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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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  BITÁCORA DE VIAJE LVI 

por NellyG 1 marzo, 2025

 

 

     “Nada los va a parar en búsqueda de sus sueños. se merecen todos y cada uno de sus éxitos”.

– MICHELLE OBAMA.

 

Me dolían hasta las pestañas. Habíamos caminado varios kilómetros desde donde cruzó la camioneta del gobierno de los Estados Unidos, hasta el Fuerte de Cochisse County, nunca perdiendo la pista del “otro lado”, de casa. Terreno agreste, la temperatura mortal de casi 45 grados celsius estaba bajando rápidamente; casi sincronizada con la forma en que el sol norteño o sureño, depende de dónde vengas, se iba escondiendo en un macizo montañoso imposible, casi pintado por algún escenógrafo. Y es que, efectivamente, para distraer la mente del cansancio, las piedras, las advertencias de nuestro guía, sobre no salir de la vereda y estar atento a cualquier ruido que se asemejara a una caja de cerillos moviéndose a gran velocidad (gran comparación; nunca se me habría ocurrido que hacen el mismo ruido las serpientes de cascabel), mi cerebro identificaba locaciones para mi próxima gran película de Western que jamás haría y por la cual ganaría carretadas de dólares que nunca vería y la noche del estreno en algún cine de Phoenix, con alfombra roja, caballo apaloosa y toda la cosa. Sí, la insolación ya comenzaba a afectarme.  No, no estaba cumpliendo una “manda”, ni soy flagelante dominico; si algo me ha enseñado esta profesión, combinada con alguna muy lejana preparación teatral, es intentar conocer no solo las motivaciones del personaje a reseñar, sino convertirme en sus ojos, sus oídos, su sed, su miseria, su proceso mental. Aunque, honestamente, sería imposible hacerlo del todo.  Lo que un migrante va cargando sobre sus hombros, puede sobrepasar y con mucho, la fantasía bíblica de cualquier aspirante al martirologio.  Para ese reportaje,  dejé muchos kilómetros atrás a mi hijo y a su madre. En casa. Los extrañaba. Sé que me reuniría con ellos en unos días al terminar la misión. Ellos, los viajeros sin opción, no. Ellos no tienen certeza de nada.

El hueso blanquedo, perfectamente limpio por los depredadores y las hormigas, brillaba con los últimos rayos de sol. En este caso, pertenecía a una vaca perdida de algún rancho cercano. Pero bien pudo haber sido (y es que los hay, muchos), de quien era hijo o hija de alguien, padre o madre de alguien, pareja de alguien. Hoy son huesos de alguien buscados por quien o quienes quieren darle certeza a su dolor. Un héroe desconocido que salió a morir por su familia cuando no había nada más que perder.

Atrás, en el Sásabe, a mitad del calcinante desierto de Sonora, en Sonora, el grupo Beta del Instituto Nacional de Migración, había rescatado a una mujer de unos cuarenta años, deshidratada, punzada por la brava flora local y ya rodeada y a punto de ser devorada por un grupo de coyotes. Apenas nos pudo balbucear su nombre: Sara. Venía de un grupo de nayaritas y el pollero la engañó diciéndole que caminara unos kilómetros hacia el norte y ahí estaba Los Ángeles en donde ella se reuniría con su primo Gabino, que le daría trabajo en una lavandería de chinos. Sus compañeros de odisea jalaron para otro lado. Sara creyó en los traficantes de seres humanos; de no ser por el providencial rescate, habría sido parte de la estadística o tal vez no. Es difícil decir cuántas víctimas de la invisibilidad política siguen aguardando una justicia que no se nutre de puras promesas.

Es 2004 entre Sonora y Arizona y ya en el Fuerte Cochisse del ejército de los Estados Unidos compartido con la Border Patrol. Está anocheciendo y me acerco al filo de una cuneta que ahí, es todo lo que separa a ese país de México. Qué fácil habría sido brincar, sin mucho esfuerzo hasta el otro lado y sentir que ya estaba en casa. Pero, ¿de verdad hubiera estado en casa?  A lo lejos, Douglas y su ciudad hermana fronteriza Agua Prieta, ya empezaban a encender sus luces, como cocuyos estáticos, detenidos en una fracción de tiempo. Bill, el guardia fronterizo del Homeland Security, responsable de nuestro grupo de periodistas, me llamó en voz baja, en tono tranquilizante pero firme. Me pedía que me retirara de ahí despacio… muy despacio caminando hacia atrás sin perder la vista de los huizachales que adornaban aquí y allá la planicie mexicana. No quise preguntar el porqué de la interrupción en mi momento de reflexión sociológica. “Te están viendo. Son cinco y vienen armados”, me dijo el pelirrojo expolicía de Chicago en un casi perfecto español. “Son polleros. O narcos. O ambos. Go figure. Los tenemos detectados desde hace unos minutos”.  “La semana pasada nos hirieron a un compañero nada más por pararse a fumar un cigarro cerquita de donde estabas; nunca te acerques así a la frontera. Esos no respetan ni a sus paisanos. Ten cuidado, bro.”

Es casi la misma hora, 18:56, pero de un miércoles de febrero de 2025.  Y descubro que casi automáticamente he redactado lo anterior dejando libre la memoria. Hoy las cosas en esas dos realidades no han cambiado mucho. El narco se ha vuelto más virulento y los Estados Unidos han endurecido su política migratoria como lo hicieron en 2004, unos años después de los atentados del 11 de septiembre. Vicente Fox recordará en su rancho de San Francisco del Rincón, tal vez con mucho coraje, cómo los actos terroristas detuvieron lo que habría sido el acuerdo migratorio del milenio con el presidente George W. Bush, y al contrario, catapultó la realidad fronteriza a niveles de control hacia los migrantes latinos como pocas veces se había visto desde la Segunda Guerra Mundial.  Como dijera el enorme y siempre citable hasta el plagio Mark Twain: La historia no se repite, pero a menudo rima. Me queda la pregunta que no abandona mi cerebro desde hace más de veinte años. ¿Quién es el enemigo? ¿Las políticas de qué país orillaron a tanta gente buena a abandonar su tierra, su familia, sus muertos, sus tradiciones para vivir una novela de terror en donde quienes deberían cuidarte te exprimen, te atracan, te violan y te dejan a merced del sol y los carroñeros de cuatro y dos patas? Y encima te urgen a que mantengas la economía con el dinero que hipotéticamente mandarías, claro, en caso de que sobrevivas y pases las pruebas como el héroe griego en los infiernos. Pero no te preocupes; ahora que el malvado gobierno gringo te repatrie, te daremos atención médica, dos mil pesos y te buscaremos una chamba bien remunerada. El paisano que corta el césped en una mansión de Beverly Hills, levanta la ceja al escucharlo y piensa… “Ah, chingá. ¿Y por qué no lo hicieron antes de que me viniera para acá?”

Iñaki Manero.

 

 

Bitácora de Viaje LV 

por NellyG 1 febrero, 2025

 

 

   “América está abierta para recibir no sólo al extranjero opulento y respetable, sino también a los oprimidos y perseguidos de todas las naciones y religiones”.  

                                                                  -George Washington- 

 

 

Hace unos doscientos mil años salimos caminando (en dos patas) desde África cruzando un mundo que ya comenzaba a ser un poco incómodo a pesar de que nuestra tez muy morena nos ayudaba a sobrellevar las andanadas de ese sol despiadado. Habíamos aprendido a fabricar extensiones de los brazos y la postura erguida (hay quienes dicen que uno de los abuelos más, más antiguos, se cayó de un árbol y comenzó a explorar; para entonces, su pelvis había cambiado la postura y le permitía mirar por encima del pasto crecido a diferencia de otros primos lejanos. Desde entonces, no hemos parado).

¿Qué nos hace echar para delante? La mayoría es por necesidad cuando se agotan los suministros que la Madre Tierra provee. Somos grandes depredadores y la consecuencia a nuestros actos no es algo que nos quite el sueño. Como especie, somos cortoplacistas. Acabamos con algo y a lo que sigue. Sólo nos quedamos quietos cuando descubrimos que llegamos a donde las cosas son engañosamente inagotables, hasta que se agotan. Por eso caminamos y caminamos hacia el norte, hacia el oeste, hacia el este hasta topar con el mar y nos juramos que ni siquiera esa gran extensión de agua repleta de variedades nos impediría en algún momento seguir por ahí. El clima nunca nos detuvo; muy al contrario, revolucionó el ingenio para lograr dominarlo, conquistar el sofoco de la bola de fuego en el cielo o el sueño de la muerte cuando el manto blanco cubría todo. Llegábamos, conquistábamos y seguíamos adelante. A veces conquistábamos, nos quedábamos y buscamos más. Cuando descubrimos la agricultura en tierra fértil y la dominamos, permanecimos, pero siempre buscamos más. Somos migrantes.

Y no paramos hasta que llegamos a una tierra prometida de donde mana leche y miel. Sobre todo, cuando venimos huyendo del hambre, el frío, la pobreza, la falta de oportunidades, el imperio de la maldad y la inequidad. ¿Tal vez olvidé decir que tenemos la capacidad de soñar, de romantizar e idealizar? De repente, lo que podrían parecer defectos, se convierten en virtudes; se tornan en resiliencia. Muy pocos son los que despiertan una mañana y dejan familia, tierra, muertos, ilusiones, amigos y sueños rumbo a lo desconocido o a lo tristemente conocido. Luego de siglos de Polo, Cortés, Pizarro, Magallanes, Cook, Amundsen, los linderos, los límites quedaron más que establecidos. Así mismo las posesiones, las marcas geográficas y las advertencias. De aquí hacia adentro, es mío. Si quieres venir, avisa; si entras sin permiso, me veré en la penosa necesidad de…

Hasta el país más amigable del mundo tiene reglas del juego impuestas por una lógica social, económica e incluso de salud pública. Necesitamos vivir ordenados y censados.  Lejos quedaron aquellos siglos – oh, dioses – en que lo único que tenías que hacer era matar al otro y quedarte con lo suyo. Hemos complicado los procesos con molestas leyes migratorias, pasaportes y si se torna molesto o peligroso el visitante, visas engorrosas, detenciones, deportaciones, fichajes. Tuvimos que ponerle reglas al juego. ¿Vienes a visitarnos y a dejar tu dinero? Bien. Nos inventamos el turismo y lo profesionalizamos para que tu visita resulte agradable y nos dejes tu dinero, que será utilizado en – esperamos – mejoras para nosotros y para los que son como nosotros y que viven dentro de las mismas fronteras a veces físicas, a veces imaginarias, pero bien delimitadas. ¿Quieres vivir con nosotros? Mmmm… déjame ver. Haz tu solicitud y entrégala en nuestra representación del lugar en donde moras. No nos llames, nosotros te llamamos. Somos hijos del caos. No podemos parar de movernos. Por las buenas o por las malas. Sé por buena fuente y me han contado que en tu casa se vive mejor que en la mía. También sé que todavía hay lugar. Anda, déjame entrar, me portaré bien, sé trabajar duro y te ayudaré a que tu casa se haga más grande y más bonita. Ponme a prueba. Quiero ser de tu familia. ¿Cómo que no aplico? Pues entraré cuando no me veas. Por la noche, de madrugada, cuando te distraigas. Tu casa está llena de gente que viene de otros lados; yo nada más llegaría a confirmarlo.

Y por supuesto, no, no es así de sencillo el diálogo. La realidad es más compleja. Está llena de siglos de persecución, sufrimiento, hambre, enfermedades, políticos corruptos, regímenes represores, crimen incontrolable, cosechas destruidas, cambios en el clima, abandono.  Nos aferramos a esa Tierra Prometida aunque sepamos que es una linda historia para beber cerca de la fogata. Allá es posible que encontremos horrores peores que aquellos de los que pretendemos escapar. Pero somos caminantes irredentos y debemos seguir. Somos migrantes del destino.

Y antes de que mi editor me imponga aranceles por extenderme en el relato, seguimos a la próxima, porque esto no se detiene. Jamás.

 

Iñaki Manero.

 

Bitácora de Viaje LIV

por NellyG 1 enero, 2025

 

 

MUY PEGADITO A LA SIERRA,

TENGO UN RANCHO GANADERO.

GANADO SIN GARRAPATAS,

QUE LLEVO PA´L EXTRANJERO.

QUÉ CHULAS SE VEN MIS VACAS,

CON COLITAS DE BORREGO.

– PACAS DE A KILO, TEODORO BELLO JAIMES/ LOS TIGRES DEL NORTE.

 

Es tan antiguo como antigua es la humanidad en su necesidad de expresar lo que siente y lo que vive; lo que teme y lo que desea cotidianamente. Uno de los principales medios de comunicación a distancia, fue el sonido de las percusiones para avisar que en algún lugar, ahí estaba alguien que enviaba un mensaje para quien tuviera la capacidad intelectual de recibirlo y decodificarlo en su cerebro.  Desde luego, ni el cromañón, ni el neandertal – ambos ramas del mismo árbol – llegaron, que sepamos, a racionalizar esas consideraciones neurocientíficas.  Durante milenios, la humanidad no sabía qué hacer del cerebro; veían en él, cuando a alguien se le partía la cabeza como un melón, una masa gelatinosa llena de agua hasta que Santiago Ramón y Cajal (eran la misma persona, al igual que Ortega y Gasset e Hidalgo y Costilla; anécdota vieja de locutores que un día les contaré), tomó la primera foto de una neurona en el siglo XIX y comenzó a realizar conjeturas por el camino adecuado.  Antes de eso, el origen de los sentimientos, los recuerdos (de ahí la palabra recordar, pasar dos veces por el cordio, el corazón), los miedos, los sueños, la lujuria, el amor, el valor, el odio, Shakespeare, Cervantes… estaban en el músculo cardiaco.  Así que, para el ser humano primitivo y también para el contemporáneo, los sonidos han, siguen y seguirán ligados a la expresión inmediata de quienes somos y qué queremos. De ahí nació la forma estética de hacerlo: combinamos sonidos y silencios de una manera armónica. La música.

Cuando nuestros ancestros se dieron cuenta que el sentimiento estaba ligado a la sucesión e intensidad de los sonidos, fueron estableciendo en el tamtam de la percusión un código de comunicación para que el otro, quien quiera que fuera, entendiera de qué se trataba el chisme.  Estoy bien, estoy mal, no te acerques por aquí o habrá lío, acabo de ser papá, al compadre se lo comió un dientes de sable, te estoy buscando, no se te olvide traer un antílope bien gordo, etcétera. Milenios después, aprendimos a darle sonidos a las cosas que dibujábamos en la arena, el lodo y luego en las tablillas de barro frescas. Cuando supimos musicalizar esa vocalización de forma ordenada y coherente, descubrimos la poesía y… aparecieron las letras de las canciones.  Escribimos y musicalizamos de todo. Al gusto; algunos tenían primero la melodía y otros las palabras, pero invariablemente, tanto la sucesión de sonidos conseguidos con instrumentos musicales, como lo que salía de hacer vibrar las cuerdas vocales con la corriente de aire surgida de los pulmones, tenía su origen en la tormenta bioeléctrica que sin cesar se ilumina de noche y de día dentro del cráneo.  Habían nacido las canciones. Las que no se cantan, como dirían los españoles, pues eso, son nada más melodías.  Pero ¿sobre qué escribimos, por qué y para qué?

Ya lo hemos comentado; hacemos música y letra inspiradas en quiénes somos, qué queremos, qué buscamos, qué añoramos, qué tememos, qué ambicionamos y escribimos sobre lo que nos rodea.  El movimiento hippie de finales de los sesenta componía críticas a su gobierno armamentista y apostaba en buenaondita por un mundo de amor, flores, mota, sexo libre y armonía.  Los punks, años después, en los sesenta, originalmente hijos de obreros en fábricas al norte del Reino Unido, hartos de hacinamiento y pobreza, descubrieron en la anarquía y el nihilismo una voz para hacerse escuchar mediante la automutilación, la conducta antisocial, los pelos parados con mayonesa y no querer tomar té a las cinco.  Los fenómenos sociales que influían e influyen en los sentimientos creativos. Los mexicanos, en corto, escribíamos luego de la Revolución y el establecimiento de la Pax Priísta, sobre mujeres y traiciones, borracheras, bravuconerías y desamores porque eso era lo que el gobierno y los medios, soldados al régimen querían que percibiéramos en una sociedad feliz, feliz, feliz.  Cuando esa capa de matrix se fue desgajando por desgaste natural, la verdadera reivindicación hizo su salida del hoyo funky, de la cueva, con los sentimientos orgánicos.  Cuando, la realidad de lo que ocurría en las montañas de Sinaloa, Chihuahua, Jalisco o Durango tuvo vía libre, la verdad se estrelló sobre el discurso oficial erosionándolo.  Y un género musical que durante años fue manso y circunscrito al recuerdo de la mitología villista, y zapatista o a mi caballo el Cantador, adquirió su lugar como auténtico vocero de la realidad. Hoy le llamamos “narcocorrido”.

Palacio Nacional, viernes 20 de diciembre de 2024.  La presidenta de México Claudia Sheinbaum lanza un concurso de corridos a nivel nacional que tenga contemplado otros mensajes que no tengan relación con la apología al crimen organizado, la violencia, la misoginia.

Hasta ahí la cabeza de la nota. Está usted informada e informado. Y en la reflexión, cabe la pregunta: ¿Eso entienden por atender las causas de la violencia? ¿Concursos en donde regresemos al control ideológico de los setenta y atrás escondiendo la basura debajo de la alfombra? Recapitulando: escribimos sobre lo que añoramos, soñamos, nos duele, nos da esperanza o lo que conforma nuestra cultura del día a día.  Tan sencillo como tomar un mapa y hacer un estudio serio sin sesgos sobre los grupos socioeconómicos que consumen esos contenidos en donde las letras resaltan “lo chido que es ser narco”.  Lo mismo que las narcoseries con los delirios hipócritas, en donde se erige al nivel de héroes populares a gente que debería estar en la cárcel y se acabó.  Otra vez, privilegiamos la forma al fondo.  Es como pretender curar un cáncer con maquillaje.  La generación que va de salida no olvida, pero, total, hay suficientes y frescas mentes a las cuales venderles lo divertido del empaque y el concurso.  Como si la masacre de mañana y la pesadilla que viven los sinaloenses, tabasqueños o guanajuatenses se pudiera prevenir cambiando “pacas de a kilo” por “bultos de felicidad y armonía todos felices, felices, felices. “

Iñaki Manero.

 

 

 

 

Bitácora de viaje LIII

por NellyG 2 diciembre, 2024

 

 

“Con el puño no se puede intercambiar un apretón de manos”

Indira Gandhi

 

El trabajo reporteril inicia desde la calle.  Al llegar, al desembarcar, al aterrizar.  Cuando comienza tu llegada a un país en donde tendrá lugar un evento que bien podría cambiar el mundo como lo conocemos.  Luego de los trámites aeroportuarios de rigor, había que abordar el taxi conducido por un bondadoso y tolerante paquistaní – cosa rara, en esta ciudad son famosos por manejar de manera agresiva utilizando las bocinas y las maldiciones como mantra protector – que me indicó sorpresas sobre el hotel en el cual me hospedaría.  Era domingo de maratón.  El maratón de Nueva York con más de 50 mil atletas de muchas regiones del mundo – sobre todo franceses, canadienses, africanos – que, terminando la prueba, se abrigaban con un poncho térmico color naranja. Identificables en toda la zona del Midtown en la Gran Manzana.  Aproveché para tomarles algunas impresiones sobre la prueba y enviarlas, todo en un tris, a la redacción para mis compañeros de la nota deportiva.  Decía Mark Twain (creo), que la fortuna te debe encontrar ocupado.  Mencionaba que la mejor forma de reportear es callejear; así te familiarizas con los olores, colores, texturas, voces, arquitecturas.  La ciudad no es desconocida para mí. La he visitado muchas veces y para mi disgusto, todas, salvo una, han sido por motivo de trabajo. Pero eso no evita que cada vez me reencuentre con una vieja conocida que constantemente cambia en la forma, tal vez no tanto en el fondo. Sin embargo, las formas, por fuerza de costumbre, terminan, como la humedad, permeando al resto.  Nueva York contemporáneo, podría considerarlo pre y post Giuliani. He conocido ambas versiones y el post, post Giuliani que en esta ocasión, noviembre de 2024, se presentaba ante mí, a dos días del Super Tuesday, el día de las elecciones federales en la Unión Americana, la ciudad, la Babel de Hierro, como le llamaba mi padre, era de la misma gente con prisa, de ida y vuelta, de claxonazos y maldiciones, de olor a pizza, café recién hecho, donas y… marihuana.  Algo novedoso luego de que el estado se declarara en libertad de consumir para uso recreacional y medicinal la hierba vaciladora.  Pero el otro extremo de bajar los índices delictivos de la ciudad hasta convertirla en una de las más seguras del mundo en donde caminar se volvió más que disfrutable, fue el libertinaje del espectáculo grotesco a plena luz del día con gente adicta vomitando sobre el asfalto a la hora del desayuno.  Todo un caldo de cultivo en un momento tenso en donde por voto indirecto, los norteamericanos elegirían en unas horas si querían seguir con tirios o regresar a troyanos.

No había más que preguntar. Y como a eso nos dedicamos, se debe perder el pudor e intentar socializar.  El sistema electoral de los Estados Unidos permite hacer encuestas en cualquier momento. Incluso saliendo del centro de votación el mero día.  Si me preguntan, la veda electora me parece ridícula y el financiamiento público a los partidos, ya de pasada, también.  Creo que es la única ventaja que le veo al sistema gringo por encima del nuestro; es el único país demócrata que elige a sus gobernantes por el método de colegios electorales.  Ellos sabrán.    Caminando por la 41, en donde saludé al edificio de The New York Times, periódico por cierto con tendencia Demócrata, me dirigí al este, rumbo al colorido Times Square. Solo unos pasos y el gruñido de la tripa. A mi izquierda se erigía El Tortazo.  Había visto muchas cosas en Manhattan, pero nunca una tortería. Vería más. Influencia de la potente e infinita migración latina.  En paréntesis les diré que devoré la mejor torta cubana de la historia y miren que soy tortista. Ahí supe que la empresa había sido fundada por un antropólogo norteamericano que vino a México a estudiar, sobre todo, cómo hacer una torta estilo chilango como Dios manda. Y sí, lo logró.  Luego de felicitar y casi besar al chef, pude grabar impresiones de los meseros mexicoamericanos, la gerente rubia anglosajona y…  dos comensales indígenas mayas de Guatemala.   Y ahí comenzaron las sorpresas. Ante la pregunta obligada, ¿Harris o Trump? , y por supuesto intentaba conocer más que nada la opinión de los latinos no naturalizados con o sin permiso (encontré a varios de esto último pero nunca quisieron responder a nada, ni siquiera una muchacha poblana que vendía tamales en un carrito frente al consulado mexicano),   “Trump”, me comentó la mayoría, ocho de cada diez. Bien decía mi madre que los viajes ilustran y también desengañan.

Los resultados que llegaron luego de las votaciones del martes, que se decía tendríamos que esperar tal vez hasta el viernes para lograr apreciar una tendencia en los comicios, “los más apretados en la historia reciente de los Estados Unidos”, fue un devastador, lapidario, humillante desgajamiento de montaña para quienes tenían todas sus esperanzas puestas en que una mujer ocupara la Sala Oval por primera vez en los más de 200 años de historia de los vecinos.  El voto del medio oeste, claro está, pero la comunidad latina que tenía posibilidad legal para votar, ya había advertido que ese grupo, once por ciento de la población del país, la mayoría de las minorías, habían tenido mejor suerte con “the devil you know”, que con los –como me dijo un tendero ecuatoriano- “santurrones” demócratas.  En nombre sea de Dios, dijera mi abuela, santiguándose.

El miércoles 6 de noviembre a las dos de la mañana, apagué la tele, hice a un lado mi celular y me arrebujé (me encanta la palabra) entre las sábanas. “Ni a melón me supo”, diría una tía de Zitácuaro.  La ventaja no dejaba margen de discusión.  Al brillar el sol, la costa este de los Estados Unidos, al igual que el resto del país, hizo lo que siempre hace: intentar conquistar al mundo.  Sin plantones, sin berrinches post electorales, sin payasadas.  Con el pragmatismo que los caracteriza, a otra cosa butterfly,  y a ver cómo nos va. El pueblo decidió vía delegados electorales. Por muy raro que nos parezca.

Esta avalancha pegó en la línea de flotación de la América Latina que esperaba una política menos restrictiva, social demócrata, lejos de la rudeza y amenazas de un hombre que aparentemente ni siquiera tenía todos los afectos de su propio partido político. Con sus problemas legales, el tema de la señora Stormy Daniels o el histórico y sacrílego ataque al Capitolio, muchos aquí y allá pensaban que el fin de la era Trump era bola cantada.  Entonces, luego del soponcio, se pusieron a girar las desesperadas ruedas de la actividad política traducido en “coincidencias” como operativos en asuntos en los que cabe la pregunta ¿por qué no lo habían hecho antes del resultado de las elecciones en Estados Unidos?

El 20 de enero traerá varias respuestas cuando Donald Trump se convierta, en regreso digno del último cuarto de un Superbowl, en el 47 presidente de los Estados Unidos.  Y aquí estaremos para platicar en la siguiente Bitácora, de qué manera la administración Sheinbaum está siendo reactiva; ahora que ya no tomamos las amenazas del arancel tan a la ligera. ¿Balazo en el pie, secretario Ebrard?  Mientras tanto, felices fiestas, porque todavía las plataformas no nos han aumentado el precio a los consumidores, que como dijera la nana Goya, “ésa es otra historia”.

Iñaki Manero.

 

Bitácora de viaje  LII

por NellyG 2 noviembre, 2024

 

 

“La violencia sólo puede ser disimulada por una mentira, y la mentira sólo puede ser mantenida por la violencia”.

Aleksandr Seolzhenitsyn

 

La tarde era agradable, aunque bochornosa; en un taxi con las ventanas abiertas, intentaba aprovechar los escasos vientos que nos administraba el océano, a unos kilómetros de distancia para sentir alivio en mi trayecto hacia el hotel. Había dejado la sobremesa de una comida en donde no faltaron los famosos tacos Gobernador (tortilla de maíz, camarón, queso, chile poblano o sus variedades), bautizados así en honor de quien fuera mandamás del estado, Francisco Labastida Ochoa y creación del chef del restaurante Los Arcos; delicia culinaria ahora patrimonio de Mazatlán y en general de la gastronomía sinaloense. Fue precisamente en Culiacán, la capital, en donde mi taxi estaba detenido en un atorón de tránsito que abonó con lo suyo al calor.  Los tacos, un pegue de sotol y un par de cervezas Pacífico (es un insulto para los culichis pedir de otra marca, ojo), me tenían en ese estado de sopor somnoliento que algún lama despistado habría podido confundir con mi ingreso a cierta consciencia expandida.  El sol iniciaba su lenta despedida y el taxista miraba a un lado y al otro, como queriendo encontrar la respuesta a no sé qué pregunta existencial. La verdad, buscaba un atajo.

– ¿Trae prisa? – Me pregunta con el ritmo de la resignación.

– Nomás el calor. No se preocupe. Sirve que voy conociendo la ciudad.

– No hay mucho que conocer. – Lo dice con risita socarrona. – Pero qué bueno que para ser chilango lo toma con calma.  (No reaccioné al comentario. Nunca discuto cuando el peso de un argumento es tan lapidario). Decidí cambiar el tema.

– ¿Siempre es así el tráfico de Culiacán a esta hora?

– Depende de dónde haya sido el muertito. – Respondió con la tranquilidad de quien está hablando de alguna trivialidad como la genética de la vainilla. Si llegó a ver mi expresión por su espejo retrovisor, seguro le hice la tarde.

– ¿Perdón? – Por un momento pensé que se trataba de algún localismo para llamar a cualquiera que hubiera sido la causa del tráfico.

– El muerto, el asesinado.  El de hoy fue por aquí cerca.

Y tenía razón. Según fuimos avanzando, ya veíamos las torretas de las patrullas de la municipal y escuchábamos sirenas cerca. La presencia de policías, que aburridos meneaban la mano apurando el paso, como si echaran aire sobre la carne asada, era evidencia de que en algún momento veríamos la causa. Y efectivamente, ahí estaba, sin entrar en más detalles, cubierto por la sábana de rigor y escoltado piadosamente por una veladora que algún vecino tuvo a bien colocar.

– ¿Eso es muy común aquí? – Preguntó el metiche comunicador intentando mostrarme de una pieza.

– Pueeeeees… dos, a veces tres.  El mes pasado tuvimos cinco en un sábado. – El hombre era de pocas palabras, pero no, el tema no le incomodaba. Como si hablara de cuántas cajas de jitomate cosechó su compadre la temporada anterior.

Descendí del auto, agradecí al conductor; le deseé un muy buen camino. Me encerré en mi habitación del hotel y guardé, en el cajón de la desesperanza, todo lo que aprendí en una hora de tráfico complicado debido a… “un muertito; el del día”.

Eso fue hace más de diez años; antes de los abrazos y balazos del bienestar; antes de Rocha Moya, de las dos muertes de Héctor Cuén, del regañado Ken Salazar, de …y dónde está el piloto, de “¿y por qué Estados Unidos no ha compartido información?”.   De “lo que pasa en Sinaloa es porque se llevaron al Mayo…”

Más de 200 personas asesinadas, 250 secuestradas, 31 ya fueron encontradas muertas desde el 9 de septiembre. Comercios saqueados, economía arruinada; ya se habla de migración forzada. ¿Adónde? El 70 por ciento del territorio nacional tiene presencia de cuando menos dos grupos antagónicos del crimen organizado peleando la plaza. En Michoacán, miembros del Ejército y Guardia Nacional son atormentados con minas explosivas y correteados con drones. En el momento de escribir estas líneas, otra periodista (la segunda en esta semana), es asesinada. Esta vez en Colima. A un mes de la actual administración, se registra un promedio de 70 homicidios al día.

Darwin escribió sobre la adaptación de un organismo al medio ambiente y a los cambios de éste. La capacidad de seguir adelante y modificar hábitos y patrones con el fin de prevalecer. En sus 4,500 millones de años, la vida ha comprobado la hipótesis al pie de la letra. A pesar de todo, todavía hay confirmación de que algo todavía se mueve, vuela, nada o se arrastra. O simplemente, cumple funciones de acuerdo con la definición de bios en este joven, pero achacoso planeta. En términos darwinianos, esta demencial normalización de nuestro horror cotidiano que no existía hace 50 años (por las causas que quieras), es producto del instinto de conservación. Si luego de tirarte al suelo porque al lado de tu casa se desató un tiroteo y luego del susto, prendes la tele, destapas una cerveza y haces corajes porque las Chivas volvieron a perder, es porque perteneces a una especie que hace 200 mil años se volvió migrante y ha pasado por todo. Desde no acabar en la merienda de un tigre dientes de sable, hasta escapar por un pelo de dos sicarios en moto que dispararon hacia la taquería en donde estabas cenando esa noche, de regreso del trabajo. Somos duros. Hoy le llaman “resiliencia”. Nos aferramos a la vida como Kate Winslet a su tablita en Titanic. Algunos se hundirán, eso sí. Pero habrá quien cuente la historia a la luz de la fogata.

Cuando, torpemente, alguien le preguntó a Stevie Wonder, invidente de nacimiento, qué veía siendo ciego, el gran músico de Michigan, subiendo los hombros, respondió “simplemente, no veo”. El no tener punto de comparación, facilita normalizar una realidad. Cuanto más has vivido, identificando cada México que te ha tocado, menos te resignas a esa normalización.  Lo siento, pero éste, no es el México en el que me quiero despertar cada mañana. Pensando como los personajes distópicos de Orwell y Bradbury, ¿será el país al que nos quieren acostumbrar hasta el punto de seguir con nuestras vidas en una cotidianidad patética? ¿Y por qué me acuerdo de un tal Goebbels?

No puedo evitar acordarme del taxista de Culiacán. Y eso fue hace más de diez años.

Iñaki Manero.

 

 

 

 

 

 

 

 

Bitácora de viaje LI

por NellyG 1 octubre, 2024

 

 

Los prejuicios son la razón de los tontos”

Francois Marie Arouet, Voltaire

 

Cuenta el cuento, que Mateo, el colector de impuestos, por su trabajo, llevaba la contabilidad de Jesús y su grupo.  Cuentan que en aquella célebre cena de Pascua, comenzó a pasar lista de asistentes. Así fue llamando uno a uno y el aludido contestaba “presente”.  Juan, Santiago, Pedro, Bartolomé, Judas, el otro Judas, Simón, Tomás, Andrés, Felipe, el otro Santiago y el mismo Mateo y… sobraban dos; mesándose la barba, volvió a contar. Mismo resultado. ¿Quiénes eran esos dos ahí sentaditos y que por sus ropas y corte de cabello era más que evidente que no eran lugareños? Jesús estaba a punto de llegar y Mateo pretendía tener todo listo.

– ¿Quiénes son ustedes, pues? ¿Acaso ángeles? – Preguntó extrañado.  Uno de los dos forasteros, el mayor, con rostro grave respondió:

– Somos Tony Newman y Douglas Phillips, del proyecto Túnel del Tiempo.

Lo siento, no pude evitarlo; ese es un chiste que se contaba desde finales de los ‘60 y durante los ‘70 entre los amigos y en la sobremesa de Navidad cuando comenzaban a fluir los digestivos y aparecían los relatos irreverentes. Para las nuevas generaciones, se impone el contexto: El Túnel del Tiempo fue una serie de ciencia ficción (si acaso), que tuvo mucho éxito en México (aunque con la brevísima vida de una temporada) y contaba la historia de dos agentes norteamericanos perdidos “en el eterno laberinto del tiempo”.  Formaban parte de un proyecto ultrasecreto para estudiar el pasado y el futuro, pero un error en el sistema (para variar), provocaba que nunca pudieran volver a su época actual (mil novecientos sesenta y pico). Desde tiempos bíblicos (no, no fueron a los tiempos de Jesús), pasando por la Edad Media, la última batalla de Custer o proteger a un noble indígena perseguido por el sanguinario Cortés. Como entretenimiento, nos tenía a todos pegados al televisor, grandes y chicos cada semana por el canal 5.  Lo malo es que nuevamente, la transculturación norteamericana decidía que no tenía nada de malo hacerle cambios a la historia aquí y allá para darle ese toquecito dramático a pasajes que podrían ser un poco aburridos. Lo malo es que muchos crecimos tragándonos esas falacias. Hasta nuestros maestros de primaria llegaban a recomendar el programa. Como dijera la directora del departamento de Historia de la Universidad de Cambridge opinando sobre la película Apocalypto: “¿Quieres aprender historia? Mejor lee un libro”.  Todo obedecía (y obedece) a rendirle tributo al rating y no, como mencionan Mattelart y Dorfman, un intento del imperialismo para esculpir consciencias de los no alineados trastocando los hechos (Para leer al Pato Donald).  Aunque sí, hay quienes hacen y rehacen los hechos a pura conveniencia ideológica. De repente nos da por el maniqueísmo y el victimismo y el síndrome de los “pobrecitos conquistados”.

¿Más o menos a qué vamos?  Desde luego a inventarnos personajes históricos y sobrenaturales para inflamar el espíritu patriótico (o patriotero) del pueblo (lo que quiera significar con esa palabra tan etérea y dúctil).  Alguna vez platicamos sobre la reinvención de los Niños Héroes por parte del gobierno del presidente Miguel Alemán y todo para calmar los ánimos de quienes se molestaron por la ofrenda dejada en el Altar de la Patria por parte del presidente Truman conmemorando un siglo de la guerra entre los dos países vecinos. Como oportuna cortina de humo y providencialmente, se “encontraron” huesos en las faldas del Castillo de Chapultepec con las osamentas de los arriesgados jóvenes que ofrendaron su vida por defender su Colegio Militar; a partir de ahí, construyeron el mito. Algún día contaremos la historia a la luz de la arqueología, pero baste decir que lo que hallaron, ninguna correspondía a los cadetes. Sin embargo, el truco funcionó y hoy, nadie le presta mucha atención a los reclamos revisionistas. Sí fueron héroes, peeeeroooo…

Sí, pero, ¿y luego?

Parece nimio, ridículo, puramente anecdótico. Se puede quedar en un berrinche la no invitación al rey de España, Felipe VI por parte de quienes organizaron la toma de protesta de la primera presidenta constitucional de México. También podría quedar como pataleo la respuesta del gobierno ibérico que suena a “¿No invitas a su majestad? Tons no va nadie. ¡Jum!”   Podemos seguir con esa danza por siglos, como examigos chismosos, pero eso no abona al desarrollo intelectual, cultural, económico, político de los pueblos; más bien, nos atrasa. A mí lo que me preocupa es cómo insistimos en avivar la llama del resentimiento; crecer alimentados con rencores gratuitos. “Lo que ustedes le hicieron a mi pueblo”, se lamentaba un usuario mexicano de X peleándose con otro, presumiblemente madrileño, quien respondería…  ¿Ustedes? Mis antepasados se quedaron en España. ¿No habrán sido los tuyos?

No puedo estar más de acuerdo con quienes apuntan que lo más sensato habría sido escribir juntos, Iberoamérica y España, una hoja de ruta; hermanarnos en nuestras coincidencias y aceptar las barbaries de uno y otro lado. Pero no, el orgullo, el protagonismo, el culto a la personalidad pueden más. Montescos y Capuletos buscando una satisfacción al agravio.  Quinientos años después. Vanidad de Vanidades, escribe el Eclesiastés.  Pudiendo compartir tanto aprendizaje, tantos sonetos, tanta historia común, tantos chiles en nogada, vajilla de Talavera, mole poblano; tanto cultural e intelectualmente delicioso mestizaje. No. Lo mío es el rencor sin fundamentos, barato, falaz, transmitido, lo más grave, por los sistemas educativos nacionales y en la mesa del comedor. Seguimos, como Newman y Phillips, perdidos en nuestro laberinto del tiempo inventando la conquista de un país que entonces no existía…  por otro que tampoco.  ¿No les digo?

Iñaki Manero.

 

 

 

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