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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Bitácora de Viaje LVIII

por NellyG 1 mayo, 2025

 

 

El verdadero poder es el servicio”

Papa Francisco

 

  Lluvioso el ocaso, como casi todos los días anteriores.  La eterna gorra, la chamarra larga de gabardina que de manera fortuita me dieron en el trabajo días antes, atenuaban las gotas de agua y el frío de un invierno europeo que iba cumpliendo su segundo mes. El río que cruzaba la ciudad y el cercano puerto de mar, le daban a la espera un olor único. A tiempo, a nostalgia, a melancolía y también a “espera, ten paciencia, todo lleva su ritmo y su momento”.   La plaza era una playa de paraguas abiertos. Mi estatura permitía ver un poco por encima de ese bosque de nylon. Arriba de mi horizonte visual, la eternidad; el edificio que se hizo para reafirmar con quién estás tratando cada vez que accedes a ese recinto mayor. Por algo les llaman “basílica”; no puedo evitar recurrir a mi maestro y tocayo Juan Ignacio Cuadros y sus etimologías. Del griego “basiliké”, “regio”, “real”.  La casa del rey. En el Renacimiento lo dejaron muy claro Bramante, Miguel Ángel, Rafael, Maderno y Bernini (y sonrío cuando recuerdo al canalla de Quintanar preguntar en clase de Historia Universal si esa era la alineación del Milán).  ¿Cuántas cosas absurdas no pasan por la mente cuando bien sabes que dos mil años de historia van a reventarte de frente, en cualquier momento, como ola sobre un farallón?

  Mientras intentaba moverme de forma más o menos funcional en un patio rodeado por columnas, el espacio en donde había sido el equivalente de la actual Fórmula 1 para el emperador Nerón (que no, que él no incendió Roma mientras tocaba el arpa, no estaba en la ciudad esos días), podía escuchar claramente las porras de los aficionados y el ruido que hacían los cascos de los caballos jalando las cuádrigas en casi desbocada carrera.  Claro, mi referencia generacional y cinematográfica era Charlton Heston enloqueciendo al respetable.  Cuando el cristianismo pasó de ser víctima a, en ocasiones, victimario intolerante y tornarse la religión oficial del Imperio Romano, Constantino (sí, el de Constantinopla, el Concilio de Nicea y el Credo) mandó construir una iglesia (con minúscula) sobre lo que hasta ahora se cree, es la tumba de San Pedro (y con el tiempo sería la tumba de muchos elegidos como piedra angular de la Iglesia (con mayúscula). En el siglo XVI, Julio II (imposible evitar que me llegue la imagen de Rex Harrison en esa inolvidable La Agonía y el Éxtasis, en donde también aparecía Charlton Heston pero ahora como Miguel Ángel), entre batalla y batalla defendiendo los Estados Papales, decide superar a Constantino y hacer lo que, faltaba más, se tenía que hacer, edificar un monumento al pensamiento judeo cristiano echando mano de las medidas del templo de Jerusalén construido por el sabio Salomón.  Luego de muchos papas, muchos intentos de asesinato (Julio II fue también el creador de la vistosa Guardia Suiza, juramentada para dar la vida defendiendo a Su Santidad), muchos acuerdos políticos y un tratado de Letrán que ya cumplió su siglo, la mirada de millones seguía clavada esa tardenoche romana, no en la joya del Renacimiento, sino en la chimenea de un edificio anterior y más antiguo, que de poder hablar, seguro cimbararía buena parte de la civilización occidental como la conocemos.  Ahí se concreta el ritual mágico; es ahí en donde se constata, estrictamente como acto de fe, que la divinidad ha hablado, que el Espíritu Santo efectivamente descendió en los corazones y las mentes de al menos 135 electores menores de ochenta años que pueden votar y ser votados y en donde hay de todo como sagrada botica: de izquierda, derecha, centro, chile, mole y pozole. La eterna pugna que rebasa dogmas. Eres liberal o conservador y, en la mayor inteligencia, tonos de gris.  El Vaticano no es un club social de curas; es un Estado reconocido por la ONU que, aunque no puede tomar parte en las votaciones, puede opinar con el peso de miles de años de experiencia en movimientos políticos e intrigas. No en balde, se trata de uno de los últimos Estados absolutistas que quedan en el mundo con el papa como única cabeza. A su lado, nadie; abajo, todos; arriba, nada más el Jefe (con mayúscula).  

  En eso estaban mis divagaciones cuando en aquella isla de sombrillas, gritos, himnos, vítores y porras (la más entusiasta era la de los argentinos; se entiende, luego de tantas Copas del Mundo), cuando algo que no intentaré nunca razonar, me hizo escuchar, entre tanta cacofonía, el murmullo de una monja africana que cantaba para el universo; bajito, constante, una melodía dulce mientras se balanceaba de adelante hacia atrás en innegable éxtasis místico.  En ese momento desapareció el periodista que todo lo quiere explicar y quedé yo solo en una colina, mirando el Absoluto. No puedo ser tan necio siempre.  Lo único que llegó a registrar mi cerebro ya, era el murmullo de la religiosa y su sonrisa. Ella sabía algo. Siempre lo supo.   Luego de la fumata blanca, como si una figura mitológica nos hubiera torcido a todos el cuello, ahora miramos a una sola ventana de la Basílica de San Pedro. Desde ahí, con voz clara, en latín, idioma oficial de ese país suspendido en el tiempo, el cardenal protodiácono nos anunciaba que por primera vez un jesuita franciscano (sí, era en serio), regiría los destinos espirituales de más de mil millones de almas y los destinos de otros miles de millones de euros.  

  Para cuando leas lo anterior, habrá un nuevo papa en la Iglesia católica. Escribo a unos días de abordar el avión rumbo al inicio de otro cónclave con la memoria fresca de Jorge Mario Bergoglio, el primer americano en ser elegido (siempre por el Espíritu Santo, que conste) el pontífice (de “pontus”, puente; el que tiende caminos y salva obstáculos) y cuyo cuerpo mortal reposa en una humilde losa fuera de la pompa y circunstancia renacentista.    

Vale la pena dejar para el próximo espacio, una bitácora de quién fue Francisco (su nombre papal) y quién entra por él a la cancha. Su pontificado no fue fácil y a mi juicio, en esos doce años, se distinguió como un marino remando con el viento viciado de su propia religión en contra.  Mientras ordenamos ideas y esperamos lo que salga de esa chimenea, me quedo con sus palabras de saludo y despedida, desde aquel balcón en 2013: Buona notte, e buon riposo. Pregate per me.  

  Ciao, Francesco, Ci vediamo. 

Bitácora de viaje LVII

por NellyG 1 abril, 2025

“México no es un país. Es una fosa común con himno nacional”.

          -Anónimo

 

  • ¡Mamá, no encuentro mis zapatos!
  • ¿Qué te hago si los encuentro?

Una de las conversaciones más rápidas y antiguas de la historia, sin duda. Y es que, ellas sí saben buscar… y encontrar. De hecho y no por casualidad, la mayoría de los contingentes de buscadores de personas desaparecidas (y digo la mayoría porque podría apostar sin tener pruebas de que son todos), están dirigidos por mujeres. Por razones de respeto al movimiento feminista, no tengo ningún problema en llamarlos “contingentas” o “colectivas de madres buscadoras”. Estas colectivas deberían tener su nombre escrito con letras doradas en el Congreso, en lugar de tanto patán que poco o nada hicieron por el país y su gente.  Pero no, son demasiado orgullosos para aceptar que ellas, las buscadoras, un día sí y el otro también les hacen el trabajo y los dejan en el ridículo; ese ridículo que enloquece a los encargados de manejar las crisis en el gobierno; se desquician por encontrar otro chisme para desviar la atención y apostar por la distracción y el olvido con sus redes sociales pagadas y matraqueros del textoservicio.  En esta ocasión, el daño ha sido demasiado grande. El torpedo golpeó en la línea de flotación de gobierno y partido; consecuencia de años de mentiras y simulaciones, la fórmula oficial ya se está desgastando, como la superficie de un cristal de mala calidad a la que intentas pulir con una fibra peor. Ya no hay tanta creatividad y los villanos favoritos sexenales van resultando opacos y repetidos hasta que aburren.  El pasado neoliberal, Salinas, prianistas, X González y por supuesto, el Lex Luthor favorito: Felipe Calderón, que sigue estando en la verborrea matutina del oficialismo; en más de 10 años, no han podido deshacer sus malévolos planes para desestabilizar y lastimar a la Cuarta Transformación y su todavía imberbe segundo piso. ¡Caramba con estos malvados de folletín!

Sería buena comedia política de situaciones si no fuera tan trágico. Aquí están involucradas las vidas y muertes de decenas de miles de mexicanas y mexicanos engañados con un falso gran futuro y sueldos de ensueño imposibles de conseguir en la depauperada economía nacional, sobre todo para la presente generación. La realidad es atroz, despiadada, abominable y señala a un solo culpable a través de los sexenios: fue el Estado el que ha permitido con su inacción o de plano con su complicidad activa, este horror. ¿Lo peor? Lo siguen negando y se indignan. Ellos son las únicas víctimas. Pobres calumniados. Ellos que son tan buenos, honorables y que han ofrendado la vida en el altar de la nación, continuamente se les mancha con los embates del enemigo del pueblo bueno (otro constructo que representa en su ficción patriotera, esa alegoría surgida de una película de Ismael Rodríguez). ¿Qué más da un triste rancho polvoso en Jalisco si eso pone en riesgo nuestro 80 por ciento de popularidad?

¡Patrón! Le hablan allá afuera. Quesque vienen a negociar con usté.

Así comenzó la pesadilla de los zapatos, las mochilas y las libretas abandonadas. Al dueño de la finca Izaguirre lo obligaron por la mala a vender (a precio de risa), el terreno de Teuchitlán, Jalisco. Cercano a zonas muy transitadas por locales y foráneos, ya que no muy lejos pasa la afamada Ruta del Tequila y a pocos kilómetros, Guachimontones, importante centro arqueológico con basamentos piramidales redondos, toda una novedad para la arquitectura precolombina. Al recordar y leer esto, no puedo evitar un escalofrío; un par de veces pasé por ahí en mis aventuras radiofónicas cubriendo tanto la elaboración del blanco y reposado néctar divino, como el interés por los asentamientos de aquellos antiguos habitantes de la cultura Teuchitleca. Pensar que probablemente, muy cerca de mis recorridos, el rancho de apenas una hectárea, estaba en ese momento, en plena efervescencia adiestrando a futuros sicarios en técnicas de manejo de armas, tortura, logística, narcomenudeo, extorsión y homicidio.  Y a quienes no cooperaban o querían escapar al darse cuenta de su terrible error, se les ponía como ejemplo para los demás, asesinados violentamente, sus restos quemados y enterrados en el mismo terreno. Sí, un campo de exterminio, por muchas maromas semánticas que le quieran dar.  El rancho del terror, muy bien escondido a la vista de todos. ¿O no?  Siempre se ha sabido de la presencia del narco en la zona, pero, ¿y las denuncias?  Algo tan espantoso, ¿por qué duró tantos años si apenas fue “intervenido” por la Guardia Nacional el pasado mes de septiembre? La respuesta, perdón por el simplismo, es fácil: todos saben, nadie habla. El que habla, se vuelve estadística. La estadística nunca te regresará a tu pareja, a tu hijo, a tu padre… hasta que los encuentra una madre.

Retomamos la búsqueda en la próxima Bitácora, porque, y como dice una pancarta que circula y espero circule muchos años para vergüenza de autoridades (si es que la han conocido alguna vez): “En México una mamá todo lo encuentra… tus zapatos, tus tijeras, tu ropa. Mamá todo lo encuentra; hasta tus restos los encuentra mamá”.

Dedicado con admiración y respeto a todas y cada una de ellas, Madres Buscadoras.

  BITÁCORA DE VIAJE LVI 

por NellyG 1 marzo, 2025

 

 

     “Nada los va a parar en búsqueda de sus sueños. se merecen todos y cada uno de sus éxitos”.

– MICHELLE OBAMA.

 

Me dolían hasta las pestañas. Habíamos caminado varios kilómetros desde donde cruzó la camioneta del gobierno de los Estados Unidos, hasta el Fuerte de Cochisse County, nunca perdiendo la pista del “otro lado”, de casa. Terreno agreste, la temperatura mortal de casi 45 grados celsius estaba bajando rápidamente; casi sincronizada con la forma en que el sol norteño o sureño, depende de dónde vengas, se iba escondiendo en un macizo montañoso imposible, casi pintado por algún escenógrafo. Y es que, efectivamente, para distraer la mente del cansancio, las piedras, las advertencias de nuestro guía, sobre no salir de la vereda y estar atento a cualquier ruido que se asemejara a una caja de cerillos moviéndose a gran velocidad (gran comparación; nunca se me habría ocurrido que hacen el mismo ruido las serpientes de cascabel), mi cerebro identificaba locaciones para mi próxima gran película de Western que jamás haría y por la cual ganaría carretadas de dólares que nunca vería y la noche del estreno en algún cine de Phoenix, con alfombra roja, caballo apaloosa y toda la cosa. Sí, la insolación ya comenzaba a afectarme.  No, no estaba cumpliendo una “manda”, ni soy flagelante dominico; si algo me ha enseñado esta profesión, combinada con alguna muy lejana preparación teatral, es intentar conocer no solo las motivaciones del personaje a reseñar, sino convertirme en sus ojos, sus oídos, su sed, su miseria, su proceso mental. Aunque, honestamente, sería imposible hacerlo del todo.  Lo que un migrante va cargando sobre sus hombros, puede sobrepasar y con mucho, la fantasía bíblica de cualquier aspirante al martirologio.  Para ese reportaje,  dejé muchos kilómetros atrás a mi hijo y a su madre. En casa. Los extrañaba. Sé que me reuniría con ellos en unos días al terminar la misión. Ellos, los viajeros sin opción, no. Ellos no tienen certeza de nada.

El hueso blanquedo, perfectamente limpio por los depredadores y las hormigas, brillaba con los últimos rayos de sol. En este caso, pertenecía a una vaca perdida de algún rancho cercano. Pero bien pudo haber sido (y es que los hay, muchos), de quien era hijo o hija de alguien, padre o madre de alguien, pareja de alguien. Hoy son huesos de alguien buscados por quien o quienes quieren darle certeza a su dolor. Un héroe desconocido que salió a morir por su familia cuando no había nada más que perder.

Atrás, en el Sásabe, a mitad del calcinante desierto de Sonora, en Sonora, el grupo Beta del Instituto Nacional de Migración, había rescatado a una mujer de unos cuarenta años, deshidratada, punzada por la brava flora local y ya rodeada y a punto de ser devorada por un grupo de coyotes. Apenas nos pudo balbucear su nombre: Sara. Venía de un grupo de nayaritas y el pollero la engañó diciéndole que caminara unos kilómetros hacia el norte y ahí estaba Los Ángeles en donde ella se reuniría con su primo Gabino, que le daría trabajo en una lavandería de chinos. Sus compañeros de odisea jalaron para otro lado. Sara creyó en los traficantes de seres humanos; de no ser por el providencial rescate, habría sido parte de la estadística o tal vez no. Es difícil decir cuántas víctimas de la invisibilidad política siguen aguardando una justicia que no se nutre de puras promesas.

Es 2004 entre Sonora y Arizona y ya en el Fuerte Cochisse del ejército de los Estados Unidos compartido con la Border Patrol. Está anocheciendo y me acerco al filo de una cuneta que ahí, es todo lo que separa a ese país de México. Qué fácil habría sido brincar, sin mucho esfuerzo hasta el otro lado y sentir que ya estaba en casa. Pero, ¿de verdad hubiera estado en casa?  A lo lejos, Douglas y su ciudad hermana fronteriza Agua Prieta, ya empezaban a encender sus luces, como cocuyos estáticos, detenidos en una fracción de tiempo. Bill, el guardia fronterizo del Homeland Security, responsable de nuestro grupo de periodistas, me llamó en voz baja, en tono tranquilizante pero firme. Me pedía que me retirara de ahí despacio… muy despacio caminando hacia atrás sin perder la vista de los huizachales que adornaban aquí y allá la planicie mexicana. No quise preguntar el porqué de la interrupción en mi momento de reflexión sociológica. “Te están viendo. Son cinco y vienen armados”, me dijo el pelirrojo expolicía de Chicago en un casi perfecto español. “Son polleros. O narcos. O ambos. Go figure. Los tenemos detectados desde hace unos minutos”.  “La semana pasada nos hirieron a un compañero nada más por pararse a fumar un cigarro cerquita de donde estabas; nunca te acerques así a la frontera. Esos no respetan ni a sus paisanos. Ten cuidado, bro.”

Es casi la misma hora, 18:56, pero de un miércoles de febrero de 2025.  Y descubro que casi automáticamente he redactado lo anterior dejando libre la memoria. Hoy las cosas en esas dos realidades no han cambiado mucho. El narco se ha vuelto más virulento y los Estados Unidos han endurecido su política migratoria como lo hicieron en 2004, unos años después de los atentados del 11 de septiembre. Vicente Fox recordará en su rancho de San Francisco del Rincón, tal vez con mucho coraje, cómo los actos terroristas detuvieron lo que habría sido el acuerdo migratorio del milenio con el presidente George W. Bush, y al contrario, catapultó la realidad fronteriza a niveles de control hacia los migrantes latinos como pocas veces se había visto desde la Segunda Guerra Mundial.  Como dijera el enorme y siempre citable hasta el plagio Mark Twain: La historia no se repite, pero a menudo rima. Me queda la pregunta que no abandona mi cerebro desde hace más de veinte años. ¿Quién es el enemigo? ¿Las políticas de qué país orillaron a tanta gente buena a abandonar su tierra, su familia, sus muertos, sus tradiciones para vivir una novela de terror en donde quienes deberían cuidarte te exprimen, te atracan, te violan y te dejan a merced del sol y los carroñeros de cuatro y dos patas? Y encima te urgen a que mantengas la economía con el dinero que hipotéticamente mandarías, claro, en caso de que sobrevivas y pases las pruebas como el héroe griego en los infiernos. Pero no te preocupes; ahora que el malvado gobierno gringo te repatrie, te daremos atención médica, dos mil pesos y te buscaremos una chamba bien remunerada. El paisano que corta el césped en una mansión de Beverly Hills, levanta la ceja al escucharlo y piensa… “Ah, chingá. ¿Y por qué no lo hicieron antes de que me viniera para acá?”

Iñaki Manero.

 

 

Bitácora de Viaje LV 

por NellyG 1 febrero, 2025

 

 

   “América está abierta para recibir no sólo al extranjero opulento y respetable, sino también a los oprimidos y perseguidos de todas las naciones y religiones”.  

                                                                  -George Washington- 

 

 

Hace unos doscientos mil años salimos caminando (en dos patas) desde África cruzando un mundo que ya comenzaba a ser un poco incómodo a pesar de que nuestra tez muy morena nos ayudaba a sobrellevar las andanadas de ese sol despiadado. Habíamos aprendido a fabricar extensiones de los brazos y la postura erguida (hay quienes dicen que uno de los abuelos más, más antiguos, se cayó de un árbol y comenzó a explorar; para entonces, su pelvis había cambiado la postura y le permitía mirar por encima del pasto crecido a diferencia de otros primos lejanos. Desde entonces, no hemos parado).

¿Qué nos hace echar para delante? La mayoría es por necesidad cuando se agotan los suministros que la Madre Tierra provee. Somos grandes depredadores y la consecuencia a nuestros actos no es algo que nos quite el sueño. Como especie, somos cortoplacistas. Acabamos con algo y a lo que sigue. Sólo nos quedamos quietos cuando descubrimos que llegamos a donde las cosas son engañosamente inagotables, hasta que se agotan. Por eso caminamos y caminamos hacia el norte, hacia el oeste, hacia el este hasta topar con el mar y nos juramos que ni siquiera esa gran extensión de agua repleta de variedades nos impediría en algún momento seguir por ahí. El clima nunca nos detuvo; muy al contrario, revolucionó el ingenio para lograr dominarlo, conquistar el sofoco de la bola de fuego en el cielo o el sueño de la muerte cuando el manto blanco cubría todo. Llegábamos, conquistábamos y seguíamos adelante. A veces conquistábamos, nos quedábamos y buscamos más. Cuando descubrimos la agricultura en tierra fértil y la dominamos, permanecimos, pero siempre buscamos más. Somos migrantes.

Y no paramos hasta que llegamos a una tierra prometida de donde mana leche y miel. Sobre todo, cuando venimos huyendo del hambre, el frío, la pobreza, la falta de oportunidades, el imperio de la maldad y la inequidad. ¿Tal vez olvidé decir que tenemos la capacidad de soñar, de romantizar e idealizar? De repente, lo que podrían parecer defectos, se convierten en virtudes; se tornan en resiliencia. Muy pocos son los que despiertan una mañana y dejan familia, tierra, muertos, ilusiones, amigos y sueños rumbo a lo desconocido o a lo tristemente conocido. Luego de siglos de Polo, Cortés, Pizarro, Magallanes, Cook, Amundsen, los linderos, los límites quedaron más que establecidos. Así mismo las posesiones, las marcas geográficas y las advertencias. De aquí hacia adentro, es mío. Si quieres venir, avisa; si entras sin permiso, me veré en la penosa necesidad de…

Hasta el país más amigable del mundo tiene reglas del juego impuestas por una lógica social, económica e incluso de salud pública. Necesitamos vivir ordenados y censados.  Lejos quedaron aquellos siglos – oh, dioses – en que lo único que tenías que hacer era matar al otro y quedarte con lo suyo. Hemos complicado los procesos con molestas leyes migratorias, pasaportes y si se torna molesto o peligroso el visitante, visas engorrosas, detenciones, deportaciones, fichajes. Tuvimos que ponerle reglas al juego. ¿Vienes a visitarnos y a dejar tu dinero? Bien. Nos inventamos el turismo y lo profesionalizamos para que tu visita resulte agradable y nos dejes tu dinero, que será utilizado en – esperamos – mejoras para nosotros y para los que son como nosotros y que viven dentro de las mismas fronteras a veces físicas, a veces imaginarias, pero bien delimitadas. ¿Quieres vivir con nosotros? Mmmm… déjame ver. Haz tu solicitud y entrégala en nuestra representación del lugar en donde moras. No nos llames, nosotros te llamamos. Somos hijos del caos. No podemos parar de movernos. Por las buenas o por las malas. Sé por buena fuente y me han contado que en tu casa se vive mejor que en la mía. También sé que todavía hay lugar. Anda, déjame entrar, me portaré bien, sé trabajar duro y te ayudaré a que tu casa se haga más grande y más bonita. Ponme a prueba. Quiero ser de tu familia. ¿Cómo que no aplico? Pues entraré cuando no me veas. Por la noche, de madrugada, cuando te distraigas. Tu casa está llena de gente que viene de otros lados; yo nada más llegaría a confirmarlo.

Y por supuesto, no, no es así de sencillo el diálogo. La realidad es más compleja. Está llena de siglos de persecución, sufrimiento, hambre, enfermedades, políticos corruptos, regímenes represores, crimen incontrolable, cosechas destruidas, cambios en el clima, abandono.  Nos aferramos a esa Tierra Prometida aunque sepamos que es una linda historia para beber cerca de la fogata. Allá es posible que encontremos horrores peores que aquellos de los que pretendemos escapar. Pero somos caminantes irredentos y debemos seguir. Somos migrantes del destino.

Y antes de que mi editor me imponga aranceles por extenderme en el relato, seguimos a la próxima, porque esto no se detiene. Jamás.

 

Iñaki Manero.

 

Bitácora de Viaje LIV

por NellyG 1 enero, 2025

 

 

MUY PEGADITO A LA SIERRA,

TENGO UN RANCHO GANADERO.

GANADO SIN GARRAPATAS,

QUE LLEVO PA´L EXTRANJERO.

QUÉ CHULAS SE VEN MIS VACAS,

CON COLITAS DE BORREGO.

– PACAS DE A KILO, TEODORO BELLO JAIMES/ LOS TIGRES DEL NORTE.

 

Es tan antiguo como antigua es la humanidad en su necesidad de expresar lo que siente y lo que vive; lo que teme y lo que desea cotidianamente. Uno de los principales medios de comunicación a distancia, fue el sonido de las percusiones para avisar que en algún lugar, ahí estaba alguien que enviaba un mensaje para quien tuviera la capacidad intelectual de recibirlo y decodificarlo en su cerebro.  Desde luego, ni el cromañón, ni el neandertal – ambos ramas del mismo árbol – llegaron, que sepamos, a racionalizar esas consideraciones neurocientíficas.  Durante milenios, la humanidad no sabía qué hacer del cerebro; veían en él, cuando a alguien se le partía la cabeza como un melón, una masa gelatinosa llena de agua hasta que Santiago Ramón y Cajal (eran la misma persona, al igual que Ortega y Gasset e Hidalgo y Costilla; anécdota vieja de locutores que un día les contaré), tomó la primera foto de una neurona en el siglo XIX y comenzó a realizar conjeturas por el camino adecuado.  Antes de eso, el origen de los sentimientos, los recuerdos (de ahí la palabra recordar, pasar dos veces por el cordio, el corazón), los miedos, los sueños, la lujuria, el amor, el valor, el odio, Shakespeare, Cervantes… estaban en el músculo cardiaco.  Así que, para el ser humano primitivo y también para el contemporáneo, los sonidos han, siguen y seguirán ligados a la expresión inmediata de quienes somos y qué queremos. De ahí nació la forma estética de hacerlo: combinamos sonidos y silencios de una manera armónica. La música.

Cuando nuestros ancestros se dieron cuenta que el sentimiento estaba ligado a la sucesión e intensidad de los sonidos, fueron estableciendo en el tamtam de la percusión un código de comunicación para que el otro, quien quiera que fuera, entendiera de qué se trataba el chisme.  Estoy bien, estoy mal, no te acerques por aquí o habrá lío, acabo de ser papá, al compadre se lo comió un dientes de sable, te estoy buscando, no se te olvide traer un antílope bien gordo, etcétera. Milenios después, aprendimos a darle sonidos a las cosas que dibujábamos en la arena, el lodo y luego en las tablillas de barro frescas. Cuando supimos musicalizar esa vocalización de forma ordenada y coherente, descubrimos la poesía y… aparecieron las letras de las canciones.  Escribimos y musicalizamos de todo. Al gusto; algunos tenían primero la melodía y otros las palabras, pero invariablemente, tanto la sucesión de sonidos conseguidos con instrumentos musicales, como lo que salía de hacer vibrar las cuerdas vocales con la corriente de aire surgida de los pulmones, tenía su origen en la tormenta bioeléctrica que sin cesar se ilumina de noche y de día dentro del cráneo.  Habían nacido las canciones. Las que no se cantan, como dirían los españoles, pues eso, son nada más melodías.  Pero ¿sobre qué escribimos, por qué y para qué?

Ya lo hemos comentado; hacemos música y letra inspiradas en quiénes somos, qué queremos, qué buscamos, qué añoramos, qué tememos, qué ambicionamos y escribimos sobre lo que nos rodea.  El movimiento hippie de finales de los sesenta componía críticas a su gobierno armamentista y apostaba en buenaondita por un mundo de amor, flores, mota, sexo libre y armonía.  Los punks, años después, en los sesenta, originalmente hijos de obreros en fábricas al norte del Reino Unido, hartos de hacinamiento y pobreza, descubrieron en la anarquía y el nihilismo una voz para hacerse escuchar mediante la automutilación, la conducta antisocial, los pelos parados con mayonesa y no querer tomar té a las cinco.  Los fenómenos sociales que influían e influyen en los sentimientos creativos. Los mexicanos, en corto, escribíamos luego de la Revolución y el establecimiento de la Pax Priísta, sobre mujeres y traiciones, borracheras, bravuconerías y desamores porque eso era lo que el gobierno y los medios, soldados al régimen querían que percibiéramos en una sociedad feliz, feliz, feliz.  Cuando esa capa de matrix se fue desgajando por desgaste natural, la verdadera reivindicación hizo su salida del hoyo funky, de la cueva, con los sentimientos orgánicos.  Cuando, la realidad de lo que ocurría en las montañas de Sinaloa, Chihuahua, Jalisco o Durango tuvo vía libre, la verdad se estrelló sobre el discurso oficial erosionándolo.  Y un género musical que durante años fue manso y circunscrito al recuerdo de la mitología villista, y zapatista o a mi caballo el Cantador, adquirió su lugar como auténtico vocero de la realidad. Hoy le llamamos “narcocorrido”.

Palacio Nacional, viernes 20 de diciembre de 2024.  La presidenta de México Claudia Sheinbaum lanza un concurso de corridos a nivel nacional que tenga contemplado otros mensajes que no tengan relación con la apología al crimen organizado, la violencia, la misoginia.

Hasta ahí la cabeza de la nota. Está usted informada e informado. Y en la reflexión, cabe la pregunta: ¿Eso entienden por atender las causas de la violencia? ¿Concursos en donde regresemos al control ideológico de los setenta y atrás escondiendo la basura debajo de la alfombra? Recapitulando: escribimos sobre lo que añoramos, soñamos, nos duele, nos da esperanza o lo que conforma nuestra cultura del día a día.  Tan sencillo como tomar un mapa y hacer un estudio serio sin sesgos sobre los grupos socioeconómicos que consumen esos contenidos en donde las letras resaltan “lo chido que es ser narco”.  Lo mismo que las narcoseries con los delirios hipócritas, en donde se erige al nivel de héroes populares a gente que debería estar en la cárcel y se acabó.  Otra vez, privilegiamos la forma al fondo.  Es como pretender curar un cáncer con maquillaje.  La generación que va de salida no olvida, pero, total, hay suficientes y frescas mentes a las cuales venderles lo divertido del empaque y el concurso.  Como si la masacre de mañana y la pesadilla que viven los sinaloenses, tabasqueños o guanajuatenses se pudiera prevenir cambiando “pacas de a kilo” por “bultos de felicidad y armonía todos felices, felices, felices. “

Iñaki Manero.

 

 

 

 

Bitácora de viaje LIII

por NellyG 2 diciembre, 2024

 

 

“Con el puño no se puede intercambiar un apretón de manos”

Indira Gandhi

 

El trabajo reporteril inicia desde la calle.  Al llegar, al desembarcar, al aterrizar.  Cuando comienza tu llegada a un país en donde tendrá lugar un evento que bien podría cambiar el mundo como lo conocemos.  Luego de los trámites aeroportuarios de rigor, había que abordar el taxi conducido por un bondadoso y tolerante paquistaní – cosa rara, en esta ciudad son famosos por manejar de manera agresiva utilizando las bocinas y las maldiciones como mantra protector – que me indicó sorpresas sobre el hotel en el cual me hospedaría.  Era domingo de maratón.  El maratón de Nueva York con más de 50 mil atletas de muchas regiones del mundo – sobre todo franceses, canadienses, africanos – que, terminando la prueba, se abrigaban con un poncho térmico color naranja. Identificables en toda la zona del Midtown en la Gran Manzana.  Aproveché para tomarles algunas impresiones sobre la prueba y enviarlas, todo en un tris, a la redacción para mis compañeros de la nota deportiva.  Decía Mark Twain (creo), que la fortuna te debe encontrar ocupado.  Mencionaba que la mejor forma de reportear es callejear; así te familiarizas con los olores, colores, texturas, voces, arquitecturas.  La ciudad no es desconocida para mí. La he visitado muchas veces y para mi disgusto, todas, salvo una, han sido por motivo de trabajo. Pero eso no evita que cada vez me reencuentre con una vieja conocida que constantemente cambia en la forma, tal vez no tanto en el fondo. Sin embargo, las formas, por fuerza de costumbre, terminan, como la humedad, permeando al resto.  Nueva York contemporáneo, podría considerarlo pre y post Giuliani. He conocido ambas versiones y el post, post Giuliani que en esta ocasión, noviembre de 2024, se presentaba ante mí, a dos días del Super Tuesday, el día de las elecciones federales en la Unión Americana, la ciudad, la Babel de Hierro, como le llamaba mi padre, era de la misma gente con prisa, de ida y vuelta, de claxonazos y maldiciones, de olor a pizza, café recién hecho, donas y… marihuana.  Algo novedoso luego de que el estado se declarara en libertad de consumir para uso recreacional y medicinal la hierba vaciladora.  Pero el otro extremo de bajar los índices delictivos de la ciudad hasta convertirla en una de las más seguras del mundo en donde caminar se volvió más que disfrutable, fue el libertinaje del espectáculo grotesco a plena luz del día con gente adicta vomitando sobre el asfalto a la hora del desayuno.  Todo un caldo de cultivo en un momento tenso en donde por voto indirecto, los norteamericanos elegirían en unas horas si querían seguir con tirios o regresar a troyanos.

No había más que preguntar. Y como a eso nos dedicamos, se debe perder el pudor e intentar socializar.  El sistema electoral de los Estados Unidos permite hacer encuestas en cualquier momento. Incluso saliendo del centro de votación el mero día.  Si me preguntan, la veda electora me parece ridícula y el financiamiento público a los partidos, ya de pasada, también.  Creo que es la única ventaja que le veo al sistema gringo por encima del nuestro; es el único país demócrata que elige a sus gobernantes por el método de colegios electorales.  Ellos sabrán.    Caminando por la 41, en donde saludé al edificio de The New York Times, periódico por cierto con tendencia Demócrata, me dirigí al este, rumbo al colorido Times Square. Solo unos pasos y el gruñido de la tripa. A mi izquierda se erigía El Tortazo.  Había visto muchas cosas en Manhattan, pero nunca una tortería. Vería más. Influencia de la potente e infinita migración latina.  En paréntesis les diré que devoré la mejor torta cubana de la historia y miren que soy tortista. Ahí supe que la empresa había sido fundada por un antropólogo norteamericano que vino a México a estudiar, sobre todo, cómo hacer una torta estilo chilango como Dios manda. Y sí, lo logró.  Luego de felicitar y casi besar al chef, pude grabar impresiones de los meseros mexicoamericanos, la gerente rubia anglosajona y…  dos comensales indígenas mayas de Guatemala.   Y ahí comenzaron las sorpresas. Ante la pregunta obligada, ¿Harris o Trump? , y por supuesto intentaba conocer más que nada la opinión de los latinos no naturalizados con o sin permiso (encontré a varios de esto último pero nunca quisieron responder a nada, ni siquiera una muchacha poblana que vendía tamales en un carrito frente al consulado mexicano),   “Trump”, me comentó la mayoría, ocho de cada diez. Bien decía mi madre que los viajes ilustran y también desengañan.

Los resultados que llegaron luego de las votaciones del martes, que se decía tendríamos que esperar tal vez hasta el viernes para lograr apreciar una tendencia en los comicios, “los más apretados en la historia reciente de los Estados Unidos”, fue un devastador, lapidario, humillante desgajamiento de montaña para quienes tenían todas sus esperanzas puestas en que una mujer ocupara la Sala Oval por primera vez en los más de 200 años de historia de los vecinos.  El voto del medio oeste, claro está, pero la comunidad latina que tenía posibilidad legal para votar, ya había advertido que ese grupo, once por ciento de la población del país, la mayoría de las minorías, habían tenido mejor suerte con “the devil you know”, que con los –como me dijo un tendero ecuatoriano- “santurrones” demócratas.  En nombre sea de Dios, dijera mi abuela, santiguándose.

El miércoles 6 de noviembre a las dos de la mañana, apagué la tele, hice a un lado mi celular y me arrebujé (me encanta la palabra) entre las sábanas. “Ni a melón me supo”, diría una tía de Zitácuaro.  La ventaja no dejaba margen de discusión.  Al brillar el sol, la costa este de los Estados Unidos, al igual que el resto del país, hizo lo que siempre hace: intentar conquistar al mundo.  Sin plantones, sin berrinches post electorales, sin payasadas.  Con el pragmatismo que los caracteriza, a otra cosa butterfly,  y a ver cómo nos va. El pueblo decidió vía delegados electorales. Por muy raro que nos parezca.

Esta avalancha pegó en la línea de flotación de la América Latina que esperaba una política menos restrictiva, social demócrata, lejos de la rudeza y amenazas de un hombre que aparentemente ni siquiera tenía todos los afectos de su propio partido político. Con sus problemas legales, el tema de la señora Stormy Daniels o el histórico y sacrílego ataque al Capitolio, muchos aquí y allá pensaban que el fin de la era Trump era bola cantada.  Entonces, luego del soponcio, se pusieron a girar las desesperadas ruedas de la actividad política traducido en “coincidencias” como operativos en asuntos en los que cabe la pregunta ¿por qué no lo habían hecho antes del resultado de las elecciones en Estados Unidos?

El 20 de enero traerá varias respuestas cuando Donald Trump se convierta, en regreso digno del último cuarto de un Superbowl, en el 47 presidente de los Estados Unidos.  Y aquí estaremos para platicar en la siguiente Bitácora, de qué manera la administración Sheinbaum está siendo reactiva; ahora que ya no tomamos las amenazas del arancel tan a la ligera. ¿Balazo en el pie, secretario Ebrard?  Mientras tanto, felices fiestas, porque todavía las plataformas no nos han aumentado el precio a los consumidores, que como dijera la nana Goya, “ésa es otra historia”.

Iñaki Manero.

 

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