Uno de los grandes errores de la sociedad moderna es la tendencia a atribuir valor a los seres humanos de acuerdo con sus niveles de consumo. Este comportamiento ha provocado graves conflictos sociales y tuvo tal fuerza que engendró la teoría marxista-leninista de la lucha de clases en el afán de dar a cada quien «según sus necesidades», en vez de «según sus capacidades», como lo pretende el liberalismo económico.
Hoy por hoy, desde el punto de vista de producción y consumo, los grupos sociales o naciones democráticas y capitalistas son las que han logrado los mejores índices de desarrollo económico. Los sistemas son republicanos, monárquicos, parlamentarios, etc., pero su característica fundamental estriba en el respeto a la libertad individual. Los países de hombres libres y amparados por un estado de derecho son los que mayores logros materiales han alcanzado. Ese estado de derecho se ha visto respaldado por sistemas democráticos. La diversidad en producción y consumo propician también una diversidad en investigación y estudio, y, por lo tanto, un mayor desarrollo tecnológico. Un país desarrollado invierte más en investigación que uno subdesarrollado en educación. Ahora bien, ¿esa diferencia de capacidad productiva, y por ende educativa, los hace superiores?
Si partimos del imperativo ético que nos dice «todos los seres humanos somos fin y no medio», sabremos que los valores más profundos están mucho más ligados a nuestra conciencia del otro, que a la prosperidad económica, de producción y desarrollo. Aunque también es cierto que en la pobreza es muy difícil que haya justicia social. Así pues, en un marco de equilibrio entre conciencia y desarrollo es como más fácilmente puede darse la igualdad de derechos ante la ley, el reconocimiento de los derechos humanos y la justicia social, partiendo de que el ser humano vale más por lo que piensa de los otros, y lo que hace al respecto, que del bien por lo que tiene.
Desde ese ángulo, existe una corriente de pensamiento: la psicología transpersonal, que establece niveles jerárquicos de conciencia, partiendo de un ser humano que se integra de cuerpo, alma y espíritu:
CAUSAL
SUTIL
PSÍQUICO
RACIONAL
RELIGIOSO
MÁGICO
MÍTICO
ARCAICO
De tal forma que en su desarrollo, cada ser humano ha de pasar por todas esos niveles de conciencia.
Cuando un pueblo, como una persona, se encuentra enfrascado en una lucha económica de sobrevivencia, es muy difícil que pueda ir desarrollando su conciencia, pues para todos nosotros lo fundamental es sobrevivir, y ya después aparecen los demás factores.
Esta es una de las razones por las cuales los países del tercer mundo actuamos como lo hicieron los del primer mundo en su momento: tratamos de generar riqueza a través de los recursos naturales. Nunca ha habido ríos más contaminados que el Támesis durante el florecimiento del imperio inglés o el Missisipi antes de iniciar su proceso de reversión, que cuesta miles de millones de dólares.
Hoy se nos pide que hagamos lo que ellos no hicieron ayer. Ahora la cuestión es ¿debemos hacerlo o no?
No debemos verlo como una exigencia exterior, sino interior, de la conciencia. Hoy ya sabemos la enorme interdependencia que existe entre los humanos y la biosfera en su totalidad, de la cual formamos parte.
Y este es un problema, no económico, sino de niveles de conciencia. El agricultor que para sobrevivir tala, roza y quema cuatro hectáreas de selva al año, está ante un problema de sobrevivencia, no de conciencia, y menos de conciencia ecológica. Por milenios la madre tierra ha dado sustento a sus antepasados como lo hace hoy con su familia y con él mismo. Es un problema de niveles de conciencia, de solidaridad y de justicia social: ecología frente a sobrevivencia.
Si el desarrollo económico genera educación y ésta eleva los niveles de conciencia, entonces hemos de pedir a las naciones desarrolladas que impulsen la generación de fuentes de trabajo, para que las personas que sobreviven de la naturaleza tengan opciones más equilibradas de subsistencia.
Pero nuestra petición debe ir más allá, pues hoy se sabe que la gran contaminación no viene de la tala de selvas, sino de la enorme, gigantesca y anónima producción industrial. Y ya sabemos que el 10% de los países (que corresponde a los desarrollados) consumen el 80% de la producción mundial de petróleo, que es de 75 millones de barriles diarios.
De esta manera nos damos cuenta de que debemos valorar más al ser humano por lo que es que por lo que tiene y deberemos interpelar a quienes produzcan más energía para que paguen el precio de lo que aporta en contaminación.
Hoy todos sabemos que a los costos comúnmente aceptados hay que agregar el costo ambiental. Lo que cuesta resanar la naturaleza del daño que le hacemos con la producción y el consumo, sabemos que tenemos y tendremos las tecnologías del futuro para hacerlo. Sólo queda una pregunta por resolver, ¿quién pagará la factura?
Notas al Margen
Conciencia: Darse cuenta.
Diferenciación del bien y el mal.