La sorprendente e inesperada apreciación del peso, o la bajada del dólar, visto desde otra óptica, sin duda ha afectado y seguirá afectando a las finanzas de nuestros destinos turísticos y en consecuencia a la fijación de precios, así como a las utilidades al final del ejercicio.
Según los expertos y analistas, el fenómeno obedece a las altas tasas de interés que mantiene el Banco de México, a la inflación en Estados Unidos y de manera especial al incremento superlativo en las remesas de los migrantes, el dinero que los paisanos envían a México.
Fuertes inversiones extranjeras en el país pueden ser también una de las causas de este fortalecimiento de la moneda mexicana.
En Cancún, como en otros destinos turísticos del país, el tema nos afecta negativamente, pues durante 50 años hemos dependido del dólar y todos nuestros precios han sido fijados siempre en esa moneda.
Obviamente las devaluaciones nos favorecían, y el destino se hacía más atractivo para quienes pagaban con dólares, evidentemente para nuestro mercado principal, por décadas, Estados Unidos.
Todo hace suponer que el escenario se mantendrá así hasta 2024 y no pueden los analistas anticipar, hasta hoy, cuándo podría regresar a niveles de 19 x 1, al menos.
Este escenario hace suponer que lo lógico es fijar precios en pesos y ajustar el nivel de precios al alza, situación nada fácil, ya que implica decisiones corporativas, modificar presupuestos, revisar contratos y sobre todo,
encarecer productos y, en consecuencia, encarecer también el destino.
La reflexión que quiero compartir con mis ocho lectores, es en torno a las consecuencias o retos de encarecer el destino. Por una parte, en materia de promoción y marketing, habría que apuntar los disparos hacia el turista de más alto poder adquisitivo, promover el turismo de lujo y buscar a los segmentos de mercado menos sensibles al precio, estrategia que podría ser aplicable de cara a la próxima temporada de invierno.
Por otra parte, y este es el reto más importante, si hemos de ser un destino turístico caro, deberíamos tener una ciudad de primera, y nuestras ciudades distan mucho de serlo.
Si bien, en el caso de Cancún, el gobierno federal está invirtiendo en la remodelación integral del Blvd. Colosio, el Puente de la Laguna Nichupté y el Distribuidor Vial del aeropuerto, obras de gran magnitud, aún queda mucho por hacer con el resto de la ciudad. Tenemos baches, falta de señalamientos y nomenclatura, imagen urbana deteriorada, exceso de publicidad espectacular, basura en las esquinas y un servicio de transporte público deficiente y de pésima imagen visual, entre otras cosas.
Hay destinos caros, muy caros en el mundo, como Miami, pero con ciudades de primera y con una imagen urbana cuidada, atractiva e invitante.
Urge una intervención adecuada en Cancún, Playa del Carmen, Tulum y Cozumel, para poner a esos destinos a la vanguardia, de manera que puedan justificarse y compensarse los precios que necesariamente tendrán que pagar los turistas.
Hoteles, restaurantes, marinas, centros comerciales y excursiones del destino, tendrán que fijar precios en pesos a un tipo de cambio muy distinto al que venían utilizando, salvo que estén dispuestos a absorber las pérdidas conductoras del súper peso.
Una vez más, hay que apostar por la calidad.