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Iñaki Manero

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Alerta temprana (2da. parte)

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 agosto, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

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“Cuando despertó, la misma irresponsabilidad compartida entre gobierno y sociedad; permanece desafiante, mirándonos, burlándose. Retando a que demos el primer paso para probarnos que a pesar de tantos milenios, no hemos cambiado mucho cuando el condicionamiento dinosaurio todavía estaba allí”, escribía Tito Monterroso en lo que se conoce como uno de los relatos más cortos de la literatura. O por lo menos, eso dicen los literatos, poco literales, ellos.  Despertamos todos a más de medio año de la pandemia y ésta, a pesar de las maromas dialécticas, sigue instalada. No es, decíamos, la primera ni la última, me temo.  La raza humana (¿todavía se le llama así?) está curtida en este tipo de eventos. Y hoy, cuando se supone que tecnológica y científicamente estamos más y mejor preparados que nunca, es cuando más desamparados, descontrolados y desvalidos nos descubrimos. Sí, despertamos y ahí seguíamos con la que opera en nuestra cultura, nos impide todo tipo de acción y movimiento que no sean dirigidos por un capricho adolescente a cualquier cosa que represente autoridad. En pocas palabras, odiamos que nos digan lo que tenemos que hacer; cualquier cosa es mejor, incluso la horrible muerte en una cama COVID, con intubación integrada por el mismo precio, a darle la razón a un policía, médico o político que ni siquiera es de nuestra familia. Correcto, hay factores que nos hacen vulnerables: el índice de letalidad, más o menos del once por ciento, altísimo a nivel mundial,  por ser una sociedad con garantía de enfermedades preexistentes (diabetes, hipertensión, sobrepeso, etcétera), pero en el fondo, el factor caótico de cada sistema encontrará a su protagonista principal en algo llamado humanidad desbordada atendiendo primero a sus pasiones desmedidas, que al instinto de sobrevivencia que aconseja mesura, paciencia, resiliencia,  capacidad crítica, análisis, atención. Elementos necesarios para decodificar diversas formas de enfrentar un conflicto y actuar en consecuencia. Recién veía, para nada divertido, la grotesca escena de una horda (grupo de primates, nadie se ofenda por favor, pues en la taxonomía eso somos) entrando en tropel a un hipermercado que abría sus puertas con la condición de que los clientes lo hicieran en orden, a distancia, portando cubrebocas y una persona por familia. Ajá.  Fue en Chilpancingo, Guerrero. Pudo ser en Sombrerete, Zacatecas o en Nonoalco, Ciudad de México.  El resultado habría sido el mismo. Bastaron unos segundos de video para fusilar hasta el optimismo más pertinaz. Segundos para que cualquier antropólogo de primer semestre pudiera leer, sin necesidad de análisis gráfico y mareador del epidemiólogo Rockstar de las 19 horas, que la realidad es mucho más distinta y distante de cualquier discurso oficial que por enésima vez dibuja la imagen mental de un vaquero lazando a la vaca “Pandemia” en la charreada del domingo.  No, señor. No se ha domado nada. Segundos de video suficientes para cambiar mi boleto de avión a mi mundo adoptivo, Quintana Roo, para otro día con más calmita, como dirían en mi pueblo.  Queremos seguir pensando y presumiendo que una epidemia es algo que nos pasa por encima, como un camión, un tren, un toro de lidia que salió de ninguna parte en una acción irremediable, inevitable, esperada, apocalípticamente anunciada y por lo mismo, fuera de discusión hacer algo porque “es la voluntad de… (escriba aquí el nombre de su deidad favorita)”.   Cuando pase, cuando el alacrán que vimos venir desde lejos nos haya picado y estemos entre los estertores finales, siempre quedará la revancha de mirar hacia el compadre a unos metros de nosotros con ojos de odio para echarle la mexicanísima culpa por no haber hecho nada. Sí, señor, el deporte nacional se llama cabecear el balón hacia el otro en una suerte de ruleta rusa muy divertida: quien no logre dominar la pelota y redirigirla a otro, a ése se le sacrifica a los dioses de la (des)opinión pública.  Ya habrá quien pague por los pecados de los demás: el policía, el empresario, el secretario, el presidente, el (¡cof, cof! ) comunicador.  Sé que habíamos quedado la vez pasada preguntando cómo vamos a regresar. Hoy, repensando y volviendo una y otra vez a ver la grabación de esa humanidad  corriendo como lemmings al desfiladero, obesos, sin cubrebocas, empujando, derribando por ser los primeros en aprovechar el dos por uno en cualquier cosa que satisfaga el placer de la inmediatez, creo que tenemos tiempo suficiente para una tercera parte.  No importa cuándo leas esto, dicen los memes en redes sociales, el pico de la pandemia será mañana. Entonces, seguimos platicando, sí, con más calmita, mientras el dinosaurio microscópico siga ahí. 

Alerta temprana

por ahernandez@latitud21.com.mx 3 julio, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial 

 (1a. parte)

Abejas que van regresando, ballenas saltando en la bahía de Santa Lucía, Acapulco; cacomixtles que juegan en la azotea de mi vecino. Alguien nos quiere decir algo.  No, no soy ecologista de línea dura; si lo fuera, viviría en una cueva. Todo lo que hacemos tiene un impacto en el medio ambiente; incluso la casa en donde vives, en algún momento fue parte de un ecosistema de selva, desierto, bosque, pradera o cerro. En algún momento, un vehículo deforestó desplazando la vida, vegetal o animal de la zona, replegándola a otro sitio o de plano provocando su desaparición. Eso viene sucediendo desde que el hombre dejó de ser criatura migrante y se estableció en asentamientos regulares. Y sigue hasta la fecha. Y seguirá durante el tiempo que nos toque sobrevivir en este planeta. Los castores tienen impacto en el medio ambiente, las hormigas, termitas, lobos, ciervos, búfalos…  Todos los animales sociales.  Con un impacto positivo o negativo.  La cuestión es un asunto de costo/beneficio.  Cuánto nos cuesta, cuánto nos duele, cuánto estamos dispuestos a perder. Hemos perdido la dimensión de esto último.  

El impulso de aprovechar los recursos naturales, por lo regular de manera irresponsable, no es nuevo. Se cree que el caballo americano (los actuales son descendientes de aquellos traídos por los europeos desde el siglo XVI) se extinguió en buena parte por la voracidad del hombre, que se alimentaba de ellos y aprovechaba el cuero y los huesos para vestido y herramientas; acosaba y dirigía las manadas hacia desfiladeros provocando más muertes de las que se pudieran aprovechar.  Hasta el poderoso mamut, que hace apenas 10 mil años todavía recorría el mundo, fue desapareciendo cuando, a la par de las cambiantes condiciones del clima terrestre, se le suma la cacería organizada por grupos de antepasados que a toda costa, no podían ignorar un beneficio en comida y pieles de ese tamaño.  Hace muy poco se descubrió en los actuales terrenos de la base aérea militar número 1, Santa Lucía, en Tecámac, Estado de México, ahí, efectivamente en donde se construye la central avionera Felipe Ángeles, uno de los mayores yacimientos de osamentas de estos paquidermos. De acuerdo con los estudios preliminares, algunos de ellos pudieron haber sido cazados ahí mismo, en la orilla de lo que fue parte del ya desaparecido gran sistema de lagos volcánicos.  

Somos auténticos depredadores y no discriminamos; le pegamos a lo que sea.  Esa ha sido parte de nuestro éxito y nuestra desgracia como especie.  La versatilidad, el no ser especialistas en algo, nos ha colocado como los primeros en la fila evolutiva. La desgracia, hemos empujado al resto de la vida al abismo, hasta que nosotros mismos también rozamos con el pie el borde del precipicio.  Y de repente, en pleno auge de la tercera Revolución Industrial, ya muy cerca, decíamos de la saliente con rumbo al olvido, un bicho microscópico, que dicho sea de paso, los científicos todavía no se ponen de acuerdo en si está vivo o no, amenaza con regresar nuestra economía a la Edad de Piedra.  

¿No es adorable? No es ni la primera, ni será la última pandemia; hemos sido diezmados por muchas. Algunas, las más taquilleras, han sido motivo de novelas y películas, además de referente forzoso en ensayos sobre anatomía, fisiología e higiene.  Sí. Alguien nos quiere decir algo: no somos insustituibles, ni reyes de la Creación, ni imprescindibles para nada. Nos hemos tragado la ilusión de que hemos sido bordados a mano, una artesanía del Universo. Y no. Los dejo, amigos, cuates, conocidos, con una pregunta que intentaremos responder en una segunda, espero, oportunidad: ¿Cómo vamos a regresar después de esto?  Ahí afuera están las señales. En este momento hay una abeja que toma polen de esa plantita que apenas la semana pasada salió de entre la grieta del pavimento frente a casa. Esa planta que nadie ha querido arrancar. Personalmente, prefiero que el vecino no salga. Así está mejor; pero ya saldrá.  ¿Saldrá para seguir matando mamuts? 

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