- Carta del Presidente
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Cuando iniciamos esta cuarentena me preguntaba una de mis hijas si era cuarentena porque nos tendríamos que quedar cuarenta días encerrados en casa; pregunta que de manera natural e irreflexiva me hizo y que de la misma manera me sacó una carcajada.
Una de los mayores placeres en mi vida fue leer “Cien Años de Soledad, esa obra de arte de la literatura americana que inmortalizó a Gabriel García Márquez, hijo de Colombia pero adoptado mexicano. Cien años de Soledad me llevó tres meses leerla, pues era largo el viaje al mundo mágico de Macondo, pero más largo el regreso al mundo real.
Macondo, ese pueblo de 20 casas fundado por José Arcadio Buendía, al oeste de la Sierra Nevada y en las cercanías de la caribeña ciudad de Santa Marta en Colombia, es una representación de la América con sabor a café y cuna del realismo mágico de Gabo.
La primera vez que escuché la expresión de realismo mágico, se me hizo lo más absurdo e ilógico, una expresión irónica y sarcástica que busca mezclar el agua con el aceite, pues la realidad es la antítesis de la magia, y la magia, lo opuesto al realismo. Pero necesitaba descubrir o entender qué es el realismo mágico, por lo que me embarqué en el viaje a Macondo pensando que leer “Cien Años de Soledad” me ayudaría a entender este estilo de literatura que me resultó fascinante.
“Cien Años de Soledad” te lleva a un mundo surrealista, donde los espíritus son tan reales como mágicos los personajes. En verdad que me llevaría cien años explicar lo que es realismo mágico, aun leyendo “Cien Años de Soledad”, pero me llevaría mucho menos tiempo explicarlo si viajamos al Macondo de mi corazón, mi adorable México.
No se me ocurre nada más parecido a Macondo que México, la verdadera tierra del realismo mágico de América, en donde las mariposas son monarcas, los chapulines son héroes, los amantes se convierten en volcanes dormidos y la santa muerte encabeza los desfiles más vivos y coloridos de nuestra cultura. Un pueblo de héroes anónimos que luchan enmascarados en un cuadrilátero, como los médicos y enfermeras que luchan por salvar vidas con la protección de una estampita del Niño Jesús o un billete de dos dólares. México, ese gran país que me vio nacer hace 53 años, al mismo tiempo que la novela “Cien Años de Soledad”, es la auténtica inspiración del realismo mágico. Su magia sobrepasa la realidad y la realidad sobrepasa la fantasía.
Este primer día de julio del año de nuestro Señor 2020 entra en vigor el T-MEC, el tratado comercial más grande del mundo, que une tres grandes economías y que sustituye al Tratado de Libre Comercio (TLC) que hace 26 años suscribieron los mismos países. El T-MEC llega como respuesta a la embestida que hace Donald Trump a México y al TLC, y es el resultado de muchas miles de horas de trabajo de grandes mexicanos que defendieron nuestra nación de lo que hubiera sido un enorme colapso económico y se enfrentaron al presidente Trump, como el pequeño David lo hizo con el filisteo Goliath. El T-MEC debería haber sido ese avión Boeing 787 que llevaría a nuestro Macondo a volar grandes alturas, pero como diría nuestro héroe nacional, el “Chapulín Colorado”, no contábamos con la astucia de nuestro presidente mexicano, ese hombre que en lugar de tomar el control de esta gran nave y volar a los nuevos horizontes de un mundo global, decidió rifar ese avión y con ese dinero concluir la inconclusa obra de un tren que, hace ya casi 120 años iniciara Porfirio Díaz y con el cambio que sobre de la rifa comprar un par de zapatos a los ya casi 90 millones de pobres que viven en Macondo. Ese presidente que como no le gusta volar, decidió cortar las alas al águila real, símbolo de nuestra patria, para convertirnos en gusano de maguey.
Queríamos ser como Ícaro y volar alto, muy alto, pero ni siquiera nos dejaron intentarlo y alzar vuelo. Mejor se canceló el aeropuerto para que no volemos pues, ese personaje de Palacio Nacional, que nunca aprendió ni siquiera a hablar, decidió que volar es una ambición terrenal que nos aleja de lo espiritual. Toda esta gran tragedia mexicana, que haría lucir las tragedias griegas de Sófocles como lindas películas de Disney, inicia precisamente hace dos años, en un primer día del mes de julio. Un día que siempre recordaremos y que, como el 19 de septiembre que recordamos la tragedia de dos grandes temblores, quedará marcado en el calendario mexicano como un día donde la bandera mexicana deberá de ondear a media asta. El 1 de julio de 2018 es el día de la infamia y así será recordado por muchas generaciones mexicanas, como el primer día de nuestros cien años de soledad.
Eduardo Albor