Bitácora de Viaje XLI

por NellyG

“Cómo deseo poder preguntarte hacia dónde voló el pato salvaje que abandonó la bandada”.

MURASAKI SHIKIBU

 

Dicen que fue casi llegando a su destino, llevando a la familia de vacaciones, cuando se le ocurrió la pieza que le faltaba al rompecabezas.  Dicen que su mente dio media vuelta en el primer retorno, aunque físicamente, el auto, la familia y su cuerpo, siguieron de frente arrostrando las curvas hasta llegar a su destino de fin de semana. Nada ocupaba más su torturado cerebro que la concentración de no olvidar, en las horas que restaban de esos pretendidos días de reposo, los adjetivos, los nombres, las interjecciones que lo convertirían en leyenda. Dicen que llegada la siguiente semana laboral, como autómata emprendió el regreso hacia esa casa de San Ángel. Dicen que se encerró en su despacho fundiéndose con la máquina de escribir, sólo acompañado por el humo y el alquitrán de los cigarrillos que fumaba de manera irredenta. Dicen, los que intimaron con él, que casi muere en la ordalía de escribir cien años en pocos meses. Dicen que algo tuvo que ver Acapulco para que Macondo, ese Aracataca paralelamente dimensional, cobrara vida.

Dicen que murió gritando el grito primario de los Grandes Simios. Por lo menos, el que le inventaron en Hollywood; el que dicen, le salvó la vida una vez en que fue interceptado por barbones revolucionarios en Cuba. Que lo tuvo que gritar para que lo reconocieran y no lo mataran ahí mismo.  Dicen que miraba nostálgico hacia el horizonte y la selva que todavía existe en los montes. Que él era el verdadero y no el burdo lord inglés de Burroughs. Dicen que le gustaban los atardeceres, las puestas de sol. Que así eran en África. En otra vida, en otro universo. John Wayne, Red Skelton, las fiestas interminables y la demencia. Qué mejor lugar para entregarse al recuerdo inventado que ahí, Flamingos. Soñar con rescatar a Jane tirándose por la Quebrada con un cuchillo en la boca y despachando tiburones y cocodrilos, como Don Quijote despachaba dragones y gigantes disfrazados de molinos. Pero así, dicen, sentado en su silla favorita viendo hacia el ocaso que era el suyo. La inigualable puesta de sol de esa película sin fin que es Acapulco.

Dicen que este rey nunca olvidó México; siempre lo llevó en el corazón y admiraba nuestra cultura. Fue de los que pusieron en el mapa al bello puerto gracias a una película inmortal en donde esquiaba, cantaba Guadalajara y en un lance en donde sólo los valientes, se tiró un clavado perfecto en la gran roca ganándose la admiración de un lanchero con el que competía para ganarse el amor de la señorita.  Claro, todo lo anterior en la imaginación de un escritor.  Porque ese rey, dicen, hizo un entripado porque no pudo ir a la bahía más hermosa del mundo por ser considerado persona non grata; un periodista (siempre los periodistas), le inventó, a petición, dicen, del entonces regente del entonces Distrito Federal, que la gran estrella juvenil había comentado que “prefería besar a tres negras antes que a una mexicana”. Dijo la actriz mexicana Elsa Cárdenas, su coestrella, que ella pudo corroborar de primera persona que eso fue una vil calumnia. El filme se rodó en un estudio de Hollywood, en donde todo se puede y todo se recrea, pero como dijo el poeta, “parecido no es lo mismo”, y el Rey, dicen, siempre lamentó no haber estado de Loco en Acapulco.

Pa, ¿ya vamos a llegar?  Sí, el preguntón era yo. De cinco, era yo. Y papá, con toda la flema bilbaína, conociendo que el preguntón era aficionado a las historias, sin despegar, como Dios manda, las manos expertas del volante del Galaxy, a mitad del insufrible Cañón del Zopilote, en tierra de nadie, contaba esas historias de Johnny Weissmuler, Elvis Presley y Gabriel García Márquez teniendo a Acapulco como centro del universo.  Porque, ¿saben?, todos tenemos un Acapulco personal, aún si no estuviste, lo inventaste. Acapulco, “lugar de los carrizos altos” en náhuatl, fue uno de los principales culpables de que el territorio que hoy es México país, fuera una potencia mundial que muy bien se pudo haber desembarazado de España mucho antes por su independencia económica y no, no había paquetes para el Princess, el Ritz, el Elcano o el Papagayo por aquel entonces. Tampoco Abierto de Tenis, Convención Nacional Bancaria o Tianguis Turístico.  Quien piensa que la globalización y las alianzas Asia-Pacífico son fenómenos recientes, mirad otra vez, os lo ruego, a la nao de China y sus valerosas travesías desde Acapulco, hasta las Filipinas para recoger y llevar mercadería. Una bahía amigable para descansar de las tempestades y estratégicamente idónea para el control de ese lado del mar ampliando los horizontes del imperio “en donde no se oculta el sol”. Quien diga que no pasó nada provechoso para el México independiente durante trescientos años de Virreinato, no merece ni un tamarindo enchilado por históricamente miope. Si dicen que París bien vale una misa, Acapulco bien vale que lo rescatemos de las garras de la mezquindad, la avaricia, el abandono. Finalmente, por siglos, naos, festivales de cine, torneos de tenis, convenciones bancarias o escapadas en vocho desvielado en Semana Santa, le otorgan un lugar en la historia de la humanidad que nunca debió perder.

Pa…

Don Enrique miraba de reojos verdes por el retrovisor y sonreía indulgente. El marino que siempre fue, me entendía un poco. Él también quería llegar. De repente me paraba junto a él, silenciosos, en un momento sagrado, contemplando la bahía de Santa Lucía y más allá. Estoy seguro que mi aita también creía ver a lo lejos, ese galeón que nos llevaría a la aventura. Historias de marinos y piratas. Hay un Acapulco para todos.

– Sí, chaval; detrás del último cerro, verás el mar.

Iñaki Manero
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