Por más que uno quiera, por más que me esmero en ser propositivo, por más que intente, es todo cuesta arriba en este querido país nuestro cuando de recomponer se trata si tocas los intereses, pero si además te enfrentas a la apatía, el desinterés de muchos y el interés de pocos, pues ya me dirán mis ocho lectores… Si Kafka hubiera nacido en México, sería un autor costumbrista.
Hay muchas asignaturas en las que se critica al gobierno, al sistema, a políticos y funcionarios, y en las que es casi imposible avanzar; sin embargo, parte del problema en algunas de ellas se encuentra arraigado en el sector privado y aun en organismos, sindicatos y hasta en las ONG, porque simplemente si se atenta contra sus intereses son capaces de constituirse en el primer obstáculo.
Lo he visto de cerca, como ejemplo, en el tema de la imagen urbana y mi eterna lucha contra los anuncios espectaculares que tanto afean a las ciudades restándoles dignidad y competitividad. Me encuentro con que son empresarios e inversionistas en buena parte los causantes, muchos de ellos inmobiliarios, lamentablemente, de esta debacle en materia de deterioro en imagen urbana y de esta irresponsable e inaudita saturación de publicidad espectacular de todo tipo, quienes a la par, irónicamente, “luchan” y se manifiestan por mejoras en la ciudad.
Me encuentro con que son ellos, en colusión con las autoridades en la materia, los causantes de una buena parte del deterioro, y es entonces cuando pienso que la lucha está casi perdida.
En otro orden, cuando te sumas con entusiasmo a una causa lógica, justa y defendible y que el mismo gobernador apoya, defiende e impulsa, como puede ser la Ley de Movilidad, por ejemplo, y con ella el derecho de los usuarios a decidir, o a las iniciativas para preservar el patrimonio verde, defender la sustentabilidad y el desarrollo ordenado, y al mismo tiempo enfrentas a políticos y funcionarios de todos niveles que simplemente no entienden o no les importa, es decir, cuando te enfrentas al desinterés total, es realmente frustrante, decepcionante por decir lo menos.
Durante el Segundo Informe de Gobierno de Carlos Joaquín me pude percatar en más de una ocasión de sus buenas intenciones, por lo menos en el discurso, y de su franqueza y honestidad al hablar, pero al mismo tiempo de la desinformación que sufre, porque simplemente le informan sesgado, incompleto o no le informan; como el ejemplo desafortunado del Observatorio de Políticas Públicas y Compromisos de Campaña, en el cual por cierto participo como ciudadano. Se trata de un ejercicio bien intencionado pero infructuoso, inacabado y poco efectivo; sin embargo, el gobernador no lo sabe, y no es su culpa, es una pena; no obstante, él lo informa con buena intención. En ese caso reina el desinterés y la simulación por parte de sus secretarios y sus más allegados.
Una cosa es que el gobernador dé una instrucción y otra es que la misma se cumpla a cabalidad, porque es ahí en donde aparecen los intereses o el desinterés… dejémoslo ahí.
Lo que sí les digo es que Carlos Joaquín quiere hacer las cosas bien, pero las facturas en este maldito sistema político son un lastre.
El caso es, mis queridos ocho lectores, que cuesta mucho avanzar y resulta casi imposible tanto por los intereses creados como por la enorme falta de interés y apatía que reina, ya sea en la burocracia como en una buena parte de la población poco dispuesta a comprometerse y a trabajar por las causas comunes.
De risa, por no enfadarme más, me resultan declaraciones, manifiestos y exhortos de ciertos empresarios que se ufanan y hasta se permiten dar consejos y largas peroratas y manifiestos sin mirar sus pasados o sus prácticas actuales; como tan hilarantes resultan las declaraciones de políticos, suspirantes candidatos, diputados que se venden al mejor postor, servidores recién electos o tristes y rabiosos funcionarios salientes que medrando con el quehacer público siguen engañando a otros y engañándose tristemente a ellos mismos. De risa, por no enfadarme más…
Pero qué hacemos. A seguir luchando con los intereses y el desinterés, ¿o no?