Capítulo XXXVIII • Los hijos de la Tierra

por ahernandez@latitud21.com.mx

 

 

Se dice que la cosmovisión más antigua es la de los aborígenes australianos que practican el dreamtime y cuyo origen data de hace 40 000 años. Estamos hablando de los linderos del hombre moderno con el Cro-Magnon. El dreamtime se basó en dos principios:

  1. El ser humano es el sueño de Dios, el universo todo está en la mente de Dios, es pensamiento, es idea.
  2. Ellos no herirían la tierra, sino vivirían de sus frutos en perfecta armonía con ella.

Si entendemos a Hegel con su idea del espíritu, y a Pribram con su concepto holístico del universo, podemos concluir que la concepción de que los humanos somos una idea en la mente de Dios, con todo y ser antiquísima, es, paradójicamente, vanguardista.

El hombre moderno es un transformador de energía. La producción, la distribución y el consumo de esa energía son su razón básica de sobrevivencia. Cuanto más desarrollado está un pueblo, más energía consume. Este consumo es el factor que determina la capacidad de desarrollo y transformación del ser humano en la modernidad. El trabajo es el medio por el que hombre maneja esa energía con todos sus procesos de distribución, comercialización y consumo, que conocemos como «la economía del mundo».

Con la producción y consumo de energía, vienen los desperdicios, desde los humos generados por la combustión de carbón, petróleo, diesel, gasolina, hasta los empaques y envases de plásticos, los desechos tóxicos y radiactivos, etcétera. La humanidad toda seguimos produciendo y consumiendo sin incluir en el precio el costo ecológico.

Existen recursos naturales no renovables, como los combustibles fósiles, pero además hay otros cuyo costo de reposición es incalculable, como el oxígeno de la atmósfera o el ozono de la estratosfera, los arrecifes coralinos destruidos, las aguas contaminadas con productos no biodegradables, por sólo citar unos cuantos ejemplos.

Hoy, los ecologistas de la primera generación no quieren plantas nucleoeléctricas, ni presas para hidroeléctricas, ni plantas termoeléctricas. Sólo aceptan la generación de energía por aire y sol. Sin embargo, estas energías duplicarían los costos de consumo y hundirían a los países subdesarrollados en la más profunda miseria.

Por otro lado, los países industrializados no se deciden a pagar los costos de reposición o sustitución de las inmensas cantidades de energías que se producen, posponiendo el pago del mismo para futuras generaciones, lo cual revela un tremendo egoísmo.

En esa polarización de posiciones, lo que está sucediendo es un desastre ecológico de proporciones incalculables, cuya única solución es el desarrollo sustentable. Encontrar el equilibrio entre ecología y desarrollo es lo que dará sustentabilidad, no a la ecología ni tampoco al desarrollo, sino a nosotros los seres humanos.

Ya sea por egoísmo o por ignorancia, si la humanidad no da el paso de introducir el «costo ecológico» a sus procesos de producción, distribución y consumo, así como al manejo de desperdicios, y si no se controla el crecimiento demográfico, ¿de dónde podrá obtener a la vuelta de unos cuantos años toda la energía que requerirá para sobrevivir, teniendo en cuenta que los combustibles fósiles se están agotando a un ritmo acelerado? ¿Adónde van a ir a parar los millones y millones de toneladas de desperdicios biodegradables, no biodegradables y contaminantes? ¿A qué cambios climatológicos y geográficos nos vamos a enfrentar con el calentamiento del planeta provocado por los gases que producimos?

Todas estas son preguntas que no tienen clara respuesta a la fecha, pero ya todos sabemos que de ellas depende el futuro de la humanidad.

Las generaciones productivas del siglo XX sentaron las bases del desarrollo tecnológico y espiritual para que las tres generaciones que vivirán el siglo XXI decidan entre la extinción, o la sobrevivencia de la especie.Ésta es sin ninguna exageración la perspectiva de las generaciones venideras.

Los riesgos de la extinción se presentan por dos frentes. Uno es que la humanidad tiene arsenales nucleares suficientes para destruir el planeta y con él a todos sus habitantes. El otro es que el agotamiento de los recursos naturales rompa el equilibrio y la humanidad sufra una hecatombe apocalíptica por contaminación y ausencia de recursos, que la arrastre a la extinción total tras una cruel agonía.

También la humanidad puede optar por el desarrollo sustentable, que puede ser más lento, pero también más seguro y estable, y que ofrece la única posibilidad de tener un futuro más bello, más justo y más bueno que el que hemos podido crear hasta hoy.

Existe una guía, una luz para ese objetivo, que es la idea de que el humano es una unidad de todos nosotros. Se manifiesta como el imperativo ético que nos dice que el otro es como yo, yo soy nosotros, el ser humano tiene dignidad infinita, «NINGÚN SER HUMANO PUEDE SER MEDIO, PORQUE TODO SER HUMANO, EN SU DIVINIDAD, ES FIN EN SÍ MISMO».