Cuando iniciamos esta cuarentena me preguntaba una de mis hijas si era cuarentena porque nos tendríamos que quedar cuarenta días encerrados en casa; pregunta que de manera natural e irreflexiva me hizo y que de la misma manera me sacó una carcajada.
-No hija, ¿cómo crees? sólo un par de semanas o tres a lo más-, fue mi respuesta. Ahora que escribo esto vuelvo a reírme, pues ya en unos días será “bicuarentena” la que llevamos, y con eso de que lo que diga López-Gatell créele la mitad, me parece que llegaremos a centena y ya veremos.
Pero en este conteo sólo cuentan los días perdidos, y creo que esos son muy pocos, si alguno. Por supuesto que ha sido complicado este proceso para todos; para algunos más y para otros menos difícil; especialmente por la incertidumbre, ignorar tiempos y lo que nos espera luego, lo que será la “nueva normalidad”.
Por supuesto que este tiempo dejará huella en muchos de nosotros y grandes enseñanzas. Y es que no necesariamente las huellas son imborrables ni mucho menos negativas. El tiempo todo lo cura, decía mi papá, y estoy convencido de esto. Son muchos los hábitos que habremos de modificar y ajustar a la nueva normalidad, incluyendo la forma de transportarnos, de trabajar, de socializar y de divertirnos. Será diferente, al menos por un rato, pero lo más importante es que cambiarán también nuestras prioridades y la manera de valorar nuestro tiempo y nuestro entorno.
Comparadas con muchas especies, el ser humano es el que más limitaciones tiene. El ser humano no es la especie más veloz, ni la más grande, ni la más fuerte ni la más ágil, ni la más noble. Es la más dependiente de otro ser cuando nace. Es imposible sobrevivir los primeros años de su vida sin el apoyo de otro ser que lo alimente, que lo cuide y proteja. Son muchas sus limitaciones, pero posiblemente lo que ha permitido su sobrevivencia, a pesar del mismo ser humano, es su capacidad de adaptación. Esto es lo que ha permitido sobrevivir a muchas otras especies que se han extinguido y lo que permite al ser humano controlar su vida y su entorno. Y esta no será la excepción. Posiblemente será el catalizador que más rápido y profundo acelere nuestra evolución y en menos tiempo.
En su libro “La evolución de las especies”, Charles Darwin explicaba cómo la sobrevivencia dependía de la rapidez a la que las especies responden y se adaptan a los cambios en su entorno y de su ambiente. Los sobrevivientes de esta pandemia podremos contar a nuestros descendientes no nacidos o que por su edad no recuerden, cómo el mundo entero se paralizó casi por completo durante muchos días y todo lo que en este tiempo vivimos, y que más parece una historia apocalíptica que una realidad surrealista. Y cuando lo hagamos, contando a nuestros hijos o nietos en la noche sus historias favoritas del 2020, seguramente nos preguntarán “¿verdad que eso que cuentas es una fantasía, verdad que es un cuento chino?” Y con una gran carcajada asentiremos con la cabeza antes de decir, “hijo, creo que ya es hora de dormir”.
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