Ser Godínez es más que un estatus, es un estilo de vida que practica la clase trabajadora de nuestro país, aunque muchos se nieguen a aceptarlo y les enfade la etiqueta de ‘godín’. Estos tienen sus momentos buenos, entre ellos las esperadas fiestas decembrinas, por lo que si lograron sobrevivir un año en la empresa obtendrán recompensas como el aguinaldo y, los más suertudos, vales de despensa, bono navideño y caja de ahorro.
Otra de las recompensas que todo ‘godín’ que se respeta espera es el festejo de fin de año, el único día en el que todos se ponen de acuerdo para respirar aires fuera de la oficina, alejados de los monitores y de las caras largas de los compañeros amarguetas o de los jefes mala onda; es entonces cuando los Godínez le hacen competencia al mejor de los magos en eso de desaparecer la quincena a los pocos días de recibirla.
Les encanta ese sentimiento de pasar la tarjeta una y otra vez, sin preocuparse por nada más que adquirir el vestido o traje que usarán en la cena de fin de año, en donde los jefes se ponen espléndidos y ofrecen a sus trabajadores un “manjar’’ en algún restaurante bonito, bueno, eso si tienen suerte, si no les tocará al menos un festejo dentro de la misma oficina, en donde brindarán con sidra y degustarán los antojitos de la fonda más cercana.
Sea cual fuese el caso, por tradición este tipo de festejos incluye la tan esperada rifa, en la que los oficinistas esperan con ilusión ganarse el mejor regalo, que generalmente es una pantalla, o si no por lo menos obtener un tostador de pan, un pavo o ya “de perdis”, un certificado para un café de Starbucks, que los afortunados reciben en medio de risas y aplausos.
Aunque claro, la felicidad sería mayor si el jefe regalara aumentos de sueldo, prestaciones, o días extra de vacaciones, pero por desgracia eso no deja de ser solo un sueño.
Como parte de la fiesta no puede faltar el intercambio de regalos entre los Godínez, ese momento tan esperado, luego de que días antes la administradora de la oficina les hace sacar el papelito con el nombre de su “amigo secreto”, al que para no complicarse la vida buscando algo con base en el carácter, la personalidad y los gustos del compañero, terminan obsequiando un certificado de alguna tienda departamental. ¡Ah!, pero algunos se ofenden si reciben lo mismo, y no falta el que dice que es la última vez que participa.
Y si le tocó la “fortuna” de que su amigo secreto sea el jefe, la situación se complica porque tiene que quedar bien, ni modo que le dé un certificado como se lo habría dado al compañero de al lado, así que tendrá que ir a una buena tienda, aunque se endeude por los próximos 12 meses.
Al finalizar estas celebraciones se presenta un fenómeno que la gran mayoría de los Godínez han experimentado, y este es el terror que sienten al ver su estado de cuenta del mes de enero, que incluye las deudas acumuladas por la cena de Navidad, la del Año Nuevo, Día de Reyes o las contraídas a lo largo del maratón Guadalupe-Reyes o con cualquier otro pretexto oficial para deshacerse de su quincena.
Reflexionando en lo anterior, enero no debería de ser el inicio de un camino pesado y lleno de deudas en el que se espera con ansia el depósito de la primera quincena para empezar a pagar los gastos de diciembre, o haciendo fila en la casa de empeño cargando la televisión o las bocinas que se ganaron en la rifa de la posada para saldar las cuentas.
Debería de ser un mes de nuevos planes, sin cargas ni contrapesos que nos impidan realizar nuevos proyectos. No deberíamos de vivir pagando cosas pasadas por la mala administración de las finanzas personales que llevamos durante todo el año.
Imagina que comienzas el año con un buen apartado de dinero en una cuenta de inversión o simplemente debajo de tu colchón, con un fondo de ahorro de varios meses de tus gastos y sin deber nada. Ese sería el inicio del año nuevo ideal.