La víspera de este artículo me preparo para asistir a la celebración por el Día Nacional de Noruega en la embajada de ese querido país en México, y al mismo tiempo la despedida de nuestra también querida embajadora Merethe Nergaard.
Ha sido una magnífica experiencia ser cónsul y representante al mismo tiempo en Quintana Roo de tan maravilloso y rico país.
Noruega, siendo uno de los países más ricos y productivos del mundo, cuenta con ciudadanos que por el contrario son las personas más sencillas, cálidas y amables que he conocido.
Merethe, como le decimos cariñosamente a tan excelsa diplomática, es un ejemplo de ello, quien desde que llegó a México se ocupó de estrechar relaciones de todo tipo con nuestro país, no solo en los niveles político y diplomático propios de su tarea sino también del tipo social y cultural, con la calidez que le caracteriza a ella y a los noruegos, llevando una agenda dinámica que incluyó reuniones por toda la República, estrechando relaciones entre nuestros países y fomentando como es debido el intercambio económico, político y cultural.
La labor de esta amable embajadora quien me ha distinguido con su deferencia, me hace pensar en el enorme compromiso de aquellos que al ser embajadores destacados en determinado país o región representan por tanto a la máxima autoridad de sus países, y en tales condiciones llevan la enorme responsabilidad de ser diplomáticos y al mismo tiempo estadistas a distancia.
Ser plenipotenciarios les confiere la autoridad y responsabilidad máxima para representar a sus países con todo lo que ello implica, y a tomar decisiones al nivel de primer ministro, lo que en países que viven conflictos internacionales de cualquier tipo convierte la asignación en un verdadero y en ocasiones valiente reto.
Los embajadores son un enorme y valioso vínculo con la cultura, la economía y desde luego la política de los países con los que interactúan; construyen canales de comunicación, estrechan relaciones y mantienen a toda costa no solo vías abiertas de información sino de amistad y buenas relaciones con todas las partes.
Sin duda no es fácil la labor diplomática para todos los embajadores; hay quienes tienen que sortear desde conflictos políticos hasta militares, y quienes a lo largo de la historia han puesto en riesgo su vida y la de sus familias.
El embajador se mimetiza, se vuelve local, se identifica con el país en el que habita, a veces, pero no olvida sus raíces, su pueblo y su familia.
El embajador es el vínculo a veces poco reconocido entre dos pueblos; es interlocutor, traductor, político, conciliador y es en ocasiones el presidente a distancia; incluso es a veces parte de la monarquía con todo lo que eso conlleva para algunos países, reconocida, admirada, aplaudida y también criticada y soslayada.
El embajador es pues, una figura notable de nuestras sociedades y de nuestras formas de gobierno que en el marco de un compromiso, de una asignación respetable y digna, de un mandato gubernamental, se convierte en ciudadano del mundo, y su tarea puede ir de lo más cultural y emblemático a lo más sublime, rudo e incluso riesgoso y hasta impopular.
Mi reconocimiento para los embajadores del mundo que cumplen con su labor a cabalidad.
Es claro también que en países como los nuestros, con nuestras inacabadas democracias y nuestros entornos de impunidad y corrupción, las embajadas pueden convertirse, como lo han sido en ocasiones, en el escape fácil o la puerta al olvido para malos y criticables gobernantes.
A pesar de ello, los embajadores son los diplomáticos que con o sin carrera representan y deben dignificar a sus países por el mundo.
Aquí mi reconocimiento a los distinguidos embajadores del mundo que tenemos en México, y entre ellos reconozco por hoy a la muy querida Merethe Nergaard.
Que Dios la proteja siempre embajadora, y gracias por su tiempo en México.