Si oímos el término ‘decrecer’ probablemente de inicio sea un concepto difícil de asimilar y difícil de explicar; estamos acostumbrados a que el factor de éxito es el crecimiento (personal, profesional, en algunas actividades), y pensar en dejar de hacerlo pudiera parecer una señal de que las cosas no están saliendo bien.
Y en turismo sucede, en este sector estamos acostumbrados a que más siempre es mejor: los destinos exitosos son los que más turistas reciben, los empresarios triunfadores son los que más venden, las cadenas hoteleras miden su éxito a partir del aumento de cuartos y de inversiones, y así podría seguir dando muchos ejemplos.
Sin embargo, desde hace algunos años y derivado de la problemática que ha presentado el crecimiento acelerado del turismo, los destinos (en especial aquellos que probablemente nos llevan 10 o 20 años de ventaja) se han dado cuenta que llega un momento en que recibir turistas, inversiones y presión a sus recursos (naturales y culturales) no se vuelve grato, ni para el turista ni para el empresario turístico y mucho menos para la gente que vive en ellos. Y muchos de ellos han pensado en frenar, aunque pocos han logrado una estrategia para contener el maremoto turístico, y solo algunos han llegado a pensar en revertir el daño.
Y es que el tema no es fácil, porque no se trata solamente de pensar en cortar el flujo de turistas a un lugar, ya que este sitio probablemente tenga necesidades que cubrir, compromisos hacia la rentabilidad de los inversores y metas a cumplir en la dinámica económica local y nacional. Pero creo que vale la pena empezar a preguntarnos: ¿qué pasaría si pudiéramos tener la misma rentabilidad que ahora tenemos con el mismo (o incluso menor) número de turistas que llegan hoy?
Siempre he sido de la idea que es mejor tener una persona que pague 10 pesos, que 10 personas que paguen un peso cada una; si lo analizamos, el ingreso es el mismo, pero el gasto en cubrir las necesidades de 10 personas es mucho mayor que el que genera atender a solo una; y entonces, la rentabilidad con menos clientes es mayor que cuando tenemos más. Suena lógico, ¿no?
Entonces, ¿por qué no lo hemos aplicado en turismo? ¿Por qué no pensar en estrategias que permitan mejorar no el número de turistas sino la calidad de turistas? ¿Que apuesten por decrecer en cantidad y crecer en calidad? Buscar a esos que pagan 10 pesos, en lugar de seguir trayendo a los que pagan uno.
En Quintana Roo se me ocurren algunos pilotos con los que podríamos empezar. Tal vez la zona hotelera de Cancún, uno de los destinos que está en un punto de quiebre entre renovarse o morir, y que pudiera ser un excelente laboratorio en el tema. O Holbox, que aunque los números no son tan espectaculares como en Cancún, bien podría tener una estrategia de volverse un destino realmente exclusivo, donde el turista (ojo, no el local), hiciera fila y pagara lo que realmente vale esa maravilla para poder visitarlo.
Estrategias hay muchas: posicionamiento, redirección de estrategias de promoción a mercados especializados, contribuciones de empresas y turistas a conservar los recursos, impuestos bien diseñados (en Galápagos, la sola entrada al Parque Nacional cuesta 100 dólares, más el costo de hospedaje, alimentos y actividades), reinversión social, entre otros.
Y les puedo asegurar que de implementar estas medidas podríamos tener destinos mucho más exitosos que los que tenemos ahora, más rentables, con mejor calidad, con un mejor ROI para el inversionista, y también para el sitio, sin necesidad de forzar los servicios.
Estamos en un momento donde podemos hacerlo, donde es importante experimentar e innovar, porque los resultados, de ser exitosos, llevarían a nuestros destinos a otro nivel. Lo peor que puede pasar es quedarnos como estamos.
*Director general de Sustentur, con más de 15 años de experiencia en el diseño de estrategias de turismo sustentable para destinos, empresas y organizaciones en México y Latinoamérica.