de una muerte digna. El reto de una vida digna.

Una vida digna a la que todo ser humano tiene derecho y que implica: un techo que proporcione protección a la familia, comida suficiente para alimentarnos saludablemente, oportunidades de educación y de trabajo y, por supuesto, acceso a la salud. Todo esto suena simple pero es mucho más complejo de lo que siquiera pudiéramos imaginarnos y requiere de una cantidad insospechada de recursos, que cada vez son más limitados.

Es por ello que cuando pienso en las necesidades infinitas que se tienen que atender, me indigna profundamente escuchar o saber que existan funcionarios públicos y gobernantes que se apropien para su beneficio personal de los recursos que la nación les da en administración.

Me decía alguien que los gobernantes deberían de administrar los recursos con el mismo tesón y cuidado con que lo hacen los empresarios con su empresa y sus propios recursos. Yo no estoy de acuerdo en esto. Se requiere mucho más cuidado aún por ser recursos del pueblo.

Y es que aun un empresario que sea el dueño al 100% de una empresa no es el dueño al 100% de los recursos que genera el negocio, pues éstos son fruto de bienes o servicios en cuya producción participan proveedores, bancos, empleados y gobierno, que en su momento cada uno reclamará su parte. Un empresario con socios tiene una mayor responsabilidad de responder a los inversionistas que le han depositado la confianza de los recursos.

Pero en cualquiera de estos casos, el ámbito de responsabilidad se restringe a un grupo limitado de personas: la familia, los socios, los empleados, los bancos, los proveedores. Gente que confió en esa persona y que tendrán que asumir el riesgo que tomaron al poner sus recursos en manos de un tercero.

Entonces, ¿cuál es la diferencia con el caso de un gobernante? ¿No es acaso lo mismo? ¿No sería el uso inapropiado de esos recursos el traicionar la confianza de un grupo tal vez mayor o de la persona que lo nombre y quien le confirió esa responsabilidad?

En mi opinión no es así. Esos son recursos de la nación y que deberán de ser utilizados estrictamente para lo que han sido destinados, por lo que el desvío de dichos recursos no es simplemente un delito de fraude o de abuso de confianza. El uso inapropiado de estos recursos es simplemente una traición a su propietario, una traición a la Patria y como tal debería de ser castigado.

Y si con ese rigor se tratara el uso y abuso de recursos públicos conseguiríamos dos grandes beneficios al mismo tiempo. El primero, que existirían muchos más recursos disponibles para satisfacer las interminables necesidades del pueblo. El segundo, que las oficinas de gobierno y muy particularmente los congresos se convertirían en un circo sin animales donde la diversión se concentra en los payasos y en los malabaristas. Al final, eso es lo que está de moda, ¿no es así? Larga vida al rey.

 

 

 

Las mil y una noches

por Latitud21 Redacción 30 septiembre, 2016

Si me pidieran, como algún día lo hicieron con nuestro hoy presidente, que mencionara algún libro que haya influido en mi vida, mencionaría sin lugar a dudas esa maravillosa recopilación de cuentos árabes conocida como Las mil y una noches. Entraba a la adolescencia cuando lo tuve en mis manos, posiblemente tendría unos 12 años cuando compré este libro de más de mil páginas que aún conservo.

Las mil y una noches me transportaron a lugares tan exóticos como Arabia, Persia, India y Egipto con sus maravillosos cuentos, como Aladino y la lámpara maravillosa y, por supuesto, Alí Babá y los 40 ladrones.

El personaje principal de esta obra es una mujer llamada Scherezada, quien cada noche contaba una historia al Sultán sin terminarla, lo que le permitía un día más de vida pues el Sultán, quien había sido engañado por su esposa, decapitaba al día siguiente a la mujer que conocía cada noche, en señal de venganza por la afrenta sufrida. Es así como después de muchas historias contadas en mil y una noches, el Sultán se enamora de Scherezada y le perdona la vida, haciéndola su esposa para siempre.

Este libro influyó en al menos tres aspectos de mi personalidad. En mi afición por la lectura, en mi amor por los viajes y en mi fe en las personas. Para mí, una de las más hermosas enseñanzas de esta historia es que, por muy desafortunado que seas, siempre habrá la esperanza de un nuevo día, de un nuevo amanecer. Por muy defraudado o decepcionado que te sientas de alguien, siempre habrá una persona honesta que te devuelva la fe y la confianza.

Y así es lo que yo pensaba el pasado domingo 25 de septiembre, cuando asistí a la toma de protesta de nuestro nuevo gobernador, Carlos Joaquín González.

A diferencia de los tres gobernadores anteriores, a quienes conocí ya en el poder, a Carlos he tenido la oportunidad de conocerlo desde la adolescencia, cuando coincidimos en la preparatoria del Centro Universitario Montejo en Mérida, reencontrándonos posteriormente en Quintana Roo.

Su mensaje al pueblo de Quintana Roo en su toma de protesta fue claro y contundente, perfilando un plan de trabajo que busca crear oportunidades desde un gobierno transparente y honesto. Un mensaje que nos devuelve la fe en las personas y la confianza en las instituciones. Por supuesto que le creo, pues lo conozco, Carlos es un hombre tenaz, honesto y de palabra, como lo fue su padre don Nassim, y seguramente que trabajará en ese sentido.

Sin embargo, la única forma de realmente conseguir esa transformación que todos deseamos es con la participación de todos nosotros. Esta no es labor de una persona sino de todos los quintanarroenses. Esto no es responsabilidad de un grupo sino de todos los ciudadanos. Lo que todos queremos no son cuentos sino hechos. Lo que todos necesitamos son acciones que hablen más fuerte que las palabras y que nos demuestren que Quintana Roo sí tiene el gobierno que se merece, un gobierno justo, honesto y transparente, porque Quintana Roo es un pueblo justo, honesto y transparente también. Y lo conseguiremos, como diría nuestro gobernador, contra viento y marea. Enhorabuena Carlos. Tu éxito es nuestro éxito.

 

 

Medalla de oro

por Latitud21 Redacción 1 septiembre, 2016

El pasado mes de agosto finalmente llegó y, con ello, los Juegos Olímpicos de verano 2016 en la majestuosa ciudad de Río de Janeiro.

En medio de escándalos políticos y complicaciones sociales y económicas, Brasil sacó la cara por Latinoamérica, cuando por primera vez una ciudad de Sudamérica fuera sede de la competencia deportiva más importante del mundo, como son los Juegos Olímpicos.

Con una inversión estimada en más de 15 mil millones de dólares norteamericanos, estas justas olímpicas se encuentran aún lejos de los 19 mil millones que costaran las olimpiadas de 2012 en Londres y mucho más lejos de los 40 mil millones que costaron las de Beijing en 2008. Pero aún así los rusos le ganan la medalla de oro a los chinos con las olimpiadas de invierno que organizaron en Sochi en 2014 y que reportan haber costado 51 mil millones de dólares.

Parece que lo que naciera como una propuesta del barón Pierre de Coubertine de hermanar al mundo bajo el paraguas del deporte se consigue en plenitud cada cuatro años, excepto por lo que es el espíritu original de hacerlo sin ánimo de lucro.

Los Juegos Olímpicos de Río han sido una de las causas que tienen a Brasil hoy en día sometida a una recesión económica que les llevará varios años superar. Posiblemente no tantos como a Grecia, que en 2004 organizara los Juegos Olímpicos a un costo de 18 mil millones de dólares y que, 12 años después, sigue aún pagando la factura de tan irresponsable decisión.

En 2020 toma el relevo Tokio, que sorprende al ofrecer unas competencia olímpicas por apenas un poco más de la mitad de lo que costó Río, lo que nos hace creer que sí se puede organizar un evento como este, con responsabilidad y honestidad, sin tener que ser necesariamente una de las más grandes potencias económicas del mundo.

Finalmente, lo que se busca con este tipo de eventos es destacar la fortaleza del espíritu humano, la importancia de la disciplina en el individuo y la del trabajo en equipo en aquellos deportes que así lo requieren. Sigamos el ejemplo del espíritu olímpico en el plano empresarial, construyendo empresas que compitan sanamente y que, al final, sepan reconocer con dignidad su derrota y asimilar con humildad su victoria, contribuyendo al éxito de su sociedad.

Medalla de oro para todos los emprendedores mexicanos, porque cada día compiten en una carrera de obstáculos inimaginable, pero que, como Filípides, no se detienen en su carrera maratónica hasta llegar a la meta y poder anunciar la victoria. Aunque algunos, como Filípides, en ello dejen la vida. Finalmente, en algo teníamos que ganar una medalla de oro.

 

 

El Tatich

por Latitud21 Redacción 1 julio, 2016

Para los que somos yucatecos de origen, la palabra Tatich debe ser más familiar que para los que no lo son. Tatich es algo así como el patriarca, el patrón, el consejero. El Tatich no necesariamente es el dirigente ni el más encumbrado en la pirámide de jerarquías sociales. El Tatich era ese hombre confiable al que la gente buscaba por su sabiduría y por su experiencia, en busca de consejo, más allá de su riqueza y su poder.  Ese era don Nassim Joaquín.

Tuve la oportunidad de conocerlo en persona hace 18 años, en 1998, cuando abrimos Dolphin Discovery, en el Parque Chankanaab. Ahora me vengo a enterar que en ese entonces era un hombre de 81 años, pues nunca me pregunté por su edad, ya que don Nassim era de esos personajes atemporales.

Y precisamente lo fui a conocer, por introducción que me hiciera con él su nieto Nacho Ruiz, en busca de consejo. Su personalidad era en verdad cautivadora, su sonrisa confiable, y sus palabras acertadas. Muchas cosas me sorprendieron de  este hombre. Me sorprendió que a pesar de su experiencia y sabiduría, hiciera más preguntas de las que recibía. Escuchaba más de lo que hablaba y me hacía sentir importante, a pesar de que era 50 años mayor, y por supuesto mucho más importante y reconocido de lo que yo pudiera aspirar a ser.

Desde la primera vez que lo conocí, empecé a aprender del enorme valor de la humildad y de que un hombre vale más por lo que enseña, por lo que inspira, que por lo que tiene o lo que hace.

Pocos meses después de conocerlo y de visitarlo en un par de ocasiones, de interrogarme acerca de los delfines y sobre mi negocio, me invitó a La Habana, a celebrar su cumpleaños con un grupo de amigos que lo acompañaba para estar ahí con el embajador de México en Cuba, su hijo Pedro.

Recuerdo con claridad su sonrisa y el brillo en sus ojos el día que le llevé la fotografía enmarcada en grande de la primera cría de delfín nacida en Cozumel, en el 2001, y al que bautizamos con el nombre de TATICH en honor a su persona. En ese rato que lo acompañé en su oficina, en el segundo piso del centro comercial de su propiedad, le mostraba a todo el que llegaba a saludarlo la foto del bebé delfín que se llamaba Tatich, presumiendo que era el primer delfín nacido en Cozumel.

Ese día aprendí algo más de un hombre que tenía todo lo que pudiera necesitar, aprendí que disfrutaba cada día, cada momento y cada detalle de la vida, con una capacidad de asombro que solo encuentras en un niño o en un hombre de gran corazón. En cada oportunidad que tuve de sentarme a tomar un café en su tienda me preguntaba cómo estaban los delfines, me preguntaba por Tatich, me preguntaba cómo nos iba en el delfinario en Chankanaab y me preguntaba si había algo que pudiera hacer por mí. Y en cada encuentro me volvía a asombrar su sencillez, su humildad, su sabiduría y su generosidad.

Don Nassim era parte de esos hombres que el Señor envía para influir en este mundo y cambiar su entorno. Don Nassim fue hijo predilecto de su padre, quien nos permitió compartirlo por 99 años, pero ahora, su cumpleaños 100 lo habrán de celebrar juntos padre e hijo, con la mujer de su vida, doña Miguelina, y rodeado de mucha, mucha gente, a la que como a mí dejó huella en su vida. Bienaventurados los hombres humildes, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

 

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