“Lo absurdo de una cosa no prueba nada contra su existencia; es más bien condición de ella”.
Friederich Nietzche
Desgraciadamente, muchas de las cosas que disfrutas y requieres en tu día a día como las toallas femeninas, el reloj de pulsera, el bolígrafo, el radar, el sonar, el internet, el wifi, las latas de conservas, la margarina, el horno de microondas, el GPS… y así podemos seguirle, tuvieron su origen en la industria militar y los esfuerzos bélicos. Napoleón decía que las tropas marchan con el estómago y de ahí nació la tecnología de enlatar la comida al vacío para poderla conservar durante una campaña militar; la despampanante (gran adjetivo, de mis favoritos) actriz de Hollywood, Hedy Lamarr creó y patentó en los años cuarenta un sistema para guía de proyectiles mediante transmisión por espectro ensanchado pero que no se empezó a utilizar hasta los años sesenta. Sin él, hoy en día no podrías llegar a un restaurante y antes de pedirle al mesero el menú, preguntarle, primero, si hay wifi y segundo, si hay clave. Creo que Lamarr nunca se imaginó los kilómetros de análisis que psicólogos elaborarían para explicar y tratar el nuevo tipo de adicción que ocurriría 80 años después de su descubrimiento. Sí, todas estas ya las usé como trivia en el programa de radio. Y claro, no podía faltar la del señor ingeniero al que se le derritió la barra de chocolate que llevaba en la bolsa de su camisa cuando inspeccionaba un sistema de transmisión por microondas. Hoy, el vaso de leche obligado antes de salir apresuradamente para el cole o para el trabajo, tendría que ser sometido a la prueba de fuego en la estufa, en lugar de un minuto previamente programado en esa caja en donde, antes que nada, te prohíben introducir metales o mascotas. Sí, todo eso y más, surgió por la necesidad de demostrarle al vecino de enfrente quién la tiene más grande (me refiero a la capacidad de inventar tecnología para mantener un grado de superioridad sobre el posible adversario).
Pero de vez en vez, el comportamiento bélico y la forma de aprovecharlo, nos trae lecciones que no calientan la cena futbolera, ni sirven para “esos días”, ni te la robas o la pides prestada para no gastar tus datos. A veces te pueden dejar lecciones de vida si sabes en dónde buscar. ¿Les cuento una historia de valor, sacrificio y cómo patearle el trasero a Hitler sin salir muy lastimado?
Inicios de los años cuarenta; el control de los cielos era prioridad y gracias a un discurso matón de Churchill, muchos le debieron mucho a tan pocos durante la Batalla de Inglaterra y a partir de diciembre de 1941, gracias a un error fatal de los japoneses, Estados Unidos dejó la timidez de una supuesta neutralidad con todas sus consecuencias y cocacolas. Los aliados requerían aviones más rápidos, más letales, más fuertes si pretendían hacerle frente a la superioridad de la Luftwaffe alemana. El método de estudio del alto mando era simple: revisar el estado en el que llegaban los bombarderos de sus misiones, contar los agujeros de balas y en qué partes del avión se concentraba la mayoría. Su lógica decía que, reforzando esas zonas, los ataques sobre territorio nazi no tendrían tantas bajas. ¿Impecable? Conozcan al matemático húngaro Abraham Wald, que veía divertido y preocupado desde sus lentes de fondo de botella algo que no le parecía bien en esa lógica. El profesor de la Universidad de Columbia hizo un comentario que no dejó pie a la objeción: Con todo y los agujeros de artillería, los bombarderos lograron llegar a casa. ¿No será que los lugares que hay que reforzar son aquellos en donde hay pocos o ningún agujero? ¿Por qué no pensamos mejor en dónde le pegaron a los aviones que no volvieron y comparamos? Efectivamente, los puntos más sensibles no eran los que parecían queso gruyere, al contrario. Si los tiros hubieran dado en los motores, la cabina, el morro o las torretas, los pilotos, en lugar de estar sanos y salvos en la base jugando cartas y piropeando enfermeras, tal vez, en el mejor de los casos estarían en un campo de prisioneros alemán o japonés; en el peor…
A este recableado mental del doctor Wald se le conoce como Sesgo de Sobrevivencia. Por lo general estudiamos y observamos las ideas que pasan todas las pruebas en lugar de centrar nuestra atención (e imaginación) en las que no. La epifanía fue un salto cuántico que convirtió a la aeronáutica en el medio de transporte más seguro del mundo a pesar de estar dentro de una lata con alas a diez mil pies de altura (así de botepronto, sigue sonando espeluznante). Pero no sólo en aeronáutica; las aplicaciones son casi infinitas, como el estudio de la conducta antisocial o en epidemiología las causas de mortandad en lugar de quienes sobrevivieron. Bien entendida, tenemos otra versión tal vez virgen de los hechos, sus causas y soluciones. Sociología, economía, física, historia, marketing… todo en lo que meta su nariz y su mente el ser humano. Esta evidente trampa cognitiva nos tiene aplaudiendo y festejando lo que sale bien y está muy bonito, oh, sí. Pero ignorar las grandes lecciones que nos regala el fracaso como crisol en donde puede suceder la alquimia del triunfo, es mantener la soberbia que lanza al ángel más brillante al abismo. Hablando sobre alquimia, esta práctica precursora de la química tenía una expresión que engloba todo el chisme de la transmutación: solve et coagula: disuelve y une. Deconstruye, reconstruye. Gracias a un científico europeo que huía de la pesadilla antisemita y que volteó a ver a los que no regresaron olvidando el homenaje a los victoriosos, muchas vidas le agradecen por tomar en cuenta lo que un tal Murphy (por cierto, ingeniero aeroespacial) conceptualizaría décadas más tarde con sus famosas leyes y corolarios dolorosamente humorísticos.
Escena poscréditos:
En algún lugar del limbo de su ignominia, el fundador de Blockbuster recordará una y otra vez la escena de cuando mandó al diablo a los jóvenes iniciadores de un negocio que le fueron a ofrecer su empresa por una módica cantidad y que éste rechazó por considerar el proyecto una tontería. ¿Cómo se llamaba?… Ah, sí, Netflix.
Iñaki Manero.