Esta sensación de indefensión…

por NellyG

Días y quizá meses, llevo con esta sensación de sentirme indefenso, y al mismo tiempo incompetente frente a la avalancha de acontecimientos que amenazan nuestras vidas, nuestra seguridad y nuestra calidad de vida.

Indefenso también, porque a la más mínima intención de defensa, contra ataque o reclamo a quienes debería corresponder defenderme, protegerme o servirme, puede venir un ataque doble, por una parte de quienes me dicen “mejor no te metas”… “si dices cosas te van a golpear, cuida de tu familia”… “a ver si luego no hay

represalias”, y así una serie de advertencias, que me hacen pensar, si lo mejor es quedarme callado ante las adversidades, los problemas, las carencias y aquellas situaciones que verdaderamente pienso que comprometen mi calidad de vida y la de los que me rodean. Y, por otra parte, el ataque o contraataque real, de quienes ostentando la autoridad pudieran atentar contra, digamos mi bienestar, como sea que a este se le pueda entender.

Hace unas semanas me asaltaron en la puerta de mi domicilio, con pistola en mano; gracias a la providencia y un poco al valor que tuve para enfrentar al maldito, solo se llevó mi reloj. De inmediato lo reporté a los cuerpos de seguridad, quienes reaccionaron en unos 15 o 20 minutos, lo cual sin duda era tarde, pues el asaltante había desaparecido. Lo reporté también a la alcaldesa de Cancún, quien hasta hoy no me responde.

A diario atestiguo con profunda tristeza y decepción el estado que guarda la ciudad en que vivo y a la que tanto cariño le tengo. Veo tantas calles sin letreros que anuncien sus nombres, la llamada nomenclatura, o letreros medio caídos y oxidados. Veo parques y jardines con la maleza crecida, amarilla, abandonada.  Reniego a diario cuando en mi vehículo voy cayendo sobre un bache y otro, o luchando por esquivarlos.

Me preocupo cuando veo a estos malabaristas, aprendices de cirqueros, limpia cristales y otros nuevos oficios en cada semáforo de la ciudad.

Cuánta pena me da ver tantas bardas y edificios plagados de grafiti, de ese que no

se quiere enmendar por alguna razón.

Veo a la gente caminar por la orilla de algunas calles y avenidas en las que nunca han existido banquetas, no sólo poniendo su vida en peligro ante el posible embate de un automóvil, sino, que además no pueden tener el privilegio, el derecho de un espacio público digno para caminar.

Por la buena fortuna, puedo vivir en una zona más o menos decente de la ciudad, pero aún así, mi calle está plagada de irregularidades, basura y desorden, y al verla, me pregunto con tristeza, cómo rerá en las regiones más apartadas de este municipio.

Sin embargo, escucho con sorpresa los discursos triunfalistas que hablan de transformación y de devolver la esperanza al ciudadano y me pregunto si vivimos en dos dimensiones distintas.

Siendo como soy, un crítico y un ciudadano que se ha manifestado siempre ante las injusticias, carencias e irregularidades, me preocupa mucho que hoy todos o mis más cercanos me digan, ‘no lo hagas más’ o ‘ten cuidado’; ¿entonces debemos callar ante el desorden que prevalece?. ¿Acaso debemos aplaudir, debemos apoyar candidaturas, debemos ser solidarios y cerrar los ojos ante el desorden, la inseguridad, la falta de infraestructura, la carencia y deficiencia de servicios públicos? ¿Es así?

Las irregularidades nos han rebasado en el país, como nunca antes; la inseguridad está en sus peores niveles y entre otras cosas la inflación está fuera de control, y no hay que ser un experto analista financiero ni un economista; basta con ir a Walmart, Soriana, Chedraui o el supermercado que a usted le quede cerca, para

atestiguar que las cuentas cada día están más fuera de nuestro alcance, que el “ticket” de compra ya alcanzó dimensiones insospechadas, aunque los defensores del régimen digan que antes estábamos peor, o nos reciten el “por qué antes no te quejabas”…

Tratándose de tramitología, de todo tipo y en todos los ámbitos, la corrupción ha alcanzado niveles insospechados.

Sabemos que existen funcionarios, de los que, por el momento, omitiré el nombre, se están haciendo ricos, y que se les ve comprando departamentos, autos y jugando golf en los mejores campos, a partir de la concesión de permisos y otros favores en los últimos tres años. De esto le puedo decir a mis ocho lectores con toda seguridad por lo menos en Cancún, Playa del Carmen y otras ciudades de Quintana

Roo, pero no tengo ninguna duda de que así es en el resto del país.

¿Hasta dónde vamos a llegar?…  y ¿Hasta dónde lo vamos o lo debemos permitir?…

El gran reto es que carecemos de liderazgos, de auténticos líderes que estén dispuestos a personificar y enarbolar a la oposición, crear consensos y luchar en aras de crear mejores estadios, mejores espacios de convivencia y calidad de vida para la población.

Los partidos políticos están secuestrados por unos cuantos, y en algunos, como los más tradicionales y rancios, prevalecen liderazgos obscuros de gente perversa que sólo busca sus intereses personales.

Tristemente hay titerillos, que se prestan al espectáculo, a cambio de migajas, de algún cargo público pasada la elección, o hasta de un dinerillo, que les ayude a vivir un poco mejor.

Tenemos hasta malos actores de telenovela que se prestan al mismo circo, que participan, que se ensalzan, que se ensucian y que forman parte de la triste novela de la política mexicana.

A los políticos en funciones, cuando les reclamas su mal actuar, o les pides mayor energía o compromiso en tal o cual asignatura, se molestan, se ofenden, porque son sabedores de que la gran mayoría no osa con importunarles; si eres el quejoso, eres un bicho raro.

A los candidatos, les puedes decir lo que sea, en esa etapa, aguantan de todo, son empáticos y hasta amables; cuando lleguen al poder, se les olvidará.

Y a los ciudadanos nos tienen divididos, enfrentados y amedrentados también.

Por mi parte, estoy harto de la calidad de vida que me ofrece esta ciudad en la que vivo. Los defensores del sistema, estoy seguro, me dirán, vete. Pero no, esa no es la respuesta, vivo aquí hace 35 años, aquí nacieron mis hijos, aquí he conocido a gente maravillosa y a esta ciudad le he dedicado más de la mitad de mi vida.

Quiero lo mejor para Cancún y para Quintana Roo y no me gusta nada el rumbo que lleva. Menos me gusta la apatía que encuentro en muchos, la complicidad en otros tantos y la hipocresía de varios.

Justo sería, en bien de esta querida ciudad y de este estado que nos ha adoptado a tantos, ser menos apáticos, señalar a los cómplices de la corrupción sin miedo e ignorar olímpicamente a los hipócritas; ya se sabe donde andan y a que se dedican.

Se los dejo…

Sergio González
  • Al buen entendedor
  • Presidente de la AMATUR
  • Presidente del centro de atención de salud mental y prevención de adicciones "Vital"
  •  sgrubiera@acticonsultores.com