Siempre que digo que vivo en Cancún la gente me dice: “Qué afortunado vivir en un paraíso”. Y en efecto, así me siento, afortunado de vivir en este paraíso que desde hace más de 20 años es mi casa.
Y el estatus de paraíso se lo da no solo lo hermosa que es esta ciudad, sino las oportunidades que ofrece a todo aquel que se aventura a dejar su lugar de origen y venir a trabajar con tesón y honestidad, sabiendo que Cancún paga este esfuerzo con un múltiplo mayor que muchas otras ciudades de México.
Sin embargo, en este momento, nuestro paraíso enfrenta su mayor amenaza.
Y es que me genera una enorme inquietud encontrar en Cancún lo que a cualquier empresario o inversionista asusta más que nada, la anarquía.
Cancún ya no es, desafortunadamente, un sitio donde yo me atrevería a recomendar invertir en este momento. Independientemente de que las regulaciones federales, estatales y municipales pueden ser de por sí un camino más tortuoso que el que llevara Jesús al Gólgota, o el que tuviera que recorrer el pueblo de Israel para encontrar la tierra prometida en el éxodo, cuando te consideras victorioso para llevar a realización tu inversión con todas las de la ley descubres que es insuficiente.
Vemos claros ejemplos con proyectos como Tajamar, donde muchos inversionistas confiaron en Fonatur y Fonatur confió en la ley, pero finalmente un grupo de individuos con intereses oscuros y ajenos al bien común se opusieron sin mayor sustento ni fundamento que la supuesta defensa de un manglar inexistente, para poner en jaque miles de millones de pesos en inversión y, por supuesto, otras miles de fuentes de trabajo que tanto necesita nuestro país.
Y ahora vemos otro caso con el proyecto del hotel Grand Solaris, un grupo hotelero mexicano con presencia por más de 25 años en Cancún y en Los Cabos y que, con todas las de la ley, adquiere un inmueble con vocación inmobiliaria para invertir en un desarrollo hotelero que ofertará cientos o miles de fuentes de empleos durante su construcción y, posteriormente, su operación. Sin embargo, y a pesar de contar con todas las autorizaciones requeridas, quieren injustificadamente frenar su construcción, sin razón ni sustento.
Esto no puede ocurrir. Esto no debe de ocurrir. Esto puede ser el principio del fin de nuestro paraíso, secuestrado por pseudoambientalistas que viven de la amenaza y del chantaje. El proyecto hotelero Grand Solaris debe de realizarse si ya cuenta con los permisos y autorizaciones que su desarrollo demanda, porque nada puede ni debe de ir por encima de la ley.
Desde esta columna de una revista que destaca y promueve al emprendedor, me adhiero a la causa de defender las inversiones legítimas y luchar por mantener el estatus de paraíso a esta gran ciudad llamada Cancún. Nuestras autoridades realizan enormes esfuerzos para promover el destino y las inversiones, pero todo esto será infructuoso si no cumplen lo que han jurado al asumir sus encargos, y que es “cumplir y hacer cumplir nuestra Constitución y las leyes que de ella emanen”. Nuestras leyes son la base de nuestra sociedad y se deben de respetar, le guste o disguste a quien sea. De lo contrario, caemos en la anarquía.
Mis mejores deseos para todos ustedes en esta Navidad son que el niño Jesús llegue a sus hogares a iluminar sus corazones y llenarlos de su amor, para hacer de esta tierra nuestro paraíso. Así sea.