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En 1854 hubo un ligero ensayo del futuro. Tal vez las formas cambian, pero el fondo siempre es el mismo: poder. Motivaciones hay a montones. Pretextos, aún más. Mientras que tú o yo hacemos una vida más o menos cotidiana al levantarnos de la cama, ir al baño, limpiarnos los dientes, algunos rezarán, otros irán directamente al desayuno, otros directamente a conseguir, como dijera Sabina, mínima tregua en un bar: café con dos de azúcar y cruasán. Muchos caminarán al metro más cercano. Otros menos, mirarán con desgano su automóvil previendo la jornada rodante, más parecida a una multitud de lemmings entrando en pánico y lanzándose al vacío (otra alegoría y esta vez se la robé a Sting) que a un hecho sin consecuencias para nuestra integridad emocional y cardiovascular. En suma, una mañana normal entre semana para la sociedad godín. Decíamos antes de perderme en el detalle, mientras tú haces o intentas esto o aquello, quienes toman decisiones por nosotros, juegan al ajedrez y muchos sin tener una idea de cómo hacerlo, pero en este tablero imaginario, es seguro, tú y yo estamos representados y somos prescindibles. De donde salimos, pueden llegar cientos de miles, millones más. Somos los ciudadanos que nada más queremos llevar una vida razonablemente igual, sin sobresaltos y en paz.
Corte a… ¿Por qué 1853? Todo inicia con una península, que para desgracia de sus habitantes, está situada, como muchos otros enclaves, por ejemplo, Gibraltar, en una zona poderosamente estratégica de esta canica azul. Su nombre: Crimea, la antigua tierra de los tauros, antes conocidos como cimerios (lo siento, Conan no pertenece a ese universo). De Cimeria, es fácil la derivación a su moderno nombre. Si te preguntas por qué tanta lata con ese pedazo de tierra, Crimea está hecha, en sentido figurado, de lo que ansían los candidatos a gobernar al mundo. Un punto privilegiado de observación y una salida hacia el mar Negro con la posibilidad del viaje completo a través del Bósforo cruzando Estambul, de ahí al mar de Mármara, siguiendo nuestro tour hacia la Grecia mediterránea y desde el siglo XIX, cruzar ese prodigio llamado Canal de Suez hacia el Índico, al infinito y más allá. Quien podía controlar todos estos accesos, tenía el mundo a sus pies. Nada despreciable, ¿eh?
Imperios vienen, imperios van. Vanidad de vanidades, así habla el Eclesiastés. Pero en su momento, los candidatos a déspotas en la vecindad han tenido la masa de tierra en el radar para consolidar y consolidarse en la ilusión de eternizarse. En aquella mitad del siglo XIX, Crimea formaba parte –a la fuerza– del Imperio Otomano, que vivía los últimos estertores de su antigua grandeza y es que, habían pasado cientos de años cuando el sultán derribó en un hecho sin precedente, las murallas de la vieja Constantinopla y tocó a las puertas de Europa occidental cambiando la conformación del mapa político. Tiempo después, la Media Luna estaría en la mira de un zar inquieto. La Rusia imperial, heredera de aquella Rus creada en parte por los temibles hombres del norte (tú y yo les llamamos vikingos; ellos ni en cuenta) actualmente llamada Ucrania. El gran oso que acaparaba ya entonces dos continentes, quería más extensión y participar del pastel que se comía casi solo el león británico dejando algunas migajas al gallo francés (imágenes de mi infancia al ver la animación con que iniciaba la estupenda película “La Carga de la Brigada Ligera”, que ilustra de manera exquisitamente pinkfloydiana cómo la Revolución Industrial creó y derrumbó sociedades; caldo de cultivo para lo que pasó en aquel 1853). Siguiendo con la imagen más que didáctica, el oso baja a desplumar al guajolote (larga historia: en inglés, pavo se dice turkey porque los europeos pensaban que esta ave de corral americana, provenía de… ¡Turquía! Así es, como usted lo leyó). Perdón por los altos del camino, pero más de 20 años de trivias mañaneras han hecho su efecto conductual en un servidor. Espero sean considerados valiosos, así como, digamos, los tropiezos en una paella que valga la pena. Siguiendo con la fábula de animalitos, el bullying del gran úrsido sobre el indefenso plumífero es visto por el gallo y por, su majestad, el león. Éste decide finalmente levantarse, acomodarse un casco de Dragón de la Reina y bajar a medirse a mamporros con el grandulón. La Guerra de Crimea, por el alma del puerto de Sebastopol, fue la primera contienda moderna con la participación de potencias aliadas y ententes allanando el camino para lo que vendría unos sesenta años después en 1914. Armas nuevas, blindados a vapor, tecnología para lograr la eficiencia de la muerte. Otra vez, el pretexto era auxiliar al más débil. La realidad era que, como en todo buen western, este pueblo es muy pequeño para que nuestros egos quepan. Sigue la partida de ajedrez entre Vicky y Alejandro.
¿Era el expansionismo la única y verdadera razón para que el oso quisiera hacer un caldo de guajolote? Difícilmente; la rusia zarista, monárquica, absolutista y conservadora, veía con horror las nuevas democracias que surgían en la Europa occidental y temía que ese despertar que se venía dando desde la Ilustración contagiara a su pueblo y terminara estrepitosamente como terminaron los fastuosos Luises. Esa ya era pandemia; América estaba viviendo una nueva aventura caminando sola. Incluso Gran Bretaña abría la puerta a congresos elegidos por el mismo pueblo quitando poder a Su Majestad. Y no, eso no pasaría. Estaban muy lejos y Dios, ese dios ortodoxo, no lo permitiría. ¿Verdad que el tiempo es cíclico?
Si quieres saber qué pasó después y qué no hemos aprendido hoy y por qué el pan de dulce que normalmente sopeas en tu taza de café con leche te está saliendo tan caro que contemplas la posibilidad de bajar unos gramos sin esa bonita costumbre que ya afecta tu bolsillo, te agradeceré nos leas el mes entrante. Como dijo el clásico, “lo pausamos”. Y sí, el ejemplo poético de la mariposa que bate sus alas, te afecta en tu cotidianidad más de lo que crees, allá, del otro lado, en la cesta de pan del mundo.
Iñaki Manero.