Muchos sentimientos encontrados se atestiguan y se sienten, cuando menos en el mundo empresarial, aunque no dudo que en otros se comparta también la sensación luego del resultado de las elecciones en México, aunque no muchos reconozcan abiertamente algunos de esos sentimientos.
Zozobra antes de la elección, entendida esta desde su concepto coloquial como desasosiego, angustia y nerviosismo, por los posibles y anticipados resultados, y zozobra después de la jornada electoral desde el punto de vista etimológico y literario del verbo zozobrar, que podría implicar naufragio, pérdida, fracaso o simplemente inseguridad frente a la incertidumbre.
Si bien era conocido por las encuestas de opinión y por los cientos, si no es que miles, de análisis políticos previos que la tendencia y las claras preferencias en todo el país favorecían al moreno candidato, hoy presidente electo Andrés Manuel López Obrador, no deja de ser una sorpresa de alguna manera el amplio, amplísimo margen de ventaja que no deja ninguna duda de su victoria, así como el hecho insoslayable, contundente y hasta preocupante de haberse hecho con el Congreso casi entero, además de la gran mayoría de los gobiernos locales en casi todo el país. Era bola cantada, en el argot beisbolero, pero aun así tiene un enorme ingrediente de sorpresa también; nadie esperaba semejante golpiza.
Me queda claro que hay que sumarse a la victoria del ganador por el bien de México, que hay que cerrar filas y trabajar en unidad con esperanza y con respeto, pero no habrá de ser de ninguna manera sin cuestionar, sin crítica constructiva y sin oposición.
Me declaro opositor desde ahora, opositor respetuoso y constructivo, pero crítico analista y por supuesto exigente ciudadano con la esperanza de mejores escenarios para mi ciudad, mi estado y mi país.
Si México requería desde hace mucho que los ciudadanos ejerciéramos como tales, hoy lo requiere más que nunca. Una contundente victoria electoral como la del primero de julio no puede significar que los mexicanos abandonemos nuestras luchas, nuestros ideales y nuestros sueños.
Yo no creía en las propuestas de López Obrador y no creo en ellas ahora cuando mágicamente muchos cambiarán de opinión, pero entiendo también que será mi presidente y habré de respetarle, confiar en él razonablemente y otorgarle como es justo el beneficio de la duda. No hablaré mal de él y menos ante los extraños; trabajaré con sus equipos cuando haya menester y seré paciente, virtud que se me dificulta, confieso, sin que ello signifique que habré de ser sumiso o silencioso ante los fallos que se atestigüen.
Tengo muy serias dudas de la efectividad de sus planes; sin embargo, al desear lo mejor para mi país deseo por lo tanto estar equivocado y deseo también el mejor de los éxitos en absolutamente todos los sentidos para el nuevo gobierno.
Me gusta la alternancia, me encanta que se aleje cada vez más el PRI del escenario y sus actores que tanto han dañado a este querido país, y me entusiasma mucho la idea de una nueva esperanza, de un nuevo sueño, con la posibilidad de que se pueda construir una sociedad con CERO tolerancia a la corrupción. ¡Quiero creer!
Me entusiasma creer que podamos erradicar la corrupción y la impunidad y me anima pensar que alguien que se ha visto arropado, aceptado y querido por tantos millones de mexicanos no pueda ser capaz de defraudarlos. Me alegra por ese motivo que el margen haya sido tan amplio.
Debemos ser cautelosos y muy vigilantes de que se mantenga la división de poderes, que se respeten las instituciones, que en verdad se privilegie a los más necesitados y que se mantengan las libertades que tanto ha costado lograr a los mexicanos.
Por hoy ¡Viva México!