Bitácora de viaje LVIX

por NellyG

 

Julio II (murmurando hacia el techo de la Sixtina): ¿Cuándo estará lista?

Miguel Ángel (mirando desde su andamio al papa): Cuando esté lista. 

   LA AGONÍA Y EL ÉXTASIS – IRVING STONE. 

                                               

                                                                          

 

   Era mi último día en Roma; entré al vagón de la estación Termini del metro, luego de pasar unas horas haciendo video reportaje en el Coliseo (Infodumping alert: se llamaba así porque antiguamente había una estatua colosal de Nerón al lado de esa mole).  Mi encomienda había terminado dos días antes, el jueves, luego de que la fumata bianca hubiera declarado el habemus papam con todo y familia de gaviotas. En plan de broma, le había comentado a mis compañeros que tomaban el enlace de radio en México, que el cónclave era algo así como el Superbowl de la religión. Para algunos radioescuchas, la humorada hizo gracia; para otros, no les pareció ni correcto, ni respetuoso. Ese segundo grupo, por mí, se lo dejaría a Miguel Ángel para ser incluido en la parte de abajo de los frescos de la Sixtina. Me habría encantado tener un décimo de ese genio para desahogar frustraciones sin dejar de ser reverenciado como el artista más grande de la época. Era sábado pasado el mediodía, mi vuelo saldría hasta las once de la noche. Tenía que ver cómo aprovechar un par de horas a una ciudad con tres mil años de antigüedad y lo que parecían millones de turistas yendo y viniendo, subiendo y bajando, tomando selfies y devorando gelati en una primavera italiana de 38 celsius. Qué distinta de ese invierno en que cubrí la despedida de Benedicto y saludé la llegada de Francisco en otro Superbowl clerical que me enfrentó por primera vez de cerca con el acertijo de mi vida. La primera vez que, al fondo de la Avenida de la Conciliación (otro infodumping: se llama así para conmemorar el Tratado de Letrán en el que Benito Mussolini avala la creación del moderno Estado Vaticano; de esto ya casi un siglo), me esperaba, impasible, la Basílica de San Pedro. Como a Edipo con la Esfinge, me haría una pregunta que tardaría 12 años en comprender y empezar a responder. 

   Dos días atrás, la prodigiosa chimenea instalada por los bomberos romanos en la Capilla Sixtina, había dado su mensaje y en la sala de prensa vaticana, volaron plumas; cada periodista intentando comunicarse con su medio en una poesía coral digna de Les Luthiers o Monthy Python.  ¿A quién habrán escogido las dos terceras partes de los cardenales, con  la mediación, claro, del Espíritu Santo?  En Las Vegas, el diablo pagaba diez a uno a los candidatos menos taquilleros, pero los aficionados al cónclave, con años de experiencia, recomendaban apostar por el filipino, o por el norafricano francés, o por el italiano. Sí, eso, Italia debía recuperar esa primacía papal; ya basta de polacos, alemanes y argentinos; el sucesor de Pedro tiene que ser del lugar en donde el cristianismo se universalizó con Pablo, con Constantino…     Conste, eso no lo digo yo. Escuchado en programas de debate italianos y conversaciones  random por la calle camino a mi cuartel general en San Pedro.  Antes de que el cardenal Dominique Mamberti apareciera para informar en latín el nombre del agraciado o más bien, su nombre de bautismo y su nuevo nombre litúrgico que lo acompañará hasta la tumba o hasta la renuncia, mi mente se revolucionaba a niveles hiperespaciales intentando recordar a…  Parolin, Zuppi, Tagle, Aveline. Parecía que estaba invocando la alineación del Milan. Y sí, coincidentemente,  hay algo de esa espectacularidad que tiene el deporte en la forma de elegir al sumo pontífice. El Vaticano lo sabe y sabe que el show atrae público y – ¿por qué no? – en la guerra y en la salvación de las almas, todo se vale.  Lo admito, el Vaticano nos tenía en un cliffhanger; “Annuntio vobis gaudium magnum… Eminentissimum ac reverdisssimum, Dominum, Dominum Robert Francis, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Prevost, qui sibi nomen imposuit Leon XIV”.   Hay palabras que tienen el poder de hacer el silencio reverencial e inmediatamente provocar una explosión de júbilo. La carga energética, creas en lo que creas, te confirma que el ser humano es una batería emocional recargable. 

   El nuevo papa, es norteamericano.  Nacido en Chicago (tierra repleta de migrantes latinoamericanos), pero que en algún momento miró hacia el sur y el camino lo llevó a ser encargado de la diócesis de Chiclayo, en Perú. Su discurso de presentación ante el mundo fue en italiano, en latín, en perfecto español, saludando a su diócesis, pero no en inglés. La combinación en su historia de vida es por mucho intrigante. Hagamos paréntesis:   Francisco surgió del hemisferio sur con la experiencia de vida de los gorilatos de derecha, hijo de la Teología de la Liberación. En su pontificado se dedicó a crear muchos cardenales provenientes de lugares olvidados por la Iglesia, universalizar y darle su etimología correcta a la palabra católico ante la desaprobación del ala conservadora. Francisco se ganó más acusadores y detractores dentro de su religión, que afuera. Cerrando paréntesis:   Robert Prevost, con un interesantísimo árbol genealógico, no estaba dentro del selecto grupo de los cardenales favoritos para la encomienda del vicariato de Cristo. Otra vez, el Espíritu Santo tenía un as bajo la manga como con Juan XXIII, en quien nadie creía y que recetó un Concilio Vaticano II que el planeta Tierra de la Guerra Fría, el movimiento hippy y la guerra de Vietnam no vio venir, salvando a la institución eclesiástica de la herrumbre ideológica y espiritual. ¿Es León XIV una continuidad al legado de Bergoglio? Por lo pronto, en su discurso, quiere dejar muy claro el significado de la palabra pontífice: el que tiende puentes, el que quiere que la Iglesia camine de la mano con el mundo moderno; el conciliador, el ecumenista. Independientemente de la religión que profeses, sentimientos de luz ante la sombra del totaliltarismo otra vez rampante, son reconfortantes.  

   Mientras tanto, en algún momento del siglo XVI, Julio II miraba hacia el techo, hacia el andamio, con un sentimiento confrontado entre la indulgencia y el querer golpear al objeto de su enojo. Mientras caminaba en procesión, murmuraba a la sombra que se encontraba boca arriba, haciendo lo suyo en la altura. “¿Cuándo estará lista?”  Miguel Ángel, con calma, sin dejarse intimidar ante el papa guerrero… “Cuando esté lista”.  Y efectivamente, todavía no está lista. 

                 Iñaki Manero.