La procastinación es la ladrona del tiempo.
– Charles Dickens
Una tarde sin un tema para escribir. Sequía del escritor, que le llaman. Sobre todo, cuando tu trabajo es básicamente escoger temas para hablar y desarrollar, medianamente inteligentes (de preferencia más que eso) y captar la atención de miles, tal vez millones de escuchas que no te tomen como un distractor mientras manejan o preparan la comida; que, en suma, estén pendientes de lo que dices y se conviertan en jueces (terribles a veces) de tu discurso. Sabes que en el mundo de la comunicación, para quien pone atención y no solamente oye, sino escucha, habrá palabras tuyas que para bien o para mal, estén escritas en piedra. Ese es el reto que todos los días asumimos cuando comenzamos a comunicar: que el mensaje sea claro, sin ambigüedades. Y el periodismo electrónico de opinión es un durísimo sinodal. Depende del formato, pero por lo general en la radio en vivo, tienes entre cinco y diez minutos para iniciar, desarrollar, anudar, desatar nudo y concluir una reflexión que el receptor del mensaje pueda llevarse a casa y a su vida. Lo mismo pasa cuando tienes que escribir y tu editor (esos queridos tiranos), te avisan que se adelanta por Navidad la entrega para la edición de enero. Y aquí es donde la historia se pone interesante…
El médico suizo Carl Gustav Jung jugó con cosas muy antiguas y personales como las sincronicidades. Pensar en alguien y recibir una llamada suya; traer una canción pegada desde la mañana y al sintonizar la radio, ahí está. ¿Existen las casualidades o las causalidades? El último disco de The Police le dedica el título y dos temas a esta pregunta (Synchronicity, 1983). Pero, ¿en dónde estábamos? El sábado por la tarde, mientras ignoraba el malestar de la gripa y tomaba una ducha, pensaba en (cosas que a uno se le ocurren en la ducha) lo poco o lo mucho que hemos avanzado en mejorar las condiciones de vida de los trabajadores desde la Revolución Industrial (les digo que son cosas que a uno se le ocurren en la ducha). Pensaba en el maltrato a los niños en las fábricas europeas, las largas e inhumanas condiciones de esclavitud y horarios de labor y cómo Hegel, Marx, Engels, et al y sus ideas, fueron consecuencia y respuesta a esta rapacidad del ser humano hacia el ser humano.
¿Y Jung? ¿Y en dónde se pone interesante? Calmex con el atún, dijera mi vecino el Pachas.
Ese mismo sábado, fue día Teletón, y como cada año desde 1997, ahí voy a lo que me manden hacer; sea poco o mucho, mis niñas y niños se merecen el granito de arena que todos podamos aportar. Las historias que nos parten el corazón sobre discapacidad, cáncer y autismo, tienen un factor común: la desigualdad social, la debilidad y sesgo electorero de los programas sociales, y el poco o nulo acceso de la población sobre todo en condiciones de pobreza extrema. Desde luego, el frío de los foros, la noche y la bola (de años), tuvieron su efecto y para el domingo mi condición viral era lamentable. Se imponía quedarse en cama y revisar opciones televisivas mientras mi mente seguía en su sequía temática y argumentativa queriendo dar un giro al conflicto social que hacía borbollón. La primera peli que aparece dentro de tantas sugerencias navideñas a las que, por lo general, paso sin ver, le dio voz al Pepe Grillo. Hay cosas en el cielo y la tierra, Horacio… La cinta se llama El Hombre Que Inventó la Navidad (Baharat Nalluri, 2017). Confieso que lo que atrajo mi atención no fue el tema de temporada (la Navidad y yo tenemos una relación de amor/odio todavía no resuelta), sino parte del elenco (Christopher Plummer, Jonathan Pryce, Miriam Margolyes). La sinopsis que leí en pantalla fue ese material del que están hechas las bromas que manejan del otro lado de la Matrix. Relata con exquisitos toques fantásticos a un Charles Dickens lleno de deudas y dudas, en uno de sus peores momentos creativos, intentando escribir cualquier cosa lo suficientemente populachera como para vender y escapar de los despiadados acreedores victorianos. De hecho, la vida de este buen padre de familia, bienintencionado y jovial literato inglés, habría merecido un lugar en el librero junto con Oliver Twist, Historia de Dos Ciudades o… Canción de Navidad.
El pequeño Charlie tuvo que trabajar junto con otros niños sobreviviendo a un sinfín de injusticias y agresiones en una insegura, obscura, mugrosa, despreciable y hostil fábrica de betún nada diferente de las otras, luego de que su padre fuera llevado a prisión por ludopatía y no poder responder a sus cuantiosas deudas y justo ese fue el crisol que formó la ideología social que determinó su rumbo como autor. Bien dicen que el artista es producto de sus circunstancias, pero en lugar de convertirse en un amargado crítico de esa industrialización de la que su familia y él gozaban, supo enviar un mensaje hacia las consciencias de los más privilegiados. Varias de las reformas sociales aprobadas por el parlamento inglés en años posteriores y que convirtieron al Reino Unido en una de las naciones con mejor seguridad social en el mundo, provienen de la reflexión que provocó en la gente de poder la lectura de Dickens.
Igualmente (y de eso trata la película), la publicación de Canción de Navidad el 19 de diciembre de 1843 se convirtió, agotando el tiraje de la primera edición en pocos días, en uno de los éxitos editoriales más contundentes de todos los tiempos. Para la Nochebuena de ese año, la mayoría de los londinenses que pudieron pagar el costo de esta novela corta, ya tenían identificado a su Scrooge favorito; algunos hicieron la experiencia mental de la visita de los fantasmas del pasado, presente y futuro replanteando la ley universal de causa/efecto. El escrito “para salir del paso” de Dickens, se convirtió en un motor de consciencias que cambiaría la manera en que el mundo occidental vería y consideraría a la Navidad para siempre.
Post scriptum: sobre la suerte de Tiny Tim, el sobrino nieto del miserable redimido Ebenezer Scrooge, lean el libro hasta el final. Me lo agradecerán. Según la medicina moderna, el chico probablemente padecía raquitismo combinado con tuberculosis. El 60 por ciento de los niños londinenses padecían la primera y el 50 por ciento tenían signos de la segunda por las catastróficas condiciones laborales y de pobreza; otra de las cruzadas de Dickens que movieron el sistema de salud pública inglés.
Justo de eso platicaba el sábado en la ducha con Jung, Dickens, Scrooge, Adam Smith y Marx, quienes por cierto, se unen a mí para desearles el mejor 2024 que quieran.
IÑAKI MANERO.
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