“No es el momento para hacer nuevos enemigos”.
– Voltaire.
Regresaron en 1945 terminando la guerra; la mayoría de las bajas ocurrieron durante los meses de entrenamiento en la Unión Americana. Su último destino: Filipinas, haciendo labor de acompañamiento a bombarderos ligeros y misiones de ametrallamiento en tierra a convoyes militares piloteando los formidables P-47 Thunderbolt y presumiendo la caricatura del gallito empistolado en la fantasía musical de Disney Los Tres Caballeros. En ambos costados y alas, el triángulo a tres colores que los identificaba como miembros de la FAM, Fuerza Aérea Mexicana. El mítico escuadrón 201 que pudo volar gracias al préstamo de los vecinos. Fue la última vez en que México entró a una guerra extranjera y de eso ya tiene 76 años; la migración no sólo era legal; era el reconocimiento de los yanquis al incansable trabajador y a la excelente mano de obra mexicana supliendo la falta de locales que estaban peleando en Europa, Asia y Oceanía. El tiempo de paz nos vino bien, requetebien, parafraseando al clásico, por esa inercia de reconstrucción mundial orquestada por Estados Unidos. Si ese país aprovechaba los suculentos contratos internacionales para inyectar verde y fresco dinero a las economías mundiales, México, pegadito y de ahí no te muevas. Fue el premio que nuestro país obtuvo por no caer en tentación a pesar de los continuos coqueteos que tuvo por parte del führer de pasarse al lado obscuro. Ya años antes, el káiser Guillermo iniciaría con el cortejo. Ayúdanos a poner de rodillas a los americanos y al ganar la guerra, te regresamos el territorio que traicioneramente te quitaron. Venustiano Carranza no estaba para fantasías ni tampoco Lázaro Cárdenas o Ávila Camacho. A pesar de la corrupción que logró que altos mandos del ejército y la política se llenaran los bolsillos al permitir que de nuestras costas salieran embarques con minerales hacia los puertos germanos y darle un respiro a la producción de armamento para la causa del Eje, el sentido común persistió en considerar demencial apostar por Alemania, ya para entonces cercada y flaca en suministros. El empujón final (quien quiera que lo haya dado) sucedió cuando un presunto submarino de la kriegsmarine torpedeó y hundió los barcos petroleros Potrero del Llano y Faja de Oro en el Golfo de México, apurando la declaración de guerra que rompía con una muy forzada política de neutralidad y no intervención. Esta decisión le garantizó a nuestro país un desarrollo atemperado, sí, por la voracidad de los clubes de amigos priístas.
Los coletazos y bandazos ideológicos de un partido dictatorial en el poder eran simplemente refuerzos de que la Revolución seguía en pie y el pueblo de México debía estar orgulloso de la justicia social alcanzada por la transformación de bla, bla, bla. Y sin embargo, por muy zurdo que fuera el discurso (recordemos que el PRI, desde los años cincuenta aparece como miembro de la Internacional Socialista), siempre hemos seguido el juego Pato Donald/Pancho Pistolas/José Carioca del panamericanismo. Le conviene a Estados Unidos, nos ha convenido a nosotros en el fondo, aunque tal vez no en la forma. La Unión Americana tiene en la figura de Juárez al hombre que paró las ambiciones europeas al fusilar, como ejemplo mundial, a Maximiliano. No por nada, en la distorsionada versión histórica de nuestra Historia, para ellos, los vecinos, el Cinco de Mayo es una fiesta mayor que la inexistente arenga de Hidalgo, el sacrificio inútil de Morelos o la intrascendente consumación de Iturbide. Para ellos, lo que vale, fue que los reafirmamos en su Doctrina Monroe al escogerlos a ellos sobre Napoleón III. Y por bien portados, recibimos los recién inventados rifles de repetición y mucho dinero para rearmar la República. Al Tío Sam no le importa el flirteo con los vientos rojos, siempre y cuando sigamos las reglas del juego y eso ha sido parte del éxito admirable e impecable de la política exterior mexicana desde hace décadas, salvo cerriles excepciones como la de aquel “comes y te vas” del ex presichente Fox. Y ha sido justo esa ductilidad del servicio exterior mexicano lo que nos ha hecho amigos de tirios y troyanos; amén de la manera tan elegante en que el Estado nacional gira el timón hacia donde soplen los vientos políticos y económicos del mundo sin comprometerse con ideologías. Por supuesto, otra historia es cómo no se han aprovechado tantas alianzas firmadas con un tutti frutti geográfico para crecer más allá de la mediocridad. Sin embargo, otra vez, el tufo a impunidad y corrupción, tiene formas, nombres, apellidos y fortunas inexplicables.
Esa elasticidad diplomática, más allá de la anécdota, parece que ha llegado a su fin, por lo menos temporalmente. Aunque tenemos a un canciller multiusos que lo mismo asiste a conferencias internacionales, es enviado a comprar pipas de combustible o recibe embarques con vacunas, demostrando, se le reconoce, su colmillo político en cada una de estas encomiendas, surgen por parte del jefe (pasa en muchas empresas y también en países), caprichos y berrinches que se tienen que cumplir a regañadientes para mantenerlo contento en su mundo ideal. Si quieren saber a qué me refiero y si es que no lo han adivinado todavía, hasta la próxima, como dicen en mi pueblo, “con más tiempito”. Estamos jugando un juego muy peligroso para satisfacer un ego desmedido y aquí sí, le soltaríamos la correa al proverbial tigre.
Mientras tanto, en algún muy cálido lugar, Francois-Marie Arouet se felicitó al no renunciar al diablo, en su lecho de muerte, para salvar su alma como se lo pedía el confesor. Efectivamente, no era el momento de hacer nuevos enemigos. Voltaire siendo Voltaire hasta la eternidad.
Iñaki Manero.