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NO TODO ASUME UN NOMBRE. ALGUNAS COSAS VAN MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS.
– Alekandr Solzhenitsyn
Mi nombre es Juan Ignacio Manero Monte; hijo de Josefina Monte Aja, del mero Tlalnepantla, Estado de México, y de Enrique Manero Berasategui, digno representante del Bocho, Bilbao, España. Esos son nombres oficiales; los que aparecen en los papeles, en las identificaciones, en los certificados y te acompañan en esta idea de controlarlo todo, desde la cuna, hasta el sepulcro. Pero no necesariamente es el nombre con el que quieres que la gente te recuerde y te haga parte de su vida. Por ejemplo, Bob Dylan fue registrado como Robert Zimmerman; el Dylan es por su afinidad al poeta galés Dylan Thomas. Si escribo Félix Fernández, probablemente muchos lo identifiquen con ese gran portero del Atlante y de la Selección Mexicana de futbol y nada más. Pero si les digo que, en su forma corta, así se llamaba en realidad el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, más de uno que se haya dormido en esa clase de historia de nuestro país, levantará la ceja. Desde Voltaire hasta Elton John, el cómo quieres ser recordado, es en la mayoría de los casos, un asunto personal.
En mi caso, nací en la muy conservadora sociedad mexicana de los sesenta, así que de nada valieron las peticiones de mi padre tanto a la Iglesia como al Registro Civil, para ser bautizado como Iñaki. No, no. Si no está en el Santoral Católico, ni en fe de bautismo ni en acta de nacimiento. Mi tía madrina Carmela zanjó el asunto de manera práctica: Entonces que se llame con el equivalente “en cristiano”: Ignacio. Y ya de pilón, con el Juan por delante pa’ que amarre. Sin embargo, en lo sucesivo, la única persona que me llamaba así y cuando llegaba a casa a las 5 de la mañana, era mi desvelada madre. Escuchar este nombre compuesto, para mí, siempre fue motivo de inquietud que antecede a la tormenta de regaños y castigos ejemplares. No se desgasten llamándome Juan, Juanito, Ignacio, Nacho o cualquier combinación de los anteriores si me quieren saludar por la calle. Simplemente mi mente no decodifica lo escuchado como personal. No volteo. Cada quien lleva el nombre que elige para la batalla diaria. Como dijera Cyrano antes de morir, sería el sello de mi grandeza.
Por lo mismo, empeñar el nombre, con el que te identificas, en prenda de cualquier promesa o condicionar su permanencia al cumplimiento de la misma, es algo grave; Clío, la musa de la historia, en ese momento se alista para registrarlo todo grabado en piedra, en la gloria o la vergüenza.
Dinamarca, desde luego, no es México. Ni en historia, ni en cultura, ni en situación geográfica, ni en meteorología, población, política, economía, ni en…
El sistema de salud de Dinamarca es uno de los mejores del mundo. El país destina un 11 por ciento de su PIB al presupuesto de salud y con cobertura universal. No nada más en el papel, sino en los hechos, ya que no solamente es el aspecto médico, sino también complementado por calidad de vida y empleo. Coincide también con el puesto número 11 en la lista de PIB per cápita comparado con 196 países. En el 99 por ciento de la población, el paciente tiene a un médico especialista asignado en atención primaria. El sistema es gratuito (desde luego, se mantiene con los impuestos de los contribuyentes, pero la calidad y celeridad en el servicio, es un punto extra para afirmar que ese dinero está bien invertido) y los centros de salud pública no están centralizados; los médicos y directores de los centros son autónomos; ellos se encargan y se hacen responsables de la administración de los hospitales y consultorios; no solamente en consulta, cirugía, farmacias, tratamientos, sino también en contratos y salarios. Esto reduce la hiperburocratización (¿me inventé la palabra?) del sistema y cada paciente cuenta con una tarjeta sanitaria que puede presentar no únicamente en la clínica, sino en la farmacia de su elección para recoger el medicamento. La receta, electrónica, se encuentra en sus dispositivos móviles y en una base de datos general. Todas las historias clínicas de pacientes son fácilmente verificables en una red universal hospitalaria y con un sistema llamado WebReq de análisis clínicos. Consultas que se realizan para recetas, entrega de resultados o seguimiento de tratamientos, son vía telefónica; esto evita las aglomeraciones. Si el paciente por razón de discapacidad o estar en fase terminal no puede acudir a consulta, existe desde luego, la telemedicina, muy útil en estos años pandémicos o la atención domiciliaria. (¿Alguien recuerda el “Médico en tu Casa” en el sexenio chilango de Miguel Mancera?). Los municipios proveen de todo lo necesario para que el paciente se encuentre lo más cómodo y lo más cercano a una atención hospitalaria de primer nivel. Muy importante: más del 90 por ciento del abasto de medicamentos y tratamientos está garantizado, y el aeropuerto de Copenhague no ha sido bloqueado por desesperados padres de familia exigiendo las quimios de sus hijos que por derecho les corresponden.
Enero de 2020: el presidente de la República aseguró que el primero de diciembre de ese mismo año el sistema de salud pública funcionaría con normalidad. Medicamentos gratuitos y servicios de calidad como en… Correcto, Dinamarca; aunque también mencionó Canadá y Reino Unido. En poco más de un mes se cumplirán dos años de esa fecha fatal. Juzgue usted.
Noviembre, 2021, el mismo jefe del Ejecutivo, afirmó: “Me dejo de llamar Andrés Manuel si no se distribuyen medicamentos en México”.
Hace unos días, octubre, 2022, misma persona: “Aceptamos el desafío y el reto y cuando terminemos, vamos a tener sistema de salud de primera; como en Dinamarca”.
Esto me lleva a una reflexión y a una duda.
Tal vez el presidente tenga razón; la culpa es nuestra al no haberle preguntado si tendremos en 2024 el sistema de salud de Dinamarca… del siglo XV.
¿Podemos ir convenciendo al INE para que organice una consulta popular y buscarle nuevo nombre a quien ya lo empeñó y lo perdió en algún rincón de su morning show?
Mientras escucho algo de Reggae (sin ganja), no puedo evitar acudir al enorme gran profeta de Jah:
Bob Marley no es mi nombre. Ni siquiera sé mi nombre aún.
Iñaki Manero.