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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

  • Bitácora de viaje
  • Comunicador
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  • IG:  Inaki_manero  

BITÁCORA DE VIAJE LXII

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 septiembre, 2025
  • Bitácora de viaje
  • Por Iñaki Manero
  • Comunicador
  • Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial IG:  Inaki_manero  

 

  “Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó Burundanga, les hinchan los pies. ¡Monina!”

                                                        -Celia cruz, willie colón

¡

Hay tiro, hay tiro! – Gritaba, corriendo y emocionado cualquier compañero que desde algún privilegiado punto de observación hubiera visto a dos mozalbetes tirándose golpes intentando dirimir alguna afrenta, tal vez una supuesta trampa en los tapados o en las canicas; preludio de lo que tal vez les esperaría de seguir por ese camino, en algún juego de póker o discutiendo luego de la cáscara dominguera por un supuesto penalty o luego de varias copas de algún espantoso brebaje, enfrascados en polémica bizantina sobre un tema que, si sobreviven a la experiencia etílica, al otro día no recordarán el tópico. Los caminos de la testosterona no son nada misteriosos y sí, demasiado predecibles. Chimpancés glorificados. 

   Tengo el tabique nasal desviado y varios dientes falsos que, por cierto, debo arreglar un día de estos. Producto de un accidente y varias moquetizas juveniles. El problema es que nunca supe escoger a mis enemigos. Normal. Stan Lee y Bob Kane tienen buena parte de la responsabilidad. Spiderman y Batman nunca se echan para atrás, no importa el tamaño de su némesis. E invariablemente, llegaba a casa con la camisa rota y restos de inevitable hemorragia nasal. ¡Juan! ¡Te sacaron el mole! – diría la infalible Pela, nuestra nana de cabecera desde la primera vez en el kínder en que Paco Ríos Bohigas me conectó un derechazo bien puesto. En la más reciente comida de la generación del Tepeyac, hace dos años, lo encaré 50 años después para lavar la afrenta; brindamos, reímos, pero el muy canijo nunca me pidió perdón.  Durante mi infancia y buena parte de mi juventud, siempre fui delgado; el deporte, en su experiencia directa, no fue lo mío. Lástima. ¿En dónde están las arañas radioactivas o las sobredosis de rayos gama cuando uno más las necesita?  En fin, nunca me gustaron las injusticias y no me detenía para ponerme frente al grandulón y soltarle un par de frescas. Cuando terminaban de trapear el suelo conmigo, me metía al baño a llorar de coraje y ya está, a otra cosa.  Me costaba mucho trabajo y mucho orgullo decir no y alejarme de las peleas, hasta que entendí la futilidad de todo aquello. Todavía duele el ego no engancharme y caer en provocaciones, ¿saben?  Un auténtico paquete de contradicciones amante de la paz, pero de mecha corta. ¡Aries con ascendente Escorpión, eres una bomba de tiempo! – diría mi querida y respetadísima astróloga rocanrolera Julia Palacios.  El tiempo pasa y ese tabique desviado me recuerda otra vez que no hay nada que justifique golpearte con otra persona; salvo, claro, que sea en Las Vegas y te paguen 10 millones de dólares por aguantarle dos rounds al Canelo. Lo consideraría. Pero, otra vez, thank you, but no, thank you. Máxime cuando ahora todo el mundo dice pertenecer a un cártel y carga de calibre 45 pa´rriba, cuñao.  El honor duerme el sueño de los justos en alguna narcofosa.

    En un país en donde la violencia se romantiza y se normaliza; en donde se ha creado el nuevo subgénero musical con el narcocorrido; en donde las noticias del día anterior que me toca reportar por la mañana se parecen cada vez más a un parte de guerra, el “tiro derecho” permanece como vestigio glorificado de otra dimensión paralela. Muy distinto de los horrores en este círculo extra del infierno.  En una sociedad mediatizada, ¿qué es lo más buscado, ávidamente por el público en redes sociales? El asesinado, el atropellado, el acribillado, el descuartizado… la violada. Es la dosis requerida de gore que antes proveía el periódico Alarma hoy magnificada, inundando nuestro cerebro, sin importar edad. Dirían los psicólogos de los ochenta, que la predilección, más bien morbo por la Nota Roja obedece a que con ella adquirimos conciencia del aquí y el ahora (no se rían, es neta); que, al ver esos cuerpos deshechos, esos rostros desfigurados a golpes y no reconocernos, ni a nosotros ni a nadie cercano, las endorfinas hacen lo suyo con esa sensación de bienestar al advertir que hemos burlado a la muerte por lo menos, un día más. 

   Nuestra afinidad genética más cercana y empatada, es con el chimpancé; compartimos el 99 por ciento en la cancha del ADN. En el árbol de la evolución, no son nuestros antepasados; son una rama más, igual que nosotros, que venimos de otros parientes e igual que los neandertales. Sin embargo, del tronco común que hemos heredado, se presentan características similares. Nuestro cerebro, en sus zonas más primitivas, trae saludos de los mismos dinosaurios: territorialidad, espacio vital, agresión, huida. La adición de la corteza prefrontal regala la capacidad de razonar antes de actuar; es un tesoro llamado inteligencia emocional. No está mal sentir lo que sentimos. El tema es qué diablos hacer con eso y evitar llegar a DEFCON 1.  

   Por eso y sin tanto rollo, si en algo nos deberíamos unir los mexicanos en lugar de hacernos pedazos en redes sociales con muchas falacias ad hominem, insultos baratos y gratuidad de agresiones, es en exigir que quienes redactan y discutan las leyes que nos gobiernan a todos, por lo menos pertenezcan a capas más superiores en el orden zoológico o siendo humanos con capacidad de codificar y decodificar ideas, actúen como tales.  Lo que todo el mundo (y sí, lo vieron hasta en Tlalnepantla) pudo apreciar hace unos días en el Senado nacional (para algarabía y solaz de unineuronales que lo aplaudieron a rabiar) es ni más, ni menos, una escalofriante muestra de que gracias a nuestra desidia y desdén, este tipo de criaturas cavernarias, peleando (muy feo por cierto) por la primitiva posesión de un hueso con algo de carne (justo así), es lo que nos merecemos. Tristemente, representan a una mayoría de mexicanas y mexicanos apáticos, pero eso sí, que obedecen a la llamada del antiguo complejo reptil, dentro de la masa encefálica, al sonoro rugir de ¡Hay tiro! ¡Hay tiro!  

   Escena poscrédito: Han gustado tanto, que Broadway ya quiere contratar a los Niños Cantores de Badiraguato, se escucha por ahí. . 

 Bitácora de viaje LXI

por NellyG 4 agosto, 2025

 

 

                                                                              ¡Pajaritos!

                                                                      -Un niño.

 

   Del mar venimos, al mar regresamos.  Esa era mi cavilación, lo juro. No pensaba en mojitos, pescado a las brasas o el siguiente capítulo a leer del libro sobre Secretos del Vaticano que llevé en el pasado viaje a mi muy extrañada y ya sobreexplotada Riviera Maya. Unos días de trámites y por fin un buscado descanso en esa playa de Puerto Morelos que tanto me gusta. Más tarde pagaría las consecuencias de dos años sin salir a saludar de frente y honestamente al amigo Sol; quemaduras en la piel que todavía no sanan y que recuerdan que la blanca arena caliza refleja de manera despiadada las radiaciones por mucha palapa que uses como protección. Miraba al sargazo, evidencia tenaz sobre el cambio climático. Otra vez me perdí en esas elucubraciones. En fin, aunque parezca que no estoy haciendo nada (y en realidad, no estaba haciendo nada), rara vez me aburro; por lo general mi cerebro neurodivergente es un tsunami de imágenes, narrativas e ideas, la mayoría inútiles, pero entretenidas. 

   ¡Pajaritos! – Gritó una voz infantil que me activó en modo papá nostálgico. Antes, oí el sonido de, hubiera jurado, un zanate (infodumping alert: pájaro primo del cuervo, tan inteligente como audaz; simpático ladrón de viandas en restaurantes al aire libre). Sonrío. Me encantan los zanates y sus primos mayores y me encanta la natural curiosidad de los niños que fácilmente se sorprenden y emocionan con eventos que pasan desapercibidos para el resto de la anestesiada humanidad.

   ¡Pajaritos! – Volví a escuchar la mínima voz. ¿Seis, siete años, tal vez? Miré hacia los techos de las palapas cercanas y esta vez no había zanates, que por lo general, están por ahí, en ese privilegiado punto de observación listos para atacar una papa frita, un totopo, un pedazo de fruta o incluso, hasta un camarón de ese coctel que algún descuidado deja sin vigilancia. Son comandos, marines entrenados por Darwin para bajar silenciosamente, tomar el objetivo y aprovechar la brisa marina a su favor que los empuja en giros espectaculares tierra adentro hacia el follaje de su palmera guarida. Pero nada. Ni zanate, ni pajarito alguno. 

   Otro graznido/silbido seguido de otro ¡Pajaritos!  Hasta entonces reparé en que ni siquiera había volteado hacia el otro lado de mi ubicación geográfica para conocer al, según yo, asombrado autor de la expresión. Me imaginaba a un pequeñito acompañado de mamá y papá, vacacionando y corriendo detrás de todo lo que le pudiera parecer interesante. Mi memoria voló casi treinta años atrás, cuando mi hijo tuvo la edad suficiente para caminar y sintió la arena moverse bajo sus pies. Le dio por perseguir cualquier cosa con plumas, caparazón o escamas, que se moviera por su campo visual. La edad es una enfermera que nos inyecta jeringas llenas de nostalgia.

   El siguiente ¡Pajaritos! – antecedido por el efecto de sonido aviar- ya ocurrió a unos metros a mi izquierda, por las palapas en las filas traseras. Y entonces lo vi.  Sí, un pequeño, acaso seis, siete años. No, no era turista. No, no venía correteando con papá y/o mamá. Manipulaba, por medio de un silbato, con la maestría que probablemente tuvo Dios cuando creó el sonido de todas las cosas, el canto burlón y cómico del zanate. Lo vi alejarse, gritando con esa voz especial, tan conmovedora como su edad, tan antigua como la humanidad, con su otra manita cargando una canasta que contenía no sólo los curiosos instrumentos musicales, sino, advierto, sentimientos encontrados. Resignación, tal vez esperanza en vender lo suficiente para salir del calcinante sol y llegar a casa para llenar de nuevo la canasta. Apoyar al gasto familiar trabajando en vacaciones escolares de verano si es que para él había vacaciones, veranos o escuela. Conceptos que en estos contrastes sociales caleidoscópicos no sería descabellado descartar. Y no, la melancolía no me echó a perder mi visita al mar; me dio la herramienta para abrir el corazón. Esa sola expresión fue lo suficientemente poderosa como para despertar a un niño interno y abrazarlo en nombre de todos y todas quienes se brincaron a la fuerza la infancia con todo lo que esto conlleva: creación de lazos de amistad, capacidad de asombro, curiosidad, formación de autoestima. Es como querer armar un motor omitiendo pasos en el instructivo. Al terminar, podrá parecer un motor, pero nunca funcionará como tal.  

   Alguien muy sabio me dijo una vez que en una sociedad sana, los niños y las niñas deberían tener dos obligaciones en la vida: estudiar y divertirse. Nada más. Que la sociedad y gobierno con políticas públicas eficientes deberían velar por blindarlos contra cosas como levantarse a conseguir el pan cotidiano, que sólo a los adultos y sólo a nosotros, nos conciernen. En México, 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes, de 5 a 17 años, están en el trabajo infantil. El 13.1 por ciento de la población total en ese rango de edad. Muchos abandonan la escuela por arrimar el hombro en casa; si es que en algún momento han asistido a las aulas o sus maestros se han presentado. O han tenido una escuela en condiciones dignas. Quisiera imaginar que mi pequeño nuevo amigo algún día usará sus dotes de músico para asombrarnos tocando en una filarmónica llenando una sala de concierto con sueños alados y nuestras miradas siguiendo con la imaginación el canto de ¡Pajaritos!

      Iñaki Manero.

 

   Escena poscréditos: mientras tanto, en el Senado de la República le dedicaron un minuto de aplausos a la memoria de… Ozzy Osbourne. 

    

                                                                        

                                                                   

                                        

Bitácora de viaje LVX

por NellyG 2 julio, 2025

 

   “Lo absurdo de una cosa no prueba nada contra su existencia; es más bien condición de ella”.

                                                                           Friederich Nietzche

 

   Desgraciadamente, muchas de las cosas que disfrutas y requieres en tu día a día como las toallas femeninas, el reloj de pulsera, el bolígrafo, el radar, el sonar, el internet, el wifi, las latas de conservas, la margarina, el horno de microondas, el GPS… y así podemos seguirle, tuvieron su origen en la industria militar y los esfuerzos bélicos. Napoleón decía que las tropas marchan con el estómago y de ahí nació la tecnología de enlatar la comida al vacío para poderla conservar durante una campaña militar; la despampanante (gran adjetivo, de mis favoritos) actriz de Hollywood, Hedy Lamarr creó y patentó en los años cuarenta un sistema para guía de proyectiles mediante transmisión por espectro ensanchado pero que no se empezó a utilizar hasta los años sesenta. Sin él, hoy en día no podrías llegar a un restaurante y antes de pedirle al mesero el menú, preguntarle, primero, si hay wifi y segundo, si hay clave. Creo que Lamarr nunca se imaginó los kilómetros de análisis que psicólogos elaborarían para explicar y tratar el nuevo tipo de adicción que ocurriría 80 años después de su descubrimiento. Sí, todas estas ya las usé como trivia en el programa de radio. Y claro, no podía faltar la del señor ingeniero al que se le derritió la barra de chocolate que llevaba en la bolsa de su camisa cuando inspeccionaba un sistema de transmisión por microondas. Hoy, el vaso de leche obligado antes de salir apresuradamente para el cole o para el trabajo, tendría que ser sometido a la prueba de fuego en la estufa, en lugar de un minuto previamente programado en esa caja en donde, antes que nada, te prohíben introducir metales o mascotas. Sí, todo eso y más, surgió por la necesidad de demostrarle al vecino de enfrente quién la tiene más grande (me refiero a la capacidad de inventar tecnología para mantener un grado de superioridad sobre el posible adversario). 

   Pero de vez en vez, el comportamiento bélico y la forma de aprovecharlo, nos trae lecciones que no calientan la cena futbolera, ni sirven para “esos días”, ni te la robas o la pides prestada para no gastar tus datos. A veces te pueden dejar lecciones de vida si sabes en dónde buscar. ¿Les cuento una historia de valor, sacrificio y cómo patearle el trasero a Hitler sin salir muy lastimado?  

   Inicios de los años cuarenta; el control de los cielos era prioridad y gracias a un discurso matón de Churchill, muchos le debieron mucho a tan pocos durante la Batalla de Inglaterra y a partir de diciembre de 1941, gracias a un error fatal de los japoneses, Estados Unidos dejó la timidez de una supuesta neutralidad con todas sus consecuencias y cocacolas.  Los aliados requerían aviones más rápidos, más letales, más fuertes si pretendían hacerle frente a la superioridad de la Luftwaffe alemana.  El método de estudio del alto mando era simple: revisar el estado en el que llegaban los bombarderos de sus misiones, contar los agujeros de balas y en qué partes del avión se concentraba la mayoría. Su lógica decía que, reforzando esas zonas, los ataques sobre territorio nazi no tendrían tantas bajas. ¿Impecable? Conozcan al matemático húngaro Abraham Wald, que veía divertido y preocupado desde sus lentes de fondo de botella algo que no le parecía bien en esa lógica. El profesor de la Universidad de Columbia hizo un comentario que no dejó pie a la objeción: Con todo y los agujeros de artillería, los bombarderos lograron llegar a casa. ¿No será que los lugares que hay que reforzar son aquellos en donde hay pocos o ningún agujero? ¿Por qué no pensamos mejor en dónde le pegaron a los aviones que no volvieron y comparamos?  Efectivamente, los puntos más sensibles no eran los que parecían queso gruyere, al contrario. Si los tiros hubieran dado en los motores, la cabina, el morro o las torretas, los pilotos, en lugar de estar sanos y salvos en la base jugando cartas y piropeando enfermeras, tal vez, en el mejor de los casos estarían en un campo de prisioneros alemán o japonés; en el peor… 

   A este recableado mental del doctor Wald se le conoce como Sesgo de Sobrevivencia. Por lo general estudiamos y observamos las ideas que pasan todas las pruebas en lugar de centrar nuestra atención (e imaginación) en las que no. La epifanía fue un salto cuántico que convirtió a la aeronáutica en el medio de transporte más seguro del mundo a pesar de estar dentro de una lata con alas a diez mil pies de altura (así de botepronto, sigue sonando espeluznante). Pero no sólo en aeronáutica; las aplicaciones son casi infinitas, como el estudio de la conducta antisocial o en epidemiología las causas de mortandad en lugar de quienes sobrevivieron. Bien entendida, tenemos otra versión tal vez virgen de los hechos, sus causas y soluciones. Sociología, economía, física, historia, marketing… todo en lo que meta su nariz y su mente el ser humano. Esta evidente trampa cognitiva nos tiene aplaudiendo y festejando lo que sale bien y está muy bonito, oh, sí.  Pero ignorar las grandes lecciones que nos regala el fracaso como crisol en donde puede suceder la alquimia del triunfo, es mantener la soberbia que lanza al ángel más brillante al abismo. Hablando sobre alquimia, esta práctica precursora de la química tenía una expresión que engloba todo el chisme de la transmutación: solve et coagula: disuelve y une. Deconstruye, reconstruye. Gracias a un científico europeo que huía de la pesadilla antisemita y que volteó a ver a los que no regresaron olvidando el homenaje a los victoriosos, muchas vidas le agradecen por tomar en cuenta lo que un tal Murphy (por cierto, ingeniero aeroespacial) conceptualizaría décadas más tarde con sus famosas leyes y corolarios dolorosamente humorísticos. 

   Escena poscréditos:

   En algún lugar del limbo de su ignominia, el fundador de Blockbuster recordará una y otra vez la escena de cuando mandó al diablo a los jóvenes iniciadores de un negocio que le fueron a ofrecer su empresa por una módica cantidad y que éste rechazó por considerar el proyecto una tontería.  ¿Cómo se llamaba?… Ah, sí, Netflix. 

                                Iñaki Manero. 

 

 

   

   

Bitácora de viaje LVIX

por NellyG 1 junio, 2025

 

Julio II (murmurando hacia el techo de la Sixtina): ¿Cuándo estará lista?

Miguel Ángel (mirando desde su andamio al papa): Cuando esté lista. 

   LA AGONÍA Y EL ÉXTASIS – IRVING STONE. 

                                               

                                                                          

 

   Era mi último día en Roma; entré al vagón de la estación Termini del metro, luego de pasar unas horas haciendo video reportaje en el Coliseo (Infodumping alert: se llamaba así porque antiguamente había una estatua colosal de Nerón al lado de esa mole).  Mi encomienda había terminado dos días antes, el jueves, luego de que la fumata bianca hubiera declarado el habemus papam con todo y familia de gaviotas. En plan de broma, le había comentado a mis compañeros que tomaban el enlace de radio en México, que el cónclave era algo así como el Superbowl de la religión. Para algunos radioescuchas, la humorada hizo gracia; para otros, no les pareció ni correcto, ni respetuoso. Ese segundo grupo, por mí, se lo dejaría a Miguel Ángel para ser incluido en la parte de abajo de los frescos de la Sixtina. Me habría encantado tener un décimo de ese genio para desahogar frustraciones sin dejar de ser reverenciado como el artista más grande de la época. Era sábado pasado el mediodía, mi vuelo saldría hasta las once de la noche. Tenía que ver cómo aprovechar un par de horas a una ciudad con tres mil años de antigüedad y lo que parecían millones de turistas yendo y viniendo, subiendo y bajando, tomando selfies y devorando gelati en una primavera italiana de 38 celsius. Qué distinta de ese invierno en que cubrí la despedida de Benedicto y saludé la llegada de Francisco en otro Superbowl clerical que me enfrentó por primera vez de cerca con el acertijo de mi vida. La primera vez que, al fondo de la Avenida de la Conciliación (otro infodumping: se llama así para conmemorar el Tratado de Letrán en el que Benito Mussolini avala la creación del moderno Estado Vaticano; de esto ya casi un siglo), me esperaba, impasible, la Basílica de San Pedro. Como a Edipo con la Esfinge, me haría una pregunta que tardaría 12 años en comprender y empezar a responder. 

   Dos días atrás, la prodigiosa chimenea instalada por los bomberos romanos en la Capilla Sixtina, había dado su mensaje y en la sala de prensa vaticana, volaron plumas; cada periodista intentando comunicarse con su medio en una poesía coral digna de Les Luthiers o Monthy Python.  ¿A quién habrán escogido las dos terceras partes de los cardenales, con  la mediación, claro, del Espíritu Santo?  En Las Vegas, el diablo pagaba diez a uno a los candidatos menos taquilleros, pero los aficionados al cónclave, con años de experiencia, recomendaban apostar por el filipino, o por el norafricano francés, o por el italiano. Sí, eso, Italia debía recuperar esa primacía papal; ya basta de polacos, alemanes y argentinos; el sucesor de Pedro tiene que ser del lugar en donde el cristianismo se universalizó con Pablo, con Constantino…     Conste, eso no lo digo yo. Escuchado en programas de debate italianos y conversaciones  random por la calle camino a mi cuartel general en San Pedro.  Antes de que el cardenal Dominique Mamberti apareciera para informar en latín el nombre del agraciado o más bien, su nombre de bautismo y su nuevo nombre litúrgico que lo acompañará hasta la tumba o hasta la renuncia, mi mente se revolucionaba a niveles hiperespaciales intentando recordar a…  Parolin, Zuppi, Tagle, Aveline. Parecía que estaba invocando la alineación del Milan. Y sí, coincidentemente,  hay algo de esa espectacularidad que tiene el deporte en la forma de elegir al sumo pontífice. El Vaticano lo sabe y sabe que el show atrae público y – ¿por qué no? – en la guerra y en la salvación de las almas, todo se vale.  Lo admito, el Vaticano nos tenía en un cliffhanger; “Annuntio vobis gaudium magnum… Eminentissimum ac reverdisssimum, Dominum, Dominum Robert Francis, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Prevost, qui sibi nomen imposuit Leon XIV”.   Hay palabras que tienen el poder de hacer el silencio reverencial e inmediatamente provocar una explosión de júbilo. La carga energética, creas en lo que creas, te confirma que el ser humano es una batería emocional recargable. 

   El nuevo papa, es norteamericano.  Nacido en Chicago (tierra repleta de migrantes latinoamericanos), pero que en algún momento miró hacia el sur y el camino lo llevó a ser encargado de la diócesis de Chiclayo, en Perú. Su discurso de presentación ante el mundo fue en italiano, en latín, en perfecto español, saludando a su diócesis, pero no en inglés. La combinación en su historia de vida es por mucho intrigante. Hagamos paréntesis:   Francisco surgió del hemisferio sur con la experiencia de vida de los gorilatos de derecha, hijo de la Teología de la Liberación. En su pontificado se dedicó a crear muchos cardenales provenientes de lugares olvidados por la Iglesia, universalizar y darle su etimología correcta a la palabra católico ante la desaprobación del ala conservadora. Francisco se ganó más acusadores y detractores dentro de su religión, que afuera. Cerrando paréntesis:   Robert Prevost, con un interesantísimo árbol genealógico, no estaba dentro del selecto grupo de los cardenales favoritos para la encomienda del vicariato de Cristo. Otra vez, el Espíritu Santo tenía un as bajo la manga como con Juan XXIII, en quien nadie creía y que recetó un Concilio Vaticano II que el planeta Tierra de la Guerra Fría, el movimiento hippy y la guerra de Vietnam no vio venir, salvando a la institución eclesiástica de la herrumbre ideológica y espiritual. ¿Es León XIV una continuidad al legado de Bergoglio? Por lo pronto, en su discurso, quiere dejar muy claro el significado de la palabra pontífice: el que tiende puentes, el que quiere que la Iglesia camine de la mano con el mundo moderno; el conciliador, el ecumenista. Independientemente de la religión que profeses, sentimientos de luz ante la sombra del totaliltarismo otra vez rampante, son reconfortantes.  

   Mientras tanto, en algún momento del siglo XVI, Julio II miraba hacia el techo, hacia el andamio, con un sentimiento confrontado entre la indulgencia y el querer golpear al objeto de su enojo. Mientras caminaba en procesión, murmuraba a la sombra que se encontraba boca arriba, haciendo lo suyo en la altura. “¿Cuándo estará lista?”  Miguel Ángel, con calma, sin dejarse intimidar ante el papa guerrero… “Cuando esté lista”.  Y efectivamente, todavía no está lista. 

                 Iñaki Manero. 

 

 

Bitácora de Viaje LVIII

por NellyG 1 mayo, 2025

 

 

El verdadero poder es el servicio”

Papa Francisco

 

  Lluvioso el ocaso, como casi todos los días anteriores.  La eterna gorra, la chamarra larga de gabardina que de manera fortuita me dieron en el trabajo días antes, atenuaban las gotas de agua y el frío de un invierno europeo que iba cumpliendo su segundo mes. El río que cruzaba la ciudad y el cercano puerto de mar, le daban a la espera un olor único. A tiempo, a nostalgia, a melancolía y también a “espera, ten paciencia, todo lleva su ritmo y su momento”.   La plaza era una playa de paraguas abiertos. Mi estatura permitía ver un poco por encima de ese bosque de nylon. Arriba de mi horizonte visual, la eternidad; el edificio que se hizo para reafirmar con quién estás tratando cada vez que accedes a ese recinto mayor. Por algo les llaman “basílica”; no puedo evitar recurrir a mi maestro y tocayo Juan Ignacio Cuadros y sus etimologías. Del griego “basiliké”, “regio”, “real”.  La casa del rey. En el Renacimiento lo dejaron muy claro Bramante, Miguel Ángel, Rafael, Maderno y Bernini (y sonrío cuando recuerdo al canalla de Quintanar preguntar en clase de Historia Universal si esa era la alineación del Milán).  ¿Cuántas cosas absurdas no pasan por la mente cuando bien sabes que dos mil años de historia van a reventarte de frente, en cualquier momento, como ola sobre un farallón?

  Mientras intentaba moverme de forma más o menos funcional en un patio rodeado por columnas, el espacio en donde había sido el equivalente de la actual Fórmula 1 para el emperador Nerón (que no, que él no incendió Roma mientras tocaba el arpa, no estaba en la ciudad esos días), podía escuchar claramente las porras de los aficionados y el ruido que hacían los cascos de los caballos jalando las cuádrigas en casi desbocada carrera.  Claro, mi referencia generacional y cinematográfica era Charlton Heston enloqueciendo al respetable.  Cuando el cristianismo pasó de ser víctima a, en ocasiones, victimario intolerante y tornarse la religión oficial del Imperio Romano, Constantino (sí, el de Constantinopla, el Concilio de Nicea y el Credo) mandó construir una iglesia (con minúscula) sobre lo que hasta ahora se cree, es la tumba de San Pedro (y con el tiempo sería la tumba de muchos elegidos como piedra angular de la Iglesia (con mayúscula). En el siglo XVI, Julio II (imposible evitar que me llegue la imagen de Rex Harrison en esa inolvidable La Agonía y el Éxtasis, en donde también aparecía Charlton Heston pero ahora como Miguel Ángel), entre batalla y batalla defendiendo los Estados Papales, decide superar a Constantino y hacer lo que, faltaba más, se tenía que hacer, edificar un monumento al pensamiento judeo cristiano echando mano de las medidas del templo de Jerusalén construido por el sabio Salomón.  Luego de muchos papas, muchos intentos de asesinato (Julio II fue también el creador de la vistosa Guardia Suiza, juramentada para dar la vida defendiendo a Su Santidad), muchos acuerdos políticos y un tratado de Letrán que ya cumplió su siglo, la mirada de millones seguía clavada esa tardenoche romana, no en la joya del Renacimiento, sino en la chimenea de un edificio anterior y más antiguo, que de poder hablar, seguro cimbararía buena parte de la civilización occidental como la conocemos.  Ahí se concreta el ritual mágico; es ahí en donde se constata, estrictamente como acto de fe, que la divinidad ha hablado, que el Espíritu Santo efectivamente descendió en los corazones y las mentes de al menos 135 electores menores de ochenta años que pueden votar y ser votados y en donde hay de todo como sagrada botica: de izquierda, derecha, centro, chile, mole y pozole. La eterna pugna que rebasa dogmas. Eres liberal o conservador y, en la mayor inteligencia, tonos de gris.  El Vaticano no es un club social de curas; es un Estado reconocido por la ONU que, aunque no puede tomar parte en las votaciones, puede opinar con el peso de miles de años de experiencia en movimientos políticos e intrigas. No en balde, se trata de uno de los últimos Estados absolutistas que quedan en el mundo con el papa como única cabeza. A su lado, nadie; abajo, todos; arriba, nada más el Jefe (con mayúscula).  

  En eso estaban mis divagaciones cuando en aquella isla de sombrillas, gritos, himnos, vítores y porras (la más entusiasta era la de los argentinos; se entiende, luego de tantas Copas del Mundo), cuando algo que no intentaré nunca razonar, me hizo escuchar, entre tanta cacofonía, el murmullo de una monja africana que cantaba para el universo; bajito, constante, una melodía dulce mientras se balanceaba de adelante hacia atrás en innegable éxtasis místico.  En ese momento desapareció el periodista que todo lo quiere explicar y quedé yo solo en una colina, mirando el Absoluto. No puedo ser tan necio siempre.  Lo único que llegó a registrar mi cerebro ya, era el murmullo de la religiosa y su sonrisa. Ella sabía algo. Siempre lo supo.   Luego de la fumata blanca, como si una figura mitológica nos hubiera torcido a todos el cuello, ahora miramos a una sola ventana de la Basílica de San Pedro. Desde ahí, con voz clara, en latín, idioma oficial de ese país suspendido en el tiempo, el cardenal protodiácono nos anunciaba que por primera vez un jesuita franciscano (sí, era en serio), regiría los destinos espirituales de más de mil millones de almas y los destinos de otros miles de millones de euros.  

  Para cuando leas lo anterior, habrá un nuevo papa en la Iglesia católica. Escribo a unos días de abordar el avión rumbo al inicio de otro cónclave con la memoria fresca de Jorge Mario Bergoglio, el primer americano en ser elegido (siempre por el Espíritu Santo, que conste) el pontífice (de “pontus”, puente; el que tiende caminos y salva obstáculos) y cuyo cuerpo mortal reposa en una humilde losa fuera de la pompa y circunstancia renacentista.    

Vale la pena dejar para el próximo espacio, una bitácora de quién fue Francisco (su nombre papal) y quién entra por él a la cancha. Su pontificado no fue fácil y a mi juicio, en esos doce años, se distinguió como un marino remando con el viento viciado de su propia religión en contra.  Mientras ordenamos ideas y esperamos lo que salga de esa chimenea, me quedo con sus palabras de saludo y despedida, desde aquel balcón en 2013: Buona notte, e buon riposo. Pregate per me.  

  Ciao, Francesco, Ci vediamo. 

Bitácora de viaje LVII

por NellyG 1 abril, 2025

“México no es un país. Es una fosa común con himno nacional”.

          -Anónimo

 

  • ¡Mamá, no encuentro mis zapatos!
  • ¿Qué te hago si los encuentro?

Una de las conversaciones más rápidas y antiguas de la historia, sin duda. Y es que, ellas sí saben buscar… y encontrar. De hecho y no por casualidad, la mayoría de los contingentes de buscadores de personas desaparecidas (y digo la mayoría porque podría apostar sin tener pruebas de que son todos), están dirigidos por mujeres. Por razones de respeto al movimiento feminista, no tengo ningún problema en llamarlos “contingentas” o “colectivas de madres buscadoras”. Estas colectivas deberían tener su nombre escrito con letras doradas en el Congreso, en lugar de tanto patán que poco o nada hicieron por el país y su gente.  Pero no, son demasiado orgullosos para aceptar que ellas, las buscadoras, un día sí y el otro también les hacen el trabajo y los dejan en el ridículo; ese ridículo que enloquece a los encargados de manejar las crisis en el gobierno; se desquician por encontrar otro chisme para desviar la atención y apostar por la distracción y el olvido con sus redes sociales pagadas y matraqueros del textoservicio.  En esta ocasión, el daño ha sido demasiado grande. El torpedo golpeó en la línea de flotación de gobierno y partido; consecuencia de años de mentiras y simulaciones, la fórmula oficial ya se está desgastando, como la superficie de un cristal de mala calidad a la que intentas pulir con una fibra peor. Ya no hay tanta creatividad y los villanos favoritos sexenales van resultando opacos y repetidos hasta que aburren.  El pasado neoliberal, Salinas, prianistas, X González y por supuesto, el Lex Luthor favorito: Felipe Calderón, que sigue estando en la verborrea matutina del oficialismo; en más de 10 años, no han podido deshacer sus malévolos planes para desestabilizar y lastimar a la Cuarta Transformación y su todavía imberbe segundo piso. ¡Caramba con estos malvados de folletín!

Sería buena comedia política de situaciones si no fuera tan trágico. Aquí están involucradas las vidas y muertes de decenas de miles de mexicanas y mexicanos engañados con un falso gran futuro y sueldos de ensueño imposibles de conseguir en la depauperada economía nacional, sobre todo para la presente generación. La realidad es atroz, despiadada, abominable y señala a un solo culpable a través de los sexenios: fue el Estado el que ha permitido con su inacción o de plano con su complicidad activa, este horror. ¿Lo peor? Lo siguen negando y se indignan. Ellos son las únicas víctimas. Pobres calumniados. Ellos que son tan buenos, honorables y que han ofrendado la vida en el altar de la nación, continuamente se les mancha con los embates del enemigo del pueblo bueno (otro constructo que representa en su ficción patriotera, esa alegoría surgida de una película de Ismael Rodríguez). ¿Qué más da un triste rancho polvoso en Jalisco si eso pone en riesgo nuestro 80 por ciento de popularidad?

¡Patrón! Le hablan allá afuera. Quesque vienen a negociar con usté.

Así comenzó la pesadilla de los zapatos, las mochilas y las libretas abandonadas. Al dueño de la finca Izaguirre lo obligaron por la mala a vender (a precio de risa), el terreno de Teuchitlán, Jalisco. Cercano a zonas muy transitadas por locales y foráneos, ya que no muy lejos pasa la afamada Ruta del Tequila y a pocos kilómetros, Guachimontones, importante centro arqueológico con basamentos piramidales redondos, toda una novedad para la arquitectura precolombina. Al recordar y leer esto, no puedo evitar un escalofrío; un par de veces pasé por ahí en mis aventuras radiofónicas cubriendo tanto la elaboración del blanco y reposado néctar divino, como el interés por los asentamientos de aquellos antiguos habitantes de la cultura Teuchitleca. Pensar que probablemente, muy cerca de mis recorridos, el rancho de apenas una hectárea, estaba en ese momento, en plena efervescencia adiestrando a futuros sicarios en técnicas de manejo de armas, tortura, logística, narcomenudeo, extorsión y homicidio.  Y a quienes no cooperaban o querían escapar al darse cuenta de su terrible error, se les ponía como ejemplo para los demás, asesinados violentamente, sus restos quemados y enterrados en el mismo terreno. Sí, un campo de exterminio, por muchas maromas semánticas que le quieran dar.  El rancho del terror, muy bien escondido a la vista de todos. ¿O no?  Siempre se ha sabido de la presencia del narco en la zona, pero, ¿y las denuncias?  Algo tan espantoso, ¿por qué duró tantos años si apenas fue “intervenido” por la Guardia Nacional el pasado mes de septiembre? La respuesta, perdón por el simplismo, es fácil: todos saben, nadie habla. El que habla, se vuelve estadística. La estadística nunca te regresará a tu pareja, a tu hijo, a tu padre… hasta que los encuentra una madre.

Retomamos la búsqueda en la próxima Bitácora, porque, y como dice una pancarta que circula y espero circule muchos años para vergüenza de autoridades (si es que la han conocido alguna vez): “En México una mamá todo lo encuentra… tus zapatos, tus tijeras, tu ropa. Mamá todo lo encuentra; hasta tus restos los encuentra mamá”.

Dedicado con admiración y respeto a todas y cada una de ellas, Madres Buscadoras.

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