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Boy, you’re gonna carry that weight
carry that weight a long time.
boy, you’re gonna carry that weight
carry that weight a long time.
The Beatles, Abbey Road, 1969.
Churchill llevaba varios años muerto; en Londres había una gran conmoción. La gente se arremolinaba y el centro del escándalo era una estrecha entrada por donde George Harrison intentaba meter una caja o mueble llena de objetos diversos e intrascendentes; desde adentro, varios ayudábamos al Beatle zen a cargar ese peso imposible. No sabía por qué, pero la caja tenía que entrar a como diera lugar; era imperativo aún a costa de mi propia integridad. Y vaya que sí. A dos días de haber sido operado de un ojo, la doctora tenía prohibidísimo que hiciera cualquier cosa que representara esfuerzo y éste vaya que lo era. Pero había que cargar ese peso. Mientras tanto, resonaba la canción escrita por McCartney para el Abbey Road, aquel en el que aparecen los cuatro cruzando el paso cebra y al fondo el vochito que se hizo mundialmente célebre.
Pasó el tiempo y lo recuerdo nítidamente: mi esfuerzo desde adentro del local para hacer entrar el pesado mueble/caja; la mueca de dolor en el rostro de Harrison pero a la vez de triunfo al darse cuenta que se estaba logrando el cometido. Y la gente empujando atrás. Los londinenses de rostros difusos, algunos reconocibles, apoyando, los que alcanzaban a tocar la superficie del objeto, con fuerza bruta; los demás, con porras y cánticos como tantas veces se ha escuchado en partidos de los Gunners, los Man U o el Liverpool. Era una fiesta en donde todos están conectados para un bien común. Mi mente voló años atrás, cuando Churchill vivía y Alemania, luego de muy poco esfuerzo por agotar los argumentos diplomáticos para evitar una confrontación, decide iniciar el operativo “León Marino” para la invasión de las Islas Británicas y poner fin a la guerra relámpago comenzada un año antes con la incursión a Polonia. Hitler tendría acceso más libre al Atlántico, pactaría con los norteamericanos que tendrían del otro lado de la pinza a Japón y luego vía libre para iniciar el frente oriental contra el odiado enemigo soviético. Todo parte del desquiciado delirio de un resentido enfermo de poder y odios mal encauzados que en su confusión mental, no entendía cómo era posible que las potencias emergentes de aquella Gran Guerra del 14 no entendieran el grave riesgo del comunismo y la contaminación racial que implicaba mantener a los judíos detentando el control económico mundial. Una confusión mental que tuvo eco en un pueblo alemán devastado por el Tratado de Versalles veinte años atrás y que deseaba escuchar lo que fuera, aunque ellos supieran que “lo que fuera”, era un batiburrillo de embustes y alucinaciones seudohistóricas y seudocientíficas.
Winston Churchill pudo ser un engreído, borracho, insufrible, imperialista, clasista que erró el camino más veces que acertarlo. En una ocasión provocó un desastre en Turquía durante la Primera Guerra Mundial en donde perdieron la vida miles de soldados británicos. Pero en esos momentos cósmicos en que la definición de un segundo hace un universo o lo resquebraja. No pactar con Hitler, como deseaba su antecesor Neville Chamberlain y dos, tras la heroica evacuación de Dunkerque y a punto de ser arrollados por la fuerza aérea más brutal de la historia, un discurso que hizo la diferencia con un pequeño y poderosísimo detalle que movió soldados, ciudadanos de todas las edades, conquistó al mundo occidental y cerró voluntades y esfuerzos tras una sola meta: hacerle frente a la obscuridad, la ignorancia, el fanatismo y la dictadura que amarra en sus falacias, cualquier posibilidad de autodeterminación democrática. El detalle – y luego dicen que no hay magia en las palabras – , fue cambiar el “yo” por el “nosotros”.
De acuerdo y muy de acuerdo con el guionista cinematográfico Anthony McCarten, autor de Las Horas Más Obscuras – película imperdible – , una semblanza de los momentos en que Churchill duda entre pactar la paz con el abismo o, como él mismo decía, “Si vas cruzando por el infierno, sigue adelante”, el éxito del viejo bulldog inglés consistió en conocer el estilo egocéntrico, desquiciado y volcánico de Hitler instalado en el mesías que todos debían escuchar y seguir. Todo se trataba de él; todo comenzaba con él y terminaba con él. Toda crítica, toda duda, todo recelo era en su contra, para dañarlo y así dañar al pueblo por ser él la representación y encarnación del espíritu de la patria. Por el otro lado, Churchill apelaba por el we shall (haremos), en lugar del Ich werde (haré). “Somos”, “vamos juntos”, “triunfaremos”, “con toda nuestra potencia”. No erigirse como el redentor y taumaturgo, sino como el compañero de senda; ese que te anima cuando ya no puedes más y que sabes que sería capaz de dar la vida por ti en la trinchera obligándote a corresponderle en la misma medida. El bien por el bien y no la obediencia por miedo o por ciego fanatismo. El pueblo alemán cometió, en su desesperación, en su miedo, el catastrófico error de otorgar y concentrar el poder en una secta de desquiciados que se daban cuerda unos a otros en sus fantasías. Hoy, aprendida la lección y mirando para adelante, es el país que carga sobre sus hombros parte del destino de Europa; la voz de la consciencia, el llamado a la integración.
Regreso al momento en que Churchill llevaba tiempo de haber fallecido. En realidad, Harrison también. De hecho, los Beatles oficialmente se separaron en 1970. En ese entonces yo tenía seis años y desde luego no estaba cargando junto con George y la multitud apoyando, un peso increíble. Eso fue anoche, el momento favorito en que los dioses juegan con tu mente y la revuelcan para tirar la basura psíquica y te dejan un reto interesante en el sueño para descifrar cuando buscas algo que valga la pena verter en papel. Dicen que Paul McCartney, autor de la letra, la escribió como un manifiesto de que nada que hicieran en el futuro John, George, Ringo o él en solitario, se equipararía al esfuerzo conjunto; tendrían que cargar con el peso del fenómeno Beatle por el resto de sus días.
Una pequeña perla etimológica para seguir despertando: Demos – pueblo, cratos – poder. El peso del poder, o se reparte y comparte, o nos aplasta.