El anhelo humano de autorrealizarse en libertad, que se rige por el imperativo ético, se ha tratado cristalizar a lo largo del proceso de evolución que transforma la bestia en ser humano. El proceso ha sido de enorme complejidad y siempre por las mismas causas egoístas que enfrentan al ser humano contra los espíritus justos y libertarios.
El ser humano ha buscado formas de organización social, interrelación y gobierno, que evolucionan de los más primitivos agrupamientos de sobrevivencia, de machos hembras y crías, pasando por tribus, colectividades con funciones más definidas por la aparición de la agricultura, agrupaciones místicas o religiosas, dirigidas en general por el más fuerte, hasta formas más evolucionadas de organización social, que se inician en general con el culto a reyes-dioses, que suman el poder divino al terrenal, ya fuera emperadores, reyes, rajás o sultanes, con un poder absoluto.
Fue ese pueblo maravilloso de los griegos el que, junto con toda la discusión filosófica de lo que es el ser humano, engendró el concepto de república y comenzó a especular con la idea de la separación de los poderes, y de la libertad del espíritu humano.
Las diferentes visiones de democracia o derechos de los más débiles van lentamente surgiendo, en distintas partes del mundo, en forma de mitos, como el de Arturo y su mesa redonda, o de realidades, como la de Cromwell y su parlamento en Inglaterra o Venecia y su república, etc.
Y no es sino hasta la gloriosa revolución francesa cuando la república conjuga también en forma estructurada y sólida sus bases en los derechos humanos.
En términos generales, la democracia se define como el derecho de los individuos a elegir a sus gobernantes. Sin embargo, los conceptos república democrática y democracia parlamentaria, que son hoy por hoy las formas más claras de democracia vigentes en los 20 países más desarrollados del mundo, no se limitan al simple derecho de votar en elecciones, sino que incluyen toda una gama de derechos fundamentales en los cuales se sustenta ese voto, como son:
- seguridad social
- educación básica
- libertad de creencias
- tránsito irrestricto dentro del país
- libertad de formar grupos, partidos y sociedades minoritarias
- libertad de expresión
- libertad de prensa
- amparo ante la ley
- división de poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial
- defensa de oficio
- libertad religiosa
- igualdad de sexos
- disensión
- posesión de bienes
- comercio libre, etc.
Esos 20 países también tienen hoy por hoy una economía de libre mercado.
Estas democracias avanzan en dirección a romper barreras como las fronteras arancelarias (Unión Europea, tratados de libre comercio) y comerciales (Organización Mundial de Comercio) y a la unidad de visión que persigue la ONU, órgano internacional por excelencia.
No tenemos más que echar una ojeada alrededor del mundo para darnos cuenta de que esas características no las tiene más del 10% de todos los países; en todos los demás se viven sistemas neolíticos (en tribus aisladas de África o de la selva amazónica), medievales (en países con zonas marginadas) o de tiranías planteadas como recaudos, dictaduras, regímenes militares, formas de gobierno extremistas y, algo muy común en los tiempos modernos, pseudodemocracias.
Las pseudodemocracias merecen una atención especial, pues son formas de gobierno que aunque tengan un sistema republicano o parlamentario donde hay votaciones, éstas son amañadas, controladas, desvirtuadas, falseadas, preparadas, adulteradas, violadas, etc. Acaban siendo estructuras aparentemente democráticas al servicio de autocracias y élites que desvirtúan todos los derechos reales en los cuales se sustentan las verdaderas democracias.
En lo que a nosotros concierne, la relación ecología-espíritu-democracia, la experiencia nos está demostrando que no es en las democracias más consolidadas ni aun en los países más desarrollados del mundo donde se está manejando adecuadamente el valor económico de la degradación ambiental, pues los intereses políticos y económicos se enfrentan a las todavía pocas (aunque cada vez más numerosas) personas que ya han desarrollado una clara conciencia ecológica.
Ahora bien, es patente que existe una relación directa entre democracia y conciencia ecológica, pues en los países en donde rige la tortura, el despojo, el silencio obligado, etc., no hay manera de desarrollar una conciencia colectiva de bien común, ni para el presente ni muchísimo menos para el futuro. En el presente se está descubriendo la terrible realidad de que el precio ecológico del desarrollo en esos países fue catastrófico hasta el extremo de Chernobyl.
La experiencia está demostrando que en la dictadura no hay conciencia ecológica que se pueda generalizar, y que en la democracia existen grandes fallas en la divulgación y aplicación de una normatividad ambiental que garantice el desarrollo sustentable. Sin embargo, es en las democracias basadas en los derechos humanos y en los sistemas de libre mercado en donde más se ha avanzado en este sentido. Esto es algo que simple y sencillamente demuestra la experiencia.
En la democracia, los grupos ecologistas y sus partidos políticos o partidarios tienen derecho de expresión, de divulgación y de exigir el cumplimiento de las normas existentes, de tal forma que es en ellas donde la libertad del espíritu general permite mayor movilidad de conciencias y, por lo tanto, en donde la ecología tiene más porvenir, como actualmente ocurre en los países más poderosos del mundo (excepción hecha de China). Existe la esperanza de que, en el corto plazo, se incluyan los costos ecológicos del desarrollo en las discusiones económicas de estos países.
Así pues, en la medida en que la democracia implante sus valores humanos en toda su capacidad, podremos hablar de la relación ecología-espiritualidad-democracia como la base del desarrollo sustentable.
Notas al margen
Democracia. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno.
Predominio político del pueblo en el gobierno.
Estado basado en este predominio.
Parlamento. Cámara de los Lores y los Comunes en Inglaterra.