Capítulo XXXIX • El desarrollo de la conciencia

por ahernandez@latitud21.com.mx

 

 

Debemos tener plena conciencia de que el ser humano es básicamente un procesador de energía; que en el avance de las sociedades modernas hacia sistemas más desarrollados, libres y justos se requiere mayor consumo energético; que gracias a los adelantos de la ciencia y la tecnología se han dominado las epidemias, las plagas y muchas enfermedades, ha mejorado la salud y prácticamente se ha duplicado la esperanza de vida respecto a la Edad Media, y que todos estos factores, más el hecho de que hay excedentes de alimentación, ha provocado una tremenda explosión demográfica que ha llevado a la población mundial a crecer de 1000 millones a 6000 millones de personas en 100 años. Esta población consume ahora cerca de 100 veces la energía que la humanidad consumía hace 100 años, puesto que además del crecimiento demográfico, el consumo energético per cápita ha aumentado alarmantemente (debido sobre todo a las revoluciones industriales y tecnológicas de los siglos pasados) y no se sabe cuál pueda ser en los próximos 50 años.

Lo que todos sabemos son cuatro cosas:

1. Las reservas de combustibles fósiles no renovables disminuyen a ritmos nunca antes imaginados y se agotarán casi con seguridad en el presente siglo.

2. Los desperdicios contaminantes crecen exponencialmente en función de las sociedades de consumo, que se siguen desarrollando en todo el mundo.

3.La humanidad todavía no desarrolla tecnologías seguras y económicas para sustituir los energéticos fósiles.

4.Si en las condiciones actuales se llegara a detener el consumo energético, no sólo se pararía el desarrollo, sino que se generaría una enorme pobreza, se limitaría el futuro de la humanidad, habría hambrunas y genocidios por los pocos recursos energéticos que quedarían en el mundo.

No hay la menor duda de que los cuatro jinetes del Apocalipsis recorrerían el universo humano.

Todo esto pareciera un destino inevitable y desolador, pero puede no serlo así. La alternativa real es lograr en este siglo «La revolución de las conciencias», darnos cuenta de que ése es un escenario factible y que fundamentalmente depende de todos y cada uno de nosotros la solución.

Muchos de los ecologistas fanáticos o de los críticos sociales radicales atacan a los sistemas políticos, sociales y económicos, pero NUNCA ofrecen soluciones reales; TODOS sabemos que algo anda mal, pero no sabemos cómo remediarlo.

Mi propuesta es «La revolución de las conciencias»: establecer con absoluta nitidez, en todos los campos sociales (gobierno, empresarios, consumidores) una plena conciencia de la realidad, la condena común de aquellos factores del consumo que nos puedan perjudicar a TODOS.

Pongamos ejemplos concretos:

1.EL AUTOMÓVIL. ¿Cuánto del consumo energético de nuestro automóvil (gasolina, aceite, refacciones, reparaciones, etc.) destinamos a lo indispensable, como desplazarnos para ser productivos socialmente, y cuánto a pasear o divertirnos? ¿Cuánto podríamos economizar planeando nuestros movimientos o usando más vehículos comunes y públicos? No debemos olvidar que un litro de combustible por persona al día equivale a seis millones de toneladas de petróleo diario.

2.ELECTRICIDAD. ¿Cuánta de la electricidad que consumimos en nuestros hogares es indispensable para vivir bien, y cuánta la desperdiciamos irresponsablemente?

3.CONSUMOS DOMÉSTICOS. ¿Cuántos de los productos que consumimos generan desechos que no son biodegradables, cuánta basura generamos innecesariamente, etc.?

Cada actividad de nuestra vida consume energía y genera desperdicios, es una ley de la termodinámica que no tiene salida ni alternativa: la energía produce «trabajo desperdicio», sin posibilidad de que sea distinto.

Entonces, ¿cuál es la solución? La única es damos cuenta y actuar en consecuencia. No se trata sólo de saber que así es y listo, sino también de saber qué hacer y hacerlo.

Es claro que para darse cuenta y actuar en consecuencia el ser humano debe esforzarse y sacrificarse y la única forma de que acepte esas responsabilidades es obteniendo algún beneficio. Se trabaja por la retribución económica que se recibe, para satisfacer las necesidades cotidianas: comida, desplazamiento, vivienda, abrigo, transporte, etc. Entonces, ¿qué podemos hacer?

La única alternativa estriba en «La revolución de las conciencias», porque sólo ella podría conducirnos a la optimización del consumo: la limitación de lo superfluo y la revaloración de la autosatisfacción, la autorrealización y la conciencia de los derechos de los otros, presentes y futuros.

A ninguna de las personas que estamos vivas hoy nos tocará vivir el Apocalipsis que podría significar el agotamiento de los energéticos fósiles (agotamiento que tampoco ocurrirá de la noche a la mañana); el mundo llegará a un pico de consumo energético para el año 2050, quizá el equivalente a mil millones de barriles de petróleo diario (sumando carbones naturales, gas, petróleo, energía atómica, energía hidráulica, eólica, de nitrógeno, etc.). Llegará un momento en que la producción energética de bancos de productos no renovables empezará a declinar INEVITABLEMENTE y eso ocurrirá, con toda seguridad, en este siglo en el tiempo de tres generaciones productivas; si en ese plazo no encontramos los sustitutos seguros y económicos de esa productividad, la pobreza y la desigualdad entre las naciones crecerá dramáticamente, los poderosos serán más poderosos y los débiles más débiles. Ya hoy, los diez países más poderosos de la tierra gastan el 95% de lo que se invierte en investigación tecnológica del mundo; ellos serán los dueños del 95% del conocimiento tecnológico del futuro y de los factores de producción energética basada en la tecnología, que será la única existente.

La humanidad presente no ha querido pagar por ningún motivo el costo ecológico de los factores de producción, ni el costo real de las energías actuales. Después de las juntas de Río, se acordó en el Banco Mundial una aportación del milésimo anual, que se incrementaría cada año hasta llegar a uno por ciento de presupuesto (no del PIB) de las naciones firmantes: ¡nadie cumplió!

La visión egoísta actual de todos nosotros les impide a los políticos tomar las medidas necesarias para conservar energía y cargar los precios ecológicos a los factores de producción, pues eso encarecería la vida en forma inevitable, poco a poco; sin embargo, ésta sería la única manera de preservar la cultura del capitalismo y el consumo basado en la producción de energía y de desechos.

Se requiere que el consumidor acepte pagar el costo REAL de la energía procesada, el costo REAL del tratamiento de los desechos. Es claro que eso significaría una disminución, no de desarrollo, sino de bienestar material, pero también significaría un mayor bienestar espiritual, y esa es una inversión que sólo la conciencia puede hacer.

Se requiere que el fabricante produzca artículos más duraderos y cuyos desechos sean biodegradables; por supuesto que serán más caros, pero durarán más y harán menos daño ecológico.

Pensar que la solución radica en que el ser humano vuelva a la vida natural, no es sino una aberración producto de la ignorancia y el temor; pero establecer pautas enajenadas de consumo energético y producir desechos tóxicos sin límite es igualmente un despropósito, una verdadera locura. En tres generaciones, los países más desarrollados del mundo (que consumen el 70% de la energía y producen el 70% de la riqueza mundial, poseen el capital, la tecnología y son líderes absolutos de la investigación) no van a cambiar a ninguna dirección que no sea la democracia, el libre mercado y las libertades individuales; entonces, la única solución es buscar el cambio dentro del sistema y eso sólo se logra interpretando a la conciencia.

La revolución de las conciencias no consiste en pregonar un cambio de sistema, o en una crítica negativa de lo que le suceda al mundo, sino en modificar paulatinamente los hábitos de consumo con una economía cada vez más consciente del PRECIO ECOLÓGICO de la producción; de la realidad y limitaciones de nuestra biosfera; de las injusticias sociales que significan diferencias abismales en las economías de los diferentes países, donde unos tienen todo y de sobra, mientras otros no tienen nada y todo les falta; de que el mundo de los dictadores primitivos y salvajes debe ir desapareciendo para generar sistemas más justos y equitativos, donde se aprecien tanto el SER como el TENER, donde se valoren la bondad, la verdad y la belleza así como las combinaciones de ellas que producen la justicia, la equidad, la solidaridad, la salud, la educación, el desarrollo personal, etcétera.

En resumen, que el principio del imperativo ético es un camino de inmensa satisfacción, y que regirse por él puede requerir un poco de sacrificio, es cierto, pero también significa paz espiritual y satisfacción moral. La revolución de las conciencias, que no es otra cosa que el reavivar el espíritu común que nos liga a todos los seres humanos, es la única solución pacífica, tranquila, amorosa que podemos encontrar a la crisis ecológica y energética en la que nos estamos metiendo, a una velocidad cada vez más vertiginosa. Somos las generaciones de hoy las que tenemos que iniciar y dimensionar esta revolución; nuestra herramienta tiene que ser el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio; el fruto, nuestra satisfacción personal; y el objetivo, el imperativo ético: EL OTRO.

Notas al calce

Conciencia. Darse cuenta, diferenciar.

Establecer la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto.