En una de esas paradojas de la modernidad llegué a San Francisco, California, para actualizarme en el conocimiento de tendencias tecnológicas que buscan generar abundancia y una mejor distribución de la riqueza, para toparme de entrada con sus calles pobladas profusamente de indigentes. Nunca he visto, tan cerca de las zonas más modernas y céntricas de una ciudad, tal número de personas en condiciones de abandono y desolación.
Seres humanos como tú o como yo que, careciendo de todo, deambulan en las calles y se reúnen en cualquier espacio con la mirada tan perdida como su vida toda. Inyectándose alguna droga o recostados en el quicio de una puerta, caracterizan el paisaje de esta ciudad del país más rico del mundo. Paradojas de esta modernidad que no podemos ni debemos perder de vista si de verdad queremos un mundo más justo e igualitario.
Dramatismo que contrasta con lo que ocupó la mayor parte de mi tiempo en esta ciudad, donde participé en la Global Summit de Singularity University, evento en el que paso revista de lo más sobresaliente ocurrido en el campo de lo que se ha denominado las tecnologías exponenciales, las cuales, con su capacidad disruptiva y la velocidad de su crecimiento, son consideradas capaces de contribuir a resolver los grandes problemas de la humanidad.
No cabe duda de que Peter Diamandis y Raymond Kurzweill han sido visionarios al crear esta institución orientada a generar programas de educación, alianzas con instituciones y gobiernos, así como acelerar startups e invertir capital de riesgo en estas, entre otras muchas cosas que hacen, para haber logrado tanto en tan poco tiempo y con tan pocos recursos.
Imposible describir en el espacio de esta columna todo lo que escuché y vi en esos días de conferencias, paneles de expertos y talleres de trabajo, relacionadas con la inteligencia artificial, la robótica, la neurociencia, la biología sintética, el machine learning, la realidad aumentada, la generación de energía limpia, las bitcoins o los blockchains, la nanotecnología, entre otras materias.
Y confirmé con infinidad de datos contundentes que estamos en una acelerada transición hacia un mundo hasta hoy desconocido, donde las máquinas desplazarán a los humanos de sus trabajos en muchas áreas, los nuevos mecanismos de pago sustituirán a las monedas como las conocemos, los automóviles y otros medios de locomoción recorrerán las calles sin conductor, las cosas (los más diversos objetos, como la misma ropa) estarán conectadas a la red y a la nube, como lo están ahora las computadoras y dispositivos móviles, y podrán registrar todo lo que hacemos o lo que sucede con nuestro cuerpo y entorno.
Esa alarma natural ante la presencia de esta disrupción general ha desaparecido, para sustituirse por un optimismo razonado, después de escuchar a todos estos pensadores, científicos y expertos. Pensar en esa pérdida masiva de empleos lógicamente genera, de inicio, una preocupación por la cantidad de personas que perderán sus trabajos.
Sin embargo, hoy alcanzo a ver las cosas de manera diferente, entendiendo que las máquinas quizá sean más indicadas para trabajos tediosos y monótonos, que no tienen por qué hacer los humanos. Trabajos que, además, día con día, estas máquinas con inteligencia artificial irán haciendo cada vez mejor, incrementando la productividad para conseguir mayores ganancias, que bien podrán generar impuestos destinados a financiar programas como la renta básica universal, atenuando los efectos de la desaparición de millones de puestos de trabajo.
Para entender el futuro tiene sentido mirar atrás y contemplar que ya la humanidad ha vivido estas transformaciones, al pasar de una sociedad agrícola a una industrial, en la que, en el resultado neto, los trabajos no han desaparecido sino se han sustituido por otros, lo cual habrá de repetirse.
Poder conocer que países como India han suspendido sus proyectos de exploración para la producción de combustibles fósiles para cambiarlos por proyectos para generar energía solar, como también lo hacen ahora algunas naciones africanas, o saber que existen algoritmos útiles para el diagnóstico del cáncer o tecnologías que pueden transformar el agua salada en agua para consumo animal o humano, o ver cómo un cirujano opera a miles de kilómetros de distancia a personas sin recursos, abonan en esta sensación de que algo fantástico podría estar por suceder.
Salgo de aquí, no obstante, con más preguntas que respuestas, pero sin duda la que no me deja en paz es: ¿Como país, nos alcanzaremos a subir a estas tendencias o nos pasarán por encima? ¿Qué tanto dependerá de lo que decidamos en 2018?