BITÁCORA DE VIAJE LXII

por ahernandez@latitud21.com.mx
  • Bitácora de viaje
  • Por Iñaki Manero
  • Comunicador
  • Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial IG:  Inaki_manero  

 

  “Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó Burundanga, les hinchan los pies. ¡Monina!”

                                                        -Celia cruz, willie colón

¡

Hay tiro, hay tiro! – Gritaba, corriendo y emocionado cualquier compañero que desde algún privilegiado punto de observación hubiera visto a dos mozalbetes tirándose golpes intentando dirimir alguna afrenta, tal vez una supuesta trampa en los tapados o en las canicas; preludio de lo que tal vez les esperaría de seguir por ese camino, en algún juego de póker o discutiendo luego de la cáscara dominguera por un supuesto penalty o luego de varias copas de algún espantoso brebaje, enfrascados en polémica bizantina sobre un tema que, si sobreviven a la experiencia etílica, al otro día no recordarán el tópico. Los caminos de la testosterona no son nada misteriosos y sí, demasiado predecibles. Chimpancés glorificados. 

   Tengo el tabique nasal desviado y varios dientes falsos que, por cierto, debo arreglar un día de estos. Producto de un accidente y varias moquetizas juveniles. El problema es que nunca supe escoger a mis enemigos. Normal. Stan Lee y Bob Kane tienen buena parte de la responsabilidad. Spiderman y Batman nunca se echan para atrás, no importa el tamaño de su némesis. E invariablemente, llegaba a casa con la camisa rota y restos de inevitable hemorragia nasal. ¡Juan! ¡Te sacaron el mole! – diría la infalible Pela, nuestra nana de cabecera desde la primera vez en el kínder en que Paco Ríos Bohigas me conectó un derechazo bien puesto. En la más reciente comida de la generación del Tepeyac, hace dos años, lo encaré 50 años después para lavar la afrenta; brindamos, reímos, pero el muy canijo nunca me pidió perdón.  Durante mi infancia y buena parte de mi juventud, siempre fui delgado; el deporte, en su experiencia directa, no fue lo mío. Lástima. ¿En dónde están las arañas radioactivas o las sobredosis de rayos gama cuando uno más las necesita?  En fin, nunca me gustaron las injusticias y no me detenía para ponerme frente al grandulón y soltarle un par de frescas. Cuando terminaban de trapear el suelo conmigo, me metía al baño a llorar de coraje y ya está, a otra cosa.  Me costaba mucho trabajo y mucho orgullo decir no y alejarme de las peleas, hasta que entendí la futilidad de todo aquello. Todavía duele el ego no engancharme y caer en provocaciones, ¿saben?  Un auténtico paquete de contradicciones amante de la paz, pero de mecha corta. ¡Aries con ascendente Escorpión, eres una bomba de tiempo! – diría mi querida y respetadísima astróloga rocanrolera Julia Palacios.  El tiempo pasa y ese tabique desviado me recuerda otra vez que no hay nada que justifique golpearte con otra persona; salvo, claro, que sea en Las Vegas y te paguen 10 millones de dólares por aguantarle dos rounds al Canelo. Lo consideraría. Pero, otra vez, thank you, but no, thank you. Máxime cuando ahora todo el mundo dice pertenecer a un cártel y carga de calibre 45 pa´rriba, cuñao.  El honor duerme el sueño de los justos en alguna narcofosa.

    En un país en donde la violencia se romantiza y se normaliza; en donde se ha creado el nuevo subgénero musical con el narcocorrido; en donde las noticias del día anterior que me toca reportar por la mañana se parecen cada vez más a un parte de guerra, el “tiro derecho” permanece como vestigio glorificado de otra dimensión paralela. Muy distinto de los horrores en este círculo extra del infierno.  En una sociedad mediatizada, ¿qué es lo más buscado, ávidamente por el público en redes sociales? El asesinado, el atropellado, el acribillado, el descuartizado… la violada. Es la dosis requerida de gore que antes proveía el periódico Alarma hoy magnificada, inundando nuestro cerebro, sin importar edad. Dirían los psicólogos de los ochenta, que la predilección, más bien morbo por la Nota Roja obedece a que con ella adquirimos conciencia del aquí y el ahora (no se rían, es neta); que, al ver esos cuerpos deshechos, esos rostros desfigurados a golpes y no reconocernos, ni a nosotros ni a nadie cercano, las endorfinas hacen lo suyo con esa sensación de bienestar al advertir que hemos burlado a la muerte por lo menos, un día más. 

   Nuestra afinidad genética más cercana y empatada, es con el chimpancé; compartimos el 99 por ciento en la cancha del ADN. En el árbol de la evolución, no son nuestros antepasados; son una rama más, igual que nosotros, que venimos de otros parientes e igual que los neandertales. Sin embargo, del tronco común que hemos heredado, se presentan características similares. Nuestro cerebro, en sus zonas más primitivas, trae saludos de los mismos dinosaurios: territorialidad, espacio vital, agresión, huida. La adición de la corteza prefrontal regala la capacidad de razonar antes de actuar; es un tesoro llamado inteligencia emocional. No está mal sentir lo que sentimos. El tema es qué diablos hacer con eso y evitar llegar a DEFCON 1.  

   Por eso y sin tanto rollo, si en algo nos deberíamos unir los mexicanos en lugar de hacernos pedazos en redes sociales con muchas falacias ad hominem, insultos baratos y gratuidad de agresiones, es en exigir que quienes redactan y discutan las leyes que nos gobiernan a todos, por lo menos pertenezcan a capas más superiores en el orden zoológico o siendo humanos con capacidad de codificar y decodificar ideas, actúen como tales.  Lo que todo el mundo (y sí, lo vieron hasta en Tlalnepantla) pudo apreciar hace unos días en el Senado nacional (para algarabía y solaz de unineuronales que lo aplaudieron a rabiar) es ni más, ni menos, una escalofriante muestra de que gracias a nuestra desidia y desdén, este tipo de criaturas cavernarias, peleando (muy feo por cierto) por la primitiva posesión de un hueso con algo de carne (justo así), es lo que nos merecemos. Tristemente, representan a una mayoría de mexicanas y mexicanos apáticos, pero eso sí, que obedecen a la llamada del antiguo complejo reptil, dentro de la masa encefálica, al sonoro rugir de ¡Hay tiro! ¡Hay tiro!  

   Escena poscrédito: Han gustado tanto, que Broadway ya quiere contratar a los Niños Cantores de Badiraguato, se escucha por ahí. . 

Iñaki Manero
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