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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Bitácora de viaje XXXVIII

por NellyG 1 septiembre, 2023

CUANDO PENSAMOS QUE ESTAMOS DIRIGIENDO, NOS ESTÁN DIRIGIENDO A NOSOTROS».

– LORD BYRON.

 

– Buenas noches. Bienvenidos sean a la exposición de un nuevo y diferente valor de la pintura contemporánea. Creemos, aquí en Christian, la galería más prestigiada de Gotemburgo, que es imprescindible abrir la puerta a otra generación de creadores. Los genios de épocas pasadas ya tienen su muy bien ganado lugar dentro de los Campos Elíseos de la plástica. Desde la pintura rupestre y su conexión mágica, hasta Picasso. Hoy no podemos más que recibir con agrado la obra incipiente, pero, estamos seguros, revolucionaria de este joven y elusivo representante del avant garde.  Un cambio de guardia que refresca con su propuesta evidentemente contestataria, la dinámica posguerra con otro código de comunicación que en definitiva, desatará reacciones.  De acuerdo con las nuevas vertientes artísticas y conceptuales, el arte no solamente nació como mero alimento estético del alma, sino como un viaje iniciático que reta nuestra más primitiva capacidad de reacción ante los estímulos sensuales.  Sin mayor preámbulo, la Galería Christian presenta orgullosamente el genio de… ¡Pierre Brassau!

En esa lluviosa noche del occidente sueco, los asistentes a la Galería Christian tomaron agradecidos de la charola del mesero el vino de honor ofrecido. La mayoría se trataba de críticos de arte provenientes de la península escandinava ávidos por elogiar o destrozar, dependiendo del humor con que se hubieran levantado. Aunque, con justicia, la crítica también es un asunto generacional dominado por la historia personal y global. El avance del pensamiento creativo se motiva por los embates del medio ambiente y nuestra reacción a ellos. En febrero de 1964, cuando tuvo lugar la exposición,  Kennedy había sido asesinado unos meses antes y en México terminaba el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Mi madre estaba en el antepenúltimo mes de su embarazo de mí (por si estaban con el pendiente).  El mundo se estaba preparando para un salto cuántico en la manera de ver, sentir, vestir,  percibir la cultura (no por causa de mi nacimiento, que conste. No he llegado a esos niveles mesiánicos).  Los Beatles habían iniciado su asalto a la economía discográfica norteamericana y dejaban el provincialismo de su Liverpool natal. Había un cambio en el aire. Los baby boomers, esa generación nacida luego de la Segunda Guerra Mundial, estaban sustituyendo a sus predecesores en la toma de decisiones, si no en el ámbito político, en sus expresiones culturales (considerando la definición de cultura como todo lo que el ser humano hace y es desde al alba hasta el poniente); tendrían una lapidaria repercusión en el pensamiento y economía no sólo del mundo occidental, sino del némesis tras la cortina de acero.  Un reordenamiento de los derechos civiles y sociales cuya onda de choque sigue reventando en las costas del pensamiento conservador patrilineal.  Y sí, señora, señor, el arte es ni más ni menos que el medio de expresión del momento en que vivimos con la  percepción de la realidad y  escapes fantasiosos.  No en balde, Stan Lee, Steve Ditko, Jack Kirby, etcétera, hicieron un imperio visual reinventando las nuevas mitologías.  Warhol, Lichtenstein, Rauschenberg echaban mano de la poderosa narrativa del cómic y las escenografías brutalmente descriptivas de la miseria y las pasiones humanas. ¿Sería ese el contexto en que se alimentó nuestro Pierre Brassau? ¿Qué sabíamos de él hasta esa velada sueca? Prácticamente nada; un obscuro pintor francés sin pasado con apenas cuatro cuadros expuestos compartiendo espacio con otros creadores plásticos de España, Suecia, Noruega, Inglaterra, Austria, Italia. Lo poco que se pudo filtrar a la prensa especializada es que Brassau mostraba una debilidad por el azul cobalto y por… los plátanos.

Dice una máxima de la publicidad y propaganda que lo importante no es que hablen bien o mal de ti, sino que hablen.  Que estés en boca de todo mundo y marques agenda. No hay nada más desesperanzador que el que nadie se acerque a preguntarte nada cuando lo tuyo es la promoción para lograr una meta. Eso se aplica en todas las manifestaciones artísticas, sociales y desde luego, políticas. ¿Qué escribió la crítica sobre lo que pudo ver y analizar del nobel pintor?  Un ejemplo lo pone el prestigiado Rolf Anderberg, del matutino Posten, declarando febril que… “Pierre Brassau pinta con pinceladas poderosas, pero también con una clara determinación. Sus brochazos giran con fastidiosa furia. Pierre es un artista que ejecuta con la delicadeza de una bailarina de ballet”.   El resto iba por el mismo rumbo. No cabía nadie más aquella noche que Pierre.  Ahora que lo recuerdo, sí hubo alguien que escribió… “Sólo un simio pudo hacer esto”.  Lo redactó Fulano de Tal, cuyo nombre y medio escaparon al escrutinio de la historia.

Un actor interpreta a un personaje. Se le atribuye a Shakespeare decir que los actores son grandes mentirosos que por un rato se hacen pasar por quien no son. En un entorno teatral o cinematográfico, la mentira es de común acuerdo entre el histrión y la audiencia.  En esas horas de evasión, haces un contrato y decides permitirte creerle al director, al escritor y al talento artístico con diversos resultados.  La política, sin embargo, nada en mares más tormentosos; el flautista de Hamelin seduce nuestra necesidad de creer y la doblega a pesar de que muy en el fondo, en ese inframundo de las miserias, sabemos que nos volverán a engañar. No intelectualizamos para evitar el dolor del ego lastimado.

Sin querer, el despiadado y desconocido crítico llegó a la verdad.  Creyendo conseguir su mejor e ingenioso insulto, abrió la ventana a un nuevo universo de investigación científica que nos acerca a los antepasados comunes.  Los lectores que no conocían esta historia, merecen que les cuente la media verdad o media mentira: Pierre sí existió, pero su nombre era la alternativa sajona “Peter”.  No era francés, sino originalmente belga; había nacido en el territorio que unos años después se independizaría con el nombre de República del Congo. Le encantaban las bananas y las consumía a montones mientras chupaba color azul cobalto de su paleta y hacía esos brochazos furiosos con la ligereza de una ballerina.  La exhibición pictórica en Gotemburgo fue real y hubo quien compró la obra de Pierre/Peter. La presentación a la velada artística con la que abro esta bitácora, salió de mi retorcida imaginación jugando al novelista histórico.  Peter pasó el resto de su vida cómodamente instalado en Londres gozando de su fama; no cualquiera es padre de una nueva e insospechada corriente artística: le llamaremos art-singe.

¿Olvidé decir que Peter era un chimpancé común? Yo y mi memoria.  Cuidado en quiénes hacemos reposar la credibilidad. Por muy monos que parezcan.

Iñaki Manero.

 

Bitácora de viaje XXXVII

por NellyG 2 agosto, 2023

 

 

ERA INVISIBLE Y ME ESTABA EMPEZANDO A DAR CUENTA DE LAS EXTRAORDINARIAS VENTAJAS QUE OFRECÍA SERLO. EMPEZABAN A RONDARME POR LA CABEZA TODAS LAS COSAS MARAVILLOSAS QUE PODÍA REALIZAR CON ABSOLUTA IMPUNIDAD.

– EL HOMBRE INVISIBLE, H.G. WELLS.

 

Recuerdo haber leído este clásico de la ciencia ficción a los 9 o 10 años.  Wells lo había publicado mucho tiempo atrás (1897), además de otras joyas de la especie,  como La Guerra de los Mundos y La Máquina del Tiempo. Junto con Verne y antes que éste Poe y antes que éste Cyrano de Bergerac, son los padres del género de anticipación o Ciencia Ficción, hoy título muy manoseado por quienes pretenden vendernos ese nombre ya contaminado con la fantasía y todas sus variantes (no me quejo, hay historias muy disfrutables como algunas que se presentan en cómics y en el universo de Star Wars). Por ser anticipación, ¿tenían estos escritores poderes especiales de adivinación como los viejos profetas bíblicos? Cierto, el viaje en el tiempo no es una realidad (que sepamos) o la invisibilidad, pero para allá vamos, según los prospectistas; también está la tan discutida y temida inteligencia artificial planteada por Asimov con sus robots positrónicos. La respuesta es no.  Lo que estos escritores tenían y tienen es un admirable sentido común para darse cuenta de lo que les rodea y en qué se puede convertir en el futuro inmediato o lejano. Porque la ciencia ficción no se trata nada más de tecnología, cohetes y alienígenas. No únicamente las ciencias físicas y biológicas; la psicología, sociología, política, antropología, derecho, teorías de la comunicación, son campo muy fértil para desarrollar ficción basada en la ciencia.  El género, para los escritores (quienes por fuerza deben tener conocimientos teóricos  y prácticos más que avanzados, (muchos de ellos tienen hasta doctorados, como Carl Sagan, recordemos su inmejorable Contacto de 1985), es una forma de comprobar hipótesis de trabajo y seguir elaborando en la teoría de una forma novelada y entretenida.  Si a la postre resulta comprobada, es ciencia y si no… es ficción.  O puede esperar todavía unos años en el cajón, como por ejemplo la teleportación de Star Trek; hay cierta factibilidad científica pero todavía no sabemos cómo regresar al capitán Picard al Enterprise sin que las moléculas de su cuerpo ocupen un lugar por otro.

Regreso al punto de partida con nuestro Hombre Invisible. ¿Quién no ha imaginado no ser visto y poder estar, con las precauciones necesarias en lugares y conversaciones prohibidas indetectable?  Seguro alguna vez, por mucho que la decencia nos cancele, la posibilidad perversa pasó por la mente. Algunos habrán ido más lejos considerando esta facultad como una manera de burlar las leyes y obtener beneficios no imaginados. O al revés, usarlos en bien de la ley y la justicia, como Sue Storm de Los Cuatro Fantásticos o los personajes de las series setenteras El Hombre Invisible y El Hombre Géminis (¿alguien recuerda el reloj que lo hacía desaparecer?).  Me quiero detener en un ejemplo clave sobre el prurito de actuar sin límite y cómo la ciencia ficción puede aplicarse en las ciencias sociales.

 

Nombrada casi igual que el original de Wells (To see the Invisible Man), en 1963 (recomiendo la adaptación que Dimensión Desconocida hizo para la televisión en 1985), se trata de un cuento corto del escritor norteamericano Robert Silverberg situado en un futuro en donde la dinámica del castigo corporal a la comisión de delitos ha cambiado radicalmente. Los sentenciados van libres por el país llevando una marca en la frente que todo el mundo debe identificar. Esta marca prohibe cualquier comunicación verbal o no verbal con el estigmatizado; éste podrá ira a donde quiera y entrar a cualquier lado pero será socialmente invisible para cualquiera salvo para drones que siguen de cerca el comportamiento de la comunidad en especial de los “marcados” durante el tiempo que dure la sentencia. Silverberg explora de manera profunda el proceso de alienación que experimenta el “invisible” cuando le es arrancado uno de los mayores bienes de nuestra especie: la socialización. Bien decían los abuelos que el desprecio mata más que el puñal envenenado.

Pero también invisibilizamos por decisión y no por coerción o mandato oficial. Moralmente nos sentimos ofendidos por la pobreza, la desigualdad, el maltrato, la prepotencia de las autoridades o su inacción y echamos mano del pensamiento mágico de que “si no lo vemos, no existe”.  Lo del gatito de Schröedinger es teórico, no nos vayamos con la finta.  La corrupción y el poder absoluto que corrompe absolutamente, como dijera Lord Acton, funciona como el manto de invisibilidad de Harry Potter. Permite, al contrario del cuento de Silverberg, que quien se arropa con él pueda torcer la ley a sus anchas sintiéndose invulnerable; pisar a los demás, estacionarse en lugar para personas con discapacidad, extorsionar comerciantes, matar perritos a balazos, fusilar a familias enteras o mentir descaradamente ante millones a pesar de que la falacia es más endeble que un mazapán. Cuanto más largo el manto, mayor percepción de invulnerabilidad, mayores monstruosidades, arbitrariedades y atrocidades.

SPOILER ALERT:

A pesar de ser un clásico escrito a finales del siglo XIX, habrá quienes tengan el deseo de leer la novela de Wells, así que si no quieren que se las estropee (ninguna de las versiones cinematográficas le hacen justicia, mejor lean), pueden dejar el texto aquí y les agradezco, como siempre y para siempre,  la atención a esta Bitácora.  Dicho lo anterior…

Griffin, el misterioso, resentido y acomplejado científico que descubrió la fórmula para conseguir la invisibilidad nos deja una lección que no hemos aprendido y tristemente seguiremos cometiendo los mismos errores: el poder no es para todos. La sensación de impunidad tiene un costo y una consecuencia y como sucede en las reacciones químicas, en las ciencias sociales también se llega a un punto crítico de tolerancia…

“- ¡Cúbranle la cara! – gritó un hombre-. ¡Por el amor de Dios, cúbranle esa cara! Alguien trajo una sábana de los Jolly Cricketers y después de haberle cubierto, le introdujeron en la casa. Y allí fue donde, sobre una sucia cama, en un dormitorio mal iluminado, rodeado por un grupo de campesinos ignorantes y excitados, capturado y herido, traicionado y sin inspirar compasión alguna, Griffin, el primero de todos los hombres que logró hacerse invisible, Griffin, el físico de más talento que el mundo ha conocido, terminó en infinito desastre su extraña y terrible carrera. “

– Herbert George Wells.

 

Iñaki Manero.

 

Bitácora de viaje XXXVI

por NellyG 1 julio, 2023

LA FRATERNIDAD ES UNA DE LAS MÁS BELLAS INVENCIONES DE LA HIPOCRESÍA SOCIAL.

– GUSTAVE  FLAUVERT

 

A más de tres kilómetros de profundidad, reposan (si es que irse desintegrando poco a poco es reposar) los restos de tremenda obra de ingeniería naval tan perfecta que ni Dios la hundiría.   Yo no dije eso, que conste.  La moraleja: No escupas para el cielo porque te mandan un iceberg en la madrugada. Perfecto ejemplo para ilustrar el pecado de soberbia versión 1912.  Mil quinientas personas, más o menos, son parte de la composta marina que ha contribuido al ecosistema abisal del Atlántico norte, muy cerca de Canadá.  ¿Hizo la muerte distingos?  No para quienes no llegaron a los botes salvavidas, menos de  los necesarios para que todo mundo tuviera un lugar y una oportunidad.  La historia y la magnífica recreación que hizo James Cameron de la tragedia (el resto una telenovela que vale la pena chutarse por la belleza técnica con que está ambientado el filme), nos cuentan escenas en donde bailan la mayoría de las pasiones humanas. Se documentaron actos que representan fielmente la flema inglesa como la decisión de la banda de música que siguió tocando mientras algunos pasajeros se mataban por encontrar un lugar en los botes. Escenas de estulticia, como el no considerar la presencia de masas de hielo desprendidas del Ártico los últimos días de la primavera boreal o escenas de amor decimonónico, como la del acaudalado empresario Isidor Straus que optó por quedarse en la cama abrazando a su esposa esperando el toque helado de la muerte; más bien la decisión fue de ella, porque sabiendo que por ser mujer de primera clase tenía asegurado el espacio en el bote, no quiso abandonar al amor de su vida (aunque Isidor, por su condición de acaudalado empresario, fácilmente habría negociado un sitio y salvarse también).  Por cierto, los Straus fueron los fundadores de la famosa y exclusiva tienda Macy´s, en Nueva York; la que organiza los tradicionales desfiles con globos cada día de Acción de Gracias.

El Titanic se fue a pique por, decíamos, la soberbia y sin ser la peor tragedia marítima de la historia (ese sitio lo ocupa sin discusión el hundimiento del buque alemán de pasajeros Wilhelm Gustloff, torpedeado por un submarino ruso en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial; 9343 personas, la mayoría refugiados y heridos, mujeres, infantes, personas de la tercera edad, perecieron  en las gélidas aguas), sí se convirtió en paradigma y en estrella de la cultura pop internacional. Para contar la historia por enésima vez, el cineasta James Cameron bajó en repetidas ocasiones (en total, más de treinta) hasta el abismo para obtener de primera mano filmaciones y datos lo más alejados de la fantasía posible y recrear, con algunas licencias literarias y cinematográficas, la lírica y la épica; tal vez el insumergible de la White Star Line podría representar un presagio de que el siglo XX remodelaría el rostro del mundo.

Dejemos a Cameron, quien confesó a Playboy que hizo la película para pagar sus aventuras submarinas y…  corte a…  2023, un quinteto se sumerge en el Atlántico norte dentro de un batiscafo llamado Titán.  El nombre no solo nos debe referir a los mitos griegos, sino a algo más escalofriante; acérquense al fuego y lean:  se publica la novela Futility de un marino norteamericano con prurito de escritor llamado Morgan Robertson (a quien algunos también le atribuyen la invención del periscopio).  En el relato, se narran las aventuras del héroe John Lee Rowland, borracho exteniente de la marina de los Estados Unidos y su odisea a bordo del trasatlántico Titán, de su escape del barco luego de que éste chocara contra un iceberg salvando también la vida de una niña mientras brinca a un témpano de hielo frente a las costas de Terranova, en Canadá. No sé por qué en mi particular casting para la película que nunca haré de la novela, me viene a la cabeza Bruce Willis para el personaje principal. En fin. Titán era considerado insumergible y la mayoría de las muertes se producen por la falta de botes salvavidas.  Futility se escribió en 1898, plagado de semejanzas con el infortunio que ocurriría 14 años después casi en el mismo sitio y en condiciones parecidas.  Ambos barcos, comenzando por el nombre, guardaban similitudes asombrosas en circunstancias y medidas. Dejemos las hipótesis para otra ventanilla.  Volvamos al domingo 18 de junio pasado y la expedición del otro Titán, el sumergible de 6.7 metros de longitud operado por la empresa Ocean Gate manejado por el piloto desde adentro con un… control de videojuegos.  Unos minutos después de la inmersión rumbo a los restos del histórico Titanic, se perdió para siempre la comunicación con Titán.  Hallazgos cerca de su pretendido lugar de destino fueron identificados como parte del batiscafo. La historia a priori: Titán implosionó destruido por la presión oceanica a más de tres kilómetros de profundidad.  Los tres pasajeros y dos tripulantes, en un acto misericordioso de la física, tal vez nunca se enteraron de lo que les sucedió.

¿Qué tiene que ver la frase de Flaubert con lo que malamente he comentado? Tal vez se pregunten mis amigos a quienes espero entretener lo suficiente como para amablemente haber buceado entre letras y párrafos hasta aquí.  Mientras el mundo estuvo horas en vilo, unos expectantes, otros angustiados, otros creando memes de comicidad culposa y los medios masivos de comunicación nos frotábamos las manos con una historia que, terminara como terminara, era una bomba informativa para llenar horas y horas de contenido, miles de millas náuticas hacia el este, en otro mar, en otro contexto, quinientas personas, mujeres, niños, hombres, eran dados por ahogados en tal vez la peor tragedia de que se tiene registro en la historia de la migración humana. No eran turistas que pagaron un cuarto de millón de dólares cada uno por vivir la gran aventura abisal; eran seres humanos que escapaban de la pobreza, la violencia, la locura. Almas desesperadas jugándose la última carta para aspirar a que su familia tuviera un mejor presente y no un inconcebible futuro, obscuro como el fondo del Tirreno, cerca de la costa de Grecia. Pero pudo ser en el Bravo o en el desierto de Sonora o en el fraticida paralelo 38 entre las dos coreas.   Y honestamente, ¿a qué caso se le dio mayor cobertura y qué nota abrió más el apetito de una hambrienta opinión pública?  Tal vez Netflix o cualquier otra gran plataforma de entretenimiento con la versión dramatizada nos regale una respuesta y eso, será lo que esté más cerca o más lejos de nuestros corazones. ¿A cuántas brazas de profundidad perdemos la luz?

Iñaki Manero.

 

 

 

Bitácora de Viaje XXXV

por NellyG 1 junio, 2023

   CUALQUIER TECNOLOGÍA LO SUFICIENTEMENTE AVANZADA ES INDISTINGUIBLE DE LA MAGIA.

                      – Arthur C. Clarke.

 

Juan se despertó sobresaltado esa mañana; fue por el detector de humo instalado en el techo de la salita, muy cerca de la ventana. Otra vez, el humo del cigarro de su vecino de al lado disparó el dispositivo demasiado sensible. Como si tuviera tiempo que perder. Apagó el aparato y se movió un par de pasos a su mínima cocina para sacar del refri un plato con comida congelada y deshidratada. No tenía tiempo para más; había que correr a su cita médica. Hacía tiempo que tenía una molestia para respirar y fuertes dolores de cabeza; el médico le había enviado una tomografía computarizada para encontrar la causa e iniciar el tratamiento. Recién la tarde anterior sostuvo la consulta con el otorrino por videollamada.  Antes de comer, revisó su medidor de glucosa. Religiosamente, desde niño cuando le diagnosticaron diabetes tipo 1, la disciplina ha sido fundamental para llevar una vida lo más cercano a lo normal y este cacharro de reciente adquisición era un alivio que le evitaba toda la operación del pinchazo. El aparato mide y administra, según convenga.

Mientras salía de su edificio, contempló de reojo las paredes en busca de grietas; había temblado recientemente y quien le vendió el piso, aseguró que éste tenía tecnología antisísmica. Para su alivio, en efecto, no había grietas o fisuras.  En la puerta, lo despide el conserje con una sonrisa y el recibo de la luz.  Fue muy buena idea convencer a la junta de vecinos de instalar paneles solares en la azotea; la cantidad bimestral bajó considerablemente.  Al entrar a la cochera, lo esperaba su automóvil; hubiera jurado que para su mala suerte, se encontraría con una llanta ponchada, pero ahí estaban las cuatro: bien infladas y listas. Sí, cada día las hacen mejor.  Al abordar, el asiento del copiloto estaba lleno de palomitas de maíz: lo había olvidado. Anoche, regresando del cine, su novia, en un enfrenón, tiró parte de lo que sobraba en el cartón y se desparramó por todos lados. No importa, de regreso del médico lo limpiaría con la aspiradora portátil inalámbrica que siempre guarda en la cajuela. Por cierto, nota mental, de regreso no debía olvidar pasar por una lata de fórmula para el bebé de su prima que vive en el piso de arriba.

Ya en el hospital, se maravilló del nuevo purificador de aire que instalaron en todo el edificio. Luego de ser recibido por la enfermera, saludó al médico, viejo amigo suyo, quien antes de cualquier cosa, le tomó la temperatura con el termómetro infrarrojo de oído; costumbres que permanecen de la pandemia. Se alegró de que, luego de revisarlo, le dijera que la tomografía no era necesaria. Moviendo ágilmente el ratón de su computadora, le mostró los estudios anteriores y le explicó el tratamiento a seguir. Se despidieron con un abrazo y al dejar el hospital pasó por la tienda de colchones contigua; había promoción en almohadas hechas con espuma viscoelástica, mejor conocida por su término sajón ‘memory foam’, que garantizaba un mejor descanso. No lo pensó y se compró dos. Ojalá le ayuden con su problema de cuello y espalda. Ya en casa y un buen vaso de agua salida del filtro. Increíble cómo el aparato es capaz de producir agua limpia e insípida de la misma humedad ambiental; su abuelo, siempre escéptico, no habría dado crédito. Sacó una de las almohadas, se acomodó en el sofá de la salita, se calzó los audífonos inalámbricos conectados por bluetooth y dejó que girara el mundo. Un mundo plagado de fantásticos desarrollos.

A mediados de la década de los 80, el envío de dos satélites mexicanos de telecomunicaciones, el Morelos I y II, reavivaron el interés por crear una instancia seria y sólida que hiciera despegar a México hacia otras alturas; desde luego, el que el doctor Rodolfo Neri Vela se convirtiera en el primer astronauta de nuestro país al participar en una misión de transbordador espacial para lanzar el segundo de estos satélites y realizar experimentos en órbita, aceleró este proceso que con justicia había iniciado desde finales de los 40 con esa inercia adquirida por estar del lado correcto en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial.

Desafortunadamente, los planes sexenales, la desidia, la corrupción y las taras ideológicas pusieron al proyecto a seguir soñando con las estrellas. Luego del catastrófico sexenio de López Portillo, quien por cierto desapareció la Comisión Nacional del Espacio Exterior, la hazaña del doctor Neri fue el propulsor que esperábamos para que el proyecto venciera la gravedad, pero la cuenta regresiva seguía pareciendo eterna. Finalmente, el 31 de julio, día de San Ignacio, de 2010, a la postre de gravitar entre pesados asteroides y perderse en la tormenta cósmica del proceso legislativo, tomó altura la Agencia Espacial Mexicana.

Hay quienes socarronamente se siguen burlando y pensando que tener una Agencia Espacial Mexicana es una miserable pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Existen cosas más importantes, dicen. México no tiene la capacidad de enviar astronautas a ningún lugar. No tenemos bases, ni tecnología en cohetería. Es más, estamos a décadas de Brasil, hablando de América Latina, para tener una industria aeroespacial robusta como para fabricar aviones nacionales. Sin embargo, de repente hablamos desde la confusión y la niebla de la ignorancia. El doctor Neri Vela, el doctor norteamericano de ascendencia mexicana José Hernández y recientemente la primera mujer astronauta de nuestro país, Katya Echazarreta, son solo la dignísima parte más visible del esquema. Las naciones que participan en los programas espaciales no necesariamente apuntan a montar torres de lanzamiento en su territorio y plantar sus banderas en planetas del infinito y más allá; Utilizan los recursos de sus brillantes científicos en el desarrollo de nuevas tecnologías que le permitirán al género humano presente y futuro, expandir el conocimiento fuera y dentro de nuestro planeta.  Y además…

Juan se quedó dormido soñando con que pronto se graduará como ingeniero aeroespacial. Le emociona la posibilidad de dar un brinco hacia las ligas mayores. Desde niño devora los cuentos y novelas de Asimov, Clarke, Heinlein, Bradbury. Cree firmemente que la investigación hará un mundo mejor. De hecho, su día estuvo poblado de milagros: su bomba de insulina, la comida deshidratada, la aspiradora inalámbrica, el ratón de la computadora, las llantas resistentes, la absorción sísmica para edificios, las células fotovoltaicas, los filtros de agua, el detector de humo, la fórmula para el bebé, el termómetro infrarrojo, la tomografía computarizada, los audífonos inalámbricos o esa almohada de ‘memory foam’ que resultó tan buena compra…  todo, porque a alguien, en algún lado, se le ocurrió que la humanidad podría llegar más, mucho más lejos. Por cierto, Juan está trabajando en su proyecto de tesis. Tal vez con algunos ajustes, en unos años, Marte no quedará tan lejos…

Iñaki Manero.

 

 

 

Bitácora de viaje XXXIV

por NellyG 2 mayo, 2023

EVERYBODY WAS KUNG FU FIGHTING…

-Carl Douglas.

 

– Mira nomás cómo llegaste.  ¡Ay, Juan!  ¡Te sacaron el mole!

– Sí, ma, fue uno de cuarto.

-¿Te defendiste?

– Sí, ma. Pero era gordo y estaba muy grandote.

-Pero, ¿le pegaste?

– Sí, ma, pero creo que no le dolió.

– Acuérdate que tú nunca debes buscar pleito, pero si te buscan, te encuentran. Ándale, límpiate el morro y vete a comer. Ni modo, hijo, así es la vida.

Y… escena.

 

Poco más o menos así. Yo iría en primero de primaria y ésa fue mi experiencia más temprana de hacerle al Charles Bronson y confrontar a un grandulón que se había metido en la fila de la tiendita de la escuela. Sin contar el golpe en la nariz que me acertó Paco Ríos en el kinder. Ahí comenzó mi primer encuentro con la violencia escolar, circa 1970.

Y como dicen, “de ahí para el real”.  Es común (de ninguna manera recomendable), el famoso “tirito” dentro y fuera de las instalaciones escolares.  Una afrenta, un recordatorio materno, una alusión a la hermana, una diferencia sobre quién ganó la canica de quién y había que lavar el oprobio en el campo del honor; por lo general, unas calles más allá de la escuela, un callejón, tal vez una zona poco transitada en dónde organizar el ring de estilo libre; la calle de los madrazos. Empujones, descalificaciones, hasta que hay uno que decide soltar el primer golpe mientras ambos son azuzados por  el improvisado público propio o extraño.  El numerito finalizaba hasta que uno de los dos caía al piso o espetaba el ya clásico “ahí muere”.  El campeón, henchido de orgullo, festejaba con la cocacola de la victoria; el perdedor era consolado por sus camaradas mientras se internaba en las sombras; no fuera que la niña que le gustaba se enterara de la tragedia. Hemos normalizado esta escena hasta la náusea y habrá quien lo explique con argumentos antropológicos. No le faltará razón, pero eso no abona mucho a liberarnos del sambenito de depredadores peligrosos, competitivos. Con razón compartimos el 90 por ciento de afinidad genética con los chimpancés, criaturas capaces incluso de provocar guerras entre hordas; enfrentamientos que incluyen el secuestro, el brutal homicidio (e infanticidio), violación y hasta canibalismo incluído. No es raro el asesinato político contra el jefe de un clan que no es bien mirado. Siempre existe un Skaar para darle continuidad al eterno drama de Hamlet. Instinto, territorialidad, etcétera.  Pero los lóbulos prefrontales del cerebro, como dice el clásico, tienen otros datos.

Nuestra masa encefálica sigue siendo una caja de sorpresas, pero ya conocemos lo suficiente como para saber que en su forma moderna ha sufrido una serie de adiciones (upgrades, dirían los hoteleros) con el tiempo.  Una gran cebolla, con capas que nos cuentan la historia de cómo nos hemos ganado la vida hasta la actualidad. Complejo reptil, zona límbica, neocortex. Todavía en la cotidianidad, expresamos estos aullidos primarios que se abren paso a través de millones de años queriendo resurgir.  El agresivo hombre de negocios parapetado detrás de un enorme escritorio para hacer distancia y el empleado retador que se planta frente a él e inclina su cuerpo lo más posible para intentar intimidarlo, son simplemente recreaciones modernas del león joven probando suerte contra el león viejo. ¿Por qué estando varias personas en un ascensor todos miramos hacia arriba o hacia abajo o, bendito Steve Jobs, nos hacemos tontos con la pantalla de un celular sin señal? Para evitar, dicen los neurofisiólogos, la invasión del espacio vital; muy necesario para definir dos posturas principales imprescindibles para la sobrevivencia: pelea o escape.

Hoy, esta especie de homínido ha pasado por mucho y en ese mucho, tal vez el azar, tal vez la necesidad, han tenido que ver esculpiendo el perfil conductual como el mar esculpe la costa. Lo que para los primos chimpas puede excusarse como proceso evolutivo que, como dicen los etólogos, funciona para pasar los mejores genes y asegurar la perpetuidad, en ti y en mí, puede ser condenable y en la mayoría de las sociedades humanas, hay leyes que advierten de castigos. Somos y hemos sobrevivido a pesar de ese pasado salvaje gracias a la evolución de esa corteza prefrontal y a la escritura, que permite recordar códigos de convivencia convertidos en leyes. Con bestias que se la pasan comparando el tamaño de sus penes transmutados en misiles para competir sobre quién lo tiene más grande (el misil), de no contar con tratados y tribunales internacionales neutrales, este tercer planeta desde hace mucho se habría convertido en bonita y decorativa bola de fuego celestial.

Y toda esta reflexión surgió por un inocente “tirito” afuera del colegio que podría esconder una realidad siniestra. Más de dos mil años de escuelas de filosofía tanto orientales como occidentales han servido de poco; la ansiedad por el poder, el control, la demostración del ego desmedido se siguen exhibiendo y apenas nos damos cuenta o queremos aceptar que el génesis se haya en ese humilde origen de la sociedad: la familia. El bully, el narco, el político corrupto, el megalómano genocida, el tirano, el pirata, el jefe resentido y acomplejado, el unineuronal que acelera para no dejarte pasar cuando tú pones la direccional indicando que te cambiarás de carril,  no fueron hechos en laboratorio o por generación espontánea; la mayoría de ellos salieron de una casa; otros, los menos, no la tuvieron. Suficiente evidencia, señor juez, para probar mi alegato: somos el irremediable reflejo de lo que pasa y lo que no pasa en casa.  El ser humano triunfador y el fracasado que siempre busca culpables en los otros son moldeados y sus instintos maximizados o atemperados por el ejemplo. Así que, la próxima vez que escuchemos monstruosidades como el de la niña que golpeó con una piedra a su compañera de escuela nada más porque era la que destacaba en clase y a la postre le causó la muerte, o a los que amarraron a su condiscípulo para torturarlo sin piedad tan solo por ser afeminado, o los bomberos que masacraron perritos a hachazos por pura diversión,  tal vez queramos buscar el origen de la podredumbre no en el reflejo, sino en la fuente; no es difícil seguir los mendrugos de pan.

En algún lugar del subconsciente, mi madre sigue aplacando al chimpancé que quiere venganza. Gracias, ma.

Iñaki Manero

 

 

BITÁCORA DE VIAJE XXXIII

por NellyG 1 abril, 2023

LA VERDAD SE PARECE MUCHO A LA FALTA DE IMAGINACIÓN.

– ENRIQUE JARDIEL PONCELA.

 

Los romanos, esos inquietos que lograron lo que Alejandro no pudo y aprovecharon los despojos de otros imperios para establecer el suyo; incluso su onda de choque llegó hasta inicios del siglo XX, pero, como decía la nana Goya, es otra historia. Desde la península itálica, todo el Mediterráneo; Hispania, pasando por Galia, Bretaña, Germania.  Por el este, el Egipto de los Ptolomeos y más allá, medio oriente; hasta salieron en las pastorelas, interviniendo de manera decisiva en el drama cósmico que hoy divide a la historia humana en antes y después.  Fue tan bueno el negocio, que decidieron abrir una sucursal más en la vieja Bizancio.  Tal vez su gran éxito fue haber sido lo suficientemente curiosos y su cultura tan inacabada, que tomaron prestado de la cultura de los lugares en donde pisaban sus cáligas y a cambio dejaban soldados y apetitos desmesurados por lo estrambótico y lo increíble.  Claro, no todo fue el mundo ideal, y cuando conquistas, muchas veces por la fuerza, se impone el particular despliegue de violencia y crueldad.  Sin embargo, estos romanos, eran tan “easy going” con las creencias de los pueblos sometidos, que terminaban adoptándolas e incluso las llevaban a casa como sus diosas y dioses tutelares poniendo velitas a las figurillas de barro; igual a como mi mamá iluminaba a su San Martín de Porres. De hecho, el panteón principal era una adaptación hollywoodesca al de la bien estructurada e imaginativa mitología griega.  Por muy politeístas que fueran, eran bastante tolerantes con las creencias, mitos, usos y costumbres de sus conquistados; mucho más que la religión monoteísta con que se encontraron en Palestina, con un dios celoso, resentido, berrinchudo y dispuesto a terminar de un plumazo con todo lo que había creado por una infidelidad de sus criaturas que coqueteaban de cuando en cuando con los amigos imaginarios del vecino.

Así que, siguiendo los buenos ejemplos, ¿quién soy yo para criticar a alguien que cree en personajes mitológicos distintos a los míos?  Como dijera el gran Facundo Cabral: “No me toques el culto, que yo no te toco el tuyo”.  Amén a eso.

Es menester abundar un poquitín en el maravilloso mundo de los arquetipos y por qué necesitamos creer en seres y criaturas fantásticas.  Ayer eran dioses y diosas que cubrían todo el quehacer y la cultura.  Hoy, son universo Marvel o universo DC.  Cuando la tecnología fue ganando terreno en la cotidianidad humana, las deidades dejaron el halo celestial y de nacer directamente por inseminación divina (Hércules, Perseo, etcétera, para no meternos en más discusiones), llegaron en un cohete enviado por sus padres, científicos de un planeta moral y tecnológicamente superior.  Antes eran ángeles y demonios; hoy son Batman y Joker.  Otra vez invoco a Julio Iglesias, porque la vida sigue igual.  Desde principios del siglo XX, de acuerdo con los sociólogos, los duendes, enanos, pixies y haditas, fueron substituidos por hombrecillos verdes, grises y amarillos llegados en brillantes platos voladores que todo el mundo ha visto, pero seguimos esperando la foto definitiva. Sin embargo, todavía quedan resquicios que alimentan y enriquecen la memoria de los pueblos del mundo con mitos y leyendas que en la tradición oral generosamente corrigen y aumentan según la imaginación y las ganas de notoriedad o poder del narrador. ¿Nos vamos acercando? Es como el tamaño de pez que pescamos aquella vez que desgraciadamente la cámara fotográfica no estaba funcionando. O el alux que un ingeniero del Tren Maya se encontró arriba de un árbol.

– ¡Nah! ¿Cómo crees?

– Lo dijo el señor presidente.

– Ah, bueno. Seguramente llegó a ver la maravillosa obra.

Está comprobado que el escepticismo es inversamente proporcional al grado de fanatismo, porque la foto mostrada durante una de las homilías mañaneras así fue presentada por el jefe del poder Ejecutivo federal. E insisto: no soy nadie para burlarme de las creencias de la gente al jurar que duendes habitan la floresta, juegan bromas o ayudan a la gente, depende cómo los trates. Mis amigos de la península de Yucatán, en los tres estados, me han contado historias como para amenizar horas de anécdotas sin necesidad de mirar el celular, lo que ya es algo, en donde los ancestrales duendes son protagonistas de increíbles coincidencias. El problema es, que la foto no la tomó un ingeniero en las obras del dichoso tren; tampoco fue una bruja arriba de un árbol en Nuevo León, como se dijo más tarde y que por cierto le mereció una nota en periódico local; unos minutos de ociosidad en línea y comprobamos que el alux del bienestar, ya había estado de visita en Indonesia en 2021 y así fue consignado en los diarios locales. La misteriosa figura arbórea, probablemente parte de la furtiva, pero perfectamente terrenal zoología. ¿Qué pasó aquí?

Dos opciones a botepronto: o el presidente ha sido víctima de una broma pesada, o está muy mal informado. La primera es casi venial y anecdótica; la segunda, es inquietante. Cabe una tercera más peligrosa: alguien nos miente para entretener a su extenso auditorio. Si millones se creyeron el fantástico suceso tropical, que se puede derrumbar tomándose la molestia de googlear un domingo por la mañana, ¿qué podemos esperar en el mundano día a día cuando no queremos verificar ni siquiera las condiciones de lavado de nuestra ropa interior? ¡Dioses del Olimpo!

Reitero, por tercera vez y ya con esta me despido: Jamás me atrevería a burlarme de las creencias metafísicas y mitológicas de alguien. Su servidor proviene de una amplia tradición judeocristiana en donde las serpientes hablan, el agua se transmuta en vino o el pelo largo otorga súper poderes y millones lo creen a pie juntillas. La diferencia está en que estos últimos ejemplos, nadie los ha utilizado para aferrarse al poder…  Esperen… ¿Quién gobierna ahora en Roma?

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