Bitácora de viaje XXXVIII

por NellyG

CUANDO PENSAMOS QUE ESTAMOS DIRIGIENDO, NOS ESTÁN DIRIGIENDO A NOSOTROS».

– LORD BYRON.

 

– Buenas noches. Bienvenidos sean a la exposición de un nuevo y diferente valor de la pintura contemporánea. Creemos, aquí en Christian, la galería más prestigiada de Gotemburgo, que es imprescindible abrir la puerta a otra generación de creadores. Los genios de épocas pasadas ya tienen su muy bien ganado lugar dentro de los Campos Elíseos de la plástica. Desde la pintura rupestre y su conexión mágica, hasta Picasso. Hoy no podemos más que recibir con agrado la obra incipiente, pero, estamos seguros, revolucionaria de este joven y elusivo representante del avant garde.  Un cambio de guardia que refresca con su propuesta evidentemente contestataria, la dinámica posguerra con otro código de comunicación que en definitiva, desatará reacciones.  De acuerdo con las nuevas vertientes artísticas y conceptuales, el arte no solamente nació como mero alimento estético del alma, sino como un viaje iniciático que reta nuestra más primitiva capacidad de reacción ante los estímulos sensuales.  Sin mayor preámbulo, la Galería Christian presenta orgullosamente el genio de… ¡Pierre Brassau!

En esa lluviosa noche del occidente sueco, los asistentes a la Galería Christian tomaron agradecidos de la charola del mesero el vino de honor ofrecido. La mayoría se trataba de críticos de arte provenientes de la península escandinava ávidos por elogiar o destrozar, dependiendo del humor con que se hubieran levantado. Aunque, con justicia, la crítica también es un asunto generacional dominado por la historia personal y global. El avance del pensamiento creativo se motiva por los embates del medio ambiente y nuestra reacción a ellos. En febrero de 1964, cuando tuvo lugar la exposición,  Kennedy había sido asesinado unos meses antes y en México terminaba el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Mi madre estaba en el antepenúltimo mes de su embarazo de mí (por si estaban con el pendiente).  El mundo se estaba preparando para un salto cuántico en la manera de ver, sentir, vestir,  percibir la cultura (no por causa de mi nacimiento, que conste. No he llegado a esos niveles mesiánicos).  Los Beatles habían iniciado su asalto a la economía discográfica norteamericana y dejaban el provincialismo de su Liverpool natal. Había un cambio en el aire. Los baby boomers, esa generación nacida luego de la Segunda Guerra Mundial, estaban sustituyendo a sus predecesores en la toma de decisiones, si no en el ámbito político, en sus expresiones culturales (considerando la definición de cultura como todo lo que el ser humano hace y es desde al alba hasta el poniente); tendrían una lapidaria repercusión en el pensamiento y economía no sólo del mundo occidental, sino del némesis tras la cortina de acero.  Un reordenamiento de los derechos civiles y sociales cuya onda de choque sigue reventando en las costas del pensamiento conservador patrilineal.  Y sí, señora, señor, el arte es ni más ni menos que el medio de expresión del momento en que vivimos con la  percepción de la realidad y  escapes fantasiosos.  No en balde, Stan Lee, Steve Ditko, Jack Kirby, etcétera, hicieron un imperio visual reinventando las nuevas mitologías.  Warhol, Lichtenstein, Rauschenberg echaban mano de la poderosa narrativa del cómic y las escenografías brutalmente descriptivas de la miseria y las pasiones humanas. ¿Sería ese el contexto en que se alimentó nuestro Pierre Brassau? ¿Qué sabíamos de él hasta esa velada sueca? Prácticamente nada; un obscuro pintor francés sin pasado con apenas cuatro cuadros expuestos compartiendo espacio con otros creadores plásticos de España, Suecia, Noruega, Inglaterra, Austria, Italia. Lo poco que se pudo filtrar a la prensa especializada es que Brassau mostraba una debilidad por el azul cobalto y por… los plátanos.

Dice una máxima de la publicidad y propaganda que lo importante no es que hablen bien o mal de ti, sino que hablen.  Que estés en boca de todo mundo y marques agenda. No hay nada más desesperanzador que el que nadie se acerque a preguntarte nada cuando lo tuyo es la promoción para lograr una meta. Eso se aplica en todas las manifestaciones artísticas, sociales y desde luego, políticas. ¿Qué escribió la crítica sobre lo que pudo ver y analizar del nobel pintor?  Un ejemplo lo pone el prestigiado Rolf Anderberg, del matutino Posten, declarando febril que… “Pierre Brassau pinta con pinceladas poderosas, pero también con una clara determinación. Sus brochazos giran con fastidiosa furia. Pierre es un artista que ejecuta con la delicadeza de una bailarina de ballet”.   El resto iba por el mismo rumbo. No cabía nadie más aquella noche que Pierre.  Ahora que lo recuerdo, sí hubo alguien que escribió… “Sólo un simio pudo hacer esto”.  Lo redactó Fulano de Tal, cuyo nombre y medio escaparon al escrutinio de la historia.

Un actor interpreta a un personaje. Se le atribuye a Shakespeare decir que los actores son grandes mentirosos que por un rato se hacen pasar por quien no son. En un entorno teatral o cinematográfico, la mentira es de común acuerdo entre el histrión y la audiencia.  En esas horas de evasión, haces un contrato y decides permitirte creerle al director, al escritor y al talento artístico con diversos resultados.  La política, sin embargo, nada en mares más tormentosos; el flautista de Hamelin seduce nuestra necesidad de creer y la doblega a pesar de que muy en el fondo, en ese inframundo de las miserias, sabemos que nos volverán a engañar. No intelectualizamos para evitar el dolor del ego lastimado.

Sin querer, el despiadado y desconocido crítico llegó a la verdad.  Creyendo conseguir su mejor e ingenioso insulto, abrió la ventana a un nuevo universo de investigación científica que nos acerca a los antepasados comunes.  Los lectores que no conocían esta historia, merecen que les cuente la media verdad o media mentira: Pierre sí existió, pero su nombre era la alternativa sajona “Peter”.  No era francés, sino originalmente belga; había nacido en el territorio que unos años después se independizaría con el nombre de República del Congo. Le encantaban las bananas y las consumía a montones mientras chupaba color azul cobalto de su paleta y hacía esos brochazos furiosos con la ligereza de una ballerina.  La exhibición pictórica en Gotemburgo fue real y hubo quien compró la obra de Pierre/Peter. La presentación a la velada artística con la que abro esta bitácora, salió de mi retorcida imaginación jugando al novelista histórico.  Peter pasó el resto de su vida cómodamente instalado en Londres gozando de su fama; no cualquiera es padre de una nueva e insospechada corriente artística: le llamaremos art-singe.

¿Olvidé decir que Peter era un chimpancé común? Yo y mi memoria.  Cuidado en quiénes hacemos reposar la credibilidad. Por muy monos que parezcan.

Iñaki Manero.

 

Iñaki Manero
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