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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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BITÁCORA DE VIAJE VIII

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 marzo, 2021

  ¿Quis custodiet ipsos custodes?     

Juvenal

Los seres humanos siempre hemos tenido una inclinación por lo fantástico; por el pensamiento mágico. Por creer, a veces a pie juntillas, que algo superior a nuestras capacidades vendrá en el último minuto para resolver las más terribles tribulaciones. Los latinos le llamaban Deus Ex Machina, el dios que sale de la máquina en traducción literal. En el teatro antiguo, era un recurso muy usado que en el momento más trágico y desesperado de la obra, por medio de un mecanismo, aparecía un actor representando a Hércules, Apolo o Zeus, para solucionar el problema y todos contentos. Y de ahí pasó al cine. ¿Recuerdan a Han Solo y Chewbacca en el último momento, disparando hacia la nave de Darth Vader para que Luke pudiera afinar la puntería y que los torpedos de protón pasaran por la mínima abertura provocando la reacción en cadena que destruyera esa siniestra Estrella de la Muerte? Bueno, pues ahí tienen uno de tantos ejemplos contemporáneos. No hay nada nuevo bajo el sol en cualquier galaxia muy, muy lejana o cercana. Y estos recursos obedecen a una necesidad, dicen los sociólogos, insertada muy en el fondo de esa inmadurez colectiva al vernos desarmados, despojados en argumentos y posibilidades de afrontar lo que el medio ambiente nos arroje. 

Los políticos, erróneamente -para fortuna de ellos- , etiquetados como personajes con pocos alcances imaginativos, han aprovechado tan humana condición para hacerse más que necesarios, indispensables. Más que carne y hueso, divinos. Más que divinos, incuestionables, omniscientes. Pero, al igual que todas las mitologías en la historia, a la larga, desechables hasta que aparezca alguien con mayor poder de seducción.  El líder nunca tiene la culpa; la tienen los de antes. El líder nunca se equivoca; lo descontextualizaron. El líder nunca dijo lo que dijo; todo fue obra de una edición provocada por los enemigos que lo quieren destruir. El líder, puede condenar y calumniar, pero siempre será la víctima de un complot cuando se le señala un yerro. “Soy responsable del barco, pero no de la tormenta”, dijera el inmaculado José López Portillo, zanjando para siempre toda responsabilidad sobre la catástrofe petrolizadora. “Ya nos saquearon. ¡Ya no nos volverán a saquear!”, decía el aludido entre lágrimas durante su sexto y último informe digno de la Diosa de Plata por sobresaliente y destacado histrionismo. No hubo, porque no había, peso suficiente para objetarle que su sueldo como mandatario no le alcanzaba para mandar hacer un complejo de mansiones en Bosques de las Lomas, apodado, porque así es el pueblo, como Colina del Perro en alusión a otra frase célebre: “Defenderé al peso como un perro”.  Y tenía razón; nada más que nunca dijo que se trataba del peso en su bolsillo. 

Como dijera Julio Iglesias, la vida sigue igual. A casi cuarenta años de esta tragedia tropicalizada, seguimos esperando al Quetzalcóatl que salga de entre nubes y rayos para restaurar el orden, la paz y la justicia ante el despojo. Parafraseando a mi abuelo: “Quien no conoce a Dios, a cualquier barbón se le hinca”. Cada seis años, al que llegue, “ése es el bueno”.  Y el bueno, no aparece. Pero el que más, el que menos, se beneficia de estos seis años siendo gran tlatoani. Algo ha cambiado, pero no mucho. La fuerza de la costumbre acecha a la fuerza de la razón. 

Justo en días pasados, la Auditoría Superior de la Federación, organismo autónomo pero que reporta a la Cámara de Diputados, y que por cierto dio a conocer la investigación sobre el megafraude conocido como Estafa Maestra, hizo público su trabajo de 2019. Nada más irregularidades por 67 mil 500 millones de pesos. La mitad corresponde a estados y municipios y el resto, a programas estrella del gobierno federal. Por ejemplo, Jóvenes Construyendo el Futuro, en donde presuntamente se otorgó dinero a personas fallecidas, personas que ya gozaban de otros beneficios sociales o personas que vivían en domicilios que no existen o trabajando en negocios fantasma. Otra joya: la cancelación del aeropuerto de Texcoco costará casi 332 mil millones de pesos; 232% más de lo que en su momento se dijo, alrededor de 100 mil millones. O sea, nos costará más, a ti y a mí que pagamos impuestos, la cancelación que terminar una de las centrales aéreas más modernas del mundo. ¿Y la corrupción? Cierto. ¿En dónde están las pruebas, los detenidos y procesados por ese, el argumento principal de su abandono?  El problema son las promesas de ser diferentes viniendo del mismo molde que sus antecesores. La clase política, siempre en la parte alta de la pirámide. Esos que se la pasan quejándose de que los anteriores son unos corruptos y que ellos de contar con el voto, sabrían hacerlo. Como por ejemplo, bajar la gasolina a diez pesos el litro. ¿Ya tenemos una seguridad social suecodanesanoruega?  Ellos, cada seis años, encarnados en nuevos-viejos rostros son los que nos cuidan, nos vigilan, nos custodian y salen en el último minuto para salvarnos de la entropía. Sobre lo mismo se preguntaba hace dos mil años con cierta malicia el poeta romano Juvenal: ¿Quién cuida a los cuidadores?  

BITÁCORA DE VIAJE VII

por ahernandez@latitud21.com.mx 4 febrero, 2021
  • Por Iñaki Manero
  • Comunicador
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“Le rogó a Dios que le concediera al menos un instante para que él no se fuera sin saber cuánto lo había querido por encima de las dudas de ambos, y sintió un apremio irresistible de empezar la vida con él otra vez desde el principio para decirse todo lo que se les quedó sin decir, y volver a hacer bien cualquier cosa que hubieran hecho mal en el pasado. Pero tuvo que rendirse ante la intransigencia de la muerte”. 

-Gabriel García Márquez.  El Amor en los Tiempos del Cólera

Para trabajar en un medio masivo de comunicación y comunicar, quienes desempeñamos la chamba debemos, por lógica, estar informados. ¿A qué audiencia vamos dirigidos? ¿Qué vamos a decir y cómo presentar la información? ¿Cuáles son nuestras fuentes? ¿En dónde termina la información e inicia el punto de vista personal a esa nota? A pesar de manejar todos los días material muy sensible que pudiera ser contaminado por nuestra propia óptica sobre el mundo, también cometemos errores y dejamos que el hígado hable cuando el hecho como tal debería únicamente ser reflejado. Al mejor cazador se le va la liebre, dirían los viejos. O caemos en imprecisiones. Estamos tan seguros de que algo será así, que lo vaticinamos sin rango de error.  También decían los viejos que cuando el hombre propone, los dioses se mueren de la risa. No hay nada más seguro que el hecho a destacar y ni siquiera así tienes un cien por ciento. Los sentidos pueden engañar al reportero aún frente a lo acontecido. Tal vez los físicos cuánticos tienen razón cuando hablan sobre la incertidumbre de a qué órbita brincará un electrón de un instante a otro. De repente, lo que dábamos por cierto y verificado, no era tal. Siempre existe ese rango misterioso de las probabilidades, la sincronicidad y la pretendida casualidad (¿o causalidad?). Ningún médico serio te ofrece una posibilidad de cura o éxito de un tratamiento, medicina, bálsamo, al cien por ciento. Saben que más allá de un sano 90, se erige la mansión de la incertidumbre. La diferencia está en el diablo de los detalles, en las matemáticas del caos. Tal como lo explicaba Michael Crichton en su entretenida y novedosa (pero muy alejada de certezas científicas y sin embargo sí para una sabrosa especulación de café) Parque Jurásico, al integrar un elemento caótico al ambiente controlado, se produce una reacción en cadena de eventos catastróficos. Es la base del cine de desastre. Ya lo habíamos comentado: todo inicia cuando hay un científico que predice por la vía matemática que algo malo está por ocurrir y nadie hace caso. Hoy estamos viviendo nuestra propia cinta de horror. Si algo ha roto la misión periodística de reseñar el mundo de la manera más certera, es el surrealismo, que en un tris es capaz de transmutar lo impensable en medible y pesable. Es curioso que tal vez debido a algún instinto de sobrevivencia, no alcancemos a reconocer que nosotros somos ese elemento caótico dentro del parque de diversiones. Esa falla en el sistema que hará que los dinosaurios (y ahora cito a los guionistas de la versión cinematográfica) salgan de sus jaulas y se coman a los turistas. Y los mexicanos tenemos esa peculiar facultad para lograr lo imposible. A veces, no con lo que conscientemente todos quisiéramos. Como ir ganando 3-0 y esforzarnos para que nos empaten y eventualmente el rival termine adelantando en el marcador. Sí, históricamente nos fascina estar del lado del derrotado, del humillado, del dolido, del conquistado. Y si no existen razones para probarlo, hacemos todo lo posible por inventarnos lo que nunca pasó para seguir en el fácil papel de víctima. Y claro, después exigimos disculpas por hechos que ya no conciernen a nadie. A dignos nadie nos gana.  Cierto, llevo las tres cuartas partes del espacio que amablemente me prestan para comunicarme contigo cada mes y seguro te preguntas a qué hora entraré en materia luego de tanta retórica. Pero ojalá compartas mi catarsis, porque, de repente, los aprendices de oidores y veedores del mundo también recordamos que llevamos piel y entrañas. Toca a cada quien hacer el ejercicio de reflexión. El dolor nos ha pegado ya a muchos mexicanos en la línea de flotación. Un misil que nadie quiso ver. A la hora de escribir esto, 1,803 fallecidos en 24 horas. Insisto e insistiré: el gobierno central ha tenido gran responsabilidad en este drama y en algún momento deberá responder al juicio de la historia; pero la otra parte ha sido desnudada por la pandemia de manera despiadada. No hemos querido desarrollar una capacidad crítica suficiente como para pensar que el bien común es nuestro bien. ¿En qué momento rehacer nuestra vida social se volvió más importante y apremiante que agregar unos años más a la vida? Y digo agregar más años a la vida porque muchos mexicanos, antes de la era covid, seguían viviendo o semiviviendo con diabetes, obesidad, hipertensión. Los pacientes infectados con el virus y cuya situación se agravó, vivían hasta con cinco comorbilidades. Esto es, muchos sin saberlo o sin querer saberlo, ya teníamos sobre nosotros una sentencia de muerte a mediano plazo. La pandemia simplemente nos desnudó; nos exhibió. Política, económica, social y espiritualmente, y nos dio el empujoncito de un camino que muchos elegimos andar con el estilo de vida. Algunos tienen una segunda oportunidad para hacer y decidir lo correcto antes de que, como apuntara García Márquez, la consecuencia nos provoque rendirnos ante la intransigencia de la muerte. 

En memoria de tu padre, tu madre, tus tíos, hermanos, hijas, hijos, primas, primos, amigos y compañeros de trabajo. Que nunca nos dijimos cuánto nos queremos y cuánto nos perdonamos.  

Entretenimientos de pandemia

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 octubre, 2020
  • Por Iñaki Manero
  • Comunicador
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IV

Una rifa en donde no se dio nada y en donde el regalo era dinero pagado por la misma gente que pagó 500 pesos por un boleto y los ganadores recibirían premios de 20 millones de pesos. Lo recaudado iría para abastecer a hospitales públicos en el país que luchan contra la pandemia.  Curiosamente, por los boletos que el gobierno federal regaló a varios de estos centros de salud y que a la postre resultaron premiados, se pudo paliar, que no solucionar, la grave escasez en mascarillas, caretas, trajes, etcétera y el Ejecutivo queda como benefactor del pueblo.  Sin meternos en el análisis profundo de esa monumental maroma y las pérdidas que ocasionó al querer rifar algo que ni siquiera se ha terminado de pagar y por lo mismo, no es nuestro y que no se ha vendido, por mucho que el tema sea recurrente en las homilías mañaneras, salta una pregunta que a mi juicio desarma toda la diversión del juego: ¿Por qué entrar a una rifa o sorteo cuyo fin es ayudar al sector salud cuando yo pago mis impuestos precisamente para eso? Y otra, ya picados en el asunto: ¿Quién ordenó reducirle el presupuesto a un sector fundamental para el movimiento de un país y para qué?  De enero a mayo, el recorte fue de mil 884 millones de pesos, según cifras de la misma Secretaría de Hacienda. Ya con la pandemia encima, el Programa de Vigilancia Epidemiológica sólo recibió 152.2 millones de los 249.4 acordados. 96.9 millones de moche. Hasta el mismo Dr. Gatell en su subsecretaría de Prevención y Control de Enfermedades quedó corto 47 millones de pesos.  Qué bueno que llevábamos preparándonos desde hace tres meses para la contingencia, según AMLO.  ¿Es la rifa no rifa un distractor popular y populachero para tapar el desvío hacia los programas clientelares que lo mantienen a él y a sus pares en la cima de las encuestas? ¿Es más importante en este momento el tren, la refinería y el aeropuerto (sin hacer juicios de valor sobre su utilidad a corto, mediano y largo plazos) que efectivamente evitar la muerte, por falta de pertrechos, de tantos médicos, enfermeras y camilleros en este macabro récord mundial?  A ojos vistas, la responsabilidad es compartida entre autoridades renuentes a la aplicación de pruebas diagnósticas para ofrecer cifras lo más cercanas a la realidad y el comportamiento de una sociedad acostumbrada a no tener consecuencias sobre sus actos y por ende, odiar cuando se les indica lo que tienen que hacer.  Cuando se le quiere cuestionar al jefe del Ejecutivo sobre el manejo de la pandemia en cifras y argumentos concretos, siempre habrá un molécula o un pirata para salir al paso preguntando trivialidades. Sí, distractores. 

En una próxima ocasión, si me lo permiten, hablaremos del llevado y traído chayote.  Personalmente, no lo consumo ni en ensalada, pero es curioso que el vocablo haya sido retrotraído desde otras cavernícolas épocas priístas a la era en donde todo es transparencia, honestidad valiente y lucha contra la corrupción. ¿Por qué el interés de lanzarlo al ruedo de las redes sociales y generalizarlo en repetición ad náuseam entre los habitantes del vecindario cibernético? Baste decir que se trata de una estrategia –muy mala, por cierto– para desprestigiar el trabajo de periodistas sin sesgo o con él, pero que describen lo que ven y comentan con argumentos lo que piensan, le guste a quien le guste.  Mientras tanto, quede la presente como una advertencia de que ahora mismo, en el sexenio en que todo cambiará para México, las mañas del pasado, operadas tras bambalinas por los mismos mañosos del pasado, siguen funcionando. ¿Alguien recuerda al chupacabras?  Un criptozoide salido de las brumas de la ignorancia científica, creado en los laboratorios del engaño popular en lo que la clase política de nuestro país tomaba oxígeno luego de unos 94 y 95 horribles; un caldo denso y espantoso de cadáveres de candidatos y funcionarios, insurrecciones sureñas y crisis económicas que amenazaban con esparcir el contagio de la inestabilidad en una nación que llevaba casi 70 años de una nerviosa, endeble y artificial paz social.  Así funcionaban las cosas. Se hacía y se decía lo que de Los Pinos bajaba hacia los medios de comunicación y sin chistar. Si la nota indicaba que el chupacabras había sido visto en Querétaro y al otro día en Zacatecas, por muy ridícula que esta gira del terror pareciera, por lo menos debía ser destacada en los despachos informativos.  No era obligación comentarla, sin embargo. Una nueva generación de periodistas no alineados estaba siendo el dolor de cabeza del sistema. El “los cocodrilos vuelan porque lo dijo el señor presidente, se estaba poniendo en duda públicamente en la tinta, la cámara y el micrófono y no en los cafés y en las cantinas en donde se ahogaba la frustración profesional.  Pero, como dijera la nana Goya, “ésa es otra historia” de miedo, como la de la consulta ciudadana y considerar a la gente ministerio público. Juanga diría desde su descanso: ¿Pero qué necesidad? 

Alerta temprana

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 septiembre, 2020

Bitácora de viaje

Por Iñaki Manero

Comunicador

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   You can´t always get what you want,    But if you try sometime, you  find,     You get what you need.         The Rolling Stones. 

(3a. parte)

Mientras la mente trata de comprender qué pasó con lo que uno quiere expresar y lo que finalmente se envía a su editor, pasan cosas en medio que a uno le hacen sospechar sobre la existencia de dimensiones paralelas tipo La Cueva.  Y si en la última entrega les llegó un batiburrillo de inconexiones al principio del escrito, siempre habrá un duende de la quinta dimensión que pague.  Así de fácil, lo engañas para que diga su nombre al revés y desaparece dejándonos tranquilos durante un mes. A Supermán le funcionaba.  Ojalá fuera tan fácil en este universo en donde los héroes sí mueren de manera innecesaria. ¿A quién hacemos responsables de los casi 60 mil muertos y contando?  ¿A Lex Luthor?  ¿Al Chupacabras (real o político)?  ¿A alguna siniestra cofradía económica internacional?  Recientemente me encontré con una simpática y demoledora foto tomada por enfermeras españolas en donde invitaban a quienes creen que el virus es un montaje a presentarse de voluntarios en los hospitales para ayudar a “trasladar enfermos y óbitos además de tareas de desinfección; se les dará mínima protección, al cabo según ustedes, el virus no existe”.   Dudo que la invitación pletórica de ingenio mordaz tuviera respuesta en las legiones de escépticos de teclado.  Incluso un Miguel Bosé, bailarín, actor, cantante, compositor de prestigio mundial, ahijado de Picasso, Visconti o Hemingway, cayó en la fiebre de desestimar cualquier cosa que huela a oficialismo, a pesar de que meses atrás, su madre, talentosísima actriz, falleciera por Covid 19. Estos arranques de opinismo sin fundamentos y basados en  fuentes  seudocientíficas  normalmente se mantienen en el chisme sin mucha consecuencia hasta que son retomados por personajes con gran arrastre popular. ¿Deberían tener responsabilidad penal estos individuos que, aprovechando su  estatus  y víctimas de su propia ignorancia, provocan en la gente actitudes peligrosas para ellos y para la sociedad en general? Yo digo que sí.  Y para abonar más al desprestigio del artista en cuestión, nunca asistió al plantón masivo que él mismo convocó incendiando redes. No importa sin son miembros de la farándula, la intelectualidad, las letras, el deporte o la política, abrir la boca siempre será la diferencia entre la guerra y la paz, entre la polarización malsana y el debate higiénico de las ideas y sí, en ocasiones, entre la vida y la muerte.  Sin ir más lejos, ¿qué tanto pánico le tienen los secretarios y subsecretarios al Presidente, que muchos en su presencia no usan cubreboca y terminada la sesión, cuando el habitante de Palacio Nacional abandona la sala, discretamente se lo instalan siguiendo los dictados de todo el mundo menos el de las autoridades sanitarias de su país? Temor o  lambisconería. Da igual. Tan irresponsable el jefe del Ejecutivo, como sus corifeos.  Volviendo al cuestionamiento inicial, ¿de quién es la culpa  de que seamos el tercer país con mayor letalidad en el mundo? Lo siento para los de un bando y para los del otro en esta guerra de basura  dialéctica de tan ínfima calidad. Pero ambos tienen parte de razón.  La responsabilidad es compartida. Un gobernante que pretende jugar el papel de invulnerable semidiós (con el refuerzo de cierto charlatán que insiste en que la fuerza de contagio del presidente es moral), para impresionar a una enorme base electoral acostumbrada al pensamiento mágico y un grueso de población que odia el que le digan lo que tiene que hacer porque jamás, en las últimas decenas de años,  nos han puesto límites por aquello de la búsqueda del voto.  Seguimos siendo eternos adolescentes a los que siempre les dijeron que sí a todo.  Imponernos la mascarilla, faltaba más, es un atropello a nuestros inalienables derechos humanos.  Cuando así conviene a la zona de confort, preferimos darle crédito a un cantante o a un “influencer” con pocos o nulos estudios, que a premios nobel (uno de ellos, por cierto mexicano) y autoridades sanitarias internacionales que avalan la medida del trapo en boca y nariz  como parte del arsenal efectivo que habría podido desbaratar al SARS COV 2 desde hace varios meses sin sacrificar demasiado la economía global y familiar, ni qué decir las cuantiosas tragedias y orfandades.   Ni el presidente ni la sociedad entendimos que el abrazo, el beso, el parque, la alberca, el restaurante, dependían de seguir por una vez las reglas. Un político a la antigua que se cree en campaña y una sociedad que no ha dejado de soñar con las estampas del levantamiento de Hidalgo en 1810.  ¿Contra qué nos vamos a rebelar ahora y qué pasará cuando hayamos vencido? Quién sabe, pero tú, rebélate. La responsabilidad de esta catástrofe es pues, repartidita.  No siempre tendrás lo que quieres – escribió Mick Jagger en 1969- pero si lo intentas, obtendrás lo que necesitas.  El problema es que llevamos más de un siglo viviendo la utopía de la ley del mínimo esfuerzo con el mito de la gratuidad y esa ola, a golpes constantes de agua, termina por romper el dique social. 

   Fe de erratas: Si no se entendió el inicio de la colaboración anterior, no se apuren; yo tampoco lo entendí.  El duende de la quinta dimensión cambió criminalmente las palabras. La cita exacta de Tito Monterroso es la siguiente: 

   “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”   

   Un safín, safado… 

Alerta temprana (2da. parte)

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 agosto, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

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“Cuando despertó, la misma irresponsabilidad compartida entre gobierno y sociedad; permanece desafiante, mirándonos, burlándose. Retando a que demos el primer paso para probarnos que a pesar de tantos milenios, no hemos cambiado mucho cuando el condicionamiento dinosaurio todavía estaba allí”, escribía Tito Monterroso en lo que se conoce como uno de los relatos más cortos de la literatura. O por lo menos, eso dicen los literatos, poco literales, ellos.  Despertamos todos a más de medio año de la pandemia y ésta, a pesar de las maromas dialécticas, sigue instalada. No es, decíamos, la primera ni la última, me temo.  La raza humana (¿todavía se le llama así?) está curtida en este tipo de eventos. Y hoy, cuando se supone que tecnológica y científicamente estamos más y mejor preparados que nunca, es cuando más desamparados, descontrolados y desvalidos nos descubrimos. Sí, despertamos y ahí seguíamos con la que opera en nuestra cultura, nos impide todo tipo de acción y movimiento que no sean dirigidos por un capricho adolescente a cualquier cosa que represente autoridad. En pocas palabras, odiamos que nos digan lo que tenemos que hacer; cualquier cosa es mejor, incluso la horrible muerte en una cama COVID, con intubación integrada por el mismo precio, a darle la razón a un policía, médico o político que ni siquiera es de nuestra familia. Correcto, hay factores que nos hacen vulnerables: el índice de letalidad, más o menos del once por ciento, altísimo a nivel mundial,  por ser una sociedad con garantía de enfermedades preexistentes (diabetes, hipertensión, sobrepeso, etcétera), pero en el fondo, el factor caótico de cada sistema encontrará a su protagonista principal en algo llamado humanidad desbordada atendiendo primero a sus pasiones desmedidas, que al instinto de sobrevivencia que aconseja mesura, paciencia, resiliencia,  capacidad crítica, análisis, atención. Elementos necesarios para decodificar diversas formas de enfrentar un conflicto y actuar en consecuencia. Recién veía, para nada divertido, la grotesca escena de una horda (grupo de primates, nadie se ofenda por favor, pues en la taxonomía eso somos) entrando en tropel a un hipermercado que abría sus puertas con la condición de que los clientes lo hicieran en orden, a distancia, portando cubrebocas y una persona por familia. Ajá.  Fue en Chilpancingo, Guerrero. Pudo ser en Sombrerete, Zacatecas o en Nonoalco, Ciudad de México.  El resultado habría sido el mismo. Bastaron unos segundos de video para fusilar hasta el optimismo más pertinaz. Segundos para que cualquier antropólogo de primer semestre pudiera leer, sin necesidad de análisis gráfico y mareador del epidemiólogo Rockstar de las 19 horas, que la realidad es mucho más distinta y distante de cualquier discurso oficial que por enésima vez dibuja la imagen mental de un vaquero lazando a la vaca “Pandemia” en la charreada del domingo.  No, señor. No se ha domado nada. Segundos de video suficientes para cambiar mi boleto de avión a mi mundo adoptivo, Quintana Roo, para otro día con más calmita, como dirían en mi pueblo.  Queremos seguir pensando y presumiendo que una epidemia es algo que nos pasa por encima, como un camión, un tren, un toro de lidia que salió de ninguna parte en una acción irremediable, inevitable, esperada, apocalípticamente anunciada y por lo mismo, fuera de discusión hacer algo porque “es la voluntad de… (escriba aquí el nombre de su deidad favorita)”.   Cuando pase, cuando el alacrán que vimos venir desde lejos nos haya picado y estemos entre los estertores finales, siempre quedará la revancha de mirar hacia el compadre a unos metros de nosotros con ojos de odio para echarle la mexicanísima culpa por no haber hecho nada. Sí, señor, el deporte nacional se llama cabecear el balón hacia el otro en una suerte de ruleta rusa muy divertida: quien no logre dominar la pelota y redirigirla a otro, a ése se le sacrifica a los dioses de la (des)opinión pública.  Ya habrá quien pague por los pecados de los demás: el policía, el empresario, el secretario, el presidente, el (¡cof, cof! ) comunicador.  Sé que habíamos quedado la vez pasada preguntando cómo vamos a regresar. Hoy, repensando y volviendo una y otra vez a ver la grabación de esa humanidad  corriendo como lemmings al desfiladero, obesos, sin cubrebocas, empujando, derribando por ser los primeros en aprovechar el dos por uno en cualquier cosa que satisfaga el placer de la inmediatez, creo que tenemos tiempo suficiente para una tercera parte.  No importa cuándo leas esto, dicen los memes en redes sociales, el pico de la pandemia será mañana. Entonces, seguimos platicando, sí, con más calmita, mientras el dinosaurio microscópico siga ahí. 

Alerta temprana

por ahernandez@latitud21.com.mx 3 julio, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

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 (1a. parte)

Abejas que van regresando, ballenas saltando en la bahía de Santa Lucía, Acapulco; cacomixtles que juegan en la azotea de mi vecino. Alguien nos quiere decir algo.  No, no soy ecologista de línea dura; si lo fuera, viviría en una cueva. Todo lo que hacemos tiene un impacto en el medio ambiente; incluso la casa en donde vives, en algún momento fue parte de un ecosistema de selva, desierto, bosque, pradera o cerro. En algún momento, un vehículo deforestó desplazando la vida, vegetal o animal de la zona, replegándola a otro sitio o de plano provocando su desaparición. Eso viene sucediendo desde que el hombre dejó de ser criatura migrante y se estableció en asentamientos regulares. Y sigue hasta la fecha. Y seguirá durante el tiempo que nos toque sobrevivir en este planeta. Los castores tienen impacto en el medio ambiente, las hormigas, termitas, lobos, ciervos, búfalos…  Todos los animales sociales.  Con un impacto positivo o negativo.  La cuestión es un asunto de costo/beneficio.  Cuánto nos cuesta, cuánto nos duele, cuánto estamos dispuestos a perder. Hemos perdido la dimensión de esto último.  

El impulso de aprovechar los recursos naturales, por lo regular de manera irresponsable, no es nuevo. Se cree que el caballo americano (los actuales son descendientes de aquellos traídos por los europeos desde el siglo XVI) se extinguió en buena parte por la voracidad del hombre, que se alimentaba de ellos y aprovechaba el cuero y los huesos para vestido y herramientas; acosaba y dirigía las manadas hacia desfiladeros provocando más muertes de las que se pudieran aprovechar.  Hasta el poderoso mamut, que hace apenas 10 mil años todavía recorría el mundo, fue desapareciendo cuando, a la par de las cambiantes condiciones del clima terrestre, se le suma la cacería organizada por grupos de antepasados que a toda costa, no podían ignorar un beneficio en comida y pieles de ese tamaño.  Hace muy poco se descubrió en los actuales terrenos de la base aérea militar número 1, Santa Lucía, en Tecámac, Estado de México, ahí, efectivamente en donde se construye la central avionera Felipe Ángeles, uno de los mayores yacimientos de osamentas de estos paquidermos. De acuerdo con los estudios preliminares, algunos de ellos pudieron haber sido cazados ahí mismo, en la orilla de lo que fue parte del ya desaparecido gran sistema de lagos volcánicos.  

Somos auténticos depredadores y no discriminamos; le pegamos a lo que sea.  Esa ha sido parte de nuestro éxito y nuestra desgracia como especie.  La versatilidad, el no ser especialistas en algo, nos ha colocado como los primeros en la fila evolutiva. La desgracia, hemos empujado al resto de la vida al abismo, hasta que nosotros mismos también rozamos con el pie el borde del precipicio.  Y de repente, en pleno auge de la tercera Revolución Industrial, ya muy cerca, decíamos de la saliente con rumbo al olvido, un bicho microscópico, que dicho sea de paso, los científicos todavía no se ponen de acuerdo en si está vivo o no, amenaza con regresar nuestra economía a la Edad de Piedra.  

¿No es adorable? No es ni la primera, ni será la última pandemia; hemos sido diezmados por muchas. Algunas, las más taquilleras, han sido motivo de novelas y películas, además de referente forzoso en ensayos sobre anatomía, fisiología e higiene.  Sí. Alguien nos quiere decir algo: no somos insustituibles, ni reyes de la Creación, ni imprescindibles para nada. Nos hemos tragado la ilusión de que hemos sido bordados a mano, una artesanía del Universo. Y no. Los dejo, amigos, cuates, conocidos, con una pregunta que intentaremos responder en una segunda, espero, oportunidad: ¿Cómo vamos a regresar después de esto?  Ahí afuera están las señales. En este momento hay una abeja que toma polen de esa plantita que apenas la semana pasada salió de entre la grieta del pavimento frente a casa. Esa planta que nadie ha querido arrancar. Personalmente, prefiero que el vecino no salga. Así está mejor; pero ya saldrá.  ¿Saldrá para seguir matando mamuts? 

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