Que el dictador más déspota del mundo en la actualidad haya tomado esa decisión debe significarnos algo. Sí, que el tirano que ha cerrado las fronteras de su país por años le apueste a esta industria es algo que sorprende, aunque no debiera.
Nadie come lumbre, pues.
La noticia es sorprendente: chalés, hoteles de lujo, piscinas al aire libre y cubiertas, campo de golf, áreas de espectáculos, una playa blanca y kilométrica de aguas cristalinas, un aeropuerto internacional a pocos minutos. ¿El Caribe? ¿El sudeste asiático? ¿La Costa del Sol? No, Corea del Norte.
El gigantesco proyecto, inspirado en Marina d’Or y otros centros de vacaciones, que el régimen de Kim Jong-un empezó a construir hace pocos meses avanza a marchas forzadas y podría estar listo este mismo año, justo a tiempo para recibir a los turistas que espera acoger si las incipientes negociaciones con Estados Unidos y Corea del Sur dan el fruto que desea.
En efecto, el periódico El País daba a conocer recientemente este proyecto ubicado en una franja de cuatro y medio kilómetros de playa en la costa sur de ese país, con el que el régimen de Kim Jong-un pretende allegarse de millones de dólares que gastarían ahí turistas chinos y de Corea del Sur, una vez que en unos meses se vayan resolviendo sus diferendos con Corea del Sur y el proyecto esté terminado.
Más allá de su ideología comunista, el dictador no pretende quedarse fuera de una industria mundial que mueve a más de mil 400 millones de personas en el mundo. Menos cuando, por el factor de cercanía, tiene en el mercado chino uno de sus principales prospectos para que viajen a su país.
México en efecto es una potencia turística. Hasta el cansancio se ha repetido que estamos en el sexto lugar en el ranking de la Organización Mundial de Turismo en llegadas de viajeros internacionales y que el sector ha crecido a más del triple que el resto de la economía en el país. Y sí, miles de millones de dólares de la iniciativa privada se han invertido en infraestructura y producto turístico y la apertura en la aviación comercial ha permitido una conectividad aérea nunca antes vista.
Y se nota.
El asunto es que todo eso puede fallar.
En principio, la inseguridad que sigue golpeando al principal destino turístico, como es el Caribe mexicano, es uno de los pendientes que debe ocupar a la autoridad a la brevedad. El número de ejecutados crece a diario, y de ahora a que se convierta en un factor para que se deje de viajar por ello no parece faltar mucho.
Es cierto que hasta ahora no ha habido una correlación entre la violencia y el número de visitantes –nacionales e internacionales-, pero no puede seguirse en un esquema similar. La ralentización del mercado ya es una realidad y Los Cabos ha comenzado de igual manera a sufrirlo.
El otro reto tiene que ver con quien sea electo para la Presidencia de la República. Si el siguiente presidente considera que cerrar al país es la respuesta a los problemas, el turismo sufrirá un descalabro. Si sus políticas públicas van en distinto sentido a aquellas que han fomentado el crecimiento, el futuro no pinta nada bien.
Y pues la gallina no siempre podrá seguir poniendo huevos.